Como creadores de imagen, fotógrafos o fotoperiodistas tenemos la responsabilidad de cuidar el uso de nuestras fotos porque ahí va también nuestra credibilidad o incluso el riesgo de la manipulación de nuestro trabajo con fines o significados distintos al que nosotros queríamos darle
Texto: María Ruiz
Como creadores de la imagen, fotógrafos o fotoperiodistas tenemos una responsabilidad de cuidar el uso de nuestras fotos porque ahí va también nuestra credibilidad o incluso la manipulación de nuestro trabajo con fines o significados distintos al que nosotros queríamos darle.
La fotografía ha sido usada por el poder para enviar mensajes desde hace siglos, de mano de la manipulación, ha sido parte de caprichos y de mensajes que personajes poderosos querían darle al mundo como “verdades históricas”.
Por ello es importante ser sinceros con nuestras fotos. Sí es cierto que no existe verdad absoluta u objetividad, desde el encuadre y el ángulo decidimos cómo queremos mostrar la realidad, sin embargo, cuando se hace una manipulación es aún más relevante responder públicamente algunas de las siguientes preguntas ¿qué mensaje queremos dar?, ¿qué cambiamos de la fotografía y por qué?, ¿desde qué ideologías, intenciones o sentimientos lo hacemos?
¿Por qué? Por responsabilidad. Si pensamos en el poder del fotoperiodismo, e incluso de la fotografía que no es periodística, podemos llegar al tema de las sensaciones y las reacciones. Quien vea las imágenes inevitablemente generará una reacción, la cual puede volverse una acción tangible con consecuencias sociales. Tener en cuenta eso evidencia el interés de que exista una la relación entre el poder y la fotografía. Nosotros, creadores de imágen, estamos decidiendo qué parte de la historia contar y cómo la queremos contar, por ello es un riesgo tomar a la ligera las consecuencias que puede tener una foto y más si es informativa, pero el arte no se salva.
Las sensaciones y las reacciones sociales a partir de una fotografía existen también en el arte. Es decir, aunque sea una visión propia del mundo si se vuelve mediática o si la miran miles de personas, provocará algo. No es casualidad que exista una larga tradición de relaciones entre arte y poder, arte y movimientos sociales, arte e ideología.
El arte es poderoso, aunque sea la visión propia del artista, por eso el arte puede ser transgresor. También, a partir del arte, se puede manipular a la sociedad o puede empoderar discursos de odio. Un ejemplo es la película El nacimiento de una nación (Estados Unidos, 1915), que empoderó a grupos supremacistas quiénes se sintieron con el derecho de agredir a personas sólo por su color de piel; no quiere decir que esa película lo haya provocado pero les incentivó e inspiró. La imagen es poderosa porque es también mensajera de discursos.
La clase política está consciente de este poder. En México tenemos ejemplos de cómo expresidentes han buscado que la cultura esté de su lado o han usado incluso la manipulación fotográfica.
En 2016 unas fotografías del expresidente Enrique Peña Nieto causaron indignación por verse photoshopeadas. Tras la explosión de la planta petrolera “Pajaritos” en Coatzacoalcos, el equipo de comunicación compartió unas fotografías que se ven editadas, lo que ocasionó que cuestionaran si había ido o no. En ese entonces Buzzfeed México contactó al equipo de Presidencia para saber qué había pasado, a lo que respondieron que simplemente editaron el contraste. Sin embargo, los internautas nunca les creyeron.
En el documental La Muñeca Tetona, de Diego Osorno, se narran las relaciones de la élite cultural y el poder a partir de una fotografía donde aparecen periodistas, promotores culturales y escritores, entre ellos Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Miguel Ángel Granados Chapa y Gabriel García Márquez, alrededor de Carlos Salinas de Gortari, quien entonces era secretario de Planeación y Presupuesto y después se convirtió en presidente de México.
El corto ejemplifica el tipo de relaciones con el poder que generan dudas sobre la independencia, sobre si las creaciones artísticas, periodísticas o intelectuales son parte de un discurso político o si existe o no una intención pagada por el poder. En el corto documental, ensayistas, periodistas y el mismo expresidente, Salinas de Gortari, ahondan en la relación de García Márquez, Salinas, Bill Clinton y Fidel Castro durante la crisis de los balseros de 1994. La cercanía entre Salinas de Gortari y García Márquez da lugar a profundo análisis de las repercusiones y alcances que pueden tener las relaciones entre la política y la cultura.
Regresando al tema de la imagen, actualmente ya no existen (o eso creemos) esas reuniones, pero sí otros canales de difusión del discurso a partir de medios digitales y de producciones audiovisuales, que van desde portales de noticias falsos, cuentas de usuarios falsas, conocidos como bots, quienes llegan a hacer uso de imágenes falsas o memes para atacar o generar discusiones, porque con el internet, también el tipo de manipulaciones han cambiado. Ahora no sólo los expertos en foto manipulan imágenes, cualquier persona con acceso a un programa de edición y un tutorial de Youtube lo puede hacer. Otro ejemplo de manipulación de imagen para alterar discursos son los medios de comunicación que usan una fotografía fuera de su contexto, como fotos de otras fechas para ilustrar un suceso del “breaking news”.
Es por ello que como creadores de la imagen, fotógrafos o fotoperiodistas tenemos una responsabilidad de cuidar el uso de nuestras fotos porque ahí va también nuestra credibilidad o incluso la manipulación de nuestro trabajo con fines o significados distintos al que nosotros queríamos darle. Hay que defender y cuidar nuestro trabajo.
Existen otros casos históricos de políticos editando fotografías a su gusto. Daniel Murias realizó una recopilación de 16 fotos manipuladas que pasaron a la historia para el blog de fotografía Xataka, donde menciona cómo políticos de distintos regímenes borraron a personajes que no querían que salieran en sus fotos; o cómo fotógrafos realizaron montajes para crear grandes fotografías, unos ejemplos que cita son la foto del beso de Robert Doisneau o la puesta en escena para la fotografía de la Guerra de Crimea de Roger Fenton. No sólo los fotógrafos lo hacen, también los diseñadores, como menciona Murias, en 1982 National Geographic manipuló una fotografía de Gordan Gahan para que encajara en el formato de su portada.
No busco citar estos ejemplos para justificar las manipulaciones como si fueran algo “normal”, simplemente los cito para mostrar que pasa desde hace años y que aunque esos ejemplos están por todas partes, siguen sucediendo. Un caso reciente es el de Santiago Arau y su fotografía de la noche del 15 de septiembre. Arau cuenta que por problemas técnicos no pudo retratar lo que vio y decidió editar la imagen:
“Yo decido manipular la fotografía porque no estaba a gusto con lo que había visto y con lo que estaba representado en las fotos. Decido con photoshop clonar elementos de la fotografía, poner un poco más de fuegos artificiales, con el motivo de recrear lo que yo estaba viviendo. No lo inventé, las personas que estaban ahí lo saben”.
En la fotografía se ve un festejo apantallante de la celebración. Para muchos fue la fotografía de la noche, para otros fue una mentira. Al debate se le sumó que la fotografía fue compartida por la cuenta oficial del Gobierno de México.
Antes de que sucediera lo de la foto de los fuegos artificiales, comunicación social de Presidencia contactó a Santiago Arau para pedirle una foto que días antes había publicado: un Zócalo vacío, iluminado y decorado para la celebración de la independencia, que retrató desde su estudio del centro. ¿Para qué lo contactó Presidencia? Querían utilizar su foto para un mensaje que daría el presidente previo a la celebración. Después de la foto del 15 de septiembre, surgió la duda, ¿cómo saber si esa foto no fue editada también?
Quise menos o más pero ya decidí que serán, por las circunstancias y por imprescindibles, veinte ¡vivas! para mañana por la noche. Miren qué majestuosa fotografía del zócalo, tomada por Santiago Arau. ¡Allí nos vemos! pic.twitter.com/QuzkAsl5fm— Andrés Manuel (@lopezobrador_) 14 de septiembre de 2019
Santiago Arau se siente tranquilo porque no considera que las reglas del fotoperiodismo apliquen a su trabajo:
“Yo no considero que juego dentro de sus mismas reglas. Si la gente se decepciona con mi trabajo porque piensa que las estoy retocando, ni siquiera es el caso, son muy pocas fotos las que yo retoco y las retoco a partir de una realidad que estoy viendo y que no pude grabar por cierta situación”, me contó por llamada telefónica.
Además de la edición, el haber sido compartida por cuentas gubernamentales aumentó la crítica a sus fotografías. En la misma llamada, Arau me contó que el gobierno no le pagó por ninguna de las fotos que compartieron pero que sí existe una decisión de su parte de a quién sí y a quién no le regala sus fotos. En este caso él pensó que el mensaje era bueno, desde el primer tuit del presidente hasta el tuit del Gobierno de México el 15 de septiembre.
Preguntamos al Staff de fotógrafos de presidencia cuál era su opinión al respecto o cómo había acabado la fotografía trucada de Santiago Arau en las cuentas oficiales del Gobierno de México pero nos contestaron que no creían conveniente dar una respuesta ya que la fotografía nunca pasó por sus manos.
¿Por qué editó los fuegos artificiales?
Me contó dos razones: la primera tiene que ver con la frustración, la segunda con su nacionalismo. Cuando se preparó ya sabía qué foto quería, la de los fuegos artificiales, pero su dron falló y no la logró. La frustración de no tener la foto que vio lo hizo editarla y clonar la pirotecnia, todo en 10 minutos, porque sentía la prisa de publicarla, si lo hacía después de las 11:15 para él, por la inmediatez de las redes sociales, esa foto estaría muerta.
Y de nuevo podemos reflexionar sobre el Internet y el impacto que tiene en nuestro trabajo. A veces pareciera que compartir nuestras fotos puede ser como un contrato con el diablo, uno agridulce. Te da viralidad, la gente ve tu trabajo pero también puede ser descontextualizado, editado, mal usado, apropiado o es un escenario perfecto para nuestras equivocaciones.
Santiago Arau es un ejemplo de ello por varias razones. Puede que sin el Internet el trabajo de Arau no sería tan reconocido como lo es ahora, las redes y el conocimiento que tiene de cómo usar la inmediatez para que su trabajo se vea han sido claves para que hoy sea lo que es: un fotógrafo reconocido que siempre tiene la fotografía que se volverá viral. Pero en este caso, esa misma presión de tener la foto del momento, a pesar de no considerarse fotoperiodista, lo hizo cometer un error que le está costando su credibilidad.
Desde que la edición de su imagen fue descubierta cuenta que ha tenido diferentes reflexiones, desde qué tipo de foto hace, qué tipo de fotógrafo es, para qué hace sus fotos, cómo ven sus fotos y cómo ha sido interpretada su relación con el gobierno:
“Es una fotografía que no me gusta. Es frustrante que voy a lugares donde estoy en peligro, volando el dron arriba de casas de seguridad, de narcos y la comunicación muy fuerte se basa a partir de una fotografía de fuegos artificiales totalmente controlada. […] ¿A quién beneficia esta fotografía más que a mí? Pues al gobierno. Porque retrata un México de Disneylandia. Por eso una fotografía de fuegos artificiales se convierte en un problema. No será la última vez que me equivoque, todos nos equivocamos. Mi aprendizaje de todo esto es que no lo vuelvo a hacer. No suma a mi trabajo manipular las imágenes pero si lo quiero volver a hacer, lo pondré”.
Y algo es cierto, todos nos podemos equivocar pero no por eso vamos a dejar de reflexionar sobre los ejemplos anteriores y sobre la fotografía de Santiago Arau. Y es que quizá, para algunos que sepan que es un error o una edición, no se vuelve creíble pero hay muchas otras personas que no reconocen esos trucos, que verán las fotos como una realidad y que generarán reacciones que permean en la sociedad y en la historia.
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