Las Galápagos, un viaje al pasado de la tierra

3 febrero, 2023

Iguana de las Galápagos en la isla Santa Cruz. Foto: José Ignacio De Alba

Este es un laboratorio viviente. Uno de los sitios más excepcionales del mundo, donde la vida prevalece en sus formas singulares. Pero también es un recordatorio sobre la fragilidad y la destrucción provocada por el progreso desmedido

Textoy fotos: José Ignacio De Alba

ISLAS GALÁPAGOS, ECUADOR.- Este pequeño país del Pacífico —su territorio es similar al del estado de Chihuahua— tiene la segunda reserva marina más grande del mundo. En su mar se conserva una importante diversidad biológica, pero sobre las aguas se cierne el peligro de la extinción. Es curioso cómo los recursos marítimos son poco contados, a pesar de la importancia que tienen para el sostén de la vida en la tierra.

Por otro lado, yo soy un mal administrador. Cuando me depositan cinco mil pesos empiezo a gastar como si fueran 50 mil. Me doy banquetes y hago planes ambiciosos. La suma de esos dos factores —estar en el Ecuador y mi nula capacidad para hacer cuentas— me llevaron a las Islas Galápagos, uno de los sitios naturales más excepcionales del mundo.

17 de enero de 2023

Día 156.

Con boleto en mano inicio el viaje, como si me adentrara a otro país. También comenzarán una serie de cobros que, para términos prácticos, llamaré extorsiones. En un principio, mi boleto redondo costó 180 dólares, pero cuando llego al aeropuerto, el personal de Avianca me hace saber que no leí unas letras chiquitas que explican que ese pasaje era exclusivo para ecuatorianos. Los extranjeros debemos pagar 180 dólares extra para poder abordar el avión. Trago hiel y paso tarjeta. Después de todo, este trabajo esto no se trata del poder despótico de las aerolíneas, que muchas veces son la única forma de ir y salir de un sitio (en este caso un grupo de islas a mil kilómetros de la tierra continental).

Superado el cobro de la aerolínea, queda el Consejo de Gobierno de las Galápagos. En el aeropuerto de Guayaquil me hacen una entrevista —como la de entrada a cualquier país— donde me piden un boleto de salida, reservación de hospedaje y cartilla de vacunación. También me cobran 20 dólares por una Tarjeta de Tránsito y me dicen que llegando a las islas deberé pagar un impuesto de entrada de 100 dólares, exclusivo para extranjeros.

Antes de despegar, examinan mi equipaje en una maquina de Rayos X para cerciorarse de que no transporte plantas, animales o semillas. A las maletas les ponen un sello para que no pueda ser abierta hasta llegar a las islas. El tipo que va atrás de mi lleva unos dulces de cacahuate y se los confiscan.

En los cuestionarios debo notificar si en los últimos días he estado en lugares de concentración con animales, incluso si llevo equipo de campismo o calzado de senderismo. El Consejo de Gobierno busca eliminar el contacto con esporas y semillas ajenas a las especies de las Galápagos. Incluso, se recomienda no ingerir semillas en los días previos a entrar a las Galápagos, para no sembrar con caca.

A pesar de los pagos y trámites, llegar a Galápagos es una empresa sencilla. Las islas permanecieron deshabitadas hasta el siglo XIX. Durante miles de años el mayor depredador del planeta —el homo sapiens— no tuvo medios técnicos para llegar a este sitio remoto. Eso permitió que las especies locales se conservaran, a diferencia del resto del planeta, donde la mayoría de los animales han sufrido una extensión masiva. Pero actualmente, las Galápagos tienen dos aeropuertos en sus islas: Santa Cruz y San Cristóbal, con varios vuelos comerciales todos los días, además de los transportes marítimos. Por aire bastan un par de horas para arribar a este entorno cada día más al alcance de los humanos.

Despegamos de Guayaquil y desde el aire una nata de nubes blancas cubre el Océano. Las nubes dejan entrever la masa azul del inabarcable Pacífico. Pero una serie de islas volcánicas rompen la monotonía. De pronto, el mar estalla contra las rocas, desde el aire se aprecia el vaivén de borbollón reventado, las piedras bañadas de sol, la tierra que prevalece.

Vista de la Isla San Cristóbal desde el avión. Foto: José Ignacio De Alba

Cuando aterrizamos desinfectan las maletas con aerosoles. Un letrero nos pide: “permanecer dos metros alejado de los animales salvajes”. Luego, la segunda advertencia: “perseguir a una mujer por que nos gusta es acoso sexual”. Somos animales simplones.

Camino sobre la acera rumbo al centro de San Cristóbal. Esmero la vista para encontrar animales silvestres, pero encuentro un perro callejero y cucarachas pata arriba sobre la banqueta. Paso un río que desemboca hacia el mar y hay botellas de plástico y basura. Después de todos los requerimientos de viaje, la imagen me desconcierta.

Me entero de que en las islas que hay ratas, palomas y una plaga de cabras que no ha logrado ser erradicada. Estos animales fueron introducidos principalmente por los primeros navegantes, balleneros y piratas que llegaron a las Galápagos. El gobierno local ha buscado acabar con ellos, porque compiten con la fauna local. Las cabras se comen el alimento de las tortugas gigantes, las palomas transmiten enfermedades y las ratas se comen a todos los que se dejan.  

También me encuentro tiendas donde se venden frutas, verduras, semillas y prácticamente todos los productos que se venden en el continente, incluso gente que ofrece mariguana. Hay animales domésticos sueltos, casas de lámina, calles de tierra y pobreza; según el gobierno de Ecuador, 25 por ciento de la población de las islas “presenta pobreza por necesidad básicas insatisfechas”.

Me encuentro una iglesia católica, con su cristo hemorrágico. El templo me sorprende tanto como la plaga de alimañas. Es hasta que llego al puerto de San Cristóbal cuando veo cientos de leones marinos, son tantos que tienen domino sobre el lugar. Las madres amamantando a los cachorros en la calle, los más jóvenes jugando entre gritos y chapuzones, los adultos bigotones dormidos en las bancas públicas, panza arriba roncando, tosiendo y gruñendo.

Playa Mann. Los lobos marinos no temen a la gente. Foto José Ignacio De Alba

Da la sensación de que abundan las iguanas de las Galápagos, aunque están en peligro de extensión. El único reptil que es capaz de nadar en el mar y bucear en busca de algas marinas. Se zambullen con la cola, que utilizan como aleta. Son dinosaurios pigmeos.

Por la tarde nado en la playa Mann, una pequeña ribera de arenas blancas, bordeada de rocas. Me refresco en el agua, cuando un par de leones juegan alrededor mío, se arremolinan en las olas, se acercan y alejan en aleteos. Fuera del agua son animales lentos, pero en el mar son más rápidos que los peces.

Cae el atardecer y yo estoy rodeado de leones marinos. Desde este momento soy consciente de que en los siguientes días veré especies de animales que quizá desaparezcan en unos años. No sé si sentirme afortunado.

18 de enero

Día 157.

Apenas amanece y me uno a un tour para ver tiburones martillo, otro animal en vías de extinción. En los últimos 25 años, ha desaparecido el 90 por ciento de ellos.

Viajamos en lancha a un islote llamado León Dormido, una pared vertical de 150 metros de altura. Entre las piedras es posible ver algunos piqueros de patas azules. Pero bajo el agua helada se abre un mundo poblado de peces.

Mientras hacemos snorkel, un cardumen de tiburones pasa bajo nosotros. Son veloces, en apenas segundos pasa una veintena de ellos, se perciben como sombras majestuosas con colas puntiagudas. Avanzan como flechas serpeadas. Los escualos son uno de los animales más impresionantes que existen, gigantes monstruos prehistóricos.

En este punto el agua no es muy transparente, así que los tiburones aparecen cada tanto, cuando estamos desprevenidos. Ellos acuden a este sitio en busca de peces Mariposa y Ángel de Cortez, expertos “limpiadores” que comen los parásitos que se engendran en la piel de los escualos.

León Dormido, en la Isla de San Cristóbal. Abajo de la piedra nadan los tiburones martillo. Foto: José Ignacio De Alba
Foto: Parque Nacional Galápagos.

En el Parque Nacional de las Galápagos hay 33 especies de tiburones, algunos de ellos solo habitan en este sitio. Basta ponerse unas aletas y goggles para encontrar alguno.

Después de visitar León Dormido nos dirigimos a una zona de manglares, utilizadas por los tiburones para tener a sus crías. Aquí podemos ver otras especies, como de Punta Blanca y Punta Negra. Los encontramos entre pequeños túneles volcánicos, en algunas cavidades conviven por decenas, unos sobre otros. Los escualos no pueden respirar si no se mantienen en movimiento, pero aquí utilizan las corrientes marinas para filtrar el agua sin necesidad de nadar.

Las Galápagos reúne características excepcionales. No solo es un sitio inaccesible, también es un lugar idóneo para la vida. Las islas volcánicas son bañadas por la corriente Humboldt, aguas profundas, nutritivas y heladas; también se mezclan las corrientes de Panamá y Cromwell. Esto permite que la vida marina sea abundante, pero que también haya divisiones claras entre las biorregiones.

Pero la abundancia de animales se ha convertido en un atractivo para la pesca ilegal. Un lanchero de las Galápagos me cuenta una historia tan terrible que no la creo: dice que en 2017, cerca de San Cristóbal, fue incautado un barco con millares de tiburones aniquilados. En la noche verifico el relato.

Fue el carguero Fu Yuan Yu Leng 999, capturado con 527 toneladas de tiburones mutilados (se estima 7 mil animales), entre ellos tiburones martillo y tiburones ballena. A pesar de las duras restricciones que existen para pescar en la segunda reserva marina más grande del mundo, hay embarcaciones -sobre todo provenientes de China- que se adentran a las islas para capturar escualos y cercenarles las aletas. Con ellas se prepara un platillo muy cotizado.

Las fotos del decomiso me parecen aún más estremecedoras después de haber nadado con tiburones. Un frigorífico de muerte, escualos convertidos en sacos de carne, la humanidad prepotente. La frialdad de la codicia sin fin, la destrucción como forma de vida.

Foto: Parque Nacional Galápagos.

20 de enero

Día 159.

Me dirijo a Santa Cruz, la isla más poblada de las Galápagos. Después de dos horas de viaje llego al puerto y tengo un recibimiento inesperado. Antes de que alguien me ofrezca información de la isla y me intente vender un tour, un grupo de señoras me ofrecen un folleto de los testigos de Jehová llamado El Origen de la Vida, una supuesta antítesis de El Origen de las Especies, de Charles Darwin. 

Me sorprende que el sitio donde Darwin desarrolló su teoría de la evolución sea un lugar de disputa del origen de la vida, 160 años después de la publicación del naturalista. Pero más me sorprenderá saber que hay escuelas en la isla que rehuyen la educación científica. En Santa Cruz está la Estación Científica Charles Darwin, pero también aquí hay un centro de los testigos de Jehová con todo y museo, además de un batallón de evangelistas pedigüeños.

Más tarde, paso del asombro a la indignación cuando un guía certificado, para dar una explicación sobre la importancia de los manglares, nos dice mí y un grupo de turistas que “primero dios y luego Darwin”.

Cuestiono al guía sobre la teoría de Darwin y el hombre responde: “la vida tuvo múltiples orígenes. Lo que expuso Darwin solo explica el origen de algunas especies (…) solo la vida puede dar vida”. Menos mal que le pague antes.

Centro de los testigos de Jehová en la isla Santa Cruz. Foto: José Ignacio De Alba

Camino a la estación Científica Charles Darwin y después de repasar un museo pinchón, me dirijo al centro de crianza de tortugas, pregunto a un investigador si vale la pena (por estos días he andado contando cada peso) y me responde: “no te puedo decir ni si, ni no”. Si los biólogos tuvieran el poder de comunicativo de los testigos de Jehová otro mundo sería.  

21 de enero

Día 160.

En Santa Cruz hay tortugas gigantes por doquier. Basta un paseo en automóvil para verlas pastando, en las colinas, cruzando las carreteras y aventuradas en el amor. Esta es temporada de reproducción, así que se dedican a perseguirse. Son tan grandes que se les oye respirar, también son inofensivas en extremo, nunca se enfrentan entre ellas, ni toman ventaja sobre otros animales. Incluso son asustadizas, si uno camina cerca de alguna se esconde en el caparazón.

Las tortugas viven en pozas nauseabundas, donde toman largos sueños. Solo salen para comer unas horas al día y para tener romances. Viven casi 200 años y son pesadas, pequeños tractores poderosos; arrastran cercas sin la menor dificultad.

Se estima que en el siglo XIX había unas 200 mil tortugas gigantes en el mundo. Actualmente solo quedan 15 mil.

Tortugas gigantes de la isla Santa Cruz. Foto: José Ignacio De Alba

23 de enero

Día 162.

Las Galápagos son un laboratorio viviente. Aquí, como en ningún sitio, es posible entender cómo las presiones del ambiente provocan cambios en una especie, hasta crear nuevas. Basta de ir de una isla a otra para advertir las variaciones.

El ejemplo clásico son los pinzones. Hace miles de años una especie de pinzón se estableció en Galápagos. Esta población pionera, al encontrar distintos ambientes y diferentes clases de alimentos, evolucionó en trece especies. Las formas de sus picos son el resultado de esa adaptación.

Charles Darwin viajó en el HMS Beagle, la embarcación llegó a las Galápagos en 1835 para hacer una escala técnica. Pero Darwin pudo percibir las diferencias entre animales, que le ayudaron a tener una idea coherente sobre la evolución de las especies. Así lo escribió: “Aquí, tanto como en el espacio como en el tiempo, tenemos la sensación de que estamos más cerca de ese gran acontecimiento —ese misterio de los misterios— que es la aparición de nuevos seres sobre la tierra”.

Hoy sus ideas suelen ser rechazadas, quizá porque proponer que las especies tienen un antepasado común, es una forma de cuestionar el origen divino de la creación.

Pinzones Azules de la Isla de Santa Cruz. Foto: José Ignacio De Alba

Es curioso, pero en las Galápagos es común que la gente bautice a sus hijos con el nombre de Darwin. Me sucedió cuando quedé de encontrarme con un Darwin, que en realidad fue imposible dar con él. “Para saber cuál de todos los darwins”, me explicó un poblador.

25 de enero

Día 164.

Paso mis últimos días en Isabela, la isla más grande de las Galápagos también es la menos poblada. El sitio preferido de los pingüinos del lugar —quedan menos de 2 mil—.

Leo un dato: según la Unión Internacional Para la Conservación de la Naturaleza, más del 10 por ciento de los animales marinos están en peligro de desaparecer.

Hago largas caminatas en esta isla, coronada por tres volcanes. En mis recorridos tengo una sensación de tristeza. Pensar que esto pueda dejar de existir me llena de pesimismo. En los senderos me dedico, ingenuamente, a recoger la basura que encuentro tirada. 

*El 15 de agosto de 2022, José Ignacio De Alba emprendió un camino de miles de kilómetros en busca de las historias de una América latina inexplorada: la de sus márgenes y sus periferias. El viaje arrancó en Belice, nuestro pequeño y extraño vecino del sur. El objetivo es llegar a Ushuaia, la ciudad más austral del continente, a través de veredas y rutas olvidadas, donde se pueda contar la vida cotidiana de la gente común. En este espacio iremos publicando las historias que irá encontrando…

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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).