“Don Lalo“ fue uno de los primeros capos del narcotráfico antes de los líderes de los grandes carteles. Su historia marca el auge y caída del mercado de la amapola. Cuando se fue Sinaloa, fue porque el negocio ya no tenía nada que ver con la flor
Por Josué David Piña / Revista Espejo*
Fotos: Fernando Brito
Cuando el señor Rodolfo Rogers Beltrán —hombre de edad avanzada y vecino de la colonia Tierra Blanca, en Culiacán— se introduce en su memoria para escarbar viejos recuerdos que los trasladan cinco décadas atrás, observa un entorno espacialmente distinto.
Frente a su casa actualmente se encuentran trabajadores de la construcción quienes han sido contratados para erigir un moderno edificio de departamentos de 6 pisos. Molesto por el polvo que se impregna por los orificios de sus puertas y ventanas a causa de la obra, comenta que no moverá un dedo para limpiar el escombro hasta su conclusión. A un lado de su domicilio se ubica una escuela primaria privada de renombre entre familias económicamente afluentes, pero en otro tiempo también llegó a ser una casa donde vivieron viejos vecinos. El proceso de gentrificación que vive la zona por su ubicación céntrica ha generado que su plusvalía se encuentre en la mira de no pocos proyectos de desarrolladoras inmobiliarias y comerciales.
Sin embargo, en la década de los sesentas del siglo pasado, Tierra Blanca repuntaba en el ámbito nacional por otras cuestiones.
Décadas atrás el sector vivió un éxodo de familias enteras originarias de la zona serrana de Sinaloa, principalmente del municipio de Badiraguato. Tales desplazamientos a la capital del estado se generaron en su mayoría por la falta de oportunidades laborales, educativas y de salud en los altos; muchos de estos campesinos se asentaron en esta colonia con conocimientos sobre la producción de la planta de amapola, a su vez, transmitidos de manera empírica por sus antepasados.
Tales características hicieron al barrio una comunidad semirrural que iba evolucionando bajo sus propias relaciones sociales y organizativas, paralelo a un Gobierno Federal que se jactaba de cierta estabilidad económica en el país producto del modelo de desarrollo estabilizador. Tierra Blanca iba trazando su propio rumbo: se fue convirtiendo en el epicentro del contrabando de la heroína cuyas redes operativas se hilaban hasta las comunidades más inhóspitas de la serranía sinaloense.
Planteada esta coyuntura espacio-temporal, se enmarca Eduardo Fernández, “Don Lalo“, uno de los primeros capos del narcotráfico anterior a los líderes de los grandes cárteles o bandas del crimen organizado, como nuestro principal personaje para explicar las circunstancias que rodearon los sucesos sociales e históricos del auge y caída del mercado de la amapola.
A falta de documentos oficiales y archivos sobre nuestro sujeto histórico fue el señor Rogers quién fungió como nuestra principal fuente oral, al haber sido una persona cercana a dicho sujeto, aclarando que en un sentido más vecinal, que el haberse relacionado con sus actividades contrabandistas.
“Él (Don Lalo) era un hombre bueno aquí, en el entorno de la familia, en lo inmediato. A dos cuadras de su casa estaba una primaria, un parque; entonces había mucho movimiento y se reflejaba en la paz en toda la colonia. Nunca hubo ninguna acción que fuera de preocupación porque el señor viviera aquí, al contrario. Nadie tomaba en cuenta eso como un elemento perturbador”, recuerda.
El señor Rodolfo Rogers asegura que lejos de emitir temor, “Don Lalo” fue una persona muy querida en Tierra Blanca y no en relación a sus hazañas vinculadas con el contrabando de la goma de opio, sino por ser alguien muy comunicativo e interesado por los problemas de las familias de la colonia.
Hasta ese punto podría pensarse que nuestra fuente directa describe al personaje de manera un tanto idealizada como en un corrido de música regional; pero la sospecha se elimina al comprobar Rogers, en efecto, tomó un rumbo totalmente distinto al de muchos de sus vecinos de Tierra Blanca. Sus circunstancias, en cambio, lo llevaron a estudiar una carrera profesional en arquitectura en la Ciudad de México; años después llegó a ser delegado de la extinta Secretaría de la Reforma Agraria en Sinaloa, para pasar por otras dependencias gubernamentales, de paso escribir algunos libros, hasta culminar su vida laboral optando por un apacible retiro en la casa que lo vio nacer.
Su relación con el viejo capo de la heroína, subraya, fue estrictamente en el ámbito comunitario: “Yo fui amigo de todos sus hijos. Yo disfruté de una gran amistad con todos ellos, porque éramos vecinos, no había maldad entre nosotros, ¡era increíble!”, resalta.
Posterior a aquella exclamación y como prueba de lo anterior, Rodolfo se dispone a nombrar los diez hijos en orden de mayor a menor.
Cuenta que la razón específica por la cual conoció a Eduardo Fernández (en la década de los cincuentas) fue porque el viejo contrabandista visitaba su casa con el único fin de buscar los servicios veterinarios de su padre —aquí donde estamos, recalca—, quien acudía a auxiliar su ganado en el rancho El Naranjo a las afueras de la zona norte de Culiacán, conforme se presentaban las demandas.
Es así como la colonia Tierra Blanca va adquiriendo dicha fisionomía y el “negocio” se va concentrando en pequeñas familias del barrio, siendo “Don Lalo” una de las cabezas visibles del contrabando de adormidera.
“En cuanto a la producción y tráfico de drogas, en Culiacán específicamente la colonia Tierra Blanca, la dosis de heroína se cotizaba hasta en cincuenta pesos; en este mismo lugar se ubicaban laboratorios clandestinos para su elaboración, donde clanes conformados por vecinos y parientes del poblado de El Saucito, Badiraguato, perteneciente a Los Altos eran los encargados de la siembra, procesamiento y tráfico de opio y su conversión a heroína”.
“Los hermanos Manuel y Felipe López Ontiveros, se dedicaban a la siembra de enervantes y procesamiento de heroína en el referido poblado, mientras que el laboratorio era propiedad de Jesús Magallanes Rodríguez, estos individuos se encontraban a asociados en el tráfico de heroína hacia Culiacán, teniendo como punto de distribución el Hotel Tierra Blanca, donde Raúl García Rodríguez y Ana María Moreno, se dedicaban a comerciarla”, se registró en el periódico Noroeste el 1 de febrero de 1977, tan solo por dar un ejemplo.
El señor Rogers como testigo directo de la dinámica en que se iban desenvolviendo muchos de sus vecinos, respalda el registro anterior al atestiguar que Tierra Blanca era prácticamente donde se desarrollaban las actividades en torno a la familia; toda la confianza y toda la mecánica recaía en ella: desde la producción en las comunidades serranas, el traslado para Culiacán y la elaboración en los laboratorios rudimentarios o “cocinas”.
“Aquí no había estigmas, ni se marginaba a nadie. Las ayudas que él (Don Lalo) hizo, más que en infraestructura pública en la colonia, era para la gente de la sierra. Eso de hacer cosas suntuosas es de más adelante, había mucha humildad; y como era gente que no tenía mucha educación, sí tenían moral en el sentido de la integración familiar. Eso permitía que fueran muy buenas personas.
Él nació en la comunidad de Santiago de los Caballeros, en Badiraguato. Su papá era revolucionario, y esa conducta revolucionaria de alguna manera influyó en Don Lalo”, argumenta nuestra fuente.
Ante nuestro desconocimiento frente al citado dato histórico, nuestro escepticismo se apacigua al descubrir que existen más registros oficiales del abuelo —en realidad fue éste y no el padre— que de “Don Lalo”, del mismo nombre que su nieto, Eduardo Fernández. En efecto, tal personaje perteneció a un contingente quienes se autodenominaban Los Carabineros de Santiago cuyo centro de operaciones fue la zona serrana del estado durante la Revolución Mexicana. Eduardo Fernández padre incluso llegó a ser coronel de ese grupo insurgente, los cuales estuvieron subordinados al general constitucionalista Ramón F. Iturbe, quien llegó a ser gobernador de Sinaloa entre 1916 y 1919.
De acuerdo con el Sol de Sinaloa, el 12 de noviembre de 1964 el presidente Adolfo López Mateos se encontraban de visita en Sinaloa en compañía del gobernador Leopoldo Sánchez Celis (1963-1968) para inaugurar la presa que llevaría el nombre del mandatario federal; posteriormente, a lo largo de esa jornada inauguró una planta hidroeléctrica en la comunidad de Sanalona y otras obras más de electrificación en el centro del estado. Justo en esa década la entidad comenzó una etapa de modernización producto del despegue de la agricultura industrial a lo largo de los grandes valles del municipio de Culiacán, los cuales se prolongaban hasta la costa. Todas estas inversiones de infraestructura propiciaron las condiciones de desarrollo para producir cientos toneladas de hortalizas al año para su exportación, principalmente hacía Estados Unidos, generando a su vez el nacimiento de un fuerte sector económico agropecuario.
Desafortunadamente, aquella revolución industrial agrícola que hizo ver al estado desde el exterior como el “Granero de México”, no logró llenar la demanda de empleos en toda la entidad y aquella prosperidad económica estuvo lejos de alcanzar los municipios serranos del estado.
Esta falta de oportunidades y creciente desigualdad económica en la región, aunado a la tradición circunstancial pero histórica de la producción amapolera en la zona serrana del estado, con el tiempo orilló que la producción y contrabando de la heroína dictara muchas de las prácticas regulatorias de la sociedad a la vista de todos; al grado de verse como un mal necesario en esos años, para amortiguar de cierta manera la necesidad de miles de campesinos dedicados a una actividad que en realidad era de subsistencia y ante la insuficiente capacidad de respuesta del gobierno para cubrir dichas obligaciones.
Cabe señalar que el control del mercado de los enervantes producidos en la sierra se encontraba en pocas manos, donde participaban las élites políticas y económicas de la entidad, pasando por síndicos, presidentes municipales y hasta comerciantes que funcionaban como caciques.
“Participaron hasta de manera directa los gobernantes, como el gobernador Leopoldo Sánchez Celis, que tenía sembradíos por el municipio de Cosalá. Ellos (las autoridades estatales) entraron a ese negocio también”, comenta Leónidas Alfaro Bedolla, escritor de la célebre novela Tierra Blanca, mismo que también llegó a conocer a Eduardo Fernández cuando era niño; éste, añade Bedolla, era propietario de una gasolinera en el centro de Culiacán. No era tanto para “lavar” dinero, asegura, ya que en esos años no era tan necesario “porque todo mundo lo sabía, había un acuerdo tácito y con las autoridades no había ningún problema, al contrario, para ellos (los gobernantes) era una fuente más de ingresos: no se veía con maldad”, sostiene.
Aún más, las redes del contrabando de la heroína y marihuana comenzaron a escalar las esferas federales. Tan solo en los dominios de influencia de Eduardo Fernández (Tierra Blanca) llegaron a reunirse grandes personajes de la política y las finanzas donde “todo era risa y cotorreo, era una camaradería”, de acuerdo con Rodolfo Rogers Beltrán, quien afirma que en la casa de nuestro personaje llegaron a desfilar personajes ‘de los más increíbles que uno se pueda imaginar’.
“Te voy a citar solo dos: Arturo ‘El Negro’ Durazo Moreno, director General de la Policía de Tránsito del Distrito Federal y el general Francisco Sahagún Vaca. Estos personajes venían a divertirse, a tomar, a jugar baraja con Don Lalo. Hubo muchos más, pero te señalo estos dos”, precisa con precaución.
Don Rogers atestigua, vía de otros vecinos de la época, como en aquellas reuniones se tejían y cerraban acuerdos, ya que “nadie sembraba si el gobierno no daba luz verde”, siendo “Don Lalo” un intermediario para que aquellos pactos y códigos no se rompieran y sobre todo para no generar conflictos.
Aquello se traducía en una relativa paz donde los índices de violencia sobre todo de asesinatos eran incomparables a los de la actualidad: “Lo interesante es de que no había las grandes matanzas, aunque en el periódico se hacía mucho escándalo cuando se realizaba alguna ejecución, porque no estábamos acostumbrados a ellas. Ese negocio oscilaba en relación a la confianza y la familia”, reitera.
Uno de aquellos escándalos a los que se refiere Don Rogers pudo haber sido cuando “Don Lalo” estuvo implicado en el asesinato del jefe de la Policía Judicial del Estado de Sinaloa, Ramón Virrueta Cruz, en un céntrico crucero de Culiacán en 1969. La nota roja fue cubierta y publicada en los periódicos locales de la época y dio de qué hablar entre la ciudadanía. Detenido por unos cuantos días, finalmente “Don Lalo” fue absuelto por el juez de distrito del Estado, tal y como relata el investigador Luis. A. Astorga en su libro “Mitología del narcotráfico en México”.
La caída del de la amapola:
“En lo que significa el mayor esfuerzo desplegado por el Gobierno Federal y las autoridades estatales de Sinaloa, Durango y Chihuahua, hoy a las 6:00 horas se inicia la Operación Cóndor en las tres entidades, mediante el despliegue de miles de elementos del Ejército y de la Procuraduría General de Justicia de la Nación para combatir el cultivo y tráfico de enervantes y estupefacientes.
El procurador de Justicia Nacional, Oscar Flores Sánchez y el secretario de la Defensa Nacional, general Félix Galván López, a quienes acompañaban el gobernador del estado de Sinaloa, Alfonso G. Calderón, el comandante de la Novena Zona Militar, general Ricardo Cervantes, así como los de Chihuahua y Durango.
El presidente de la República José López Portillo dio instrucciones precisas para que se combata el narcotráfico en forma definitiva y se proporcione a la Operación Cóndor todos los elementos que se requieran para obtener resultados positivos”, se lee en el periódico Noroeste el 16 de enero de 1977 en la ceremonia de la puesta en marcha de la primera gran campaña antidrogas por parte del gobierno mexicano.
Dicha estrategia federal emprendida y anunciada con bombo y platillo en los territorios conocidos como “El triángulo dorado”, estuvo lejos de inhibir el contrabando de toneladas de narcóticos que lograban pasar ilegalmente a Estados Unidos; por el contrario, durante la operación abundaron las aprehensiones ilegales, casos de tortura, asesinatos extraoficiales, violaciones de mujeres en las comunidades serranas por parte del ejército, dejando comunidades enteras despobladas y originado desplazamientos forzados por la violencia, fenómeno social que con los años iría en aumento.
Para finales de ese año de 1977 las Fuerzas Armadas reportaron la destrucción de 12 mil 792 plantíos de marihuana, así como 36 mil 932 plantíos de amapola en una extensión de 80 mil kilómetros cuadrados situados en el cónclave territorial de Sinaloa, Durango y Chihuahua.
Previo a la Operación Cóndor, el 92 por ciento de la heroína importada a los Estados Unidos provenía de México, y en su mayoría de Sinaloa.
Aquella arremetida del gobierno a los contrabandistas sinaloenses propició un cambio de paradigma en el mercado ilegal del contrabando de drogas, ocasionando el surgimiento de una red transnacional que abriría nuevas rutas en colaboración con narcotraficantes colombianos producto de la demanda de Estados Unidos por la cocaína, una sustancia que comenzaba a popularizarse entre los jóvenes estadounidenses, lo que hiciera que ese gobierno hicieran oficial la “Guerra contra las drogas” y sus consecuentes presiones a los gobiernos mexicanos.
Lo que continuó en Sinaloa fueron una serie de reajustes los cuales produjeron un aumento de eventos violentos a partir de un quiebre generacional de narcotraficantes y sus líderes.
Sí bien la producción amapolera nunca dejó de practicarse en los municipios serranos, la demanda de la heroína fue sustituyéndose por la cocaína colombiana. Aquellos eventos coincidieron con la vejez de la primera generación de capos como Pedro Avilés, Jorge Favela y el propio Eduardo Fernández; los apellidos Fonseca, Caro, Payán y Quintero comenzaron a emerger en la prensa nacional.
Rogers recuerda como, con el surgimiento de nuevas drogas, estas comenzaron a ser usadas por las nuevas generaciones, lo que también inició a ser parte de la cultura de Tierra Blanca. Él considera que fué esta ruptura con la popularización del uso y venta de nuevos narcóticos lo que propició que se perturbasen y corrompieran las viejas reglas de la mecánica familiar en torno a la producción y contrabando de amapola: “La paz se empezó a romper con la aparición de estas nuevas drogas”.
El mercado de las drogas fue subvirtiéndose de tal manera que los grupos y organizaciones se vieron en la necesidad de ampliarse y crecer. La intermediación de “Don Lalo”, ya de edad avanzada para entonces, lejos estuvo de evitar las matanzas que se comenzaron a originar en Tierra Blanca, al grado de llegar a ser apodada como el “Chicago chiquito”.
“Cuando empezaron las guerras aquí, cuando el ‘Chicago chiquito’, empezaron las guerras entre las familias, los de la Tierra Blanca contra los de la colonia 6 de Enero.
“Cuando habían enfrentamientos eran muy dolorosos para nosotros los vecinos que no teníamos nada que ver con ese negocio, porque era daño local: era el dolor local. Cuando aparecen las drogas sintéticas es cuando empieza esos conflictos, a descomponerse. Cuando Don Lalo se fue de aquí, fue porque el negocio ya no tenía nada que ver con la amapola. Aunque las redes familiares seguían trabajando en los nuevos mercados, pero para él eso ya no era negocio”.
De acuerdo con Don Rogers fue el mismo gobierno quien le pidió “amablemente” al viejo contrabandista Eduardo Fernández que se autoexiliara del territorio sinaloense, protegiéndolo de cierta manera con esta indicación oficial. Desafortunadamente cientos de campesinos alteños no corrieron la misma suerte.
Eduardo “Lalo” Fernández murió a finales de la década de los ochentas en el estado de Puebla de muerte natural fruto de una longeva edad, aunque otras fuentes apuntan que regresó de dicho estado muy enfermo a Culiacán durante sus últimos días.
Leónidas Alfaro, por otro lado, nos explica como las novelas de ficción sirven para hablar de lo real, por lo que el documento más cercano a describir el cisma del mercado de la amapola y lo que culturalmente significó a los ojos del viejo contrabandista, podemos analizarla en su novela Tierra Blanca. Sobre todo cuando el personaje Don Víctor García, quien en realidad está inspirado en la vida de “Don Lalo“, advierte en una epifanía las consecuencias sociales que llegarían por los reajustes en el mercado de las drogas a escala internacional desde su barrio en Culiacán.
“O el mundo está cambiando demasiado rápido o ya me estoy haciendo viejo, o quizá ambas cosas. Cómo voy a defender el principio de autoridad si matan a mis hombres y me veo obligado a someterlos a una paz que es difícil de sostener…y cómo yo mismo puedo permanecer tranquilo cuando son los hombres del sistema los que ordenaron el atentado…y cómo no van actuar así esos que dicen regir los destinos de la patria si tenemos a un presidente frívolo que presume de seductor; si los norteamericanos, que se dicen actuales líderes de Occidente, deciden envenenar a su propio pueblo…si ellos que están gastando millones de dólares en una carrera estúpida por la conquista del espacio sideral, cuando cualquier bien nacido sabe que esos terrenos están velados al hombre porque son de Dios todopoderoso…si los jóvenes se están dejando crecer el pelo como maricones y las mujeres visten pantalones como hombres y todos escuchan música inspirada por el demonio…¡Dios mío! “.
*Este trabajo fue realizado por la Revista Espejo.
Proyecto Amapola México fue realizado por Noria Research, en alianza con México Unido contra la Delincuencia (MUCD), el Center for US.-Mexican Studies at the University of California, San Diego (USMEX), la Revista Espejo y Pie de Página.
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