El canal que partió América en dos

12 noviembre, 2022

La obra de ingeniería del Canal de Panamá es una de las más impresionantes del mundo. Quizá es una de las obras que exponen con más claridad cómo el capitalismo necesita del conocimiento científico para desplegarse

@ignaciodealba

Desde que se “descubrió América” (como le gusta decir a los colonizadores) resultó necesario partir el continente para hacer accesible la costa occidental. El precursor de la idea fue Carlos V quien ordenó: “os mando que tomando personas expertas veáis que forma habría de darse para abrir, dicha tierra y juntar ambos mares”.

En un principio, la urgencia del imperio español consistió en volver más accesible las ricas minas de Perú. Pero la campaña urgida por el rey no tuvo éxito.

Un intento mucho más certero fue el de los franceses, quienes ya habían abierto el Canal de Suez, que une al mar Mediterráneo con el Mar Rojo. Ferdinand de Lesseps, se propuso repetir la hazaña de Egipto y abrir un canal artificial en Colombia, en el Departamento del Panamá. La campaña francesa fue feroz, más que una simple obra de ingeniería se trató de una carrera por dominar el comercio mundial. Estados Unidos ya entonces sondeaba hacer la brecha en Nicaragua o por el Istmo de Tehuantepec, en México.

Los franceses iniciaron la construcción en 1880, pero partir el desierto de Suez no es lo mismo que zanjar la selva palúdica. Veinte mil personas murieron por la malaria, disentería, fiebre amarilla y las alimañas. El peso de la muerte recayó con severidad sobre los negros afroantillanos, que trabajaron como esclavos para cavar el canal. La campaña francesa se hundió en el fango.

En ese entonces, el proyecto en el Istmo de Panamá no era atractivo para los estadounidenses; la opinión pública estaba más atraída en abrir una vía fluvial en Nicaragua. Pero Jean Bunau Varilla, quien tenía acciones en Panamá, logró persuadir a Theodore Roosevelt y al Senado con estampillas del volcán Momotombo, en Nicaragua.

El hombre les hizo creer que era un error construir una obra tan estratégica cerca de un volcán.

La habilidad de convencimiento de Bunau-Varilla no tiene precedentes en la historia. Un solo hombre, movido por sus intereses, logró cambiar la partidura de América.

Pero la injerencia de este personaje digno de una novela no terminó ahí. Bunau Varilla se encargó, personalmente, de auspiciar la independencia de Panamá.

La historia es así: Durante la construcción del canal, Estados Unidos no quería que la discordia entre conservadores y liberales colombianos comprometieran el proyecto. Más aún, Roosvelt quería asegurar el dominio sobre la trocha.

Así que, para lograr un canal, hubo que hacer un país: Panamá.

El gobierno estadounidense apoyó al doctor Manuel Amador Guerrero para que concretara el Plan de Independencia. A través de Bunau Varilla, el revolucionario recibió dinero y apoyo de Estados Unidos.

Suena enfadoso, pero la revolución panameña se gestó en la habitación 1162 del Waldorf Astoria de Nueva York.

La declaración de Independencia, el plan de defensa y el primer discurso como presidente de Amador Guerrero salieron del histórico hotel. Incluso, al nuevo mandatario le entregaron en esa suite la que sería la bandera de Panamá, pero al llegar a su casa su esposa confeccionó un diseño mucho más sentido y menos inspirado en la bandera estadounidense.

Aún se dice con ironía que “en Panamá no hubo cañonazos, hubo billetazos”. Este país fue hecho a la medida de los intereses de Estados Unidos. Mas que una nación hecha por revolucionarios, fue una patria hecha por gestores.

La obra de ingeniería del Canal de Panamá es una de las más impresionantes del mundo. Quizá es una de las obras que exponen con más claridad cómo el capitalismo necesita del conocimiento científico para desplegarse. Por ejemplo, en el casco antiguo de Panamá existe un medallón dedicado a Carlos J. Finlay, el médico cubano que descubrió en los mosquitos el vector de enfermedades que diezmaron a los trabajadores del Canal.

Antes de Carlos J. Finaly la gente no entendía si las muertes eran causadas por los ¿vapores de la tierra removida? ¿la suciedad? ¿la promiscuidad? Pues J. Finaly encontró que en realidad eran los insignificantes mosquitos. En su medallón se expone: “sin este descubrimiento que hizo posible el saneamiento de zonas tropicales la gran obra del Canal de Panamá no habría podido hacerse”.

Desde 1914, el Atlántico y el Pacifico quedaron artificialmente unidos. El Canal le generó ganancias multimillonarias a Estados Unidos, mientras que Panamá recibió -por decir lo menos- cacahuates. Pero si Panamá nació en un hotel, un movimiento estudiantil lo convirtió en algo. El 9 de enero de 1964 un grupo de estudiantes entró al territorio estadounidense de la Zona del Canal con la bandera de Panamá para izarla. Los oficiales respondieron con violencia, la trifulca entre pobladores y autoridades dejó un saldo de una veintena de muertos.

El evento abrió las puertas para el tratado Carter-Torrijos, en donde se acordó la gradual devolución del Canal a los panameños.

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).