Lagunas que dejarán de existir y se convertirán en una porción más de océano. Familias que deben dejar su casa o su negocio cada cierto tiempo, antes de que el patrimonio sea alcanzado por el mar. Hoteles cuya alberca se encuentra a menos de 20 metros del oleaje, porque la playa se ha reducido cada año. Así es vivir a tiro de piedra de un mar que cada año sube de nivel y devora todo a su paso. (Cuando el oleaje nos alcance / Segunda parte)
En Tabasco, no hay letreros que adviertan de zonas de riesgo de inundación, como en Holanda. Aun cuando, cada año entre 2007 y 2011, registró inundaciones que le significaron pérdidas y daños por más de 3 mil 200 millones de dólares. Tampoco hay señales para sitios de riesgo por erosión costera, o para advertir tramos de carreteras que fueron arrasados por el oleaje. Mucho menos para restringir la construcción de viviendas.
Sánchez Magallanes es un puerto en el que los lugareños viven del ostión. El golpe del oleaje arrasó 115 viviendas aquellos años. Es más, ya ni existen las ruinas de muchas, están bajo el auga. La erosión costera está a punto de atravesar la barra que limita a las lagunas del Carmen y Machona. Si esto sucede, dicen los expertos, en Tabasco se crearían bahías y al salinizarse el agua, los moluscos morirían, matando a su vez el sustento de los pescadores.
He estado en Sánchez Magallanes en otras tres ocasiones, desde el 2013, registrando el fenómeno de la erosión costera. En todos estos años la gente no sabe qué hará ante el avance. Sólo se expresa: la villa “está en cáncer terminal”, porque en cuestión de décadas su tierra quedará bajo el mar.
Este lugar de 7 mil 500 habitantes, tiene cada vez menos población, un mercado y un parque desolados, y ya no hay autobuses con viaje directo de la capital del estado, Villahermosa. Le llaman puerto, pero apenas hay unas decenas de lanchas.
Sánchez Magallanes ha sido una villa sujeta a experimentación de estrategias contra la erosión, pero han sido fallidas: escolleras y geotubos, que son mangas textiles rellenadas con la misma arena de playa. Pero el Gobierno de Tabasco desistió en el camino de esta última estrategia y apenas colocó un tramo de 2.1 kilómetros, de los 44.1 que hay entre las barras de Santa Ana (Sánchez Magallanes) y Tupilco.
Entre las casas que sobreviven en la playa, está la de la doña Asunción de los Santos Jiménez, quien con montículos de concha de ostión, intenta frenar el golpe de la erosión.
– ¿Tiene usted alguna idea de lo que es el cambio climático y cómo afecta a Sánchez Magallanes?
– Pues sí, porque de pronto vienen los huracanes y derrumban nuestras casas.
Doña Asunción señala un punto situado a unos 80 metros y asegura: “Ahí eran unos uverales, matas de coco”. Todavía en el 2018, dos palmeras cercanas sucumbieron ante el oleaje. Por eso el uso de las conchas, para intentar frenar la erosión.
En lo que queda de las barras de Santa Anita y Tupilco, que comunican con el puerto de Dos Bocas, el oleaje despedazó la carretera y varios tramos están entre el mar, por lo que esta población quedó prácticamente incomunicada, pues sólo se puede viajar en camioneta, atravesando dunas y palmeras.
El paisaje de playa de Sánchez Magallanes, según palabras del delegado municipal, Shelet Angulo Escalante, fue desdibujado como consecuencia de la erosión costera.
“A fines de los años 80 empieza el deterioro de lo que es la costa. Se empieza a deslavar, y lo primero que se llevó fue un restaurante que estaba a la altura de la delegación municipal, y luego el balneario. Todo eso pasó a la historia, al igual que la pesca”, recuerda Angulo Escalante.
A raíz de esos impactos, las autoridades construyeron las primeras escolleras. Sin embargo, ocasionaron un mayor impacto en la franja de viviendas del centro de la villa que colindan con la playa. “El problema es que las escolleras fueron ubicadas en la bocana, donde se une el mar y la laguna, pero hacia el centro del pueblo –a un kilómetro- se empezó a erosionar, porque es ahí donde las corrientes recalan”, explica.
Angulo dice que la erosión se acentuó cuando pegaron dos tormentas consecutivas en 1995: Opal y Roxana. Pero han pasado más de 20 años ya, y ahora cualquier temporada de frentes fríos causa estragos. Cada vez hay menos playa.
Así, con una reducida actividad comercial y turismo – apenas hay dos restaurantes y tres hoteles–, miles de habitantes han abandonado la villa. Buscan trabajo en el campo de municipios vecinos, o en Villahermosa, la capital de Tabasco. Otros más, emigran a Ciudad del Carmen, Campeche, a trabajar en las plataformas petroleras.
Iván Infante recién regresó de Ciudad del Carmen, donde trabajó como buzo-soldador. Él lamenta que aún cuando se han hecho varios diagnósticos no se ha logrado revertir el “cáncer de la erosión”.
“Estamos muy preocupados, porque éste es un cáncer que está en etapa terminal y muchos estudios se han hecho. Ha venido gente de Holanda, de la UNAM, de grandes universidades, y lo primero que dicen es que Magallanes ‘va a desaparecer’. Lo más triste es que el Gobierno Federal y el del Estado lo saben, pero no hacen nada por el pueblo. ¿Por qué? Porque desgraciadamente la villa no es un pueblo que les sea redituable”, reflexiona.
La última estrategia contra la erosión fueron los geotubos, colocados en el 2013. Estos sucumbieron ante la fuerza del mar, dos años después, en 2015. Sólo eso duraron, pese a que el Gobierno de Tabasco los había garantizado por 30 años.
Esta barrera originalmente medía más de 2.20 metros de altura, pero ahora están torcidos por la fuerza del mar y en la mayor parte de sus tramos se encuentran a ras de arena, aun cuando su garantía era de 30 años. Uno de los primeros expertos que consulté sobre el problema de erosión, Mario Arturo Ortiz Pérez (1943-2016), advirtió desde el 2012, que los geotubos eran una respuesta temporal y recomendó invertir en arrecifes artificiales, a base de concreto.
Las autoridades de la villa están empecinadas en construir un muro. “¿Qué es lo que pretendemos?”, reflexiona Shelet Angulo, “que ya no se pongan escolleras, sino se ponga un muro de contención de roca viva, porque eso es lo único que vendría a amainar y a terminar con la erosión”.
Pero, Iván Infante plantea otra alternativa: geotubos reforzados con membranas y arriba de ellos una barrera de rocas y corazas de concreto que, según cuenta, fue la obra en la que trabajó como buzo en Campeche. Petróleos Mexicanos y compañías extranjeras invirtieron 70 millones de dólares para proteger el muelle de Ciudad del Carmen.
En Barra de Tupilco, localizado a 42 kilómetros de Sánchez Magallanes, dos faros caídos, casas y carreteras entre la arena marcan el avance del mar. Esto ha obligado a los lugareños a andar de un paraje a otro.
En la parte central de la barra, está la laguna El Ostión. A partir de un sobrevuelo de dron, se estableció que existe una distancia de 72 metros entre la línea de playa y ese cuerpo de agua. Ocho kilómetros más adelante, a la altura de la Laguna La Redonda, sólo son 40 metros.
En esta zona, unas 50 familias perdieron sus viviendas. Una de ellas es la de Rodolfo Bailón Chablé, a quien le tocó emigrar de Guanosolo, un ejido que prácticamente fue devorado por el mar. Otras familias se cambiaron a “El Boquerón”.
“Hace 20 años me vine para acá porque en realidad, allá todo se lo llevó la mar. El terreno era grandísimo, tenía como unos 500 metros de ancho hacia fuera de la mar, y todo se lo llevó y emigramos aquí”, relata don Rodolfo.
Una parte de la costa que estaba dividida por un pequeño afluente, a donde se cambió originalmente, pero que también abandonó. “Cuando llegué vivíamos a la orilla del otro lado de este río que vemos, pero de ahí se lo llevó también la mar; era ancho, tenía como casi dos kilómetros de ancho”, recuerda.
Para este lugareño, Pemex aceleró la erosión al haber construido el puerto de Dos Bocas hace 30 años. La escollera oriente de aquel puerto retiene los sedimentos y ocasiona un mayor impacto del oleaje, y por ello, reclaman al gobierno que los proteja con espigones.
Cuando impactan las tormentas que aceleran la erosión, los habitantes de la Barra de Tupilco, según las palabras de don Rodolfo, pasan días sin energía eléctrica e incomunicados. Se pierden varios tramos de carreteras, que a ellos les toca reconstruir con puros residuos de coco.
–¿Cómo califica vivir aquí?- se le pregunta.
–Está un poquito crítico, pero es nuestra zona, nuestro lugar y no tenemos otra parte para dónde jalarle, hay que aguantarle.
En la zona que ahora es mar, don Rodolfo muestra otro sitio donde, afirma, hace 40 años existió lo que fue el primer faro.
«Ahí, en esa punta había un faro, fue el primerito que yo conocí; después, hicieron otro más adelante, que ya se lo llevó la mar y ahorita hay uno último”
Don Rodolfo
A unos dos kilómetros, vive José Ángel Bailón, sobre lo que queda de unas dunas y donde fue construido un tercer faro –hay otro que colapsó en el 2009–. Él es un lugareño que trabaja de buzo soldador para empresas petroleras, y cuenta que unas diez familias vecinas abandonaron sus predios porque perdieron –con el mar– sus palmeras de coco y otros cultivos. Además, la carretera quedó destrozada.
–¿Cuánto se ha perdido de carreteras aquí?
–Pues, ya han hecho tres veces la carretera y se ha ido quedando, ahora sí que en el mar.
–¿Cuánto ha avanzado el mar?
–Según mis cálculos, unos 300 metros.
En Campeche, han pasado 25 años desde que se identificó la vulnerabilidad de sus costas a la intrusión del mar. Hoy en día se sabe que es por la elevación del mar y que, con las tormentas, cada vez hay más poblaciones que sufren estragos. Pero en el estado sólo hay obras de protección en Ciudad del Carmen, un puerto de alta operatividad de la industria petrolera, y algunos tramos carreteros.
Las zonas de mayor riesgo son Laguna de Términos, donde contrastan las comunidades pobres de pescadores y el interés económico de Pemex, con el Centro de Proceso y Transporte de Gas, en la península de Atasta; el puerto de Ciudad del Carmen, y Sabancuy, que es un municipio turístico.
En 2017, el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua (IMTA) publicó el “Estudio del nivel del mar, erosión y subsidencia en la planicie costera del Golfo de México”. En él advierte que en Punta Disciplinas no hay playa porque el mar devoró 850.1 metros entre 1967 y 2010. Ahí no hay población.
Al realizar una travesía en lancha, partiendo de Ciudad del Carmen, se recorren 19 kilómetros y al avistar Punta Disciplinas, un área de terrenos bajos frustra el arribo a la zona de manglares.
“Estamos a más de 300 metros, pero todo esto era playa”, advierte el pescador Juan Antonio, quien cuenta que el impacto la erosión le perjudica en su ruta hacia los bancos de peces. Tiene que sortear entre los restos de palmeras que flotan o están todavía enraizadas.
En Nuevo Campechito, ubicado al margen del río San Pedro en los límites con Tabasco, la erosión no perdona ni a los muertos ni a los faros. Es la población más golpeada por la erosión, porque al menos una decena de casas han sido devoradas por el mar, así como la escuela primaria, dos faros y el cementerio.
Luis Rodríguez Sosa es uno los pescadores que decidió seguir viviendo a escasos 25 metros del sitio que se quedó sin playa. Él muestra cada una de las viviendas que sobreviven agrietadas y las paredes de la escuela que están tiradas entre el agua. Era el rumbo por donde vivió su infancia. Son las ruinas que va dejando la erosión y que lo obligan a estar de un lado a otro.
A unos metros, señala un pedazo de concreto que se asoma entre la marea: son los restos de la escuela y de uno de dos faros que han colapsado.
“Con este faro, son tres ya los que han sido levantados, porque otro quedaba acá y otro quedaba por ahí. Pedimos otro a la Capitanía y mandaron otro, porque es por este faro que todos los que venimos entrando, vemos en la bocana”, comenta.
Al haber quedado sin varios tramos sin playa, este poblado de unos 300 habitantes ni pareciera lo que, según historiadores, fue en la época prehispánica, el punto de comercialización entre las culturas del centro del país; era Xicalango.
En los últimos 20 años, según cuenta don Luis, han impactado al menos cinco tormentas tropicales que aceleraron la pérdida de playa. Aquí están los componentes que ahora pondera el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para considerar que un desastre natural pone en riesgo de la seguridad humana: es un problema crónico y causa incertidumbre, miedo.
–¿Se siente usted seguro aquí?
–No. ¿cómo nos vamos a sentir seguros si cada temporal que viene, nos pega macizo?
Don Luis relata que los lugareños se solidarizaron para construir con palos de mangle, lo que llamaron “escolleras”, pero no les sirvió por mucho tiempo, pues ahora sólo es un indicador de cuánto ha avanzado la erosión.
“Ahí, habíamos puesto una escollera, a modo que libráramos la escuela primaria, pero como definitivamente era mucho, el Gobierno pensó en quitarla y transportarla más adelante, como a un kilómetro”, recuerda.
–¿Qué tan vulnerable se siente usted aquí?
–Pues está gruesa la cosa. Yo creo que todavía pensamos seguir aquí, pero definitivamente hasta que Dios diga. Por aquí está cerca el lugar donde trabajamos, pues somos pescadores. Entonces, aquí el sustento a nuestras familias. Tenemos que echarnos mar abierto, buscándole.
Pese a la evidente vulnerabilidad de la población a la erosión, empresarios intentaron construir un puerto, pero en dos ocasiones fueron frenados por reclamos de la organización ambientalista Marea Azul, en el proceso de solicitud de aprobación del proyecto ante la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).
En Sabancuy, el mejor referente para medir la erosión costera son los tramos de carretera por donde pasa la mayor parte del turismo terrestre hacia la Riviera Maya. Uno está entre el mar, otro debajo de la arena y el último, con tráfico vehicular, está en una franja firme de firme de 150 metros entre el mar y un estéreo que, según expertos, se convertirá en una bahía.
La playa de Sabancuy es de las más preciosas del Golfo de México, pero apenas 20 metros la dividen de la carretera. Ya no hay palmeras. Entre el agua, se asoma la base de cemento de un poste de señalización y en la playa hay una capilla que estaba originalmente en las inmediaciones de una de las carreteras erosionadas.
Por debajo de los estudios satelitales y al margen de mediciones topográficas con los que académicos y organismos internacionales que advierten una inundación por el fenómeno global de la erosión costera a futuro, están los testimonios de la gente que ya se vio obligada a abandonar la playa, donde tenía su negocio.
Guadalupe Guerra, llegó hace 15 años con su padre para emprender un restaurante. Se dio por vencida y salió del paraje para poner su negocio en el mercado del poblado, a un kilómetro de la playa, que la describe muy distinta a lo que es ahora. “Tenías que caminar bastante para lo que es el agua; había demasiadas palmeras”.
Recuerda que los lugareños construyeron más de diez restaurantitos, que fueron desmantelados en varias ocasiones, como si fueran casas de campaña, ante el avance del mar. Eran palapas o casuchas de tablas.
«Se construyeron restaurantes ahí, pero a todos esos de los llevó el agua, cuando había temporada de huracanes. Hacías uno y hacías otro y lo mismo se lo volvía a llevar el mar”
Guadalupe Guerra
Ante estos súbitos cambios, doña Guadalupe cuenta que no hubo plan de prevención o de resiliencia ante desastres emprendido por organismo alguno, sino sólo las recomendaciones de las autoridades municipales que les permitían mover sus changarros unos metros más adelante. Ahora, el restaurantito de Guadalupe lo trabaja su hermano, Félix, instalado sobre lo que fue el penúltimo tramo carretero.
–¿Cuánto futuro le ve a este lugar de que esté seguro?
–A lo mucho, un año, o si al caso, dos años; no más- responde en un sábado, en el que apenas ha atendido a cinco comensales, con su platillo principal de dos robalitos por 100 pesos (menos de seis dólares).
Para Lourdes Rodríguez Badillo, lideresa de la organización ambientalista Marea Azul, las respuestas ante este fenómeno podrían ser tardías, pero insiste en que lo ideal es atender ahora la situación de vulnerabilidad no sólo ambiental, sino de pobreza en la que se encuentran las poblaciones costeras que desconocen la problemática.
“Creo que estamos ya en el límite, advertimos durante muchos años que esto estaba ocurriendo y no nos conformamos con decir ‘se los dijimos’, sino que tenemos que rescatar la actividad productiva de toda la península de Atasta, donde está la Punta de las Disciplinas, porque la gente ha abierto canales o cerrado salidas de lagunas al mar, por lo que hay un impacto severo que se suma a la erosión, que es la salinización”.
En el estado de Yucatán, la erosión costera tampoco cede un ápice y a diferencia de Tabasco y Campeche, los propios pobladores en su intento de proteger cada uno su vivienda, colocan espolones o espigones, con los cuales aceleran el daño a sus vecinos.
Es el mejor ejemplo de lo que, según los expertos, es daño antropogénico, el ocasionado por el mismo hombre y que se suma al que genera el mar, por el aumento de nivel, como consecuencia del deshielo del Ártico.
“Hay una serie de iniciativas privadas de poner estructuras enfrente de las casas, que hace que aumente el desequilibrio, porque en algunos tramos hay estructuras y en otros no, y las estructuras a veces son perpendiculares a la playa – con espolones- , a veces son paralelas a la playa –rompeolas sumergido–. Entonces, hay una enorme presión de diferentes acciones no coordinadas”, advierte Paulo Salles Afonso de Almeida, experto es Hidrodinámica y morfodinámica en cuerpos de agua costeros.
“Estas acciones no deberían permitirse. Debería haber un órgano rector con capacidad realmente de actuar; supuestamente es la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) la que tiene que impedir la construcción de estructuras, pero pues realmente no hay un seguimiento muy estricto. No sé si por falta de presupuesto para retirar estas estructuras ilegales”, plantea Salles, quien es integrante del Laboratorio de Ingeniería y Procesos Costeros (LIPC), de la la UNAM, instalado en Yucatán.
En la playa de Chuburná, a Fernando Mixuiero el mar le ha arrebatado 15 metros de su casa playa en los últimos cinco años, pero él, a diferencia de la mayoría de sus vecinos –que con espolones han intentado frenar la erosión–, ha decidido reclamar su arena al mar, construyendo una barrera con más de 150 metros de cimientos enterrados.
A partir de las recomendaciones de un arquitecto, su estrategia la basó en tanques que, amarrados vertical en hilera, ha sumergido con concreto, y de esa forma, rescatado el patio que le había devorado el oleaje.
–¿Cuántos barriles ha hundido ahí?
–Diez cilindros, siete para abajo y arriba otros tres… Están rellenos de concreto, cada aro está relleno de concreto y ahora se va a hacer ya la barda, por estética.
El tramo de playa de don Fernando ahora sobresale en paisaje natural de playa carcomido, con rectángulo de 60 metros cuadrados, como cuando se realizan los trabajos de cimentación de un edificio. “Tenemos que construir barreras por nuestra cuenta porque el mar no detiene el paso. Entonces, tarde o temprano va a terminar llevándose las casas de toda la costa”, relata.
Mixuiero, como centenares de yucatecos, viene cada fin de semana a Chuburná, un pueblo que, como el Chelem, tiene cientos de viviendas dañadas por el mar. Pese a que sus dueños han colocado espolones, una estructura de madera o de rocas perpendiculares a la línea de costa.
Los lugareños relatan que el problema de la erosión se acentuó desde el impacto del huracán Gilberto (1988), y a partir de entonces, instrumentaron los espolones que, según las autoridades ambientales federales y estatales, aceleraron el impacto del oleaje. Entre Chelem y Chuburná, hay al menos unas 200 casas con espolones. Más de un millar fueron retirados con trascabos en los últimos 10 años.
Cuando los efectos del cambio climático son visibles y ocasionan grandes pérdidas económicas, las autoridades reaccionan incluso destinando marinos a las playas. Este es el caso del sargazo. Pero la erosión ocurre a cuenta gotas y no hay acción gubernamental alguna aunque los daños son irreversibles.
Es tal el impacto del elevación del mar, que la Secretaría Turismo –en su Estudio de la vulnerabilidad y programa de adaptación ante la variabilidad climática, en diez destinos turísticos– determinó un tasa de erosión de hasta 16 metros por año, para el caso del frente del hotel de cinco estrellas, Riu Palace Las Américas.
Los procesos erosivos en Cancún “se deben a que está en una zona abierta donde la refracción del oleaje actúa de diversas formas al igual que el transporte litoral», planeta el estudio publicado en 2016.
Para los turistas el sargazo es el principal distractor del paisaje original, pero no la erosión, pese a que la alberca está a sólo 20 metros del oleaje. A los camastros para tomar el sol les llega el agua. El avance del mar sólo lo perciben quienes viven en esta ciudad, como Reynaldo Rodríguez Ortega, quien con más de 35 años de residente le gusta llegar a la playa de la zona hotelera de Las Américas.
Don Reynaldo lamenta estar ahora en una franja más delgada y que no tiene la misma arena. “Cuando llegué aquí, la arena blanca, muy fina; había mucha concha y cangrejos. Ahora esta arena, ya no es la misma; toda la se llevó la erosión y los huracanes”, recuerda.
Para el estudio realizado por Turismo, los investigadores monitorearon la erosión en cinco sitios durante ocho años, a partir de imágenes de satélite. Pero actualmente no hay programa alguno de seguimiento para este problema, a diferencia del que sí existe para atender el de sargazo.
La vulnerabilidad, se calculó in situ, en otros cinco sitios, y así se advierte que en el paraje Los Delfines, que es a donde llega la mayoría de turistas, el índice de vulnerabilidad es muy alto, el oleaje impacta una playa abierta y de pendiente suave, y ante ello, la carretera federal queda también vulnerable.
Según Eduardo Batllori, experto en hidrobiología y extitular de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Medio Ambiente de Yucatán, las playas han sido rehabilitadas con arena de otros lados, como Cozumel, que al mismo tiempo han quedado más vulnerables. “En Cancún, primero las autoridades se acabaron las dunas y después se fueron sobre Cozumel y le han echado hasta cascajo”, ventila.
Uno: Sin prisa ni pausa avanza el mar
Tres: ‘México reaccionó tarde y mal’
Cuatro: Dos Bocas no contempla la erosión costera
Todo el especial:
* Este trabajo fue realizado en alianza con Connectas con el apoyo del Programa Regional de Seguridad Energética y Cambio Climático en América Latina de la fundación Konrad Adenauer (EKLA-KAS).
Periodista ex corresponsal del Grupo Reforma en Tabasco y doctorante en Ciencias Humanas para el Desarrollo Interdisciplinario enfocado a temas de gestión del agua, desastres naturales, de resistencias, explotación petrolera, megaproyectos, pobreza y desigualdad de desarrollo en la región sur.
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