Cine al estilo zapatista

4 noviembre, 2018

Texto: Paula Mónaco Felipe. Fotos: Miguel Tovar

 Por primera vez en los caracoles zapatistas se organizó un festival de cine, que no es para nada tradicional.  Esta es la crónica

Oventik, Chiapas. No hay alfombra roja, fiestas exclusivas ni flashes. Nadie pide selfies a los actores y cineastas porque no los reconocen. En el primer festival de cine zapatista, más que glamour hay emociones que se concentran frente a la pantalla.

Más de dos mil hombres, mujeres y niños con pasamontañas y paliacates rojos atiborran la Sala Comandanta Ramona, un gran auditorio con techo de lámina que fue acondicionado para este primer festival nombrado Puy Ta Cuxlejaltic (caracol de nuestra vida, en tzotzil). “Bienvenidos hermanos y hermanas, compañeros y compañeras”, dice un hombre zapatista encapuchado en la breve inauguración “a las 12:36, hora del sureste” del jueves 1 de noviembre de 2018.

El programa inicia con un documental breve sobre el primer encuentro de mujeres que hicieron en marzo pasado. No es una gran producción ni tiene pretensión profesional, se trata de un registro propio y emotivo. Sigue una serie de cortos, “Mujeres en lucha”, realizada por el colectivo indígena de comunicación alternativa Koman Ilel. Después se proyecta un documental hecho por el periódico La Jornada y el largo de animación Ana y Bruno. Todo, antes del primer intermedio para comer.

Más que un festival, este evento cultural en territorio rebelde parece un maratón. Las películas se suceden sin intervalos, presentaciones, pláticas ni odas a directores. Milicianos y bases zapatistas permanecen en sus butacas, que son bancas. No sabemos si todas las películas les gustan pero son pocos quienes salen porque prevalece el respeto por la obra que está en pantalla. Y en su mayoría, se ven completamente absortos, disfrutando de las proyecciones.

Para muchos de los presentes, esta es su primera experiencia en un cine, ha dicho el subcomandante Galeano -antes Marcos- en las cartas enviadas en días previos. Y al parecer les está gustando.

Son dos mil personas en absoluto silencio cuando el filme muestra momentos de tensión. Risas sonoras ante algún chiste y lágrimas sin disimulo en las tristezas. Junto a mi, dos muchachas lloran a todo pulmón, privadas ya, en una escena dolorosa de la película Roma, del director Alfonso Cuarón.

Esa ficción que todavía no llega a las salas comerciales y se perfila como seria aspirante en los premios Oscar, se muestra a los zapatistas en exclusiva. En las montañas del sureste, en un espacio adaptado, con fallas de sonido y sin las altísimas exigencias que lleva en otros festivales (se rumora que hasta modernizaron pantallas y equipos para proyectarla en el festival de Morelia).

“Es una alegría poder compartirla con ustedes”, dice en breve pero emocionado mensaje el diseñador de producción de la película, Eugenio Caballero, cineasta de reconocida trayectoria internacional, un triunfador en Hollywood.

En Oventik, un lugar de sol inclemente o neblina tupida según el día, se armaron tres salas : Comandanta Ramona -techo de lámina, piso de cemento y bancas de madera para dos mil personas -; el Multicinema Emiliano Zapata -piso de tierra, apto para otras 800 personas y llamado 3D porque tiene 3 pantallas-; y. el Pie-Cinema Maya, al aire libre junto a la cancha de basquetbol.

En Oventik, un lugar de sol inclemente o neblina tupida según el día, se armaron tres salas : Comandanta Ramona -techo de lámina, piso de cemento y bancas de madera para dos mil personas -; el Multicinema Emiliano Zapata -piso de tierra, apto para otras 800 personas y llamado 3D porque tiene 3 pantallas-; y. el Pie-Cinema Maya, al aire libre junto a la cancha de basquetbol.

En el primer día, las salas cerradas están retacadas de público y por eso el caracol -municipio autónomo- se ve extrañamente despoblado de zapatistas. Son los invitados especiales quienes andan fuera platicando, probando delicias que venden las cooperativas del movimiento y tomando fotos.

-¿Ya entró Gael García Bernal?- pregunta una muchacha al miliciano que cuida la entrada de una sala.

-No sé- responde él con claro gesto de no saber de quien le habla esa chica que con gafete de invitada especial.

Los invitados, en su mayoría personas que trabajan en cine con algunas excepciones como el escritor Juan Villoro, llegan por propia cuenta, cubriendo sus gastos. No conocen el programa ni detalles de logística, un poco a ciegas aterrizan en Oventik, donde los tratan con respetuoso cariño: una delegación de cinco niñas recibe a cada invitado y con solemnidad lo conduce a casas y espacios que los habitantes cedieron para ellos. Otra comisión, compuesta por mujeres adultas, vigila la seguridad de cada dormitorio y está atenta a lo que puedan necesitar las visitas. Comida y bebida son gratuitos, cortesía de las bases zapatistas.

En el programa que va del 1 al 7 de noviembre -aunque puede extenderse según advirtió el subcomandante Galeano-, hay 80 películas entre cortometrajes, largometrajes, ficción, documental y experimental. Hay producciones de cine comercial y activista, sin distinción. Nuevas y viejitas que van desde “Roma” hasta “Reed, México insurgente”, dirigida por Paul Leduc en 1970 y restaurada por la UNAM especialmente para este festival.

Destacan también el estreno de 4 documentales producidos por las propias comunidades zapatistas, trabajos de “Los tercios compas”, grupos de jóvenes y jovencitas que registran en fotos, video y audio cada evento que se realiza en los territorios autónomos.

Al terminar la primera jornada-Maratón de cine, el subcomandante Galeano se hace presente en un auditorio completamente lleno en bancas, pasillos y hasta suelo. Desde el fondo y casi escondido, anuncia premios que se entregan a la productora Bertha Navarro, a los trabajadores de la filmoteca UNAM, a Paul Leduc (envían) y al equipo de Roma. Son claquetas y manzanas de plástico pero hay uno diferente, una escultura realizada por zapatistas. Ese, el más importante, grande y anunciado va para alguien que no está presente: Libo, la trabajadora doméstica que crió a Alfonso Cuarón e inspiró su nueva película. Lo entrega la capitana Erika, oficial de la infantería del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), una mujer que antes de levantarse en armas fue trabajadora doméstica.

“Ahora vamos a apagar las luces pero no se asusten”, dice el subcomandante Galeano.

Mientras los invitados tropezamos torpemente, los zapatistas salen en orden y nace un río de luces en la calle principal de la comunidad. Son cerca de cuatro mil hombres y mujeres con el rostro cubierto y una veladora entre las manos. Son muchísimos pero avanzan silenciosos hasta la cancha de Basquet. Uno a uno y con delicadeza encienden un gran altar dedicado a los zapatistas “caídos en combate en el amanecer de 1994”, porque el inicio del festival coincide con el Día de Muertos.

Las risas del cine se apagan hasta mañana, hasta que reinicien la funciones.


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