Ecuador: un país de latitudes y cumbres

21 enero, 2023

En Ecuador pasa una línea imaginaria: la línea de la mitad del mundo. Es el punto medio entre el norte y el sur de la tierra. Un país que cabe en el estado de Chihuahua es, además, una escalada de la geografía: Los Andes se desprenden escabrosos hasta llegar al Chimborazo, el punto del planeta más cercano al sol

Texto y fotos: José Ignacio De Alba

RIO BAMBA, ECUADOR.- Si América Latina fuera un cuerpo, su columna vertebral serían Los Andes, la cordillera más larga del mundo. Este espinazo nace en el estrecho de Magallanes y recorre 8 mil 500 kilómetros hasta Colombia y Venezuela. Nadie la cuenta a completitud, ni se atreve. Los pueblos andinos configuran unas de las zonas culturales más importantes del planeta.

La geografía, que se presenta impenetrable para unos, se convierte en refugio para otros. Las montañas han cobijado a muchos pueblos que lograron sobrevivir a guerras de conquista y consolidación de Estados. En esos términos, Los Andes también son una zona de resguardo. Ecuador conserva, por ejemplo, algunos de los métodos de partería más viejos del continente.  

Para esta parte del viaje me acompaña mi madre, con ella acuerdo recorrer el país. Cuando llega, el viaje toma una velocidad de tres kilómetros por hora (no es hipérbole).

22 de diciembre de 2022

Día 130.

Mi madre piensa que uno de los inventos más destacados de la humanidad son los tapetes de baño. Durante el viaje, se congratula cuando algún hostal tiene el detalle de tenerlos. Cuando no hay tapete, hace lo posible por improvisar uno y se me conmina a usarlo. También piensa que las tapas de los excusados manifiestan cosas. Por ejemplo, un día que utilicé el baño, concluyó: “hace tiempo te desacostumbraste a vivir con mujeres”.

Sin embargo, a ella le parece completamente natural comer frutas desconocidas que encontramos en la selva o allanar propiedades privadas cuando se asoman unos arbustos floreados. Mi mamá es una persona que encuentra la belleza en los sitios menos oportunos.

Tomamos un par de autobuses rumbo al pueblo de Cotacachi, a las faldas del volcán del mismo nombre. En Ecuador, las montañas son taitas y mamas, abuelos y abuelas: Son sitios de refugio, lugares que proveen.

Cuando Alexander Von Humboldt viajó por estos lugares, se quedó con esta impresión: «Los ecuatorianos son seres raros y únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes «.

Pero el cataclismo no llega y la gente vive tan serena. Es un país no apto para catastrofistas.

Los autobuses avanzan con dificultades para entreverse entre las montañas andinas. Por las ventanillas, el paisaje ofrece latitudes increíbles: de pronto, picos nevados; otras veces, montañas de tierras rojas y sembradíos verdes. La tierra es nutritiva, pero la altura reduce la variedad de siembra. La papa, como ningún otro alimento, es apto para sitios extremos; un salvavidas de la agricultura.

Millones de europeos sobrevivieron a hambrunas gracias a la papa, tan andina.  Por eso, en Alemania se construyó una estatua en memoria del pirata Francis Drake. El inglés fue retratado con una planta de papa en la mano y en la placa dice: “Sir Francis Drake diseminador de la papa en Europa en el Año de Nuestro Señor 1586. Millones de personas que cultivan la tierra bendicen su nombre imperecedero”.

23 de diciembre de 2022

Día 131.

Arribamos a Cotacachi, el lugar donde vive Marta, una partera tradicional kichwa.

Marta nos da la bienvenida en su casa y acompañamos a su mamá, Luzmila Morán, a las labores del campo. La mujer, de 56 años, va a limpiar el maizal. Pero a Luzmila no le gusta hablar si no le ayudan mientras trabaja, así que la acompañamos a pelar monte.

Luzmila es una mujer del campo, apenas al alba ya está manteniendo sus huertas y animales. En el vergel bien vigilado la mujer siembra plantas medicinales, muchas de ellas las utilizan ella y su hija para su trabajo como matronas.

Luzmila nos cuenta que cuando su partera le hacía los controles del embarazo le enseñaba cómo revisarse, a conducir al bebé, a cortar cordón, los cuidados de posparto y vigilancia del lactante. La matrona era de su comunidad, atendía sus dudas en kichwa. Incluso, en vaticinios le decía el carácter que tendrían sus hijos, los cuales quedaron confirmados con el paso del tiempo.

Un día, la matrona le dijo a Luzmila: “Yo no voy a poder vivir toda la vida, necesito que tú aprendas”.

Entonces le delegaba no solo el trabajo de sus futuros hijos, también el cuidado de otras embarazadas de la comunidad. Luzmila no sabía que la partería era un oficio perseguido por el gobierno ecuatoriano. De forma clandestina se dedicó a ayudar a otras mujeres de Cotacachi.

Desde el siglo XX, cuando la medicina occidental se consolidó en la atención de la población, otras formas de conocimiento fueron desacreditadas y perseguidas. Luzmila no recuerda cuántas compañeras matronas fueron encarceladas -tampoco hay datos-, pero asegura que la cárcel fue un modelo de disuasión para las médicas tradicionales.

Mientras escuchamos a Luzmila pienso que una de las transformaciones sociales más importantes de la humanidad ha sido el desmantelamiento de las comunidades locales y su sustitución por el Estado, y lo que es peor: por el mercado.

Me explico: durante miles de años los humanos vivimos en comunidades pequeñas: si alguien necesitaba un préstamo pedía a sus vecinos; si alguien robaba acudía a la propia comunidad para resolver el conflicto; si necesitaba un médico pedía el servicio de algún conocido. Claramente esto tenía sus limitaciones, aunque logró que la vida fuera posible a través de la cooperación.

Pero con los años, el Estado y el mercado han sustituido estas redes de cooperación. Son los que han mediado, incluso, se han beneficiado de nuestras necesidades. El cuidado y la vida son administrados.

Aunque en Cotacachi aún se defienden los lazos comunitarios. Con la persecución del ministerio, las parteras trabajaron en clandestinidad. Pero los conocimientos se siguieron trasladando de una generación a otra, como quien enseña un arte prohibido. Luzmila de a poco le ha pasado la batuta a su hija Marta, quien me explica que aún hoy muchas mujeres prefieren decir que tuvieron el parto solas, para no delatar a sus matronas.

¿Por qué en ese estado de persecución las mujeres siguen optando por ir con parteras? — pregunto a Marta.

— Porque es una forma diferente de tener a sus hijos. Nadie las presiona, nadie les está metiendo el dedo cada cuatro, tres horas, para saber si están dilatando. No usamos protocolos, que la propia OMS ha criticado, como la episiotomía. Trabajamos en casa, está la familia, el esposo, el papá, la mamá, quien quiera ella. También (la mujer) está en su ambiente, nadie la está mirando con mala cara, nadie la está juzgando, nadie la está apurando.

Marta asegura que la medicina occidental ha fallado en brindar un espacio en que la mujer se sienta segura, lo que, paradójicamente, provoca complicaciones en el parto. “Hay una deshumanización del trabajo, ¿cómo vas a dejar que te toque alguien que ni siquiera te mira a los ojos? Es el mismo sistema de salud que hace que las mujeres no quieran ir al hospital”.

Marta forma parte de la Unión de Organizaciones Campesinas e Indígenas de Cotacachi, una agrupación que lucha contra la pobreza y el racismo en un país donde un tercio de la población vive con menos de tres dólares al día y que tiene el segundo lugar de desnutrición infantil en América Latina (después de Guatemala). Aquí hay poco más de un millón de pobladores que pertenecen a 14 naciones indígenas, la mayoría habita en esta región andina.

“La organización de sanadoras ancestrales es fundamental para defender lo que hacemos”, dice Marta, quien aboga por un “diálogo honesto de saberes” entre la medicina occidental y los conocimientos de las comunidades. Las parteras de Cotacachi lograron, por ejemplo, que el hospital de la zona instalara una sala de parto de libre posición, lo que, “no beneficia solo a las mujeres indígenas, sino a todas las mujeres, que pueden optar por esta forma”.

Marta me cuenta que la persecución a las parteras continúa, pero ya no suelen judicializar los casos. “Ahora quieren convertirnos en empleadas del sistema”.

La escucho y ya no me parece extraño que estos pueblos andinos hayan puesto en jaque al gobierno nacional tantas veces. La última, con el Paro Nacional, apenas hace seis meses.

25 de diciembre de 2022

Día 133.

Pasamos el 24 de diciembre con Marta y su familia, quienes además celebran el cumpleaños de Luzmila. Con pollo, arroz, rebanadas de pastel y una mesa rodeada de hijos y nietos festejamos a la matriarca.

Después de la cena y de brindar con sidra bailamos en la sala, donde destaca un retrato del Che Guevara. Con curiosidad nos pidieron poner música mexicana para abrir pista. Después de un momento de titubeo puse a los Armadillos de la Sierra.

“¿Cómo se baila eso?”, preguntaban. Y yo, que francamente no sé bailar, me puse a dar brinquitos frente a mi mamá, que era mi pareja. El público quedo convencido y me siguió el paso.

Luego, los kichwa pusieron música tradicional ecuatoriana y bailamos hasta cansarnos.

30 de diciembre

Día 138.

Ecuador se jacta de estar en la mitad del globo, aunque en el interior del país no hay consenso sobre el lugar exacto donde se ubica la línea ecuatorial. El turista inocentón acabará en un museo-tienda llamado “Mitad del Mundo”.

Dicho sitio se encuentra a unos 13 kilómetros al norte de Quito. En el siglo XVIII el gobierno francés desembolsó una buena cantidad de dinero para la expedición geodésica que dio con esta supuesta mitad, donde se construyó un monumento y con el tiempo se volvió en un bazar infumable. Sobre el piso se pintó una línea y la gente juega a tomarse fotografías en el norte o en el supuesto sur.

Pero la invención del GPS puso las cosas en su lugar. Según el aparato satelital la latitud 0º 0′ 0″ se encuentra a cientos de metros del gran monumento, en la loma árida del Cerro Catequilla. El hecho fue verificado por una expedición militar del gobierno ecuatoriano. Supongo que nadie estaba dispuesto a cambiar la sede del museo Mitad del Mundo, menos cuando en realidad se trata de un costoso centro comercial al que acude medio millón de turistas al año.

El Cerro de Catequilla sigue pelón y abandonado, aunque tiene una historia enigmática. En esta mitad exacta, por llamarla de algún modo, hay unas ruinas prehispánicas. Se sabe que el montículo y las piedras fueron ocupadas en ceremonias por la cultura de los quitus, que fueron avasallados por el imperio inca y después por los conquistadores españoles. El lugar está en abandono total.

¿Será que habitantes de hace más de mil años encontraron la mitad entre el norte y el sur terrestre? El enigma.

Mi madre y yo nos dirigimos hacia el museo Mitad del Mundo y encontramos un montón de tiendas. Bastó llegar a la entrada para que no quisiéramos conocerlo. Sondeamos la posibilidad de ir a Catequilla, pero ir al cerro pelón resulta caro porque es necesario llegar en taxi. Además, resolvimos que la línea invisible se encuentra también en la carretera que estábamos. Así que tan pronto como llegamos, nos fuimos.

Pasamos la mitad del mundo sin aspavientos ni fotografías de recuerdo. De nuestro lado derecho un bazar, del lado derecho Catequilla solitario.

7 de enero de 2023

Día 146.

Recibimos el año en Mindo y descansamos en uno de los reservorios de aves, mariposas y orquídeas más importantes de Ecuador. Nos tocó ver un par de tucanes, cientos de colibríes y miles de mariposas. Durante días nos dedicamos a caminar en la reserva, nadar en cascadas y ríos.

Ecuador es el país del mundo con más ríos por kilometro cuadrado (unos ocho por cada mil metros). Es un país de agua. Los Andes son un escurrimiento perpetuo. Una geografía de volcanes inundados por lagunas. Quilotoa, la más impresionante.

Mi mamá se fue de Ecuador este sábado, con una bolsa con tierra de algunos lugares que visitamos. Ella es una coleccionista consolidada, guarda tierra de todos los sitios a los que va. A veces también conserva hojas secas, plumas, piedras y hasta animales muertos en frascos con alcohol (lo que siempre me ha parecido repulsivo).

10 de enero

Día 149.

Decidoir a la montaña más alta de Ecuador. Planeo levantarme a las cinco de la mañana y salir en el primer autobús hasta la entrada del parque. Pero consigo levantarme a las 10 y resuelvo cambiar el orden de prioridades: si voy a ir a la montaña, lo mejor que puedo hacer es almorzar bien. Ya comido, me subo a un camión que me deja en un páramo helado.

Chimborazo es la montaña más alta de Ecuador, pero también se podría decir que del mundo. La gente de aquí lo sabe: el monte Everest, en la cordillera del Himalaya, mide 8 mil 849 metros sobre el nivel del mar; Chimborazo, 6 mil 223. Bajo ese criterio, el gigante ecuatoriano no resulta de relevancia. Pero como planteó Newton, la tierra está achatada en sus polos. Lo que significa que la distancia entre el centro del planeta y el ecuador es más larga que en otras partes. Bajo ese criterio, Chimborazo es la montaña más alta y el punto más cercano al sol desde la Tierra.

Un arco de madera da la bienvenida al parque nacional de Chimborazo, pero el guardia de la entrada no me quiere recibir. Dice que son las dos de la tarde y que el parque ya cerró. El hombre se ve enojado, con frío y cansado, así que pongo mi mochila frente a la puerta y despliego la ofensiva sin dramatismo “Entonces ¿dónde voy a dormir?”.

Me deja entrar después de hacerme firmar unos formularios con información básica que dará cuenta a los rescatistas de quién fui en vida.

Tengo suerte y consigo raid en una pick up que justo va a subir hasta el primer campamento base, a unos siete kilómetros. Apenas dejamos el páramo helado y la camioneta anda entre nubarrones blanquísimos. Empieza a nevar y yo quedo azorado: en el soleado Ecuador estoy en un lugar que se asemeja a la Antártida.

El espejismo muere cuando encontramos vicuñas pastando. Llegamos hasta el campamento base Carrel, una pequeña construcción con dormitorios compartidos y cocina. Me instalo en un cuarto lleno de alpinistas, todos están acostados en sus literas.

Sorprendido por un ambiente de tosidos y moqueos decido aprovechar el restó de día para caminar. A cada paso se hunden mis botas (la nieve tiene unos 10 centímetros de espesor). Lo primero que me encuentro es un memorial de personas que se extraviaron para siempre en avalanchas o accidentes en la montaña y caigo en la cuenta de que no estoy midiendo bien los peligros. Sigo mi caminata con cuidado de no salirme del sendero. Perderse en estos fríos es ir a morir.

El Chimborazo ha hechizado a quien lo ve. Algunos personajes históricos lo intentaron subir. El primero fue el naturalista alemán Alexander Humboldt -un obsesionado de los volcanes-. En 1802 escaló con un montón de aparatejos científicos y con equipo rudimentario. En su escalada paró cada 100 metros para medir los componentes del aire, estudiar la formación de la tierra, cuantificar la altitud, temperatura y hacer un registro sobre los colores del cielo. Humboldt llegó hasta los 5 mil 700 metros, cuando una enorme grieta le cortó el paso.

A partir de ahí, Humboldt fue consciente de que la naturaleza es un ente interconectado, que la altitud y las temperaturas influyen de formas parecidas a todos los seres vivos. El Chimborazo quedó retratado en el famoso “Naturgemalde”, una relación de plantas que pueblan en altitudes similares, aunque en partes distintas del mundo.

Fue a partir de los dibujos de Humboldt que Simón Bolívar conoció y se obsesionó con el Chimborazo. EL libertador llegó hasta el glaciar del volcán. De esa expedición escribió el poema “Mi delirio sobre el Chimborazo”:

«¡Sí podré! y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí que me parecía divino, dejé atrás las huellas de Humboldt empañando los cristales eternos que circuyen el Chimborazo.”.

El paisaje del Chimborazo es blanco y sobrecogedor, de una soledad angustiante, pero también muy hermoso; un sitio inhóspito y rocoso.

Mientras pienso en eso escucho unos pasos detrás de unos montículos. De a poco se descubre la figura de un montañista. El hombre parece astronauta; lleva un traje de una pieza que le cubre todo el cuerpo; en los pies unas botas especiales y sobre la nariz unos lentes negros deportivos. Parece sorprendido de verme en mi caminata.

“No te salgas del sendero y te regresas en cuanto llegues al segundo campamento base. No vayas más allá, hay mucha nieve”, advierte.

Poco después encuentro el refugio Whympler (a 5 mil 100 metros sobre el nivel del mar). Aunque estoy relativamente cerca, no logro ver la cima. Está nuboso. Regreso al primer campamento base, como perseguido por la tormenta de nieve.

Platico con un montañista estadounidense, a quien envidio por ir a la cumbre. “Yo ya no estoy seguro de querer hacerlo”, responde, y creo que detrás de su risa se esconde algo de verdad.

Ni siquiera come su porción entera de cena, me cede sus papas a la francesa y dice que se siente mal. Lo trato de animar, comiendo su platillo y el mío, pero no puedo decir algo más tonto que “ánimo, todo está en la cabeza”.

Cuando la gente sube a estas alturas la falta de oxígeno empieza a provocar fallas en todos los órganos. Aunque ya lo sabía, nunca lo había vivido.

Hay quienes padecen más y hay quienes lo sobrellevan, sobre todo si han vivido en sitios altos. También existe la posibilidad de que si uno no está muy informado de lo que le espera esté menos predispuesto a sufrirlo, (de esto no hay prueba científica, pero sospecho que es mi caso).

Nos vamos a dormir, él con la preocupación de que a las 11 de la noche iniciará su caminata hacia la cumbre; yo con la felicidad de quedarme acurrucado toda la noche. Pero no será una noche tranquila. A punto de entrar en un sueño profundo, mi vecino de cama me despierta: “No puedo respirar”, dice.

El resto de la noche camina dentro del cuarto, como zapateando en la duela. Imposible dormir. Por la ventana se ve una borrasca tremenda; los coches están sepultados por la nieve.

11 de enero

Día 150.

La falta de oxígeno mella físicamente a las personas del refugio. Hay gente vomitando, con diarrea, o que incluso se desorienta. En cuanto sale el sol, uno de los alpinistas decide acabar con el mal de altura caminando en medio de la tormenta. Una decisión estúpida, que nadie rebate.

El estadunidense que salió a las 11 de la noche regresa antes del amanecer. Su escalada fracasó por la nieve y solo pudo llegar hasta Whymper, donde pasó el resto de la noche.

Todas las escaladas de los días siguientes quedan canceladas por peligro de avalanchas. Nos advierten que si no partimos ahora es probable que tengamos que permanecer varios días en el refugio. Así que emprendemos el regreso. Pero el camino está colmado de nieves que dificultan nuestro descenso. La camioneta patina sobre el hielo y en varias ocasiones está a punto de salir del camino.

Un guía me explica que el calentamiento global ha provocado que el clima del Chimborazo se vuelva impetuoso e impredecible. También, de pronto, lo suficientemente cálido como para derretir el glaciar, que se ha ido adelgazando con los años.

12 de enero

Día 151.

De vuelta a Riobamba descanso del mal de altura, que me afectó solo como un prolongado dolor de cabeza. En la ciudad me entero de la historia de Baltazar Ushca, “el último hielero del Chimborazo”.

El hombre dedicó gran parte de su vida a escalar el Chimborazo para recoger los hielos del glaciar, los cuales vendía por algunos dólares en el Mercado de la Merced. Los hielos de esta montaña eran vendidos en raspados de adulzadas frutas conocidos como “rompenucas”. Pero el oficio del hielero se acabó cuando fue sustituido por los congeladores.

Durante mi viaje por el país he visto al Chimborazo en varias ocasiones. Desde la lejanía se descubre entre las nubes imponente, con sus tres picos nevados. A veces, las montañas provocan encantamiento.

*El 15 de agosto de 2022, José Ignacio De Alba emprendió un camino de miles de kilómetros en busca de las historias de una América latina inexplorada: la de sus márgenes y sus periferias. El viaje arrancó en Belice, nuestro pequeño y extraño vecino del sur. El objetivo es llegar a Ushuaia, la ciudad más austral del continente, a través de veredas y rutas olvidadas, donde se pueda contar la vida cotidiana de la gente común. En este espacio iremos publicando las historias que irá encontrando…

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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).