“Sin salsa no hay paraíso”

18 febrero, 2023

Colombia es tierra de juglares, músicos y bailarines. No hay otro país en América que venere tanto a la música, ni que la oponga en resistencia al dolor y la guerra. Aquí, el cencerro, la maraca, los timbales y la conga sintonizan la balada feliz de una nación que rehuye a la tragedia que la persigue

Texto y fotos: José Ignacio De Alba

CALI, COLOMBIA.- Desde la primera vez que visité Colombia me sobrecogió su derroche festivo. Llegar a este país de bailadores es intimidante para la gente que no sabe bailar, como yo.

En este viaje llevo mi arritmia y mis patas de palo a la capital mundial de la salsa: Cali. Hace menos de dos años, esta ciudad fue protagonista de una de las represiones estatales más duras de este siglo en Sudamérica: la respuesta del gobierno del expresidente Iván Duque al Paro de 2021, que no sólo echó atrás su reforma tributarias, sino que terminó por derrumbar a la oligarquía que mantuvo el poder en Colombia durante los dos siglos de vida independiente.

Regreso a Colombia, después de estar un mes en Ecuador, en esta viaje al Ushuaia que ha tomado un camino de zigzag. Son los días previos al Paro Nacional que han convocado las élites contra otra reforma tributaria, la del presidente Gustavo Petro, que va en el sentido contrario de la de hace dos años; días complejos para el primer gobierno popular que ha tenido este país marcado por la guerra.

Nada de eso parece importar en las noches de baile en Cali. Pero sí importa: porque en Colombia, el baile también es resistencia.

30 de enero de 2023

Día 169.

Esta es la tercera ciudad más grande de Colombia, pero su ubicación geográfica la convierte en un receptáculo de los ritmos del Pacífico. La costa se encuentra a solo 100 kilómetros de distancia. A esta capital del Departamento Valle de Cauca llegan los costeños atraídos por oportunidades de trabajo, pero traen en la maleta instrumentos y en la memoria bailes. La música es la rebeldía al desarraigo.

En Cali, los músicos se vuelven próceres. Una de las plazas más importantes de la ciudad está dedicada a Jairo Varela, compositor fenomenal y fundador de Grupo Niche, quizá la agrupación salsera más importante del mundo (Eres el beso en las mañanas despertándome / Susurrando al oido: Está listo el cafe). El templo de Jairo Varela, se distingue por un conjunto de trompetas gigantes. El lugar honra a su ídolo cuando la plazoleta se vuelve pista de baile, noches sin fin al son de gotas de lluvia.

En este lugar, dicen, las suelas pican.

La salsa afuera de la Topa Tolondra, en Cali. Foto: José Ignacio De Alba

1 de febrero

Día 171.

Llego mal preparado, con botas de campismo, más aptas para subir cerros que para brillar en una pista de baile. En la primera clase de salsa me descalzo y me arriesgo. (Le tengo miedo al mar, pero navego […] no soy el sol que quema, pero caliento).

No tengo patas de palo, más bien descubro que son un par de mangueras que se anudan sin remedio en los pasos básicos. La primera clase, entre primerizos, quedo rezagado en piruetas. Un tronco muerto, traspiés en los cambios, velocidad en las pausas, intervalos quebrados, balance sin ritmo, dos manos izquierdas, codazos accidentales, parejas desencantadas, reclamos en vez de música. El punto crítico: “José, estás dando vueltas volteadas”. Sudo en el espeso clima de humedad. Larga noche de frustraciones.

2 de febrero

Día 172.

Una extranjera que evidentemente no atestiguó mi primera clase de baile me explica que los latinoamericanos bailamos muy bien y que “llevamos la música en la sangre”. No quiero responder ni bailar frente a ella. Hay estereotipos que importan.

Hubiera abandonado las clases de baile si no hubiera encontrado una pareja que bailara igual de mal que yo. Nos encontramos como si nos estuviéramos esperando. La siguiente imagen ayuda a entender cómo se tendieron puentes: Un día bajamos una larga escalera y los dos tropezamos, cada uno por su lado. Suficiente muestra de torpeza para acabar juntos en un país de bailarines.

Las clases se volvieron divertidas. Por las noches, cuando no logramos seguir el ritmo acabamos bebiendo cerveza. (Y no podría decirle otra cosa, si la veo, que la extraño).

7 de febrero

Día 177.

—¿Por qué Colombia tiene una conexión tan intensa con la música?

La pregunta se la llevo a Alejandro Ulloa, un erudito del tema que ha escrito libros y es maestro en la Universidad del Valle.

—La riqueza musical de Colombia está relacionada con una herencia histórica, social, cultural, que viene de tres grandes matrices: la matriz europea, sobre todo por la vía de España; la matriz africana, teniendo en cuenta que en Colombia hubo esclavitud; y la matriz indígena, que es quizá la menos fuerte de las tres—, explica el salsólogo.

Pero esas tres combinaciones cambian su influencia dentro del territorio colombiano. Por ejemplo, en la costa Caribe predominan instrumentos indígenas, con música de origen negro: se produce la gaita, la cumbia, el porro, el mapalé.  Por su lado, en el Vallenato prevalecen elementos indígenas, pero echan mano de instrumentos europeos, como el acordeón traído a Colombia por contrabandistas desde Alemania.

La música es una amalgama sin purezas: en el Pacífico pesa más las herencias africana y española. Hacia los Llanos Orientales lo hispano e indígena. Las fronteras melódicas son fluidas, una mezcla viva. Los ritmos derivan en nuevos géneros y complejos. La música es el catalizador de la diversidad.

El maestro define la salsa como una “mezcla de mezclas”, tan diversa que rompe la producción por género. Es una yuxtaposición de figuras rítmicas, de movimientos melódicos, de estructuras armónicas y hasta variaciones en sus cantos. La definen los vientos metálicos, el protagonismo de sus trombones al ritmo de música cubana o hasta el jazz. Tiene la estructura de la clave, entre el son y la rumba. Un poco danzón, un poco guaracha, algo de guaguancó, mambo y chachachá.

Calle cerrada por una verbena popular en Cali.

Ulloa estudia una pieza de salsa con la misma minucia que un arqueólogo excava capas históricas hasta revelar el significado de una vasija. De Son cepillado con minue, por ejemplo, explica:

—Esta canción empieza como una contradanza francesa, traída por los franceses a Haití y llevada por los haitianos a Cuba y por los ingleses en el siglo XVIII. Entonces, al mismo tiempo esa canción, ese fragmento que remite a esa contradanza está remitiendo al siglo XIX y luego te hace un corte y te introduce a un tres con un sonido típico cubano de los años 30 y luego te mente un trombón y unas trompetas de los años 70, hasta desarrollar un sonido más contemporáneo. En cada sección y fraseo hay referencias a distintas temporalidades históricas.

La música nos delata, somos por definición mixtión. La salsa nació en los 70 de la mano de la diáspora caribeña en Nueva York. En un periodo de renovación, de nuevos comienzos, cuando las normas fueron cuestionadas por una generación que se hizo notar. La lucha por los derechos civiles, el feminismo, la revolución sexual. Amor y paz. Un mundo expectante de la Revolución Cubana, la Unión Soviética, Vietnam, el mayo francés, 1968. Todo estaba impregnado con eso nuevo, una cultura juvenil que tomó las universidades, la literatura, la moda, las drogas, la televisión, la música. En la misma década nacieron el rock, el bossanova y la salsa.

Le pregunto a Ulloa si considera que la salsa forma parte de un movimiento de contracultura

—En cierto modo, aunque no lo fue de manera explícita. Pero se fue dando a través de la letra se narraban otras historias, de la vida cotidiana, del barrio. Se contaban otras historias que no eran anglosajonas, se reivindicaban otros valores como la condición étnica del negro, de la negra. Se denunciaban los azotes de la esclavitud, se invocaba a la paz frente a la guerra de Vietnam. Se reivindicaba un sentido de justicia, aunque también se agenciaban ciertas formas de violencia, sobre todo de violencia patriarcal contra las mujeres.

La salsa se trasplantó a Colombia, a través de músicos como Ricardo Ray y Bobby Cruz, peroestos ritmos fueron rechazados por las clases medias y altas porque los asociaron con la negramenta, con el populacho. De a poco, el barrio, la salsa y el baile se convirtieron en los pilares de la sociedad caleña. De alguna forma la salsa es un murmullo de rebeldía, como escribió el novelista Andrés Saicedo en ¡Que viva la música!: estos ritmos se insubordinan a “sufrir me tocó esta vida” y, en cambio, propone un “agúzate, que te están velando”.

—Me impresiona ese desdoble que tiene Colombia, una resistencia a su historia de violencia.

—Yo creo que también la música es una especie de catarsis por todo ese dolor provocado por la violencia y llevarlo al baile. El baile de la salsa es un ejercicio de libertad, el cuerpo se libera, se arrebata, se suelta.

—En México tenemos también una historia que ha sido muy violenta, pero nos ahogamos en penas. ¿Por qué Colombia logra liberarse de ese estado de ánimo?

—Yo creo que pesa mucho la herencia africana, el tambor, la sensibilidad del negro. A pesar de que, si alguien tiene motivos para haber sido melancólico y doloroso, por la esclavitud, es el negro. Pero siempre existió la voluntad de resistir a la esclavitud a través del tambor y el lenguaje de los tambores.

10 de febrero

Día 180.

En Cali pasa algo que yo no he visto en ningún otro sitio: algunos días a la semana hay calles que son convertidas en pistas de baile; se cierra el tránsito de vehículos y la gente sale a bailar, como si solo de eso se tratara la vida.

Hay bocinas que instala algún vecino o expendedor de cerveza, pero ni siquiera una sola música logra imponerse. Otros pobladores y participantes asisten a la verbena cargados de instrumentos y bocinas. Cualquiera agarra un cencerro y hace eco de la fiesta popular. Me parece que, si la democracia pudiera representarse en algo, sería estas calles del centro de Cali tomadas para bailar.

Aquí se baila entre humaredas olorosas de chorizos y empanadas, la cerveza corre de boca en boca, el aguardiente dulzón ayuda a liberar los cuerpos. Todo pierde sentido de pertenencia, los ladronzuelos astutos, robando celulares y parejas de baile. La música libera su energía, la magia del caos. 

El zapateo eufónico, la danza elegante que se convierte en explosividad romántica. Las zapatillas que no paran de moverse, las piruetas y lances, el cortejo que se persigue en la destreza de pases. La sintonía de cuerpos, las sonrisas que se insinúan. 

Pero estas calles tomadas son algo nuevo, una respuesta espontánea de rebeldía. Surgieron desde el Paro Nacional de 2019, y luego el de 2021, cuando el gobierno de Iván Duque endureció medidas económicas y sociales contra la población. En tiempos de covid la gente salió a reclamar a las calles. En Cali, la gente protestó por las tardes y en las noches organizó verbenas. Con una represión policial insospechada, casi un centenar de personas fueron asesinadas en las protestas; decenas de jóvenes fueron mutilados. El descontento impulsó el triunfo de Gustavo Petro.

Pero los caleños siguen arrebatando las calles por las noches, para bailar y sugerir rebeldía. En una pared de Cali encuentro una graffiti de las protestas, con una frase que pregona el grupo salsero El Gran Combo: “Sin salsa no hay paraíso”.

Me cuentan que los pasos de baile de salsa son cortos porque heredaron las danzas de los esclavos, que solo podían moverse con libertad en el espacio entre grilletes. Aun entre cadenas se puede bailar.

*El 15 de agosto de 2022, José Ignacio De Alba emprendió un camino de miles de kilómetros en busca de las historias de una América latina inexplorada: la de sus márgenes y sus periferias. El viaje arrancó en Belice, nuestro pequeño y extraño vecino del sur. El objetivo es llegar a Ushuaia, la ciudad más austral del continente, a través de veredas y rutas olvidadas, donde se pueda contar la vida cotidiana de la gente común. En este espacio iremos publicando las historias que irá encontrando…

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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).