El prestigio de Reforma convertido en soberbia

5 abril, 2019

Recientes decisiones editoriales de este periódico no se explican más que por un prestigio bien ganado que ha cedido ante el vicio de la soberbia, al negar la posibilidad de haberse equivocado o de explicar esas decisiones a sus lectores

Por Irving Huerta*

El 6 de febrero de 2019, el diario mexicano Reforma reveló la existencia de un departamento propiedad de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, que no estaba en la versión pública de su declaración patrimonial. El encabezado era “Omite penthouse titular de la Segob” y daba detalles sobre la propiedad de unos “11 millones de pesos”, adquirido en 2009. Efectivamente, había una discrepancia entre su declaración pública y la información de Reforma que comprobaba más bienes que los reconocidos por ella.

Pero unas horas después, la secretaria Sánchez Cordero intentó calmar las sospechas de posible corrupción al reconocer el departamento y decir que si no aparecía en internet se debía a la forma en que opera el sistema electrónico para hacer públicas las declaraciones, llamado Declaranet. Además, la secretaria criticó a Reforma por faltar a uno de los valores del periodismo liberal y del cual ese periódico en particular se ha preciado durante más de dos décadas: el prestigio profesional.

“Me sorprende que el periodista José Díaz Briseño no haya atendido un criterio elemental del periodismo: llamarme para conocer mi versión”, dijo la secretaria Cordero en la conferencia mañanera del nuevo presidente Andrés Manuel López Obrador.

Queda por saber si esa respuesta le alcanzó a la secretaria Sánchez Cordero para limpiar esas sospechas. Sin embargo, el episodio levanta un debate ético sobre el papel del periodismo en los procesos de rendición de cuentas. Entre algunos colegas periodistas y en Twitter al menos, las preguntas al respecto fueron más o menos las siguientes: ¿Reforma actuó de forma ética y profesional al publicar la historia sin pedir la versión de la implicada?, y ¿qué significa exactamente pedir la versión de quienes son señalados en investigaciones periodísticas?

Intentaré explicar por qué Reforma —a pesar de pretender llamar a cuentas al poder— cometió una falta ética que va en contra de sus propio valores profesionales, sobre los cuales Reforma ha construido su prestigio periodístico y su negocio familiar desde que se convirtió en periódico nacional en 1993.

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Si bien es cierto que parte de la vitalidad del periodismo reside en sus reglas flexibles, el periodismo en países que aspiran a ser democracias liberales tiene rasgos de profesionalización inspirados en modelos anglo europeos. En el caso de Reforma en particular, principalmente es el de una prensa anglosajona independiente que vive de la publicidad, con periodistas profesionalizados y estructuras verticales. Es un periodismo agringado, acomodado en la realidad de país que tiene México, pero que sigue los parámetros éticos de una prensa que está allí para informar al público y llamar a cuentas al poder.

Este periodismo, y sobre todo su versión más sublimada que es el periodismo de investigación tipo Watergate, Pentagon Papers o Harvey Weinstein, tiene claro que antes de señalar una posible mala conducta es imprescindible preguntar por la versión del inculpado. El “ask for comment” u oportunidad para responder es una práctica rutinaria tanto en medios regionales como en las grandes cadenas nacionales estadunidenses, desde el New York Times hasta el My San Antonio en Texas. El New York Times, por ejemplo, lo da por sentado en sus “Guías sobre nuestra integridad” de 1999:

“Hay muy pocos escritores (reporteros) a quienes se les tiene que recordar que tenemos que buscar y publicar una respuesta de cualquiera que haya sido objeto de críticas en nuestras páginas. Pero cuando esa crítica sea grave, tenemos una obligación especial de describir el alcance de la acusación y dejar que el sujeto en cuestión responda en detalle. Nadie debe ser tomado por sorpresa cuando parezca, o se sienta, que el periódico no dio oportunidad de responder”.

Y no los cito porque sean medios impolutos, sino que ése es el periodismo que ha influido las prácticas de Reforma y de otros medios mexicanos y latinoamericanos desde el siglo XX. Esta influencia en el periodismo de América Latina se puede ver en textos de ética periodística como “El zumbido y el moscardón” de Javier Darío Restrepo, quien para hablar del asunto en cuestión pone el ejemplo del código de ética de periodistas de Chile: “Toda persona aludida en un medio de difusión tiene derecho a responder, y los periodistas deben garantizar el más amplio ejercicio de esta facultad”. Periodistas latinoamercanos que han escrito manuales de investigación periodística, desde Daniel Santoro de La República de Argentina hasta el colombiano Gerardo Reyes, están de acuerdo en preguntar al implicado antes de publicar.

Reforma no es ajeno a las convenciones de la previa publicación, que aunque flexibles, son más o menos estándares en países con una prensa de aspiraciones democráticas. Por eso es extraño que Reforma no haya consultado previamente a la secretaria Cordero.

Pero Reforma no ha transparentado, como es costumbre en medios mexicanos, por qué no pidió la postura de la secretaria Cordero. Podemos especular que los editores asumieron una de las siguientes tres ideas o una combinación de ellas: 1) que la declaración de la secretaria publicada en internet ya es la postura del implicado y por lo tanto no hace falta pedirla de nuevo; 2) pedir la postura de Sánchez Cordero habría provocado una modificación inmediata de los documentos en cuestión; o 3) que los medios competidores “les ganarían la nota” y por eso había prisa en publicar. Pero ninguna de ellas es, en mi opinión, convincente y explicó por qué.

Primero, la declaración publicada en internet no puede pasar como la versión de la secretaria, pues es tan solo “el dato disparador de la historia”, como diría el periodista mexicano Daniel Lizárraga. Es cierto que esa declaración pública provino de la misma secretaria y habla de su patrimonio, pero no es la explicación de la discrepancia encontrada por el trabajo periodístico. Asumir que la declaración ya es la postura del aludido conlleva varios problemas: desde que se pueda argumentar, como lo hizo la secretaria, que no tuvo la oportunidad de defenderse y culpar al diario de falta de profesionalismo; y hasta la clara desinformación, pues se deja abierta la posibilidad que no haya “omitido” intencionalmente la información el departamento, sino que se haya tratado de un problema tecnológico, como finalmente ella demostró con la imagen de su declaración impresa en Twitter. Es decir, una investigación sin la postura expresa de la persona implicada es una investigación incompleta que no agotó todas las explicaciones posibles.

Pasemos a la segunda hipótesis, donde los editores de Reforma pudieron haber pensado que, si se pedía la versión de la secretaria ella habría modificado inmediatamente la declaración. Este argumento no es convincente porque cualquier modificación tramposa de esa declaración era fácilmente demostrable con evidencias visuales o metadatos de los documentos, que el reportero pudo haber registrado como prueba. Y si la secretaria hubiera dado una respuesta absurda como, “sí, perdón, olvidé que tenía un departamento en Houston pero ahora lo incluyo”, la secretaria habría quedado profundamente cuestionada y Reforma hubiera seguido teniendo su nota con el requisito ético de haber preguntado antes.

La tercera hipótesis para explicar por qué Reforma no pidió la versión de Cordero puede ser la urgencia por publicar. Es al mismo tiempo la más ramplona y la más grave, sobre todo porque representa el modelo de negocios que tiene al periodismo tras las cuerdas en casi todo el mundo. Bajo la lógica de competencia, Reforma encontró una información noticiable que estaba al alcance de cualquier reportero en cualquier otro medio. Quiso “ganar la nota”, porque así garantiza la venta de sus ejemplares impresos o suscripciones enlínea y, por lo tanto, los precios de sus espacios publicitarios: publicar primero para mejorar el margen de ganancia.  Es grave porque involucra factores editoriales fuera del alcance del reportero, como sus condiciones laborales que lo obligan a cubrir múltiples fuentes informativas al día, produciendo el tipo de periodismo poco profesional —por decir lo menos— que nos ha dejado la inmediatez del internet y el imperio del click.

Es aún más lamentable en el caso de Reforma porque alguna vez se preció de tener a los periodistas más profesionales del país, a los que podían enfocarse en fuentes especializadas mientras gozaban de condiciones laborales envidiables. Pero hay varias señales que indican que esos tiempos de calidad informativa y buenas condiciones laborales han cedido ante el modelo de negocio. Muestra clara de ello es la lamentable desaparición de la revista R, que era un espacio semanal precisamente para el periodismo de profundidad, sin los frenéticos tiempos del diarismo que vive de la espectacularidad y las declaraciones de políticos. Además, Reforma vive un cambio profundo en buena parte de su estructura de alto nivel, que incluye el cambio generacional en la familia Junco — dueña del periódico — y la entrada de Juan Pardinas como nuevo director editorial.

Cualquiera de las razones anteriores para no pedir la versión de la secretaria de Gobernación, o una combinación de ellas, va en contra de los propios parámetros éticos que Reforma se ha impuesto como rasero de distinción profesional. Todavía más sorprendente es que Reforma haya repetido la receta con el secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriu, quien también dio un revire al periódico mostrando pruebas documentales de que no mintió en su declaración patrimonial. Estas decisiones editoriales no se explican más que por un prestigio bien ganado que ha cedido ante el vicio de la soberbia, al negar la posibilidad de haberse equivocado o de explicar esas decisiones a sus lectores.

Intencionalmente abandoné la hipótesis de que el periódico o su director o sus dueños tengan una agenda antilopezobradorista, como muchos les reclaman. Se vale hacer periodismo desde la oposición, pero hay que hacerlo bien. Si Reforma no discute estos dilemas de manera abierta y reflexiona su actual manera de hacer negocio con la información, los cambios en la empresa de la familia Junco corren el riesgo de abaratar las historias bien contadas por la mediocre inmediatez.

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Restrepo, J. D. (2004) El zumbido y el moscardón: taller y consultorio de ética periodística. Fondo de Cultura Económica.

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Santoro, D. (2004) Técnicas de investigación: métodos desarrollados en diarios y revistas de América Latina. Fondo De Cultura Economica USA.


*Irving Huerta: Periodista y doctorante en Política por la Universidad de Goldsmiths, Reino Unido, explorando las relaciones entre el periodismo de investigación y el entorno político-económico de México. Su trabajo periodístico ha estado relacionado con temas como rendición de cuentas y violaciones a derechos humanos.

Twitter: @ihuertaz

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