Diez meses encerrados, por fin llega la vacuna

4 marzo, 2021

En la tercera jornada de vacunación covid para adultos mayores, la comunidad de la casa hogar Yekkan, en Cuajimalpa, recibió sus primeras dosis. Algunos integrantes mostraron su entusiasmo porque van a ver a sus familiares, pero no todos, la mayoría no recibe visitas hace años

Texto: Patricia González Mijares

Fotos: Patricia González Mijares y Cortesía Casa Yekkan

“Pase por favor, estamos aquí con los abuelitos” dice Antonio, el nuevo enfermero de Yekkan, mientras sonríe. La escalera conduce a una pequeña sala donde algunos adultos mayores ven una película de Pedro Infante. El ambiente es cálido, el lugar limpio y ordenado. Virginia, Araceli, Efigenia, y Elsa ven la tele. Un hombre se mueve de un lado a otro en una silla de oficina con rueditas, Toñito, al advertir una presencia ajena  apaga el televisor.

Los rumores de que la vacuna llegaría a la comunidad de adultos mayores despertó curiosidad y dudas entre los habitantes. “Me vacuno o no me vacuno”, “¿Va a ser bueno?” ,“Nos vamos a curar para que no nos de covid…” decían algunos abuelitos, que aunque ya habían sido preparados para este momento, a la mera hora les entró el nervio.

Mariano Colín, 82 años iba sólo de día, pero su nuera lo trataba mal, así que prefirió quedarse en Yekkan, con el nuevo enfermero Antonio Arvizu. Foto: Patricia González Mijares.

A mediados de febrero, llegó la brigada médica a la casa hogar. Algunas de las abuelitas, como Elsa, se arreglaron para recibir la vacuna. Meses atrás, Toñito había dicho que no le importaba vacunarse porque eso había que dejárselo a los jóvenes, pero al final se sintió aliviado y esperanzado. Araceli, aunque le dolió el pinchazo, estaba feliz porque podrá salir a ver a sus nietos. Otros, como Filomena, invitaron a las enfermeras  a su pueblo en Guerrero a comer gorditas. Virginia y Miguel saben que pronto podrán salir a la tiendita de la esquina a tomar un helado o una golosina, y caminar afuera de la casa.

La posibilidad de salir a tomar el aire los llena de alegría.

Dolores Sánchez Reyes, presidenta y fundadora de Yekkan

Lolita, como le dicen en la comunidad y en la colonia, nos platica que la tensión ya se acabó: “No tuvimos ningún contagio. Tuvimos mucho cuidado, todo lo que traíamos lo desinfectábamos de forma exagerada, y eso nos daba seguridad a todos. No fue fácil la decisión de encerrarse con los abuelitos. En marzo del año pasado les pedí a Jorge y a Montse, los enfermeros que trabajaban aquí, si podían quedarse a vivir tres meses y accedieron. No sabíamos que la pandemia se iba a alargar tanto, ¡se quedaron diez meses! Yo les decía que si se querían ir, contrataría otros para que no fuera tan pesado, pero se comprometieron. A Jafet, mi socio,  le dije que yo me quedaba en Yekkan, él se encargaría de hacer las compras, traer las donaciones en especie, los insumos y la comida que nos da el comedor popular. Yo estoy divorciada hace mucho, mis hijos ya no viven conmigo, así que me mudé acá. Jafet vive con su familia en Ecatepec y era peligroso que estuviera entrando y saliendo.  Además me daba mucha seguridad tener a alguien afuera que nos apoyara para cualquier emergencia.

Jafet Durán, cofundador de la casa hogar, dice por su parte: “fue difícil dejar un pedazo de mi vida en ese momento; de vivir con 18 abuelos tantos años, pasé a vivir con seis de mis familiares, y sí pensaba si había sido correcto o no dejarlos, pero el conflicto de si los podía contagiar era peor”.

Foto: Cortesía Casa Yekkan

Finalmente la decisión que tomaron fue acertada.

“Es difícil separarse de algo que por años has hecho y que por seguridad, te tienes que separar y confiar en los demás. Aproveché  para convivir con mi familia.  Nunca estuve separado de los abuelos, me comunicaba con ellos en video llamadas, y cuando había que llevarlos al hospital estuve ahí, y ya me fui acercando conforme iba bajando el peligro”, retoma Jafet.

Jorge Santillán, el enfermero auxiliar de 27 años que se confinó en el asilo, afirma que hicieron  un gran equipo: “fue una experiencia fuerte porque tener pacientes en situación de calle es muy duro. Me quedé porque los abuelitos ganaron mi cariño. También lloré mucho pues me dio mucho coraje que sus hijos no los visitaba en momentos tan difíciles; acompañé a morir a Don José,  eso me dolió mucho.  Lo que fue pasando es que dejé de ver a los abuelitos como pacientes y se convirtieron en mi familia. Trabajábamos mucho y en los momentos libres los escuchaba”.

“Lo difícil” -afirma Montse Gutiérrez- la enfermera de 18 años, que fue parte del equipo que se confinó, fue conocer a los abuelos y abuelas, en el proceso me acostumbré a ellos, y a pesar de mi corta edad aprendí a valorar el tiempo que pasábamos con ellos. Eso me dejó mucho, pero sí fue muy cansado. No me afectó tanto el encierro porque era un trajín constante, siempre estábamos ocupados: algunos de los adultos mayores se despertaban en las noches pero les dábamos las mano y los calmábamos”. Nos apoyaron por fuera terapeutas que  atendieron a los adultos por celular, los escuchaban durante una hora diaria; les hablaron todos los días durante tres meses. Fue importante porque los talleres que había aquí, y la gente que venía de fuera no podía entrar”.

Dolores  nos cuenta que el año pasado tenían 20  adultos mayores (que es el máximo cupo de la casa) pero fallecieron tres abuelos por otras enfermedades: “sí fue triste, pero así es…  Es algo a lo que estoy acostumbrada, pero los chicos no. Algo que hicimos para que no fuera tan pesado el encierro, era  hacer que los días fueran diferentes. Por ejemplo, los domingos hacíamos una carne asada, o el viernes bailábamos; pedíamos que nos trajeran un pastel para celebrar los cumpleaños y  hacerles entender a todos que la vida sigue.

Los habitantes de la casa

Antonio Contreras González, 86 años

Antonio Contreras, 86 años, sufrió maltrato en otra casa de rehabilitación de adicciones. Marta Reyna Romero, 76 años. Trabajó cuidando niños en una guardería que hoy es casa Yekkan. Foto: Patricia González Mijares.

Toñito lleva seis años viviendo en Yekkan, tiene 86 años. Sus ojos tienen un brillo especial, a pesar de que perdió un pie a causa del descuido que tuvieron los encargados de una casa de asistencia, donde sufrió maltrato.  De joven fue mecánico.

“La verdad es que yo tomaba mucho, y mi hija y mi yerno me llevaron a una casa de asistencia, pero mi familia no sabía lo que pasaba ahí. Nos daban de desayunar una tortilla, de comer dos y de cenar un café. Éramos 60, entonces no había donde estar. Nos daban dos cobijas, dormíamos en el suelo amontonados. Si venían las visitas, nos acompañaba alguien de la casa para que no pudiéramos hablar, ni quejarnos, viví ahí 4 meses. Si decíamos algo en contra de los de la casa, nos castigaban. Había una tiendita y si querías una galleta o cigarros, de pronto la cuenta subía a mil pesos al mes. Tuve una várice que se me infectó y se convirtió en gangrena. Cuando por fin alguien hizo la denuncia, mi hija y mi yerno me sacaron y me llevaron al hospital pero ya estaba  muy avanzada la infección; tuvieron que quitarme el pie porque si no me iba a morir. Volví con mi familia, y viví mucho tiempo ahí, pero seguí tomando. Un día en la calle me caí, me rescataron de la delegación, me llevaron en una ambulancia y me trajeron aquí, sólo tenía rasguños. A mi familia se le avisó, pero desde entonces no tengo razón de ellos. Ya no bebo, aprendí a vivir aquí porque llevaba una vida muy dura“. A Toñito se le salen las lágrimas cuando recuerda a su nieto el más chico. “Ya ha de estar grande pero no lo volví a ver…”. 

Virginia, una adulta mayor joven, interrumpe el relato de Toño:

-A  Toñito le gusta mucho bailar…

-¡Pero no tengo pareja!  afirma  Antonio mientras se ríe, refiriéndose a su pierna incompleta. El hielo definitivamente se rompe entre el grupo,  aún más cuando Virginia comenta que ahí ven películas desde la inquisición hasta ahora.

Virginia Cuevas Figueroa, 68 años

Virginia Cuevas Figueroa, 68 años. Foto: Patricia González Mijares.

Virginia lleva dos años viviendo en Yekkan. Fue maestra de baile. Cuidó a su mamá hasta que ésta falleció. Ante la pérdida, cayó en una fuerte depresión de la cual le ha costado mucho salir.  Se fue a vivir un tiempo a Cuernavaca con su hijo, pero la nuera no quería que ella estuviera ahí, y promovió que Virginia viniera a la casa hogar: “yo era independiente, después de que muere mi mamá me sentí muy sola,  bajé mucho de peso, y fallecieron otras personas, esto fue antes del covid. No dormía, no comía. Fui con mi hijo una temporada, y me hubiera gustado quedarme con él, pero no se pudo. Estoy bien gracias a dios.  Cada mes me mandan un taxi y voy a ver a mi hijo a Cuernavaca, pero con el confinamiento no se pudo. Estoy muy contenta porque como ya me vacunaron podré  ir a visitarlo”.

Marta Reina Romero, 76 años

En su silla de ruedas,  me ve de reojo, en silencio. Cuando me levanto, sus ojos se encuentran con los míos,  y de pronto comienza a platicar. “yo trabajé aquí, este lugar era una guardería. La parte de allá -señala hacia un dormitorio- era el maternal, yo cuidaba a los chiquitos, a Vania. No estoy sola, los niños me acompañan.” En su recuerdo, Marta recrea los espacios de la guardería. Lolita nos contaría, que efectivamente, alguna vez la casa hogar fue una guardería.  Martita lleva a penas un día en Yekkan. Su hijo que era su protector, recién falleció, en  su casa tienen problemas para atenderla. En la tarde su nieto pasó a visitarla”.

Efigenia Hernández, Antonio Contreras, Virginia Cuevas, Elsa Martínez, Beti Segura, Isidro Llanes, Filomena, Beltrán, Miguel Telésoforo Miranda, Araceli Terán, Mariano Colin, Catalina Salgado, Diana Alvarado, Pablo Olguín y Arturo Donis. Foto: Patricia González Mijares.

Efigenia Hernández,  74 años

Llegó hace dos años, vendía ropa en el pueblo de San Lorenzo Acopilco, ayudaba a sus hermanas mayores en su quehacer. Vivía en Cuajimalpa con su hija.

“Estoy mala de la epilepsia. Trabajé como empleada doméstica mucho tiempo. Mis hermanas me empezaron a ayudar cuando me daban las crisis. Tuve 7 hijos que se fueron yendo. Mi hija me dio la idea de venir a vivir aquí pues era peligroso andar solita en la calle: tenía que ir por mis medicinas y  la ropa pero me desmayaba a veces. Este lugar me gusta, ya no tengo que salir. Mi hija me compra mis medicinas y lo que necesito, me viene a ver cada quince días, si puede cada semana. Hace casi un año que no la veo, pero me habla por teléfono y me trae cosas para coser para que me entretenga. Estoy contenta porque como ya nos vacunaron por fin la voy a ver”.

Elsa Martínez,  70 años

Originaria de Cuajimalpa , no fue tratada adecuadamente de epilepsia cuando era niña.  Le dieron hierbas y medicamentos que empeoraron su condición. Se casó y se sintió protegida por su marido, tuvo tres hijos, pero no estaba bien.  Su esposo la separó de sus hijos. Trabajaba limpiando los locales del mercado de la alcaldía. Su hermana la acogió un tiempo y la trajo a Yekkan. Tampoco la visitan, no ha vuelto a ver a sus hijos. Le gusta lavar los trastes a diario ( dice que es su terapia), bailar y recitar poemas.

Isidro Cesar Llanas  83 años

Fue desalojado por sus sobrinas de su propia casa; le hicieron firmar papeles en los que les cedía  su propiedad.  Se fue a casa de sus vecinos, que lo aceptaron pero le dijeron que no podían tenerlo ahí; lo remitieron al Centro de Atención a Riesgos Victimales y Adicciones donde le ofrecieron la oportunidad de pelear el juicio para recuperar su casa. De aquí llegó a Yekken. Isidro nos platica: “nunca tuve mucho apego con mis hijos, mis sobrinas son jóvenes necesitan la casa, yo tenía mucho espacio…Yo ya viví mi vida, y ya no quise pelear. Estoy tranquilo aquí”.

Araceli Terán, 67 años

Llegó justo cuando empezó la pandemia. Trabajó como cocinera en un restaurante durante 16 años. A los 62 años se enfermó de espolón calcáneo, lo que la imposibilita  para trabajar. Mantuvo a sus hijos, incluso con sus parejas.

“Yo era la que más aportaba, pero cuando me enfermé ya no pude. Mi nuera es conserje de una escuela, y nos fuimos a vivir a la escuela con mi hijo y los nietos. Ya no pagamos renta, yo todavía aportaba dinero. Hice lo posible para no ser una carga. Antes de irme a trabajar: les lavaba la ropa, les hacía el atole para los niños. Mi nuera me escribía cartas para que me fuera… Luego me fui a casa de mis papás, con mis hermanos, pero ya no me hallé. Al terminar de trabajar perdí el IMSS. Trabajé durante 15 años en el restaurante La Vitrola pero no me liquidaron. Me fui a juicio pero ya no podía ir a los citatorios por mis pies. Me quedé con los 6 mil pesos que me ofrecieron. Mi hermano me consiguió este lugar. Hay un momento en el que ya no cabe uno en ningún lugar. Llegué aquí, y no sentí tanto el encierro. Lo que sí me preocupaba era no ver a los nietos».

-¿Le daba miedo que ellos no vinieran?

-Pues francamente sí.

Araceli llora: “tengo mensajes por whatsapp y ya con eso me conformaba… Y con la vacuna voy a poder salir. Yo quería darles una lección a mis hijos porque siempre fui muy mandona, y la lección me la dieron ellos. Tengo contacto por teléfono con mis otros nietos, los de mi  otra hija que no veo hace mucho, pero ya que me digan mis nietos que me quieren y que soy la mejor abuela del mundo, eso me tiene feliz aunque sea por mensajito. : “voy a poder verlos y abrazarlos. Ya hablé con mi nuera y ya me pidió perdón. Y si obré mal y me metí en sus vidas, ya me perdonaron”.

Arturo Donis, 67 años.Estuvo en situación de calle muchos durante años, sufre esquizofrenia.Vivió en Yekkan 5 años. Recibió la primera vacuna contra el covid 19, pero abandonó la casa hogar hace una semana. Foto: Patricia González Mijares.

Arturo  Donis, 67  años

Fue canalizado de la delegación a Yekken por su situación de calle, nos cuenta la presidenta de la casa hogar: “es un caso muy triste porque no sabemos cuánto tiempo ha vivido así. Es esquizofrénico, vivía en un coche.  “Él y otro de los abuelos salían a lavar coches en el día y venían a dormir. A él en especial le costó muchísimo el encierro, estaba muy enojado. Están acostumbrados a vivir en la calle. Fue difícil porque su enojo creaba conflicto con los que estaban tranquilos”. Arturo fue vacunado, pero pocos  días después salió de la casa, con el pretexto de ayudar a los nuevos enfermeros a sacar la basura. No ha vuelto.

“La verdad es que la mayoría llegan rotos y se van curando. Yo hago lo posible por saber de sus historias para ayudarlos: los llevo a neurología, les damos sus medicamentos, la comida,  tienen sus talleres. Cada uno es una historia, y es triste porque vienen solos pero aquí han renacido, vienen de tanta agresión y hostilidad que se sienten aceptados y cambian”.

Lolita recuerda que cuando comenzó a escribir el proyecto de Yekkan hace nueve años , entendió que para atender a los abuelitos y abuelitas debían sanar sus emociones, para reintegrarse a la sociedad y tener un programa médico de atención y esparcimiento: “cada año hago lo imposible para conseguir el dinero para hacer un  viaje y llevarlos  tres días a Acapulco o Veracruz.  Es una oportunidad porque nunca vas a  saber si es la primera vez  o la última que van a  ver el mar.”

Antes de la pandemia y situación actual

En el 2010, Lolita y Jafet crearon la asociación civil, ganaron el  concurso en Indesol, y  consiguieron apoyo de donadores. La delegación les prestó la casa en comodato pero desde el 2019 la alcaldía comenzó a solicitar la propiedad, negando el acuerdo legal que tenían con Dolores y Jafet. Desde entonces Yekkan está peleando por conservar la casa que sobrevive gracias a donaciones de muy pocas instituciones y de la comunidad de vecinos.

“No a todos les gusta que estemos aquí, nos agredían constantemente porque teníamos un comedor  abierto a los adultos en la parte de debajo de la casa. Cuando ya no teníamos el apoyo de la comida, la gente traía sus tuppers, comían y bailaban. Yo instalé la cafetera, y la pasamos bien pero con la pandemia se cerró el comedor. No les gusta que estén aquí los abuelitos…”.

Ante las agresiones, la señora Cecilia, otra de las vecinas de la colonia vino a conocer el lugar y cuando conocieron nuestra labor, invitaron a otros vecinos a  visitar la casa, también nos apoyan otras escuelas pero lo que sostiene Yekkan es esta comunidad de vecinos, ellos se organizaron para hacer donaciones, para impartir talleres gratuitos de yoga, dibujo y zumba que tanto extrañan «nuestras muchachas y muchachos”, dice cariñosamente al referirse a los abuelos. «Espero muy pronto que  retomen sus actividades, pues las clases de zumba les encantan” .

No es gratuito que Dolores y Jafet hayan bautizado la casa hogar con el nombre de Yekkan, que en náhuatl quiere decir lugar abrigador. La casa fue fundada hace nueve años. Lolita trabajó como enfermera en el Centro Médico Nacional La Raza: “muchas enfermeras no quieren atender a  la gente mayor, a mí, la verdad me gusta,  siento que los adultos mayores son muy tiernos y agradecidos”.

Implementó un programa de nutrición y esparcimiento en ese hospital con una doctora. Después colaboró en el programa  IMSS oportunidades y comenzó  a visitar adultos mayores en los pueblos de Cuajimalpa: “teníamos que ir a las casas para dar pláticas para atención y nutrición. Sentí la necesidad de integrar el programa del IMSS para adultos mayores, pues  la verdad es que viven en condiciones muy precarias y están  muy solos; muchos de sus hijos se fueron a Estados Unidos. Entendí que para atenderlos debían tener un programa médico y que tuvieran la oportunidad de hacer comunidad.”

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Estudió Comunicación. Le gusta escuchar historias, contarlas y hacer fotos. Realizó el corto documental “Llaneras” en el 2007. Ha colaborado en revistas de turismo, cultura y derechos humanos.