Fueron esclavos y luego fueron borrados de la historia del país. Ahora, los pobladores de Valerio Trujano, pueblo afro de la Cañada de Oaxaca, se sobrepusieron al miedo e hicieron de la vacunación una tertulia
Texto y fotos: Reyna Haydeé Ramírez
VALERIO TRUJANO, OAXACA.- ¡Doña Leonarda!, llama la enfermera muy entusiasta y sin dejar de preparar la jeringa con la dosis de vacuna de AstraZeneca.
Leonarda Gaytán, de 80 años, entra rápido y se sienta en la silla junto a la enfermera, mientras responde:
—Mande mamacita. Mire, ¡aquí estoy!
—¡Ayyy! ya sé que tiene nervio, ¿verdad? ¿No quería venir?, le pregunta con ternura y comprensión.
Con una sonrisa nerviosa, cierta pena y un español de frases cortas, porque su lengua natal es el mixteco, la mujer acepta: “¡No quería venir!”
Entonces entra María Carrera, quien le habla en su idioma y le dice que no tenga miedo, que no duele.
En segundos, Leonarda ya tiene el piquete en su brazo izquierdo. Dice que no sintió nada, ni el pinchazo de la aguja, ni un mareo y entre risas se deja conducir a la sala de observación, donde espera media hora.
Leonarda es el reflejo del temor que tienen la mayoría de las personas que reciben la vacuna en este municipio de la región Cañada, a 132 kilómetros al norte de la capital oaxaqueña, en el distrito de Cuicatlán.
En esta región, el promedio de edad de los adultos mayores es de entre 70 y 80 años. Y muchos rumores han escuchado que los hacen dudar de vacunarse.
Es 17 de febrero de 2021. En la siguiente hora, Cutberta Orzula, de 80 años; Petra Aguirre, de 80; Francisca Gil, de 84 e Irene Aguirre, de 70, también llegan con miedo, pero confiadas en Dios y en que la vacuna les permita terminar con el confinamiento porque, como Leonarda, todas tienen una vida activa. Lavan trastes, ropa, barren, lo “normal del hogar”, y van al mercado de compras o a vender sus frutas, verduras y lo que cosechan.
Ya más tranquila, Leonarda cuenta que es mujer de campo y vende o cambia limones, chicozapote, guaje o mango en los pueblos vecinos como Cuicatlán.
Dice que tenía miedo de que les pusieran un chip, de que personas malas quieren matar a los ancianos, que eran algunos de los rumores que le llegaron.
“Pero yo no creo que haya tanta maldad en el cerebro”, interviene Irene Aguirre.
Y Cutberta abunda: “Me platicó mi comadre que se están muriendo, después de ponerse la vacuna. Le dije a mi hija, y me dijo: ‘¡Ay amá, le voy a decir a tus hijos que no te quieres vacunar!’ No -le dije- si me quiero vacunar, pero tengo miedo. Y me decidí, se me quitó el miedo, me dije: no, pues yo voy, porque es por mi bien, ya estoy grande, pero quiera Dios que le caiga bien a mi cuerpo y por eso vine. Tengo fe que la vacuna nos ponga bien, que no estemos tristes, que estemos alegres”.
Francisca Gil, de 84 años, dice que tenía miedo, porque desde hace muchos años es diabética y tiene la presión alta, pero las ganas de ya salir la animaron a ponerse la vacuna.
“Ya hasta me estoy acostumbrando a no salir, ¡pero no! Cuando dijeron de esta vacuna, me dio mucho gusto, porque nomás encerradita, guardadita en la casa, sin salir pa’ ninguna parte, pero ahorita quiera Dios que este sea el remedio, que ya salga uno y pueda hacer su mandado, porque a veces no es igual, yo quiero ir por mis cosas, pero mis hijos dicen: ‘no, no vas a salir’… Ahora ya estoy tranquila, pero venía yo demasiado nerviosa, ya pasó”.
La que si llegó muy resuelta fue Petra Aguirre, de 80 años: “Sí me quería vacunar, con todos los rumores que hay, dice el dicho el que no hace la prueba, nunca va a saber nada, hay que aventarse, lo que sea, si es bueno o malo, pues ya estamos adentro. Dios permita que todo esté bien en nuestro Valerio Trujano”, dice sonriente.
“Sentí como un piquetito de alacrán, nada más y ya, a mí no me duele, ni esos me hacen”.
Francisco Lastra, de 73 años, Pablo Leyva, de 70, y Roberto Rosas, de 63, también llegan a la cancha del pueblo a esperar su turno pacientemente. Incluso comentan que ayudaron a convencer a otros adultos mayores.
“Ganas tenía yo de que me vacunaran, pues sí porque es algo que nos viene a favorecer, nunca tuve miedo, escuchaba rumores de que esto, lo otro, pero aun así, nosotros nos preparamos, nos fuimos al campo, allá nos estábamos todo el día en el campo, trabajando, para evitar ver a la gente. Estoy contento y agradecido con el presidente por este momento”, dice Francisco.
Pablo Leyva Granados jura que Valerio Trujano tiene una historia de hombres fuertes, descendientes de africanos que en 1812 se liberaron de la esclavitud y por eso ahora el pueblo lleva el nombre de quien encabezó esa lucha libertaria.
“Aquí había gente morena muy fuerte, Policarpio Urrutia y Efrén Quitzaman, comentan que cuando se caía la góndola de caña, entre los dos la levantaban. Esos eran los más fuertes”, dice Pablo Leyva.
“Y yo vengo de una mezcla de moreno y güero y sí estamos orgullosos de esa raíz. Además, el que cree en Jesús ningún veneno le hará daño”, expresa confiado.
Roberto Rosas comenta que tenían esperanza de que llegara la vacuna, pero les sorprendió que se adelantara.
“Pensábamos que iba a llegar retardada, las noticias de México decían que en marzo, pero estamos viendo que Oaxaca tiene prioridad en varios casos”.
En Valerio Trujano también vive Tranquilina Urrutia Roque, quien a sus 108 años es la mujer de más edad en la región. A la pregunta de si se permitirá que le pongan la vacuna o si tiene miedo, responde:
“Ai como ustedes quieran. ¿Todavía puedo vacunarme? Pues ya a los años que tengo, ya nada más estoy esperando a Dios. Pero todavía estoy lista pa’ platiconear”, dice con una carcajada espontánea.
Las hijas de Tranquilina, Irena y Petra, tenían miedo de que la mujer no aguantara la vacuna y que el peso de la culpa recayera en ellas. Cuentan que hasta querían no hacerlo, pero al final aceptaron y este miércoles 17, la brigada acude a su casa para ponérsela.
Pero la recibe sin reacciones adversas, al igual que los 300 adultos mayores que vacunaron en Valerio Trujano.
“Está bien que están vacunando para que no siga la enfermedad, ya ves cómo se va muriendo uno y otro y otro”, dice.
Tranquilina dice sentirse muy bien a su edad: “Muy contenta, hasta bailo cuando hay música, lo único es la vista, de tanto trabajar, me operaron mi ojo, me quedó mal, y mire no veo ni los dedos”.
Valerio Trujano es un pueblo de cerca de mil 500 habitantes, y tiene una característica que lo distingue: Es un pueblo con gente alegre, muy bailadora, a pesar de su historia de marginación, esclavitud, pobreza y discriminación por su raza, ya africanos, chinos o indígenas.
Con temor y todo se aplicaron las 300 vacunas y la tertulia se hizo en la sala de observación, ya relajados, contentos, sin reacción física alguna.
El médico Mauro Castañeda explica que, por lo general, las reacciones adversas se registran en las 24 horas posteriores a la vacuna. “Cefalea, dolor en la zona de aplicación, tal vez un leve mareo, son síntomas leve normales, como con cualquier vacuna”.
Pero en Valerio Trujano nadie se complica.
Cuicatlán y Teotitlán son los dos distritos de la región Cañada, que se compone de 45 municipios con poco más de 200 mil habitantes.
El distrito de Cuicatlán tiene 20 municipios, entre ellos Valerio Trujano, Santos Reyes Pápalo y San Juan Bautista Cuicatlán, que son de los primeros para iniciar la vacunación en Oaxaca, el estado con más población indígena del país.
Desde el siglo XVI, Oaxaca albergó la llegada de esclavos negros y se tiene registro de que estuvieron en al menos 11 de los distritos del estado. Estos esclavos llegaron a la Costa Chica como sirvientes de españoles y criollos, durante el virreinato para establecer haciendas dedicadas al cultivo de cacao, algodón y la explotación ganadera. Con el tiempo obtuvieron su libertad y junto a otros esclavos que habían huido (cimarrones) se asentaron en las costas y zonas fértiles, donde desempeñaron oficios como capataces, arrieros, pescadores. Actualmente, los afromexicanos conforman el 4.9 por ciento de la población de Oaxaca.
El director regional de los programas para el Desarrollo en la Cañada explica que estiman vacunar a 11 mil 500 adultos mayores, con un promedio de 300 dosis por cada uno de los 23 puntos de vacunación.
Pero no en todos lados es tan fácil como en Valerio Trujano. En San Juan Bautista de Cuicatlán, por ejemplo, el tiempo de espera se prolonga alrededor de una hora por la revisión médica y el registro previo. El problema mayor es que los adultos mayores están descampados bajo el rayo del sol y terminan refugiándose en la sombra de árboles y casas, porque en este pueblo de alrededor de 10 mil habitantes la respuesta fue más a la vacuna es mayor que en las comunidades más alejadas, como Santos Reyes Pápalo.
Santos Reyes es un municipio de poco menos de 3 mil habitantes, ubicado a más de 2 mil metros sobre el nivel del mar, que se rige por el sistema normativo interno (más conocido como Usos y Costumbres) y está prácticamente aislado. Para llegar al pueblo hay un solo camino lleno de curvas ascendentes.
En esa localidad hay mucha incredulidad de que exista la covid-19 pues en casi un año de pandemia no han registrado algún caso. Además, gente no está tan convencida de vacunarse y constantemente las enfermeras hacen uso del altavoz que tiene la Presidencia Municipal en su oficina para llamar a los adultos mayores. El primer día de vacunación los agarró la noche esperando a los adultos mayores.
“No hemos terminado, hay resistencia porque no ha habido ningún caso positivo, pero ya el lunes (23 de febrero) terminamos”, confía la enfermera Natalia Velázquez.
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Periodista de Sonora. Colabora para Medios en Internet y noticieros de radio en Sonora y Baja California Sur, y actualmente es beneficiaria del programa de becas para periodistas desplazados de la Red de Periodistas de a Pie. La mayoría de su trabajo está enfocado en temas relacionados con Justicia, corrupción, migración y Derechos Humanos.
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