Una luciérnaga llanera

6 mayo, 2023

Venezuela convirtió los viajes en autobuses en una enorme aventura. En un con la infraestructura carretera abandonada, los pasajeros se convierten en camaradas, los choferes se vuelven mecánicos, y el camino, un anecdotario de descomposturas, vacas muertas y retenes

Texto y fotos: José Ignacio De Alba

APURE, VENEZUELA. – Ser extranjero nunca fue tan difícil como en esta Venezuela postpandémica. Los pagos con tarjetas de crédito no son aceptados en muchos lugares y es imposible para un fuereño sacar dinero de los cajeros automáticos (las medidas económicas impuestas a este país impiden transacciones con bancos venezolanos). Así que el visitante debe llegar con todas sus previsiones de dólares en efectivo.

A mí se me acabaron los dólares que traía en los primeros días en Caracas. Un día un desconocido me pagó el desayuno cuando vio que estaba en aprietos con el pago con mi tarjeta. Y ya empezaba a caer en la desesperación, cuando llegó mi querida Daniela Pastrana, con la única consigna de traer dólares.

Apareció en la madrugada de un domingo. Teníamos meses sin vernos y nos abrazarnos con mucha felicidad. «Se está asalvajando con el viaje», me dijo alegre. Y luego, como quien olvida un calcetín, comentó que no le había dado tiempo de comprar dólares. Me quedé helado.

Daniela es una persona tan contreras que, sí se ahoga en un río, aparecerá río arriba, me dijo hace muchos años un conocido. Y, efectivamente, con ella puedo empezar una discusión por la mañana y seguir en las mismas sillas sin concluir nada ya bien entrada la noche. También es despreocupada y negligente para cruzar calles. Una impuntual sin remedio. Pero es una de las personas más consecuentes que conozco y jamás se le cierra un camino.

Encontró la manera de que una amiga que vive en Caracas nos prestara 600 dólares -una pequeña fortuna en un país donde el salario mínimo mensual es de 130 dólares-, mientras buscábamos una forma de hacer llegar dinero desde México (lo que nunca logramos). También nos llevó a desayunar y nos facilitó tanto las cosas que hizo posible nuestra estadía en la ciudad.

16 de marzo de 2023

Día 214.

Tomamos un autobús desde Caracas para ir a las fiestas de Elorza. Es un camino de poco más de 700 kilómetros, pero los pasajeros que van para allá llevan la llama de las festividades del llano. Llevábamos buen tiempo, o eso queríamos creer, para el día de San José (19 de marzo).

Poco después de iniciar el viaje, el autobús comenzó a refrenarse, tomamos una velocidad de 35 kilómetros por hora en una carretera tan oscuro como la boca de una cueva. El chofer apagó el aire acondicionado para no agregar carga al motor. De pronto estábamos en un baño turco. Habían pasado un par de horas de viaje y prácticamente seguíamos en Caracas. El conductor y su ayudante decidieron que vehículo necesita una reparación y pararon junto a unas instalaciones militares. El ayudante no paraba de acarrear cubetas con agua, como si el autobús se estuviera incendiando. Los pasajeros conversaban como si se conocieran. Las mujeres organizaron un motín afuera de la base militar hasta que las dejaron entrar, todas juntas, al baño.

Después de una hora retomamos el camino. A pesar de los militares aconsejaron no seguir el viaje de noche, el conductor hizo valer su autoridad y volvimos a la carretera lúgubre, donde en caso de avería no podríamos conseguir ni gota de agua.

En la noche, el flamboyante camión circulaba como el rey de los caminos. Tantas luces de neón lo hacían parecer una luciérnaga. El conductor puso canciones de enamorado y los pasajeros intentamos conciliar el sueño, a pesar de la música.

17 de marzo

Día 215.

El autobús avanzaba de madrugada en medio de la sabana. El sol comenzaba a sobreponerse en las grandes planicies. Yo iba perdido en el pozo de una lectura perturbadora.

De pronto, el chofer frenó abruptamente y los chirriantes frenos apenas mordieron las ruedas. Entre los gritos de las señoras se escuchó un mugido. Por la ventanilla ví una vaca volando.

El conductor orilló el camión y bajamos a mirar. El frente de nuestro transporte estaba dañado: parabrisas roto, faros quebrados y el parachoques destruido. A pesar de lo aparatoso, el motor aún marchaba.

El animal atropellado, en cambio, estaba muerto. Para mi sorpresa, la gente que viajaba en el autobús se entusiasmó de inmediato. De entre los pantalones guangos sacaron navajas y cuchillos. El cuerpo de la bestia aun estaba tibio cuando la gente se arremolinó para rajarse un buen tajo. Los más avezados cortaron una pata entera. Los más discretos se cargaron un par de kilos de carne. Montaron su presa en hieleras, bolsas y mochilas. Los llaneros dan poco espacio a la tragedia.

Volvimos al autobús cuando el grupo estuvo bien surtido. La gente comentaba recetas, estofados y asados legendarios; como pretendimos que sería este, una invitación abierta a organizar un asado criollo.

Pero la euforia duró poco. No habían pasado más de 15 minutos cuando llegamos a un retén militar y de nada sirvieron los alegatos: el botín fue confiscado. Después supimos que es tan precaria la situación económica del sector público que los militares solo reciben alojamiento, sueldo y armas, pero tienen que hacerse de su propia comida y transporte.

El viaje se había prolongado tanto que, cuando el conductor hizo una parada para desayunar, un grupo de pasajeros se fue derecho a una cantina y el camión tuvo que improvisar una parada en el bar para recoger al grupo, que volvió aprovisionado con ron y suficiente cerveza para emborracharnos a todos.

El chofer puso música llanera y joropos. Los borrachos no cabían de alegría y el estómago, que pedía un buen almuerzo, fue sometido con aguardiente. Veinte horas después de que salimos de Caracas llegamos a Elorza, la gran fiesta del Llano. Por las calles, aún vacías, entró la luciérnaga, apaleada por la vaca, pero aún digna y festiva.

20 de marzo

Día 218.

«Fuera de Caracas monte y culebra», dicen en Venezuela. En el sur del país, frontera con Colombia, se extiende la sabana, una región de naturaleza bravía que parece imprimir en sus habitantes esa aspereza. El escritor Rómulo Gallegos escenificó aquí su novela más célebre Doña Bárbara, donde se retrata ese conflicto entre la civilización y la barbarie que todavía parece imponerse en esta zona, la puerta de entrada hacia el Amazonas. Una región de vaqueros regios que celebran a su San José con músicas llaneras, asados criollos (carne en vara y picadillo llanero) y coleadas. La festividad más entrañable de la Venezuela profunda.

22 de marzo

Día 220.

Viajamos a San Fernando Apure y a Puerto Ayacucho, en la entrada del Orinoco. Venezuela es uno de los países más espectaculares de Latinoamérica, pero sus circuitos turísticos están muertos. En casi tres semanas que llevo en este país, la única extranjera que he visto es mi compañera de viaje. Quisiera quedarme más tiempo, conocerlo mejor. Pero los dólares se acaban y necesito estirarlos para llegar a Brasil.

24 de marzo

Día 222.

El tiempo se nos acabó demasiado pronto (y también los dólares prestados). En la estación de autobuses de Puerto Ayacucho dividimos la ruta: Daniela tomará un autobús de vuelta a Caracas, para regresar a México. Yo de aquí parto hacia la Amazonia, para embarcarme en un viaje hacia la región más ignota de América. Serán 72 horas de camino hasta Manaos. Contamos en dinero que nos queda y lo dividimos en partes iguales, conscientes de que tendremos que racionar la comida y de que probablemente estaremos incomunicados muchas horas.

Todos los camiones que hemos tomado en Venezuela se descompusieron en algún momento. También la escasez de gasolina retrasó varias horas alguna salida. La falta de caminos y puentes alargó distancias en viajes maratónicos. Los retenes militares precarizaron los viajes (puede haber hasta diez detenciones en 200 kilómetros). Una protesta de los “parientes”, como le dicen aquí a los indígenas, provocó otro retraso en Capanaparo.

Esta es la cotidianidad de millones de personas. Porque no todos los viajes terminan en fiestas. Hay quien recorre estos caminos con la urgencia de un hospital que no tiene camas o medicamentos. O por simple forma de escape de un país cada vez más difícil de sobrellevar.

*El 15 de agosto de 2022, José Ignacio De Alba emprendió un camino de miles de kilómetros en busca de las historias de una América latina inexplorada: la de sus márgenes y sus periferias. El viaje arrancó en Belice, nuestro pequeño y extraño vecino del sur. El objetivo es llegar a Ushuaia, la ciudad más austral del continente, a través de veredas y rutas olvidadas, donde se pueda contar la vida cotidiana de la gente común. En este espacio iremos publicando las historias que irá encontrando…

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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).