Una madre “fuera del molde”

13 febrero, 2022

Yazmín relata su historia como madre y trabajadora sexual. Las posibilidades económicas que le da ese trabajo, el abandono al que llevan el estigma y el rechazo social, y su lucha para que ninguna mujer viva su maternidad en soledad

Texto: Yazmín*

Imagen: Inimisqui

CIUDAD DE MÉXICO.- Mi nombre es Yazmín o Lombriz, tengo 24 años y un hijx de cinco años a quien desde hace tres años he podido mantener gracias al trabajo sexual. Formo parte de la Alianza Mexicana de Trabajadoras Sexuales, una colectiva que fundamos varias compañeras y en la que gestiono algunos de los proyectos que tenemos.

Desde que ejerzo el trabajo sexual ha evolucionado la forma en la que me refiero al oficio y cómo me siento al autonombrarme. Creo que lo mismo ha pasado con la maternidad. Me embaracé a la edad de 17 años cuando aún no terminaba el bachillerato, me tocó ir el último año de la prepa con tremenda barrigota y una mochila con carrito para no cargar pesado.

Al ser un embarazo adolescente y no planificado, poco a poco acepté la idea del deber que implicaba cuidar a otra persona. En estos años -los que mi hijx tiene de vida-  no hay manera de voltear a verme sin estas dos características: madre y trabajadora sexual.

Madre adolescente

Es difícil para mí hablar de una cosa sin tener que mencionar la otra porque yo comencé a ejercer el trabajo sexual, entre muchas otras circunstancias, para mantener a mi hijx. Es imposible saber si yo hubiera ejercido el trabajo sexual si no hubiera sido madre, creo que es un desgaste inecesario llevar el pensamiento por ese lado. Porque el hecho es que la mayor parte de las cosas que soy ahora son por ser mamá. La maternidad tiene gran parte de mi atención actual.

Pensar que por ser madre adolescente no tuve mayor opción que ejercer el trabajo sexual me deja en una posición de víctima, como si yo no tuviera voluntad y poder en mis decisiones. Pese a que mi contexto no es el más privilegiado tuve la agencia para decidir cómo quería trabajar y preferí esta opción.

Cuando mi hijx tenía unos  dos años yo estaba a la mitad de la carrera de psicología. Iba a la escuela desvelada de haber dado pecho en la noche y no tenía un mal promedio. Me esforzaba mucho porque mi urgencia no era la misma que la de mis compañeros. Mi motivación era que ganaría dinero como profesionista, imaginaba un futuro en el que tendríamos dinero para vivir de forma independiente a mis papás y si me iba muy bien hasta ganaría dinero de sobra para ahorrar,  viajar, darle dinero a mis papás.

Esa imagen se cayó cuando vi la realidad de mis profesores: tenían tres trabajos de los cuales uno empezaba a las siete de la mañana y en algunos casos del último salían a las siete de la noche. El profesor más joven tenía 10 años más que yo. Yo no quería eso para mí.

Comenzaba a percatarme de la realidad laboral de mi contexto y comenzó mi desesperación. Atravesé por un momento en el que al no generar ingresos mis papás comenzaban a absorber la carga económica de mis estudios y de mi hijx. Yo no quería esto y exploré opciones. 

Primero intenté encontrar trabajo y seguir estudiando pero era imposible. Entraba a la escuela a las ocho de la mañana y salía a las dos de la tarde, los trabajos que me daban el ingreso que necesitaba tenían un horario de tres de la tarde a diez de la noche: no me daría tiempo ni de ver a mi hijx ni de hacer tareas. Comencé a vender sándwiches en la facultad pero no me daban ni la mitad de lo que buscaba. A veces no se vendía ni uno y era dinero que yo ya habría gastado en material.

Un día tuve una discusión con el padre de mi hijx porque no quería darme más dinero. Dentro de la discusión yo le dije «pues si no me lo das lo consigo yo, me voy a hacer puta». Y la idea se me quedó en la mente. Tenía un amigo que ya ejercía el trabajo sexual y nunca tuve muchos prejuicios en su contra. Siempre me rodee de gente que pertenecía a la disidencia sexual (maricas, lesbianas, trans, etcétera), así que no me espanta a hablar de trabajo sexual.

Así que decidí explorar por el trabajo sexual.

Independencia familiar

Comencé a ejercerlo por redes sociales, ofertando por Facebook y posteriormente por Twitter, que vi que tenía mayor audiencia. Por mis características físicas considero que rápido pude agarrar terreno. Por eso y porque tenía mucha urgencia de sacar adelante a mi hijx. Me encontraba en eventos de trabajo con compañeras y se sorprendían de que en tan poco tiempo yo estuviera tan involucrada y supiera tanto. Porque yo entré de todas las formas que pude: presencial, virtual, en albercadas, en cabinas. En poco tiempo me hice conocida.

Con esta decisión vinieron muchas cosas buenas. En menos de un año me independicé de mi familia y me fui con mi hijx a vivir sola, pude tener mis propios muebles, pagar sus necesidades y  viajar con él. Todo esto me hizo sentir muy feliz.

También pude invertir en terapia psicológica para ambos, que era algo que notaba que necesitábamos.  Habían muchas razones por las cuales sentí la necesidad de que mi hijx y yo fuéramos a terapia, la carrera me ayudó a identificarlo también. Cuando yo estaba en la universidad me tocó acompañar el caso de un niño que tenía un año más que mi hijx y tenía problemas de habla. Un semestre de la carrera acompañé su proceso y eso me permitió mirar a mi propio hijx. 

Cuando mi hijx tenía 2 años podía decir escasas 10 palabras, y yo sabía, por mis estudios que él a su edad debía tener la capacidad de decir 50. No podía pronunciar ni la mitad de ese número y era algo que me generaba muchísima culpa. Culpa porque yo sabía que mi hijx, entre muchas cosas, podía tener ese atraso de aprendizaje porque yo estaba absorbida en tiempos por la universidad, toda mi energía la usaba ahí y mi hijx lo resintió.

Y así como yo estaba acompañando a ese niño mientras hacía mis prácticas, yo quería ese acompañamiento con mi propio hijx. Quería que un profesional nos acompañara en este proceso, porque un niñx que tiene un problema de habla generalmente también tiene problemas a seguir indicaciones, a socializar. 

La terapia no la necesitaba sólo para atender el problema del habla de mi hijx, si no para acompañarme a mí. Necesitaba una terapeuta que me ayudara a saber guiar la crianza de mi bebé tratando de recuperar los años perdidos. Tenía esa necesidad y una más: el peso del estigma era algo con lo que no podía lidiar sola. Con ayuda de mi terapeuta pude conciliar ciertas emociones. Me ayudó a saber guiar a mi hijx, ponerle límites y reconocer de qué forma podía enseñarle. Al mismo tiempo tenía un acompañamiento conmigo para poder resolver la tristeza que tenía por la falta de apoyo familiar. Tener que verme sola en muchas situaciones y aceptar que muchas personas de mi vida ya no iban a volver a tener la misma cercanía, incluso que ya no las iba a volver a ver. 

Activismo

Otro de los logros que tuve fue entrar en el activismo. Un 8 de marzo conocí a mis compañeras de la Alianza Mexicana de Trabajadoras Sexuales (AMTS) y supe que eso era lo que yo quería hacer. Yo estaba segura de que quería defender mis derechos y los de las demás.

Cuando yo llegué a AMETS ellas ya tenían 2 años de haber comenzado a organizarse pero aún buscaban estabilidad para llevar a cabo proyectos grandes. Mucho de lo que mis compañeras hablaban yo no lo conocía o no lo reconocía como propio. Me ayudaron a crecer, a reconocer cuando alguien es racista, clasista, la putofobia, la transfobia, entre muchas otras cosas. Yo no podría tener un discurso sin el apoyo de ellas, porque en ese apoyo de lucha también me dieron apoyo emocional, acompañamiento entre pares.

 En algún conversatorio que he participado con compañeras que ejercen el trabajo sexual coincidimos que nombrarnos trabajadora sexual puede ser, para otros, sinónimo de fracaso, de que algo estás haciendo mal. Sé que esto es así porque, pese a lograr lo que me propuse, la relación con mi familia y algunxs amigxs se fue en picada.

Distanciamiento familiar

 Al saber a  qué me dedicaba algunas personas tomaban una actitud como de pésame, como cuando a alguien se le muere una persona cercana y tratas de darle tus condolencias. La relación con mi familia nuclear de origen no volvió a ser la misma hasta el día de hoy, y por algunos años nos distanciamos hasta que ellos vieron la transformación que estaba dando mi vida.

Antes de ser trabajadora sexual el vínculo más fuerte que tenía era con mi madre. Yo no hacía nada sin pensar en cómo le sentaría a ella mi decisión. Aparte de considerarla una figura de autoridad también era la persona a la que le tenía mayor afecto. Mi mamá lo era todo.

Cuando ella supo que yo era trabajadora sexual se le cayó el mundo. Consideraba que era una decisión egoísta, que no pensaba en cómo se iban a sentir los demás cuando lo supieran. Para mí fue difícil entender que no me apoyarían en algo importante.

Cuando comencé a ejercer el trabajo sexual aún vivía con mis papás y eso generó tensiones muy fuertes. Mi madre tardó un año en volver a tener una conversación cariñosa conmigo. Sentía que me ignoraba, me evadía,  y cuando hablábamos siempre terminaba enojada.  Ahí fue cuando tuve que asimilar el rechazo familiar.

Decidí mudarme, podía hacerlo con mi ingreso. Hablé con un amigo de confianza para que me dejara vivir con él mientras encontraba un sitio  y me salí por primera vez de casa de mis papás, con miedo a que fuera una decisión irreversible y sin conciliación.

El amigo con el que vivía comenzó a comportarse hostil conmigo y fue muy directo en algunas ocasiones al admitir que le daban celos saber que mi acceso al dinero fuera más «fácil» que el suyo. Aunque le agradezco el haberme dado refugio cuando más lo necesitaba, al poco tiempo entendí que no podía vivir en el mismo espacio que él. Ahora tengo las herramientas necesarias para saber que esos comentarios son putofobia, que él no podía manejar lo que implicaba vivir con una trabajadora sexual.

 Otros amigxs que consideraba de confianza se alejaron y cuando me di cuenta, yo estaba sola con mi hijx. En menos de 6 meses después de haber iniciado el trabajo sexual mi hijx y yo ya habíamos tenido 2 mudanzas.  No duraba mucho tiempo en un espacio porque tenía problemas con mis caseros por el estigma que implica el trabajo sexual.

 Ganaba muy bien, pero el mismo dinero que ganaba se iba en tener que hacer las cosas rápido: mudarme rápido, pagar rentas caras, comprar electrodomésticos o reparaciones de espacios. Comencé a buscar lugares y me encontré con el obstáculo de los papeles: el aval, comprobante de ingresos, etcétera. Yo no tenía nada de esto y el lugar que conseguí era independiente y chiquito, en una vecindad. Para mí lo más importante era que no tenía que vivir con roomies.

Exclusión

Un día, estando en casa, puse un audio de la colectiva donde trabajo, pensé que estaba sola en el predio donde vivía y después vi que estaba mi casera que vivía al lado. Escuchó que yo era trabajadora sexual. No volvió a ser lo mismo. Si estaba su marido en casa y yo me aparecía por el patio ella se enojaba. Ya no me saludaba y su trato era hostil. Al poco tiempo tuvo acceso al cuarto que me rentaba y me robó dinero de un cajón. Supe que ese era el límite, que no quería vivir en un espacio donde no me sintiera segura y me mudé nuevamente. A  ese punto me daba miedo cómo podía reaccionar la gente sabiendo mi trabajo y me generaba culpa pensar que la gente me trataba así porque yo me lo merecía.

Con las experiencias previas renté un lugar privado, sin patios compartidos, a un sobreprecio por no tener aval. Pero finalmente pude mantenerme durante un año en un mismo sitio, hasta que llegó la pandemia. 

Veo para atrás y pienso que comenzar a ejercer el trabajo sexual fue muy violento, pero no por los clientes en sí mismos, sino por la exclusión social que conlleva. Tenía que generar ingresos para mi hijx, mantener una casa, terapias y mudanzas constantes. No podía tener la estabilidad que buscaba porque cada mudanza era un mes de trabajo energético. No terminar de desempacar y tener que empacar otra vez, no saber si el lugar donde estaba iba a durar. Voltear alrededor y saber que no podía acercarme a mi familia ni a mis conocidos.

Esos cambios constantes y abruptos afectaron a mi hijx. Creo que a su corta edad percibía que lxs amigxs y familiares cercanos no permanecían y eso le generaba estrés. Me costaba más trabajo que obedeciera o que volviera a tener una rutina. Era tener duelos constantes. A mí más que enojo me impresiona que la gente piense que las trabajadoras sexuales podemos ser malas madres cuando veo que moví mar y tierra para ofrecerle algo a mi hijx y porque veo que mi caso no es independiente, veo a muchas compañeras que la pasan igual.

Estas dificultades me ayudaron a pulir mis objetivos de vida. Reconocer qué personas estaban en mi vida y cuáles eran las que realmente quería. Saber que pese a que mi profesión me alejaba de personas por no sentirse cómodas, logré crecer con mi hijx. En este difícil proceso las redes de apoyo entre putas me ayudó a reconocer que lo que yo hacía no estaba mal. Que estaba haciendo cosas muy importantes para mí y para mi hijx, que mis objetivos se estaban cumpliendo.

Mi hijx es una motivación muy grande para mí. El trabajo sexual influye de muchas formas en mi maternidad, pero no es de las formas catastróficas que se piensan por prejuicio, que por ser puta soy irresponsable en su crianza.

 No. Influye porque el tipo de madre que soy no entra en el molde de maternidad cis heterosexual en el cual yo debería estar casada con un hombre, generalmente el padre del hijx. Yo comencé mi maternidad a los 17 años, hasta la edad para engendrar se salía de la norma recomendada. Los medios para vivir no iban a ser los convencionales.

Crianza

 Me costó mucho tiempo reconocer que lo que yo podía ofrecerle a mi crianza no era algo hegemónico. Que yo ni “lucía como madre” y que un poquito de soledad siempre vendría implicada con el trabajo sexual. Que íbamos a ser de amigos contados, familiares contados. Porque, a los ojos de los demás, siempre tendría tatuado Puta en la frente y mi hijx, hijx de puta. Pero que cariño no nos iba a faltar.

 Mi hijx ya es más grande y ya nota que personas que quiere no están, y yo debo hacer una especie de neutralización emocional para hablar con él. Me toca apaciguar las emociones sobre partidas que asimilo yo también y a él a su edad le toca entenderlas, a su forma.

Sé que cuando esté grande y se dará cuenta de lo que pasaba, ahorita no ve el contexto total. A veces me da miedo que cuando crezca piense que por culpa mía, por lo que yo soy, él no pudo tener cercanía con otros familiares. Pero creo también que en algún momento se dará cuenta de los esfuerzos hechos para que ambos estuviéramos bien.

A veces tenemos que quedarnos en hoteles por problemas con nuestras viviendas pero él lo ha tomado con mucha diversión, explora el lugar, juega a las escondidas y se impresiona con el elevador. Quisiera que mi hijx se quedara con esos recuerdos, que aunque parezca que hay mucho caos, él lo piense como un momento divertido. Y que cuando sea más grande y se dé cuenta de las cosas que hemos vivido saque sus conclusiones, pero que nunca piense que en algún momento nos faltamos el uno al otro.

Yo quisiera pensar que cuando mi hijx esté grande será más fácil hablar de trabajo sexual, sin tantos prejuicios. Sé que eso ayudaría a que mi hijx me entienda y que no haya más putas que tengan que vivir esta experiencia en soledad como a mí me tocó en su momento.

 La colectiva en la que estoy abona a este cambio, pero creo que es un trabajo colectivo para que existan cambios significativos, como tener acceso a los derechos laborales de cualquier oficio. Que así como un dentista, una estilista o demás profesionistas no tienen que vivir violencias por sus trabajos, tampoco nosotras.

*Yazmín es un seudónimo utilizado por la autora.

Historias

Introducción

Ilustración: Inimisqui

Una madre «fuera del molde»

Yazmín relata su historia como madre de un niño y trabajadora sexual. Las posibilidades económicas que le da ese trabajo, el abandono a la que le lleva por el estigma y rechazo social, y su lucha es para que ninguna mujer viva su maternidad en soledad

Texto: Yazmín*

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Ilustración: Inimisqui

La herida abierta de Lola

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Texto: José Ignacio De Alba

Fotos: Duilio Rodríguez

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Ilustración: Inimisqui

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Este trabajo forma parte de un proyecto para la formación de periodistas en la cobertura de trabajado sexual en la Ciudad de México.

Agradecemos profundamente el tiempo, las asesorías y la reflexión colectiva a Dignificando el trabajo, Casa de las muñecas Tiresias, Brigada Callejera de apoyo a la mujer “Elisa Martínez”, Centro de Apoyo a las Identidades Trans, Agenda Nacional Politica trans de México, Equis justicia y Alianza Mexicana de Trabajadoras sexuales, así como del equipo de Sónica, de Guatemala, que nos ayudó a facilitar el encuentro.

Créditos:

Coordinación general del proyecto: Daniela Pastrana

Asistente editorial: Edith Victorino

Edición de textos: Daniela Rea

Edición de fotos y video: María Ruiz

Redacción: Yazmin, José Ignacio De Alba, Isabel Briseño, Arturo Contreras, María Ruiz, Daniela Pastrana

Fotografía: Duilio Rodríguez, Isabel Briseño y María Ruíz

Ilustraciones y animación: Inimisqui

Infografías y difusión: María José López, Daliri Oropeza, Lucía Vergara

Revisión de contenidos de difusión: Lola Dejavú

Diseño de información: Fernando Santillán

Portal periodístico independiente, conformado por una red de periodistas nacionales e internacionales expertos en temas sociales y de derechos humanos.