Ciudades en disputa

7 enero, 2023

El campo y la ciudad son modelados por el acaparamiento. La gente habita espacios, pero su derecho a construir futuro (autodeterminación) está roto. La batalla por los recursos no sólo está en el mundo rural. ¿Por qué los latinoamericanos, casi como ninguna región, nos movemos a las metrópolis?

Texto y fotos: José Ignacio De Alba

BOGOTÁ, COLOMBIA.- En Colombia se abren los caminos del continente. Debo afinar los criterios de viaje porque, como se dice, no hay vida suficiente para verlo todo. 

Antes de salir de México me propuse tratar de contar también las zonas urbanas, así que enfilo hacia el centro de Colombia, a las ciudades: Medellín y Bogotá.

Ana decide dejar el viaje como quien salta de un barco a medio camino. Se va con la premura que llegó. Después de la ventolina de alegría, el sentimiento de soledad será más hondo. 

Me concentro en las ciudades. ¿Cómo fue que nos volvimos citadinos? ¿Por qué los latinoamericanos, casi como ninguna región, nos movemos a las metrópolis? Colombia tiene respuestas…

8 de diciembre de 2022

Día 116.

Regreso a Medellín y a la Comuna 13, aquel barrio que fuera profundo y que vivió una terrible guerra urbana. Con los años esta zona se ha vuelto atractiva, un destino buscado por los visitantes ávidos de fotografiar grafitis y por la experiencia dique undergraud

Medellín es la segunda metrópoli más grande de Colombia, pero la ciudad está nutrida por una gruesa periferia. Cuando uno piensa en Ciudad de México, Buenos Aires o Sao Paulo normalmente refiere museos, monumentos históricos, catedrales, centros de recreo, mercados. Pero a la zaga de los emblemas, las chabolas, favelas y comunas son la densidad.

En apenas 50 años, los latinoamericanos nos volvimos urbanitas; hoy, 80 por ciento de la población de la región vive en ciudades. Pero los centros urbanos son también sitios de tensión y lucha por el territorio. La Comuna 13 es un ejemplo.

En un inicio, el orden público de la Comuna estuvo en manos de jóvenes que crecieron en esas colonias. Ellos se hicieron llamar Milicias Populares, tenían nexos con las guerillas: M-19, ELN y las Farc. Los barrios pobres del sector estaban sometidos al orden y justicia de estas guerrillas urbanas. 

Pero desde el año 2002, durante el gobierno de Álvaro Uribe, el Estado colombiano decidió intervenir por medio de una operación militar, acompañada de paramilitares, vinculados al narcotraficante Digo Fernando Murillo, Don Berna, considerado el heredero de Pablo Escobar. Un régimen duro y corrupto ambicionó cortar el fuego entre las rebeliones rurales y la ciudad.

Bajo la lluvia de Orión

El gobierno de Colombia realizó una serie de operaciones para tomar el control de la Comuna, dos de ellas destacaron por su violencia y despliegue: Operación Orión y Operación Marsical

La contundencia de las armas sometió a la población. La vida cotidiana de un barrio marginado se convirtió en escenario de una película bélica. 

“Era de no creerlo: helicópteros Black Hawk de la Fuerza Aérea Colombiana disparando desde el aire hacia nuestros callejones y casas. Se supone que querían atinarles a sus enemigos, los milicianos, pero nosotros teníamos nuestras casas ahí, en su campo de batalla”, narra Robinson Úsuga en su libro Muerte Bajo la Lluvia de Orión. 

El libro es una recopilación de crónicas sobre las víctimas de aquel conflicto. De pronto, el universitario que debía cruzar líneas de fuego para poder tener acceso a una computadora y poder cumplir con sus tareas se convirtió en un narrador in situ, su libro es de los pocos testimonios que se han publicado sobre el conflicto.

Por las calles tanquetas y carros blindados. Asaltos a casas para encontrar milicianos, tortura, asesinatos, desapariciones, desplazamientos, tiros a mansalva: “¿Acaso los que disparaban no se daban cuenta de que éramos civiles?”, escribió Úsuga. 

A Róbinson lo conocí en mi primera visita a Medellín, en 2016. Lo contactamos por medio de la periodista Patricia Nieto y nos hizo un recorrido por la comuna a tres periodistas de Pie de Página. Ahora que volvemos a platicar me sacude con una frase:

—Primero nos llegó el turismo que la justicia. 

¿Cuántas víctimas dejó el conflicto? La cifra es incierta, aún ahora, 20 años después. Se sabe que hay más de 300 desaparecidos, asesinados otros cientos, menos se sabe de torturas y violaciones. 

—La Comuna 13 tiene unos problemas muy grandes de impunidad, porque a nivel judicial las víctimas han tenido muy poca respuesta por parte del Estado, las víctimas todavía están clamando verdad, justicia y reparación. Y especialmente un tipo de víctimas, que son los que tienen a un pariente desaparecido en el marco de la Operación Orión y después de Orión. Porque después siguieron desapareciendo —, explica. 

La guerra -como en todas las guerras- no pudo trazar un límite entre sus objetivos. La población de pronto se vio perseguida, acosada en un conflicto que sobrepasó los límites. Cualquiera era sospechoso, los bandos procuraron rendir a todos los que fueran extraños. Balas perdidas, indagaciones mal fundadas, allanamientos arbitrarios, detenciones de supuestos, desapariciones en el silencio. Las partes enfrentadas se fueron, incluso encontraron treguas, las víctimas se quedaron. Veinte años después no hay investigación que las haga justicia. Solo fueron saldos, víctimas colaterales; les llaman.

¿Por qué las áreas pobres, zonas que aparentemente están olvidadas, son áreas de interés para entidades lícitas e ilícitas?

— Recuerda que donde hay dinámicas sociales, hay dinámicas económicas. Uno es corto de mirada porque no es mafioso, pero en realidad en todos lados hay nicho — resume. 

Claro, las ciudades son sus mayorías, aunque pobres, son también el grueso de su economía. Porque el transporte de tantos millones de personas es un negociazo, tiendas, servicio de agua, seguridad, mercados, basura, giros negros… 

Después de la Operación Orión el control de la Comuna 13 pasó a manos del mafioso Don Berna, en un periodo de unos seis años llamado donbernabilidad. Luego, la organización, la “Oficina de Envigado” como le llamaron, se fue fragmentando de a poco, hasta derivar en pandillas o “combos” herederos del paramilitarismo. Ellos son quienes ahora controlan las comunas, los barrios populares. 

¿Qué paradójico, ahora el control del territorio vuelve a estar en manos de pequeños grupos, como fue al principio con los milicianos?

—Claro, es lo que yo le digo a la gente: Colombia volvió a la situación en que estaba en los años 80.

¿Qué hace falta para que la gente se apropie de los territorios donde vive, para que ellos sean los que construyan el futuro de sus propios espacios?

— Cultura, más participación política, no sé. Es una pregunta muy difícil. Te la dejo a ti… 

Yo no sé qué hacer con la pregunta. 

Y queda en el aire. 

9 de diciembre

Día 117.

Hace 20 años, ningún turista se hubiera atrevido venir a la Comuna 13. O mejor dicho: un extranjero no hubiera sabido que existía. 

Pero la historia tiene sus redobles y vueltas. Hoy, un folleto de la alcaldía recomienda al visitante el graffitour y ser testigo de la “resiliencia y transformación social” de la Comuna que, paradójicamente, es el destino más visitado de Medellín. (A las otras 15 comunas nadie las presume como “resilientes” ni “culturales”). 

Llego a la Comuna 13 en metro y me asedia una veintena de tours guiados al “barrio más joven y underground”. Sigo mi caminata cuesta arriba hasta llegar a un largo pasaje, repleto de comercios. Eso sí, productos muy alternativos: cerveza artesanal, piedras energéticas, playeras !qué chimba!, gorras parsa y sudaderas y hasta ropa de diseñador. Tazas para regalar con el rostro de Pablo Escobar y café; marca Pablo Escobar. 

El capo más famoso del mundo nunca estuvo en la Comuna 13, pero ahora permanece como marca y atractivo. Los guías dice que sí estuvo; cuando se comprueba que no, alguien inventa que él no, pero los sicarios de Cártel de Medellín sí; cuando se sabe que no, alguien encuentra un coche abandonado y dice que era de Pablo Escobar. 

Subo por el andador y me encuentro jóvenes bailando break dance. Más arriba platico con una comerciante que no es de la Comuna. Viene de Altavista, “pero allá no hay trabajo”. Después del largo pasadizo encuentro más y más comercios, graffitis y murales, algunos pagados por la alcaldía (¿habrá algo menos subversivo?). 

Hasta arriba, a donde ya no llegan ni turismo ni pasadizo está La Escombrera, el lugar donde muchos de los desaparecidos de la Operación Orión fueron sepultados clandestinamente. A a la fecha, el lugar sigue sin ser expurgado por completo. Pero acá las pintas son más chéveres.  

Días después de visitar la Comuna 13 me entero que todos los tours guiados y los locales turísticos pagan extorsión o vacuna a las pandillas. 

El territorio que cambia, los negocios que se adaptan, la periferia siempre codiciada. 

13 de diciembre

Día 121.

Los latinoamericanos vamos a las ciudades, lo que significa que huimos de los entornos naturales. El planteamiento no tiene sentido: el campo de la región es de los más ricos del planeta, las reservas de selva más grandes del globo, un tercio del agua dulce de la tierra, hidrocarburos, minerales abundantes, extensos suelos cultivables, etcétera, etcétera. La lista se prolonga, pero seguimos huyendo del mundo rural. ¿Por qué? 

Colombia, el país con mayor desplazamiento interno de personas en el planeta -8 millones, según la ONU-, da pistas.

El principal destino de los desplazados por la violencia es Bogotá. Esta ciudad de más de 7 millones de personas es el refugio de miles de familias que han tenido que moverse de sus lugares de origen. Bogotá es la capital latinoamericana de los desplazados por la violencia. 

Camino en Bogotá en busca de los Émbera, un pueblo amerindio que habita originalmente en el Pacífico colombiano y del sur de Panamá. Es uno de los grupos indígenas más numerosos de Colombia, pero también uno de los más amenazados. Me ocupo varios días en buscar a los desplazados del Alto Adangueda, en el Chocó, que llegaron a la capital en busca de refugio.

18 de diciembre

Día 126.

Después de recorrer varios días la ciudad sin encontrarlos, por fin me topo a cinco emberá bailando en la calle, a cambio de algunas monedas. 

Les explico que soy periodista y las quiero entrevistar. Me dicen que no están autorizadas, pero me explican que el gobernador de su comunidad está en un parque a un par de kilómetros del centro. 

En el parque me encuentro a Leonival Campo Murillo formado en fila para obtener un pan gratis, de parte de una asociación caritativa que regala alimentos a gente en situación de calle. Ya con un pedazo de panqué en la mano y un par más en el bolsillo, el hombre me pide que mejor vuelva mañana, porque hoy tiene compromisos. 

Por la noche recibo un mensaje de Leonival. Me pide una “cooperación” por la entrevista; le respondo que no puedo, que yo ayudo con mi trabajo (es lo que siempre he querido creer) y acordamos hablar del asunto mañana por la tarde.

19 de diciembre

Día 127.

Me despierta otro mensaje de Leonival. Me pide “cualquier pañalcito para los niños”. Minutos después me manda otro mensaje para decirme que puedo ir en ese momento, “porque hay un velorio”. 

Me presento -sin pañales- en una construcción de la Unidad de Protección Integral de La Rioja, improvisado como edificio de viviendas.  

Le pregunto a Leonival sobre el difunto.

Es un niño de un añito, se nos murió a las siete de la mañana. 

¿Puedo entrevistar al papá?

No tenía papá, también se murió hace tiempo.

¿De que murieron?

No se sabe, una enfermedad.

¿Puedo hablar con la mamá?

Ella no habla español, ahorita no quiere hablar con nadie. Aquí ha habido brotes de tuberculosis, desnutrición, pulmonía y enfermedades gastrointestinales. “Para saber… 

Leonival y yo nos sentamos, él sobre una silla y yo sobre una cubeta. En el cuarto donde platicamos habita el gobernador, su esposa, sus cinco hijos y otros parientes. Viven hacinados, entre colchonetas, camas, cartones y una cocina donde las mujeres hacen “olla comunitaria” y dan de comer a los niños. 

El gobernador relata cómo acabó en este cuarto. La historia se remonta al 2006, cuando llegaron al resguardo varios grupos guerrilleros y paramilitares, en un encontronazo por extraer los minerales del Alto Adángueda, una de las regiones más biodiversas del mundo. 

¿Por qué ellos quieren el territorio de los Emberá?

Por la minería estamos desplazados.

Ochenta por ciento de la minería de oro en Colombia es ilegal, distintos grupos armados han optado por financiarse a través de metales preciosos. El Chocó, de donde vienen los Emberá, es la región más disputada; el sitio con más desplazados. La Defensoría del Pueblo dice que ocho de cada 10 migrantes internos del país proviene de ese lugar. Y cada día huyen más. En el primer trimestre del 2021 hubo 177 por ciento más desplazados que el año anterior. 

Hay otro dato que pone puntos sobres las íes: la mayoría de los movilizados son indígenas. 

Leonival explica que en los últimos años unos mil emberá de su resguardo han muerto (el 10 por ciento de la comunidad) a causa de la violencia y enfermedades. 

Con bombas hicieron explotación y con minas antipersonas lo dejaron sembrado y cuando hay mujeres, hay niños, hay adultos que van a buscar sus comidas para sus familias ahí mismo caen en una mina antipersonal explica Leonival.

También relata que para la minería se utiliza mercurio para purificar metales, pero que es tóxico y los ríos ahora están contaminados: ya no se puede pescar. 

Él salió del resguardo en el 2019, amenazado de muerte. El gobernador se unió al éxodo de su pueblo, la gran mayoría de los emberá se vino a Bogotá.

Acá ya es la ciudad, aquí puede haber pláticas con el gobierno para que nos regresen al resguardo, dice. 

Imposibilitados de acceder a una vivienda, los Emberá se instalaron en el Parque Nacional. Ahí fabricaron cambuches con lonas y palos para poder vivir. Desde ahí demandaron atención del gobierno y su estadía se prolongó ocho meses. Hubo enfrentamientos con la policía. 

En mayo del 2022, la alcaldía de Bogotá instaló a los Emberá en la Unidad de Protección Integral la Rioja. Unas mil 400 personas improvisaron el espacio para vivir en este par de edificios que alguna vez fueron oficinas y salones. Pero cada día llegan más.

¿Cuándo fue la última vez que llegó gente?pregunto.

La semana pasada llegaron 70. 

El gobernador y yo caminamos por el lugar donde ahora viven. Hay camas sobre camas, tendederos dentro de los cuartos, casas de campaña instaladas en los pasillos, colchonetas en las escaleras. Niños, jugando en los charcos, cuidándose entre ellos, apenas vestidos (no alcanza para pañales). Mujeres lavando ropa en un patio, trastos sucios apilados. El agua se acaba, la luz también es intermitente. A veces, los emberá se van a bañar a las fuentes del centro de Bogotá.

¿Se sienten acogidos por la gente de la ciudad?

No, las personas parece que también quieren que nos vayamos a donde somos. Pero allá no podemos volver, nos matan.

El gobierno de Colombia prometió retorno de la comunidad al Chocó, pero Leonival es escéptico.

Nos tienen en el aire. Todavía no tenemos garantía de que vamos a estar bien allá. 

—¿Qué esperanzas tiene?

Que nos den un lugar seguro, donde sea. 

¿No importa que no sea en el resguardo?

No, ya no me importa.

Cuando terminamos de platicar vamos a un supermercado y compramos pañales. Pensar que lo que más necesitaban los emberá era un texto sobre su historia me parece ahora un pensamiento idiota. 

*El 15 de agosto de 2022, José Ignacio De Alba emprendió un camino de miles de kilómetros en busca de las historias de una América latina inexplorada: la de sus márgenes y sus periferias. El viaje arrancó en Belice, nuestro pequeño y extraño vecino del sur. El objetivo es llegar a Ushuaia, la ciudad más austral del continente, a través de veredas y rutas olvidadas, donde se pueda contar la vida cotidiana de la gente común. En este espacio iremos publicando las historias que irá encontrando…

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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).