El 27 de febrero de 2020 se diagnosticó el primer caso de Covid-19 en México, y a partir de ese momento la vida de millones de mexicanos cambió radicalmente. ¿Qué aprendimos? Y, sobre todo: ¿Qué nos dejó la emergencia sanitaria más grande que ha conocido la humanidad?
Texto: Arturo Contreras, Isabel Briseño y Alejandro Ruiz
Foto: Cuarto Oscuro
CIUDAD DE MÉXICO. -Hace cuatro años el mundo recibió la noticia de que una nueva pandemia había llegado a nosotros: covid-19.
Hasta ese momento, la enfermedad era desconocida, y también sus efectos. Pronto, al no existir una cura, las muerte comenzaron a colapsar los hospitales de todo el mundo.
Las imágenes difundieron el pánico, y éste se alimentó de las restricciones que cada país implenetó en sus territorios. Restricciones a la movilidad o al contacto humano, que derivaron en el confinamiento masivo de millones de personas en todo el planeta.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el primero año de la pandemia murieron más de 14 millones de personas en todo el mundo. Éstas muertes también desnudaron las desigualdades sociales y la carencia universal de acceso a servicios de salud.
Pero también, las brecha educativas, laborales y de salud mental que existen en el planeta. México no fue la excepción.
A 4 años de que llegara el covid a nuestra vidas, y en medio de una “nueva normalidad” que ha fluido casi de manera imperceptible cabe preguntarse: ¿qué ha cambiado en nuestro país?
Los estragos sociales de la pandemia son palpables en el día a día, pues aunque los contagios y los decesos han disminuido ¿qué secuelas sociales nos quedan tras la pandemia?
Las infancias parecen que perdieron el interés por ir a la escuela. Muchos se rehúsan a volver de forma presencial a las oficinas o a los espacios de trabajo. Seguimos con las reuniones por zoom, y ahora, puede comprar de todo por internet.
El doctor en psicología social, Antonio Peña, señala que con la nueva normalidad, la oportunidad de encontrarnos y socializar parece que ya no es tan atractiva. Es decir, la pérdida del deseo de tener esa interacción cara a cara que nos facilita tener una vida social, incluso hasta de protestar en nuestro trabajo por algo en lo que no estamos de acuerdo. Esas posibilidades, se van perdiendo también con las redes sociales.
“Nos volvemos más individualistas. Nos preocupamos solo por estar bien nosotros, perdemos completamente de vista la importancia de la comunidad, de los beneficios de la sociedad, de lo importante que es tener comunidades fuertes, sólidas”
Peña señala que el riesgo está en que de forma individual nos volvemos sujetos de cualquier cosa, en cambio en lo grupal, existe la posibilidad de la defensa, de hacer comunidad. En lo individual se es muy vulnerable y esa vulnerabilidad se refleja en el consumismo que se recrudeció con la pandemia.
Y tal vez no está tan equivocado.
Desde que el gobierno mexicano decretó el fin de la pandemia y el confinamiento, en las redes sociales abundan grupos de “sobrevivientes” al covid-19 que platican sobre sus secuelas y sus enfermedades.
Muchos de ellos analizan el long covid o covid persistente, o sea: la multiplicidad de síntomas que pueden ser fatiga, disnea, pérdida de memoria, diarreas, taquicardias, problemas para dormir, problemas dermatológicos, cansancio extremo, fiebre, dolores articulares y musculares, problemas del corazón, fotosensibilidad, alteraciones digestivas, que puede dar a personas que han pasado la fase aguda de covid-19, incluso habiendo sufrido cuadros moderados o leves.
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Algunos otros también hablan de los estragos mentales que les dejó la pandemia.
Una usuaria del grupo comparte un post, de hace apenas unos días: “No puedo respirar y nadie me cree, los doctores me dicen que es ansiedad”.
Entre las respuestas de otros usuarios, quienes le recomiendan estudios especializados y doctores a los que ellos mismos han ido, hay una respuesta que resume un malestar general: “a mi me dolía el pecho y fui a un montón de internistas y me decían que era ansiedad, hasta al cardiólogo fui, y seguí igual. Sólo una doctora me dio medicamento para una cosa y la otra, y al final fui con otro doctor y me dice que estoy bien, que lo que tengo es ansiedad. De hecho el cardiólogo me dio una pastilla para descansar, y no sé que sería pero se me quitó, pude descansar y obvio ya solo la tomé como por dos días y santo remedio… creo que lo mio sé era psicológico ”.
De acuerdo con el informe Covid-19 y necesidades en salud mental, de la Organización Mundial de la Salud, el impacto del confinamiento en la salud mental es indiscutible. Por un lado, detalla el informe, hay quienes adoptaron mecanismos de resiliencia y afrontamiento positivo que les permitieron afrontar la muerte de un ser querido, o el impacto de cortar las relaciones sociales cara a cara.
Pero por el otro, hay quienes desarrollaron trastornos de estrés, ansiedad, depresión, trastornos del sueño, consumo excesivo de alcohol o tabaco, y trastornos de conducta alimentaria.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, desde el inicio de la pandemia se han registrado aumentos del 25% en casos de ansiedad y depresión en todo el mundo. En México, de acuerdo con el Sistema Nacional de Salud, el 70% de la población que padecen, o pedecieron covid-19, puede experimentar al menos un síntoma posterior a la infección, que pueden ser pérdidas del olfato o el gusto, o inclusive pérdidas cognitivas, como el deterioro en la concentración, la memoria, lenguaje, ansiedad, depresión, y desregulación emocional.
Marta (quien decidió no usar su nombre en esta entrevista) tuvo covid-19 durante 2020. Ella sobrevivió, pero otros familiares y conocidos que contrajeron la enfermedad no lo hicieron. Explica qué es lo que ha pasado desde esa hasta ahora:
“Al principio me sentí muy sola. Terminé una relación por el aislamiento, después se murieron una tía y un amigo de la familia. Empecé a ir a terapia, y sólo así pude salir de la depresión. Volví a dormir, a platicar con mis amigos, y eventualmente me adapté a esto que dicen es la nueva normalidad. Pero la verdad, desde que el covid llegó yo no he vuelto a ser la misma. Siento que dejé de ser yo”.
La nueva normalidad, en realidad no modificó los rasgos sistémicos del modelo neoliberal, al contrario, parece que los acentuó. Las fábricas no pararon, mientras miles librarban duelos o lidiaban con sus emociones. El mercado siguió su flujo, y la publicidad, en vez de frenar los incentivos al consumismo, los acentuó. Así, mientras unos se quedaban sin casa, trabajo, o familia, otros presumían un estatus de confort.
La pandemia también acentuó, y evidenció las desigualdades de clase, modificando las relaciones en los centros de trabajo.
“Ahora somos esclavos en el lugar donde vivimos, te llaman a cualquier hora y tienes que atender las 24 horas de los 7 días”, dice Julia, quien trabaja como estratega de comunicación para una farmacéutica. Vive en el Ajusco y aunque tiene auto, emplea hasta 2 horas en ir y otras 2 en regresar desde la colonia Tabacalera.
El trabajo en casa le parecía fenomenal. A las juntas, casi diarias, acudía con blusa formal y pijama. Tomaba el desayuno en su cama mientras trabajaba.
Desde que le pidieron volver uno o dos días a la semana, le resulta muy difícil volver a despertarse más temprano, bañarse, alistarse y salir con el suficiente tiempo para que el tráfico no le juegue en contra, es decir, una rutina de casi 4 horas antes y otras 2 después.
Pero, ¿por qué nos resulta tan atractivo el trabajo desde casa?
El psicólogo Antonio Peña indica que ese esquema se vuelve atractivo por el simple hecho de no salir de casa y no tener que lidiar con el transporte público, con el tráfico o hasta con la gente.
Pero esta inactividad, el estar en la comodidad del sillón o de la cama trabajando en la computadora también ha disminuido el salir a caminar y no tener actividad física, lo que repercute en cuestiones de salud y se refleja en el sobrepeso y la obesidad.
“El trabajo desde casa no es otra cosa que llevar el modelo de trabajo esclavizado al hogar, en donde además los empleados absorbieron los costos generados por trabajar desde casa y las empresas se liberaron de esa responsabilidad”, apunta el especialista.
En México todavía se está debatiendo si debemos de pasar de las 48 horas a las 40 horas de trabajo a la semana, mientras que en otros países ya se está planteando que solo se trabajen 3 ó 4 días a la semana, como Canadá, Bélgica, España, Finlandia o Estados Unidos.
Jaime es profesor de repostería y recién le informaron que regresaría a las aulas para volver al modelo presencial pero él no desea hacerlo.
“Es mi último curso a distancia, ya nos van a regresar a presenciales pero no sé para qué, mis alumnos aprenden bien con las presentaciones que elaboré sobre los procesos de elaboración de postres”
Pero al ser un curso práctico, ¿cómo puede corroborar que el sabor de los postres que realizan sus alumnos es bueno?
“Ellos desarrollan paso a paso sus recetas y me comparten los procesos también paso a paso y les doy retroalimentación”, explica el profesor.
Antonio Peña considera que algo que tiene que ver con la pandemia es la idea del miedo. “Vivimos en la época del miedo”.
Explica que a lo largo de la historia de la humanidad hay diferentes épocas asociadas al miedo, miedo a Dios, miedo a la naturaleza, pero ahora el miedo es al contagio, miedo al otro, a la otra, a la interacción, todo es miedo y se ha perdido la capacidad de sentir seguridad. Por eso, muchas personas evitan salir.
Lo anterior va de la mano con que se está perdiendo el sentido de comunidad, explica Peña.
“Ya no hay ganas de socializar con vecinas y vecinos, mucho menos se piensa en plantear proyectos para la comunidad que ayuden a resolver problemáticas, en realidad nos hemos atrincherado en lo individual”.
El miedo desata ansiedad y depresión, puntualiza.
El especialista apunta que a los adolescentes o adultos jóvenes, es lógico que les de miedo salir después de dos años de encierro en donde se les recordó a diario que ellos y sus seres amados podían morir.
Para Peña, desde antes de la pandemia ya habían claras tendencias de un miedo social generalizado asociado a la época que vivimos en la que hay menos recursos y más demanda; la falta de agua, trabajo, seguridad genera miedo, ansiedad e incertidumbre.
“No sabemos si mañana va a haber una guerra nuclear, no sabemos si mañana va a haber otra pandemia, no sabemos si mañana va a caer un meteorito”.
La mamá de Mateo batalla para todo con él, no quiere ir a la escuela, no quiere hacer la tarea, no quiere bañarse, no quiere salir a jugar.
“Para todo tengo que rogarle, hasta para que coma y aunque no quiere, lo llevo a hacer ejercicio. Dice que la escuela no sirve, que las maestras se la pasan en su celular y él quiere hacer lo mismo. Pero no es el único, ya pregunté con las demás mamás y hay niños peores que han llegado a intentos de suicidio”, dice la mamá angustiada.
Peña recuerda un reporte sobre cómo se percibe la educación en el Reino Unido, y expone que pasada la pandemia, fue muy notorio que efectivamente los estudiantes ya no querían regresar a la escuela, es decir, lo que se está viendo con mucha claridad, es que se está perdiendo el valor de la educación porque se están adquiriendo diferentes valores.
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“Eso sería el gran final de la época de la educación formal como la conocemos porque se está debilitando y está siendo sustituida por otro tipo de conocimiento, otro tipo de saberes y otro tipo de procesos de socialización”.
Peña indica que para los más jóvenes, su forma de socialización, es a través de los espacios digitales.
Efectivamente hay un cambio de lo que de lo que se quiere hacer y sobre lo que significa vivir pero también sobre cómo se quiere vivir.
“A partir de la pandemia se fueron reforzando ideas como: quién soy en función de lo que tengo, quién soy en función de la fama que recibo. Las redes sociales potencian mucho esta idea del valor o la importancia en función de si se reciben o no likes”.
Antonio Peña considera que lo que está cambiando son los valores sobre lo qué es importante en la vida.
Parece que lo importante es consumir y la validación en las redes sociales así como mostrar o intentar tener una posición social; el tener hijos o la educación va perdiendo valor.
Además estamos en la época de la posmodernidad, es decir, hay diferentes formas de expresión y entendimiento de la realidad.
“Hay diferentes sectores, diferentes grupos que van adquiriendo diversos valores y eso nos lleva a esta expresión de lo individual porque cada una y uno de nosotros dice: esto que pienso y digo tiene sentido y tiene valor y se toma como absoluto”.
Las consecuencias son el aislamiento y la fragmentación social, indica Peña.
Pensemos en esa escena de Wallie donde personas obesas en una silla tienen puesta toda su atención en una pantalla y son atendidos por robots.
De acuerdo con el especialista, la escena representa la problemática del placer, “yo quiero tener garantizadas mis condiciones individuales y no me interesan las de los demás”.
Está fórmula social compleja de este modelo neoliberal busca vender el placer a través del consumismo, apunta el doctor Peña.
“El consumismo nos va llevando a los excesos en general y se refleja en nuestros cuerpos y en nuestra salud y en los procesos de socialización”.
La reflexión debería ser entonces en torno a ¿Qué es lo que estamos cediendo? ¿Qué es lo que estamos dejando de hacer? ¿Eso que estamos dejando de hacer nos hace más inútiles o útiles socialmente?, apunta el psicólogo social.
Para el especialista el gran problema no está en el uso de las redes sociales, las computadoras, o la inteligencia artificial, todo eso tiene su valor, señala; el problema es cómo se usa esa tecnología y si con eso nos volvemos esclavas o esclavos de un sistema de producción, de un sistema de poder.
“Es cierto que los sistemas educativos se están debilitando y que se están dejando de aprender cosas fundamentales; si a eso le añadimos que estamos perdiendo la capacidad de socialización, para el neoliberalismo y los gobiernos autoritarios es oro molido que las personas anden por su cuenta porque entonces no hay cabida a la organización, a la protesta, a la exigencia, a la resolución de problemas”.
Las nuevas generaciones creen que ir a la escuela ya no les da certeza sobre el conseguir un empleo, un ingreso para vivir, o la promesa de un retiro digno. Ahora parece que eso está en otras posibilidades como lo es el uso de las redes, el obtener o no likes para monetizar, el comercio electrónico, otras cosas que ya no necesariamente pasan por la educación.
La salud socioemocional tiene que ver con la capacidad que se tiene para poder expresar sentimientos y emociones y saber comprenderlas en las demás personas.
Por ejemplo, la empatía, es decir, si vemos que una persona está llorando, acercarnos y tratar de apoyar, o tener la capacidad de poder llorar, es otra cosa que se está observando poco.
“Esa salud es importantísima porque nos ayuda a vincularnos, a cuidarnos, ayuda a liberar sentimientos y emociones pero también a expresarlos; si no somos capaces de entenderlos en las demás personas, si no somos capaces de expresarlos, va generando represión que generalmente termina también en ansiedad o depresión o conductas antisociales”
El psicólogo hace referencia a todas las personas que caminan con el celular en la mano, que conducen y envían mensajes, que se sientan a la mesa y tienen el teléfono como una especie de compañía, “es una falsa sensación de que estás con alguien”.
“Todos los excesos siempre implican una falta, si uso en exceso el celular, si trabajo en exceso, si como en exceso, significa que algo te falta y lo quieres llenar con esos excesos. En realidad lo que hay detrás es la falta de cariño, de atención, de educación, etc ”
Para Peña el asunto digital va mucho más rápido y es más fácil tratar de resolver todo con inteligencia artificial y perdemos hábitos que evolutivamente son muy importantes, por ejemplo el deseo de caminar, que es algo muy importante de nuestra especie está quedando desplazado porque preferimos aislarnos en nuestras casas.
La pandemia fue solamente un catalizador de los problemas que ya había y ahora no se sabe qué hacer frente a esa acelerada que se dio en aquellos dos años, la falta de agua, contaminación, consumismo, guerras, etcétera, se hizo más grave.
Como reflexión final, el doctor Antonio Peña insiste en la importancia de voltear a observar cómo reaccionamos y por qué.
“Creo que es fundamental cuestionarnos sobre las cosas que hacemos y recibimos de forma cotidiana, es decir, de nuestras condiciones sociales, ¿por qué recibimos tanta publicidad? ¿Por qué consumimos hasta lo que no necesitamos? ¿por qué tengo 30 o 40 kilos demás?, ¿Por qué estoy todo el día con el celular en la mano? Debemos detenernos a reflexionar sobre el sentido de la comunidad, no todo está perdido si nos detenemos a ver las problemáticas y generar respuestas a ellas”.
Pero, ¿cómo aprendernos a resolver la vida mientras el mercado ha llegado a controlar las vacunas y el riesgo de contagiarse de la enfermedad? ¿Qué ha cambiado en nuestros cuerpos después de la pandemia?
El primer día que las vacunas contra covid salieron al mercado en México, en algunas farmacias y tiendas departamentales hubo filas para solicitar dosis de Spikevax, fabricada por Moderna, o de Comirnaty, la de Pfizer. En diciembre de 2023 no había escasez de vacunas en México, pero la amenaza de una nueva variante, llamada Pirola, hizo a muchos desconfiar de las vacunas aplicadas por el Gobierno.
Durante la campaña de vacunación para esta temporada invernal (2023 – 2024), el Gobierno usó las vacunas Abdala y Sputnik-V, de origen cubano y ruso, respectivamente. La crítica a la medida sonó en diversos medios de comunicación que aseguraron que ya no eran suficientemente eficaces contra las nuevas variantes.
El resultado se vio semanas después, cuando la Secretaría de Salud informó que la incidencia de covid en las enfermedades respiratorias de este año se había mantenido en una meseta baja, incomparable con el tamaño de las olas de infección en años previos.
Después de las alertas desatadas en los mismos medios por la llegada de la variante Pirola a México la información sobre la eficacia de las nuevas vacunas llenaba los espacios informativos, como que estas nuevas vacunas estaban hechas con la variante Ómicron del virus y no con la original de Wuhan (como las que aplicó el gobierno) y por tanto eran más eficaces.
Además, el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC por sus siglas en inglés) recomendó aplicar esta vacuna a todas las personas mayores de 6 meses con una dosis e incluso más si se trataba de una persona con algún tipo de inmunodepresión. Por el contrario, el Gobierno Federal aplicó las vacunas de covid solo a la población de riesgo: adultos mayores de 65 años, personas con comorbilidades y personas con algún tipo de inmunodepresión.
Hacia el final de la temporada invernal, a finales de enero, las profecías sobre la brutalidad de Pirola no se cumplieron. La curva epidemiológica de este año se mantuvo en una meseta muy baja y la ocupación en los hospitales de pacientes graves fue mínima. Esta temporada invernal se detectó un aumento ligero en los casos de influenza y covid, pero con un predominio del virus sincicial respiratorio, sobre todo en menores de 10 años, según datos de la Secretaría de Salud.
Al parecer, a cuatro años del Gran Encierro, provocado por un virus nuevo, la inmunidad obtenida después del reto de aplicar más de 250 millones de vacunas durante 2021 y la infección ampliamente esparcida entre la población de México resultó en una inmunidad híbrida a covid muy efectiva para evitar casos graves.
Como se planteó desde innumerables conferencias informativas de la Secretaría de Salud, la inmunidad no evita el contagio de covid, sino la enfermedad grave. Durante la siguiente temporada invernal es muy probable que las grandes farmacéuticas tengan una versión más actualizada de la vacuna, mientras que en México se espera usar la vacuna Patria, de elaboración nacional, misma que usa la versión original del virus y no la de una variante como Ómicron.
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