Panamá: el imperio afincado en una distopía

13 noviembre, 2022

Panamá es el centro bancario más grande del mundo, después de Suiza. Un paraíso fiscal, diseñado para esconder fortunas y un país hecho a la medida de los intereses de Estados Unidos

Texto y fotos: José Ignacio De Alba

CIUDAD DE PANAMÁ.- Panamá fue el último país de América Latina en ser objetivo de una invasión estadounidense. En 1989, las tropas norteamericanas llegaron con el objetivo de detener al general Manuel Noriega. Aquí la moneda oficial es el Balboa. Aunque también se usan dólares, el perfil de Vasco Núñez de Balboa brilla en el metálico local. Es el único país de América Latina que celebra así a un conquistador. Y es el último país de Centroamérica por el que pasaré.

15 de octubre de 2022

Día 62.

Después de conocer a los cabécares en Costa Rica me quedé cavilando varios días sobre lo deficiente que son las coberturas educativas. Me impresiona que no sepan que existe México, un país que está a mil 200 kilómetros en línea recta (menos de la distancia entre Tijuana y La Paz). Que el mundo siga siendo tan pequeño para tantos.

Pero mi sorpresa se volvió doble, cuando conocí a un inglés que me pidió que le dijera algo “en mexicano”. Le respondí: “¡cómo chingados no!” y me reí casi solo. Empecé a sospechar que el turista hablaba en serio cuando me pidió que dijera otra cosa. Entonces le tuve que explicar que los mexicanos hablamos español, pero el hombre apenas y sintió vergüenza.

La plática derivó después en algo más escandaloso y menos interesante: durante unos 45 minutos, trató de convencerme de que la pandemia de covid-19 era un invento y una confabulación de los potentados del mundo. Decidí cortar la conversación en mexicano: “¡qué tipo más pendejo!”

No dejo de pensar en eso de camino a Panamá: Qué desigual el mundo, qué complejo. Por un lado, los pobres cabécar reciben información de habladas, sin noticias de lo que sucede del otro lado de las montañas. Por el otro, un inglés con medios suficientes para hacer un viaje trasatlántico, vive inmerso en un universo de información, sin la necesidad de comprender nada.

Unos con nada y otros en la nada.

18 de octubre

Día 65.

La historia de Panamá ayuda a entender la otra faceta del continente: la del imperio que se afincó, la de los intereses de Estados Unidos que crean y destruyen países a la medida. “América para los americanos” dijeron hace tantísimo.

El gran logro de este país es haber partido al continente en dos. Con un puente transcontinental las mercancías se extendieron alrededor del mundo. El dinero se abrió paso por el globo, como religión universal. Los países remotos fueron integrados al mercado mundial. No importa que sea inútil, lo importante es que esté al alcance de todos.

En la Ciudad de Panamá, o como le dicen aquí, Panamá City, me encuentro con los accesorios de piratería más finos que haya visto. Oro que no es oro, Rolex que apenas valen un par de dólares, playeras Balenciaga y bolsas Hermes que la gente se despacha en el centro. Supongo que ser una de las capitales mundiales del comercio tiene sus ventajas.

Panamá City es una ciudad pequeña, pero sin duda es una de las capitales más ostentosas del mundo. Tiene la única agencia Ferrari de la región centroamericana, también la única tienda Louis Vuitton, la única tienda Cartier, Carolina Herrera, Coach, Chanel. Es una de esas ciudades donde Donald Trump construye un hotel y la gente va a visitarlo como atractivo turístico.

El skyline de la ciudad es impresionante, Panamá tiene los 60 edificios más altos de Centroamérica, es el país con más rascacielos en toda América Latina. En sus barrios más adinerados me encuentro con sus judíos en riguroso savath, (quizá el único día de la semana en que el rico se ve obligado, casi como mandato divino, a convivir con el pobre). Una imagen me resume la ciudad: un judío de zapatos de charol se abre camino en una banqueta donde un pordiosero come espagueti sobre el suelo.

Camino bajo rascacielos, entre lobbies pomposos y portones estilo romano. Qué decadente es esta arquitectura del poder. Encuentro a un hombre que sale de un edificio y un par de conserjes (palabra que viene del latín esclavo) abren las dos puertas de salida, como si el hombre fuera enorme. Qué rancia, la psicología de la riqueza. El hombre, que perfectamente cabría en una casita del árbol, sube a una Lincon Navigator. Qué caro sale el planeta este acomplejado.

Las banquetas son tan estrechas que de repente me veo caminando entre los coches. Busco un sitio para sentarme y acabo en un centro comercial. Me siento una mosca en una telaraña. La gente pasea y gasta por ocio, que bonito y feliz se presenta el mundo de las compras. Una señora lleva un perro miniatura con pañal a una tienda exclusiva. ¿Qué carajo hago viendo todo esto?

Sobre la calle veo un Rolls Royce de colección. “En esta ciudad tener un coche así es un error, la sal acaba con el metal”, me dice un hombre que observa a mi lado. El dueño se pasea como si fuera el 007 panameño. Qué despilfarro más alegre.

Panamá es el centro bancario más grande del mundo, después de Suiza. Una de las entradas de dinero más importantes del país son los servicios financieros. En la ciudad hay más de 100 bancos, los nombres de algunos coronan edificios.

También es un paraíso fiscal, lo que quiere decir que las regulaciones bancarias y los impuestos son tan blandos que es un sitio ideal para esconder fortunas. Aquí las hay de a montón.

Una de las investigaciones periodísticas más grandes que se han hecho en el mundo, Panama Papers, reveló en 2016 cientos de triangulaciones de políticos, potentados, estrellas de la farándula y deportistas clientes del despacho panameño Mossack Fonseca.

El circuito funciona, además, para el lavado de dinero y delitos de cuello blanco. Cuando se publicó la investigación hubo un revuelo mundial, pero con el tiempo las cosas regresaron a su cauce: Panamá sigue siendo un refugio para fortunas.

19 de octubre

Día 66.

Asisto a la magia. Desde un mirador, Panamá deja ver la partidura de América.

Es una de las obras de ingeniería más impresionantes del planeta. El Canal abre la tierra y por ahí pasan los barcos. Las esclusas de Miraflores se llenan de agua para elevar el barco varios metros y liberarlo hacia el Atlántico. A mí me toca a ver al Aqualeo, un granelero con bandera de Monrovia, que lleva sal de Patillos, Chile, hacia Boston en Estados Unidos.

En este lugar entiendo que Panamá, que tiene 4 millones de habitantes y el tamaño del estado de Veracruz, es un país que fue hecho a la medida de los intereses de Estados Unidos. Para tener el canal, crearon un país. La impresionante obra merece una Cartohistoria.

Más tarde, camino por este paraíso inventado hasta que se acaban los rascacielos y, sin proponérmelo, me encuentro en un barrio popular llamado Boca La Caja. El paisaje cambia radicalmente: de los presuntuosos edificios a las casas de techo de lámina. Aquí la gente vive bien pegada al piso. Frente a las chabolas se vende mercadería: pescados, fruta y ropa de segunda mano.

Boca La Caja es una colonia con una pequeña franja frente al mar, donde la gente se baña y ajustan redes para pescar. Me dicen que es una de las colonias más peligrosas de Panamá y me da risa. ¿Por qué me parece tan obvio que la justicia esté empeñada en esta colonia popular?

Aquí, me cuentan, la policía no se mide en allanamientos y pesquisas. Pregunto por qué persiguen a la gente y un vecino me explica: “Lo normal: robos y droga”. Alego que es lo mismo por lo que podrían perseguir a un pez gordo en Panamá City y replica. “Cómo tú vas a creer, aquí el rico roba con permiso”.

El hombre que me platica esto se llama Ramón y es taxista desde hace 30 años. Jura que conoce la ciudad desde antes de que hubiera rascacielos. Es un testigo marginal de la singular riqueza panameña.

“No, amigo, cómo tú vas a creer, los panameños no son ricos. Aquí los ricos son los extranjeros que vienen a abrir cuentas y a esconder los sacos de mierda. En este país nunca ha habido riqueza para nosotros, nosotros solo somos taxistas”.

Le pregunto si el taxi es suyo. El hombre niega con la cabeza y nos quedamos en silencio.

Camino Boca La Caja y su paisaje distópico. La gente vive en pequeñas casas, sofoca el calor mientras se abanica en los pórticos; la mayoría es negra. La calle por la que voy de pronto se convierte en un basural, pero aquí los deshechos encuentran una segunda vida: El rin de una bicicleta sirve de antena, un refrigerador putrefacto es un armario, unos cables viejos son tendedero, una lona comercial es la enmendadura de un techo.

Al levantar la vista miro el contraste: Panamá City se yergue con sus edificios altivos. Intento tomar fotos con el celular, retratar una casita con el rascacielos de Bank of China de fondo. Pero una mujer sale de su casa a regañarme: “¿Qué tú crees que estás haciendo?”, pregunta. No logro darme a entender. La mujer me corre con una advertencia: “¡Lárgate! O llamo a mi hijo”. Me paso a retirar antes de tener el gusto.

Esta ciudad me asfixia. Tengo que salir de aquí.

21 de octubre

Día 68.

Desde el Valle de Antón planeo mi ruta de Panamá a Colombia. El asunto es que entre ambos países está el Tapón del Darién, una selva tan espesa que bloquea el paso por tierra. Es un infierno de veredas que solo cruzan los migrantes.

La forma más sencilla de abandonar Panamá es pagar un vuelo, la más complicada es tomar un par de lanchas que bordean la Comarca Guna Yala.

Después de reflexionarlo, me decido por lo complicado.

*El 15 de agosto de 2022, José Ignacio De Alba emprendió un camino de miles de kilómetros en busca de las historias de una América latina inexplorada: la de sus márgenes y sus periferias. El viaje arrancó en Belice, nuestro pequeño y extraño vecino del sur. El objetivo es llegar a Ushuaia, la ciudad más austral del continente, a través de veredas y rutas olvidadas, donde se pueda contar la vida cotidiana de la gente común. En este espacio iremos publicando las historias que irá encontrando…

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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).