26 febrero, 2022
A tono con febrero, nuestra tertuliana mensual habló sobre el amor romántico, ese concepto que ha erigido mitos para sostener al patriarcado, y con esto, perpetuar la dominación económica, sexual y política de las mujeres; sin embargo, hechos como el trabajo sexual, libre y elegido, parece ser un tabú que podemos empezar a desmontar
Texto: Alejandro Ruiz
Fotos: Daliri Oropeza
CIUDAD DE MÉXICO.- Por siglos, el patriarcado ha sido un sistema de dominación que ha sometido a las mujeres de todo el mundo. La violencia, física, económica y psicológica, es su medio de control.
No es que los hombres estén exentos de esta dominación, pero al ser un sistema construido por varones, donde ellos se han visto privilegiados, es claro que las reglas del juego no son iguales.
Una de las tantas ficciones construidas para sostener ese sistema ha sido el amor. Específicamente el amor romántico. Ese que determina el cómo, quiénes y cuándo deben relacionarse las personas. Ese que se divulga con películas, series, telenovelas y mitos. Ese que perpetúa relaciones de poder que se ejercen, principalmente, sobre el cuerpo y la sexualidad de las mujeres.
¿Se puede subvertir el amor romántico? ¿Podemos hablar de una sexualidad libre, elegida y responsable? ¿Puede el trabajo sexual ser un punto de inflexión?
Estas, y más preguntas, respondimos en nuestra tertuliana mensual, titulada Sobre amor romántico, trabajo sexual y patriarcado. Ahí, artistas, trabajadoras sexuales, activistas y periodistas dialogamos las reflexiones que surgieron de nuestro Especial sobre Trabajo sexual.
En la mesa: Ana Francis Mon; Tere Juárez, Yanet Miranda; María Midori; Misha León; Daniela Pastrana; y… Arturo Contreras (porque sí, esta discusión también la deben dar los hombres).
¿Qué significa ser mujer en un país donde por día asesinan a 10? ¿Qué es ser mujer en un sistema donde se cosifican y someten sus cuerpos? ¿Qué es ser mujer?
La diputada de la Ciudad de México, Ana Francis Mon, no repara en decir que, al inicio de su vida, para ella “ser mujer fue un estorbo en muchos sentidos, porque no me hallaba con el ser mujer”.
La construcción de la feminidad no es más que un molde que deja fuera muchas experiencias y sentires. Por suerte, la problematización del ser mujer, cuando se atraviesa por los feminismos, puede ser un proceso liberador.
En la vida real, es imposible encasillar el ser mujer a partir de la idea de “feminidad” que el patriarcado determina. Los gustos, la sexualidad, las experiencias, cuerpos y vidas son tan diversas que la simple idea de determinar lo que se es o no es, resulta absurda.
“Ser mujer, más que un concepto cerrado es un concepto incluyente”, agrega Ana Francis; quien libre y determinada añade “ser mujer es así, como soy yo”.
Ser mujer es: “experimento”, dice Yanet Miranda. “¡Quién sabe!” responde Tere Juárez.
Definir a la mujer a partir de su sexualidad, de su ser biológico, de su aparato reproductor, es la idea reduccionista que el patriarcado ha construido. Para las mujeres en la mesa, asumirse mujeres es un proceso complejo que implica reconocerse más allá de lo que su cuerpo es, o dicen que es.
Como ejemplo, la experiencia de Misha León. Elle se asume de género fluido, o no binarie, aunque la sociedad diga que debe ser mujer por lo que su cuerpo muestra. La forma en que llegó a definirse, cuenta, atravesó un sinfín de etapas; muchas veces marcadas por comentarios o expectativas de la gente que estaba alrededor.
“Para mí ser mujer fue como un traje, o una experiencia que me probé un rato. Y llegué a la conclusión que es valiosísima, pero no me quedó”.
Como apuntaría Tere Juárez: Ser mujer “no solo es el sexo biológico, ni es la reproducción, ni es la sexualidad. Es una gran complejidad”.
En nuestro especial, mujeres cis y trans, trabajadoras sexuales, hicieron el ejercicio de responder qué significa ser mujer, de quién lo aprendieron, y cómo impacta eso en su trabajo.
En la mesa prima un acuerdo: ser mujer tiene una base corporal, pero reducirla a eso, es limitar las posibilidades. Esta reducción, por su parte, es la base del amor romántico.
¿Por qué? Porque bajo este concepto del amor, el papel de la mujer es accesorio a las necesidades del hombre.
“El amor romántico, para mí como mujer, es una de las peores experiencias de mi vida”, dice Yanet Miranda, quien aboga por no reducir la capacidad de amar de una determinada forma.
La unión de la sexualidad al amor (romántico) solo ha prolongado el rol accesorio de la mujer en las relaciones heterosexuales. Se deja de lado el goce, el placer, la experimentación, o, en el caso de las trabajadoras sexuales, la necesidad.
María Midori, de la Asociación mexicana de trabajadoras sexuales, lo tiene claro.
Ella enfatiza que, al ser trabajadora sexual, el desgaste emocional al enfrentarse a los prejuicios de un sistema que sigue asociando el sexo con el amor, algunas veces se traduce en cuestionarse si realmente es una “mujer”.
“He pasado por conflictos dentro de mí misma por todo esto (…) obviamente cuando estudié antropología me topé con el discurso abolicionista y me pregunté ‘¿sí lo estoy haciendo mal? Aquí en el libro dice que lo estoy haciendo mal”.
Ella comenzó a explorar la realidad de otras trabajadoras sexuales, y ahí encontró confort a sus dudas.
El amor romántico, además de objetivizar a la mujer, también la sexualiza. Tere Juárez añade:
“Amar fuera de estos esquemas es bien difícil, porque nadie salva a nadie”.
Amor romántico, o control sobre el cuerpo y el deseo. Muchas veces, bajo esta idea, suceden fuertes agresiones hacia las mujeres, justificadas en nombre del amor.
“En la trata, a las chicas las enganchan por ahí, muchas han aceptado cosas porque estamos enamoradas”, añade Tere.
Pero no todo va por ahí, separar el amor de la sexualidad también es un ejercicio necesario. Misha León responde de manera concreta:
“¿Por qué necesitamos comprar o vender caricias? Para mí, dicho de forma muy llana: Por que necesito vender caricias. Es el mejor trabajo al que yo tengo acceso”.
Así como Misha, Yazmín decidió ejercer el trabajo sexual para poder mantener a su hijx.
Ejercer el trabajo sexual en un país profundamente patriarcal, machista y transfóbo claro que implica riesgos. No se puede obviar que, aunque hay quienes deciden realizarlo, muchas otras personas lo hacen contra su voluntad.
Para las primeras, para quien decide ejercerlo, algunas veces decidir esa forma de vida las orilla a solo ser libres en la marginalidad.
María Midori argumenta que reconocer el trabajo sexual como un trabajo cambiaría, principalemente, dos cosas. La primera, las condiciones de trabajo, pues, al ser ilegal, constantemente son criminalizadas las personas que deciden ejercerlo.
Las autoridades, en ese sentido, no hacen una distinción entre quien decide hacerlo, y quien se ve obligada a ello. Aunque, argumenta María, saben muy bien cuáles son los lugares donde hay trata, y deciden no actuar.
El segundo escenario que se modificaría, es que “si hubiera una distinción entre trabajo sexual y trata, las estrategias para combatir la trata serían mucho más efectivas”.
Debido a esto, argumenta María, el Estado tiene una cifra negra en cuanto a las víctimas de trata. Inclusive, narra, a ella, durante un operativo, la llegaron a contabilizar como víctima de trata cuando en realidad estaba ahí por su cuenta.
“Nadie me captó en la calle, yo vi un anuncio en el periódico”, cuenta.
A raíz de la ley anti trata promulgada durante el sexenio de Felipe Calderón, muchas casas de citas que no ejercían la trata fueron cerrando. Este hecho, explica María, orilló a que las personas que ejercen el trabajo sexual fueran desplazadas a lugares más peligrosos. Las orilló a la clandestinidad.
Legislar, pero no controlar sus cuerpas. Garantizar condiciones dignas para su trabajo que, a su vez, permitan diferenciar los casos donde se incurre en delitos de trata.
Misha resume que “precisamente la lucha por los derechos va por ese lado. En lugar de buscar una ley que diga como ‘necesitas una licencia que tenga tu nombre legal, tu dirección, tu tipo de sangre; y que te hagan pruebas cada mes forzosamente, y que tengas que pagar una cuota… no, no queremos eso”.
“Lo que se busca”, agrega “es quitar los pedazos de leyes que, de hecho, son dañinos; y que ejercen control de una forma que no le dan autonomía a la trabajadora”.
Estos vacíos son palpables en oficios como “las chicas de salón”, quienes al estar en el limbo entre trabajo sexual y entretenimiento, muchas veces ejercen en las sombras con los riesgos de la precariedad y violencia que eso implica.
Misha asegura que, el principal motivo para consumir trabajo sexual es el entretenimiento. Sin embargo, puntualiza que es un lujo y no una necesidad.
Arturo Contreras, periodista en Pie de Página, profundizó en los motivos que tienen los hombres para consumir trabajo sexual.
Él narra que “todos los hombres que conozco consumen o han consumido algún tipo de trabajo sexual, desde la colección de DVD de sus hermanos a los servicios de una trabajadora sexual. Pocos reparan en por qué lo consumen, más allá del deseo desenfrenado que desde siempre nos han enseñado”.
La normalización del consumo del trabajo sexual tiene raíces en el sistema patriarcal que se le ha inculcado a los hombres. Los padres que llevan a sus hijos al table dance, o a la casa de citas. Los momentos adolescentes donde entre amigos se hace llegar la pornografía. Son cosas tan normalizadas que rara vez se cuestiona ¿por qué se hace?
“Hay toda un aura alrededor sobre como es parte de la tradición de ser hombre; y así nos formamos”, dice Arturo.
Pese a esto, el pudor, el temor a ser exhibidos, hace que muchas veces el consumo no sea reconocido entre los hombres. Aunque también, de tan normalizado que está, a veces se desconoce que efectivamente, se está consumiendo trabajo sexual.
Yo les decía ¿nunca has comprado una revista? ¿Nunca has ido a un table? ¿Nunca has comprado una suscripción a una revista? Y me decían: ‘¿apoco eso cuenta como trabajo?’”.
Arturo asegura que, durante su investigación, no encontró un motivo particular por el cual los hombres consumen trabajo sexual. Tal vez, se pregunta, el consumo es porque somos seres erotizables y disfrutamos de eso.
Pese a esto, el placer, el derecho al goce, es algo que, culturalmente en las sociedades patriarcales, se reserva solo a los hombres. Se olvida que las mujeres también desean. Las mujeres también gozan. Y no por eso consumen tanto trabajo sexual.
Tere Juárez resume esta paradoja en una “pedagogía del follar”. Es decir, la pronografía, entendida como una industria diseñada para los hombres, enseñando el deseo, “el como follar”.
Es decir, el consumo del trabajo sexual por los hombres está íntimamente ligado al patriarcado y la mercantilización de éste bajo el capitalismo.
Si quieres profundizar más en las reflexiones e historias que motivaron esta tertuliana te invitamos a leer nuestro especial de Trabajo Sexual. El cuál lo puedes encontrar en este enlace.
Asimismo, si quieres ver la tertuliana completa puedes hacerlo en nuestro canal de Youtube o en Facebook.
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