Sembrando Vida. En busca de la semilla adecuada

14 julio, 2024

Esta es la historia de tres mujeres que trabajan en Sembrando Vida. Cada una de ellas en una región diferente de las regiones que iniciaron el programa en Chiapas. (Segunda de dos partes)

Texto: Leonardo Toledo
Fotos: Duilio Rodríguez

CRUZ .- Estás poniendo la semilla demasiado pegada… ¿para qué la desperdicias? Con la mitad tendrías los mismos resultados… ¿no me crees? Mira, yo sé de eso. Soy ingeniero agrónomo; para conseguir mi título me quemé las pestañas durante cinco años, Juancho. Tú te ves como una persona sensata, razonable, inteligente, y quiero proponerte algo, por tu propio bien… mira, deja un surco, un surco nada más y ese siémbralo como yo te digo; verás que tengo razón…

JUANCHO .- Perdóneme el ingeniero, pero no sobran los surcos (continúa sembrando. Cruz regresa furioso a sentarse en la piedra.)

CRUZ .- ¡Pues parece que la semilla sí te sobra! ¡Desperdiciado!… ¡necio!… ¡testarudo!… ¡feo!…¡ojalá te caiga el huitlacoche!...

Felipe Santander. El Extensionista.

SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, CHIAPAS.-En octubre de 2018 comenzaron a circular las convocatorias para ocupar los puestos técnicos en Sembrando Vida. Los requisitos para técnico productivo eran contar con estudios en agronomía, desarrollo rural, forestal, agrobiotecnología, agrotecnología, biología, ingeniería ambiental, zootecnistas, sistemas de producción pecuarios o carreras afines, con su correspondiente título y cédula profesional, experiencia de un año y vivir cerca de las comunidades donde iniciaría el proyecto. Los técnicos sociales (que trabajarían en eso llamado tejido social comunitario) tenían que tener estudios en antropología, sociología, trabajo social, desarrollo rural, economía, administración, pedagogía, desarrollo sustentable, educación o carreras afines, con título y cédula profesional, experiencia de un año, vivir cerca de las comunidades y contar con equipo de cómputo.

Se trata de una estructura piramidal donde hasta arriba está el coordinador territorial, le sigue el facilitador que coordina a 5 binomios (técnico social y técnico agrícola), cada binomio debe trabajar con 100 productores.

Esta es la historia de tres mujeres que trabajan en el programa. Cada una de ellas en una región diferente de las cuatro regiones que iniciaron el programa en Chiapas. En un principio solo una de ellas pidió mantenerla en el anonimato, pero una vez que habíamos empezado las entrevistas todas recibieron la instrucción de evitar contacto con la prensa, por lo que decidí reservar sus nombres para evitarles problemas laborales. Sus testimonios aparecen de forma indistinta.

Foto: Duilio Rodríguez

* * *

—Metí mis documentos junto con tres compañeras de la carrera de Desarrollo Rural de la UNICH. Eran tres etapas: revisión de documentos, entrevista y examen. Cuando me avisaron que había pasado la primera etapa me dijeron que para el examen tenía que ir a Teapa (Tabasco). Nunca había ido ahí, no sabía cómo llegar y además no tenía dinero para el pasaje. Una de mis compañeras también pasó a segunda etapa y como pudimos nos fuimos juntas para allá.

En noviembre de 2018 le avisaron que había sido aceptada. Pero primero tenía que pasar un proceso de entrenamiento e inducción de tres meses (sin pago) y luego ya empezar a trabajar en su región asignada, aunque le advirtieron que el primer mes sería de «servicio a la nación»

—Como mi carrera se adaptaba a ambos perfiles al principio me tocó ser técnica social, y me tocó de binomio un ingeniero agrónomo.

—¿De esos ingenieros con sus botas y su navaja suiza al cinto?

—(contiene su risa) Sí, de esos.

—¿Qué tal es trabajar con alguien que derrocha estereotipos machistas?

—No es tanto problema, al contrario, se ha portado siempre muy bien. A veces tenemos discusiones, pero muy respetuosas, por ejemplo con todo el asunto del glifosato, él estaba necio en que sin glifosato nada iba a crecer y no me creía que había muchas alternativas no tóxicas, hasta que se lo demostré en terreno. No, el problema era que al llegar a la comunidad la gente nada más se dirigía a él. ¡Todo lo que yo les decía lo respondían dirigiéndose a él! Era muy raro.

—¿Y así ha seguido todo?

—Ha cambiado bastante, creo que mi presencia ha movido algunas cosas. Al principio no llegaba ninguna mujer, todavía ninguna llega a trabajar al campo, pero algunas ya llegan a las reuniones.

—Poco a poco.

—Sí, supongo. Lo que sí creo que nunca van a hacer es tocar la lombricomposta (se ríe) cuando explico cómo funciona y la toco o saco un trozo en el que se asoman las lombrices todas hacen caras de asco, ni siquiera se acercan a mirar.

Jornaleros del programa. Foto: Duilio Rodríguez

Trabaja de lunes a sábado, a veces también los domingos. Tienen contratos limitados que deben ser renovados periódicamente. El salario es bueno considerando las otras posibilidades (legales) de trabajo en su área y en la región, aunque deben de cubrir varios gastos con ese ingreso, desde viáticos, amortización del equipo de cómputo, luz eléctrica, internet, datos…

Además de asesorar en cuestiones de la preparación del suelo, la selección de semillas, los cuidados del vivero, los procesos de siembra, los cuidados de la planta, la formación en preparación de lombricomposta y composta anaeróbica, el envío de reportes semanales, las reuniones con los productores y la vigilancia del cumplimiento de requisitos, a las y los técnicos también les han agregado la formación de formadores, lo cual les da una exigencia extra que les tiene trabajando todo el tiempo, en campo y en casa. Además de los cambios de agenda que de vez en cuando les avisan y tienen que modificar todo su calendario para preparar todo y recibir visitas de supervisión o de funcionarios. También deben responder a requerimientos de la SFP y sumirse en un mar de papeleo para entregarlo en las auditorías.

La captura de datos suele ser una pesadilla, pues dado que es en línea no lo pueden hacer mientras están en campo, al llegar a casa el fin de semana tienen que seguir en la chamba procesando todos los datos obtenidos. Un día les avisaron que se había borrado todo el núcleo, el sistema que registra sus reportes semanales, su registro del antes y después, sus informes exhaustivos. Pasaron días y noches escribiendo y mandando todo de nuevo porque en la ciudad a ningún ingeniero de la Secretaría del Bienestar se le ocurrió hacer un respaldo de forma regular. La información de cada productor, de cada parcela, el número de plantas compradas, el número de plantas sembradas por semana, la fecha de ingreso… todo eso estaba en el sistema y todo eso tuvo que ser capturado de nuevo.

Platica de otros casos, como su compañera del municipio vecino que fue amenazada de muerte al dar de baja a un productor que estaba haciendo trampa, o de otra compañera que tuvo problemas de acoso por parte de integrantes de la comunidad.

—Uf, qué difícil

—Sí, ser mujer es complicado.

La parcela desde arriba

un sombrero de paja y un morral para el trabajo en campo. Foto: Duilio Rodríguez

Una de las labores de las técnicas es la supervisión de las parcelas, por ejemplo, caminar hasta llegar al terreno donde las o los productores declaran haber sembrado las plantas y ver si efectivamente hay plantas sembradas.

Lo aprendido en programas anteriores (de otros sexenios) es que si recibes a los verificadores y les ofreces comida y trago, cuando salen al campo y les señalan una colina lejana y les dicen «Ahí detrás de esa lomita está la parcela», los verificadores dirán «Uy, qué tarde se me ha hecho, voy a anotar aquí que todo está bien. Muchas gracias por la comida. ¡Buenas tardes!» y todos quedan contentos.

Cuando ella llegó por primera vez a verificar y le señalaron la colina, les dijo «Muy bien, vamos, ¿quién de ustedes me va a acompañar?» y entonces le dijeron «Ah, no, ya me acordé que no está ahí, está aquí nomás» y la llevaron a una parcela casi pegada a la casa, que, efectivamente tenía sembrados algunos de los árboles aunque no cumplía el número declarado. A partir de ahí las visitas de verificación fueron más en confianza y con mejores resultados entregados.

Otra estrategia es poner la parcela detrás de monte alto (zacate muy crecido), donde se sabe que suelen andar la cascabel y la nauyaca, y por ese temor los verificadores no solían cruzarlo y también marcaban en sus tablas cumplimento total aunque no hubieran visto nada. En estos casos ella les decía «No voy a verificar hoy, voy a regresar mañana, pero tiene que haber un paso limpio a la parcela» y al otro día ya habían desmontado y de ahí en adelante pudo llegar a verificar esas parcelas.

También hay casos extremos:

Una señora me trajo caminando varias horas. Yo le preguntaba «¿Ya casi llegamos, doña?» y ella me decía «Si, ya mero llegamos» y así seguimos. Aguanté sin dar muestras de cansancio hasta que ella se cansó y de pronto dijo «Aquí es», pero al revisar vi que no había ninguna planta.

—Aquí no hay nada, doña.

—Es que se lo robaron los duendes.

—¿Hay duendes aquí?

—Si, los hice enojar por traer plantas nuevas y ahora ellos se desquitan arrancando todo lo que siembro.

—Ah, bueno…

Me fijé en el suelo y no había ningún rastro de tierra removida. Podrá haber duendes, pero en ese terreno nadie había sembrado nada últimamente. En el camino de regreso le dije:

—Doña, si no presenta usted una parcela con plantas sembradas, tendré que darla de baja del programa.

—Yo le recomiendo que no lo haga, señorita.

—No quisiera, pero son las reglas.

—Pues serán sus reglas, pero yo siempre he estado en los programas. Como todo el pueblo lo sabe yo soy bruja y luego los duendes no me dejan sembrar, pero los técnicos siempre me han registrado y entregado el recurso porque saben que les puede ir mal si me sacan.

—Lo siento, doña, pero no puedo poner mentiras en mi reporte.

—Pues hágalo si quiere, pero tenga cuidado por las noches.

El trabajo de supervisión del programa «Sembrando Vida» debe comprobar resultados. Foto: Duilio Rodríguez

Si las productoras no entregan resultados, si no chambean su parcela, se elabora una amonestación del técnico verificador, el cual hará otra visita en un tiempo establecido para que presenten los resultados acordados. Si en la segunda visita sigue sin haber nada, se entrega la segunda amonestación, la cual incluye la cancelación del pago. Hay otro chance, pero si en esa tercera oportunidad todavía no hay nada de nada, procede la baja del programa. En una zona ya había 200 sembradores registrados, pero un día se fueron 75 porque no estaban de acuerdo con la supervisión.

Un día llegó un sembrador y pidió hablar conmigo aparte:

—Le voy a ser claro, señorita, está muy bien todo lo que nos dice de la tierra, las semillas, la soberanía alimentaria y todo eso, pero yo estoy aquí por el dinero.

—Está bien, no tiene que estar de acuerdo con la visión del programa, pero de todos modos tiene que cumplir con los compromisos si quiere el dinero.

Otro día llegó otro señor y me dijo «¿por qué yo no estoy en el programa?» y le tuve que decir que ya estábamos completos. No le gustó nada.

Han encontrado inconsistencias graves pero muy creativas. Había una parcela que le tocaba visitar y siempre iba muy bien, con mucha variedad de especies y bien cuidada. Pero un día platicando con un compañero de otro municipio descubrieron que estaban visitando la misma parcela pero registrada por dos personas diferentes. Entonces se fueron a comparar los polígonos y comprobaron que efectivamente era la misma parcela. Los dieron de baja a los dos.

—¿Por qué me van a dar de baja? Ahí están las plantas.

—Pero nos quisieron engañar, eso es fraude.

—Estamos trabajando en equipo.

—Muy bien, pero no pueden cobrar los dos como si fueran parcelas diferentes.

—Si me da de baja se va a arrepentir.

Interviene el compañero del otro binomio, típico ingeniero agrónomo con sus botas y su navaja al cinto. Da un paso hacia el productor y le dice:

—¿Nos está amenazando?

—Ahí lo ven, yo nomás les advierto.

—No se busque problemas, don D.

—Si me sacan, voy a hacer que toda la CAC se salga del programa.

—¿Va a dejar a todos sus compañeros sin el programa nomás porque usted hizo trampa?

—Ya le dije. Puedo convencer a la asamblea de denunciarlos a la prensa. Diremos que nos estaban pidiendo dinero.

La CAC es la Comunidad de Aprendizaje Campesino. Es el espacio donde se juntan los diferentes productores de que habiten el municipio y aprenden juntos las técnicas de combate a plagas y fertilización libre de agrotóxicos, además de ser el espacio de decisión para la compra de semillas, la instalación de viveros y también donde se determinan las rondas de cuidado de las plántulas.

Cada CAC tiene una Comisión de Honestidad y Transparencia encargada de resolver los casos como los relatados y determinan las bajas del programa. Hay cuatro causales de baja: por fallecimiento, por faltas reiteradas, por corrupción y por insultos a los técnicos (los técnicos tienen una cláusula igual en caso de que insulten a los productores).

En el caso de don D se turnó a la Comisión de Honestidad y Transparencia. Le dieron a conocer su veredicto a la técnica:

—Vimos y estamos de acuerdo en que don D sí hizo trampa, pero no podemos dejarlo fuera porque somos comunidad. Entre todos vamos a facilitarle un terreno para que se ponga a trabajar hasta que se empareje con los demás.

—¡Pero está en desacato y nos amenazó!— les respondió ella algo alterada, enojada porque estaban permitiendo un fraude evidente.

—Así es el modo aquí —le respondieron— Les pedimos que nos aguanten y no apliquen sus reglas en este caso, porque entre todos lo vamos a ayudar a corregirse.

Ella aceptó el veredicto a regañadientes. La Comisión es la que decide y ella decidió aceptar el veredicto sin hacer más ruido como una forma de respetar las normas y los modos locales.

Un par de meses después la CAC decidió expulsar a don D luego de intentar infructuosamente que le entrara a la chamba.

La parcela desde abajo

Parcelas del programa «Sembrando Vida» donde los cultivos están más ordenados en filas como en los monocultivos, pero con especies distintas. Foto: Duilio Rodríguez

Había que resolver dos misterios: por un lado el vivero todopoderoso que surtía a todo el estado de Chiapas y por otro el asunto de los árboles derribados para poder entrar al programa.

Tapachula quedó fuera de la ruta, del presupuesto y de la red de contactos donde no apareció ningún productor o técnico de esa región, por lo que no pude ver ni comprobar lo que se dice del vivero de Romo. Pero encontré muchos otros viveros, muchas otras fuentes de árboles y semillas, y ninguna estaba conectada con el empresario.

Una de las primeras personas con quienes platiqué sobre Sembrando Vida me contó de un joven que cuando se anunció el programa intentó construir un vivero y volverse proveedor de los sembradores de su región. Esa fue la primera pista de que, quizá, no todo el flujo de árboles estaba conectado con el Soconusco. La siguiente fue de una de las técnicas entrevistadas:

—¿Los árboles de dónde vienen? ¿a quién se los compran?

—Pues solamente la primera siembra fue con árboles comprados. Cada CAC decidió dónde y con quién. Nosotros les dimos algunas opciones, pero no todos nos hicieron caso.

—Me dijeron que todos los árboles del estado vienen de un vivero en Tapachula.

—Ah, no, ¡Tapachula es otra cosa!

—¿Cómo?

—Solo sé que ellos están trabajando muy diferente al resto, pero no sé muy bien.

—¡Anda, cuéntame!

—No, mejor no.

Seguí insistiendo, pero se puso muy seria y cambié el tema.

—¿Y siguen con los mismos proveedores?

—No, en todos los grupos con quienes trabajo nos pusimos luego a luego a trabajar en la construcción de los viveros. Compramos plantas pero también semillas, entonces ya todo lo que se siembra está saliendo de sus propios viveros.

Uno de los muchos viveros donde se da seguimiento a las especies que serán utilizadas en la siembra para el programa «Sembrando Vida» Foto: Duilio Rodríguez

—¿Sus propios viveros?

—Si, cada CAC tiene uno, lo trabajan entre todos y se reparten los árboles de acuerdo a cómo los van solicitando. Menos los que decidieron sembrar sin atender nuestras recomendaciones, ellos sí tuvieron que volver a comprar.

Otro proveedor grande al inicio fue el ejército. Para poder garantizar las existencias también en esto involucraron a las fuerzas armadas. Lo cuenta un productor:

—Llegaron los camiones del ejército cargados con los árboles que habíamos solicitado. Miles de árboles, pero todos se murieron.

—¿Cómo que se murieron?

—Pues no pegaron. El problema es que los empaquetaron muy mal. ¿Ves esa bolsita negra en que los transportan? Pues eran muy pequeñas, los trasplantaron con muy poca tierra y no aguantaron. Yo creo que quisieron ahorrar espacio en sus camiones.

—¿Y ninguno pegó?

—Muy pocos, fue un gran desperdicio. Luego le dijimos a los técnicos que ya no queríamos árboles de los soldados y ya se consiguieron unos mejores que sí aguantaron.

Lo de la deforestación fue un tema que intenté tocar con todas las personas que encontraba. Algunos decían no saber nada, otros se molestaban, todos negaron haberlo hecho, aunque platicaban algunas hipótesis:

—La Secretaria (María Luisa Albores) sí sabe de estas cosas, ha trabajado en proyectos como estos y se ve que es lista, pero el encargado de esto era el May (Javier May, subsecretario) que luego luego se veía que lo suyo era la política y no el campo. Seguramente lo que él quería era que todo saliera rápido y pues no le importó el cómo, sino el cuánto.

Una de las técnicas sí tenía una anécdota concreta que contar:

—A mí sí me pasó eso que dicen de que tiraron árboles.

—¿De verdad? ¿Muy feo?

—Más o menos. La selección de productores se hacía con una visita previa y luego para asegurar que no hubiera trampas la verificación la hacían otros técnicos y nosotros íbamos a otra región a hacer lo mismo. Entonces cuando me tocó verificar llegué y vi que acababan de tirar varios árboles. No eran muchos y yo creo que por eso el otro técnico aprobó la parcela, pero yo creo que les asustó eso de la verificación y antes de que yo llegara los tiraron.

—¿Y los cancelaste?

—Lo pensé al principio, pero pues eran muy pocos árboles y se me hizo muy feo cancelarles el ingreso.

Eso me dejó pensando, no en el corazón de pollo y en la aplicación de criterios subjetivos por encima de los formularios dictados desde la capital, sino en el sistema RTQ (roza-tumba-quema) que es fundamental en muchas partes del estado (y del país). Cualquier campesino (casi cualquier campesino) al que le digan “prepare su terreno para sembrar algoloquesea” de inmediato entenderá que hay que “limpiar el terreno”, es decir, quitar la maleza y los árboles, como siempre se ha hecho para los cultivos intensivos, luego, cuando la tierra deja de ser generosa, se deja descansar y vuelven a crecer los árboles, mientras el cultivo se transporta a otro cuadrante donde se tirarán los árboles. Ese es el modo.

Hay mucho debate sobre la viabilidad de ese sistema, pero a decir verdad pienso que sus defensores parten de una idea mágica de bosques infinitos que le permitirán a una población cada vez más grande y más demandante extender sus zonas de cultivo sin que suceda lo que ya ha sucedido, una pérdida muy grande y de larga historia reciente de bosques y selvas en Chiapas. Pero no hay recomendación que valga frente al viejo adagio de “Si no hay quema no pega”.

Otro productor fue más enfático:

—¿Tiraste árboles para poder entrar al programa?

—¿De dónde? ¿No ves que todo esto son potreros? Mi parcela también era un potrero y pues había muy pocos árboles. Es más, cuando llegó el programa yo ya había sembrado algunos árboles y casi no me dejaban entrar porque ya estaba sembrado. Los tuve que convencer que era mucho mejor porque si no las plantas de cacao no iban a crecer por demasiado sol.

—¿Y eso es cierto?

—¡Claro! Hace poco vinieron los técnicos a preguntarme cómo lo había hecho y ya les expliqué cuáles árboles eran mejores, cuáles crecían más rápido, cuales dejaban pasar la luz para que crecieran mejor.

—Ah, ¡qué chido!

—No podían creer lo bien que habían crecido mis cacaos de media sombra. Hasta les dije “Ya voy a poner mi fábrica para hacerle la competencia a Chocolates Rocío, jajaja”.

Cacao de Chiapas. Foto: Duilio Rodríguez

Posibilidades tangibles

La relación entre técnicas/os y sembradores/as ha sido cuesta arriba. Entre el rompimiento de viejas prácticas de simulación y el hecho de que sean mujeres quienes les explican a hombres cuestiones de siembra, cuidado y cosecha, ha habido muchos desencuentros, pero también aprendizajes de ambas partes.

Esta es una conversación con una técnica agrícola que antes fue técnica social, es decir, ha ocupado los dos puestos que tiene el programa en su relación directa con campesinos. Es Licenciada en Desarrollo Rural, una carrera que imparte la UNICH  (Universidad Intercultural de Chiapas) desde hace casi 20 años, pero cuyos egresados no habían tenido, hasta ahora, mucha claridad en cuanto a su campo laboral. Su perfil de egreso está enfocado en la resolución de problemáticas comunitarias a partir de procesos de investigación participativa y la producción sustentable, pero también hay mucho énfasis en procesos autogestivos para el Buen Vivir, todo muy bien, pero el campo laboral seguía demandando ingenieros que supieran las dosis correctas de herbicidas, plaguicidas, insecticidas, fungicidas y demás (no entiendo por qué tardaron tanto tiempo en descubrir que el uso indiscriminado de tanto agentes -icidas iba tarde o temprano a convertirles en terricidas).

Ahora al fin una convocatoria como “mandada a hacer” para todas esas personas que traían una forma de pensar la tierra distante de las nociones de explotación y ganancia a toda costa, que además son de la misma región donde trabajan. Aunque tienen que remar a contracorriente frente a lo que han dejado las viejas prácticas:

Son muchas décadas de gobiernos paternalistas, asistencialistas. Muchas veces me preguntan «¿por qué el gobierno no mejor nos da todo?» «¿por qué no nos van a dar la semillas?». Era mejor para el gobierno así, más fácil, nomás llegaban, entregaban la semilla comprada al proveedor que más moche les daba, y ya lo presentaban en sus informes: miles de semillas entregadas aunque al siguiente año no quedara ninguna planta en pie y tuvieran que volver a comprar y entregar semilla.

Mis maestros de la Licenciatura en Desarrollo Sustentable de la UNICH siempre me dijeron «La práctica de campo no es experimento» y he tratado de seguir esa ruta, tomar decisiones y dar recomendaciones sabiendo que del otro lado hay personas y que cada paso que damos no puede ser “a ver qué pasa” sino que tendrá consecuencias para todos ellos.

La recomendación que me dieron los coordinadores era sembrar cacao, pero al llegar a la zona que me asignaron de inmediato me percaté que era un lugar muy seco. «Aquí no va a pegar el cacao» le dije al facilitador, quien al principio no quería cambiar la indicación, pero le estuve insistiendo e insistiendo hasta que al fin cedió.

—¿Qué opciones se te ocurren?

—Podemos probar con nopal o con agave.

—¡Pero esos no son árboles!

—No, pero sí están en los lineamientos del programa, además, como ya te dije, es una zona muy seca y cualquier otro iba a ser muy difícil que creciera.

Llegué a la reunión con los productores. Pertenecen a una comunidad que como muchas poblaciones de Chiapas está dividida entre católicos y adventistas. Les propuse sembrar espadín. En una comunidad cercana, más arriba, tienen agave azul, al parecer como resultado de otro programa. Pero lo sembraron sin darle seguimiento por lo que lo tienen nada más de adorno. Cuando escucharon la palabra «agave» los adventistas dijeron «¡eso es del diablo, no lo queremos! Preferimos sembrar nopal». Les pedí que me dejaran terminar con la presentación que había preparado y cuando llegué a la parte de las cifras y vieron las diferencias de precio me dijeron «Parece que preferimos sembrar el agave».

Una parte del grupo insistió en el cacao. Les dije que no iba a crecer pero insistieron con mucha convicción. Les entregaron cacao. Lo sembraron y se murió. Ahora están intentando con café.

Otro grupo propuso sembrar moringa, que también estaba entre las opciones. Yo les dije que también podía tener problemas, pero mi compañero binomio les apoyó. «Yo creo que sí se puede, he visto árboles de moringa en terrenos como estos» y los sembraron. Resultó un desperdicio de semillas y tiempo porque ninguna pegó.

Pero entonces empezó el relajo de sembrar agave. Ningún vivero cercano lo produce, ningún proveedor de semillas en el estado lo vende y no sabía mucho sobre su proceso. Me puse a investigarlo todo, en artículos, en videos, en libros.

Luego de muchos días de buscar, al fin encontré un proveedor de semillas en una página de Facebook. Pero estaban en Puebla y no daban ningún tipo de garantía. Los productores me presionaban «¡Se va a pasar el tiempo de sembrar!» Nos iban a mandar la semilla desde Puebla y las plantas desde Oaxaca, pero debido a que no se ponían de acuerdo tardaron meses en llegar. Yo les llamaba por teléfono y me prometían que llegaba en una semana y pasaba la semana y no llegaba y ahí iba yo a llamarles de nuevo, cada vez más enojada, hasta que un día los amenacé con demandarlos y se comprometieron a entregar en tres días. El día de la entrega me fui a quedar a la comunidad para estar presente y revisar el cargamento de plantas y semillas. Cuando al fin llegó se repartieron las plantas, 232 por parcela y sembramos 500 mil plantas con la semilla, aunque algunas se perdieron cuando llegaron las primeras lluvias y arrastró una parte del vivero.

Ahí vamos, poco a poco. Ya pusimos la lombricomposta, los viveros y estamos intercalando los huertos con maíz, tomate y ejote.

En Chiapas hay cuatro grandes zonas de trabajo de Sembrando Vida: Tapachula, Ocosingo, Pichucalco y Palenque, que no incluyen nada más a esos municipios sino en algunos casos también a los que están a su alrededor.

No todas las plantaciones han tenido éxito, el programa también ha servido para probar el cultivo de distintas especies. Foto: Duilio Rodríguez

Luego hay gente que cree que Chiapas es un sólo Chiapas y no saben que hay muchos, que cada uno es muy diferente: hay regiones donde llueve mucho, otras donde casi nada, hay zonas montañosas y otras a nivel del mar, hay regiones donde toda la población campesina habla alguna lengua originaria y hay otras donde nadie sabe hablar más que español, unas donde nadie bebe alcohol y otras donde se bebe mucho.

Se le nota la emoción cuando platica de los logros, pero también deja ver lo mucho que se involucra.

Los productores y sus plantas te dan muchos ánimos para seguir trabajando. Te comparten su emoción cuando alcanzamos una meta, pero también comparten sus sus temores.

Un día llegué y vi a un señor llorando. Le pregunté qué pasaba.

—El día de mañana (cuando crezcan y fructifiquen los árboles) ya no voy a poder ver esto…

Deja de hablar, traga algo de saliva mientras mira al suelo, pero no se quiebra. Es muy joven, de corta estatura, pero muy ruda, con mucha fuerza de carácter. La imagino parada delante de un grupo de campesinos recelosos con años de experiencia de ver pasar programas de “apoyo al campo” que no les toman en cuenta ni para el diseño, ni para las decisiones en sus propias parcelas.

Todos saben mucho de su propia tierra, siempre les digo «nosotros traemos la técnica, pero ustedes tienen la experiencia».

Probablemente hemos tenido muchas pérdidas en lo de probar tipos de plantas que ellos quieren aunque nosotros sepamos que no van a crecer. Cumplimos con advertirles lo que puede pasar, pero es muy importante respetar su decisión. No queremos imponer un tipo de cultivo ni una forma de hacerlo, les damos las opciones y si hay equivocaciones, las compartimos.

Tenemos que terminar la plática porque se tiene que ir. Su madre murió hace poco a consecuencia de la pandemia, su padre está muy enfermo y ella aprovecha su tiempo de descanso para ir a cuidarlo.

—¿Qué sigue? ¿Cuáles son los siguientes pasos?

—Ahora quiero conseguir semillas locales, de cedro o de otras especies. Creo que es muy importante que lo que se siembre y se produzca sea local, se adapta mucho mejor y hay mucho conocimiento de los propios sembradores para su manejo.

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Editor y fotógrafo documental, retrato, multimedia y vídeo. Dos veces ganador del Premio Nacional de Fotografía Rostros de la Discriminación.

Creció y reside en Los Altos de Chiapas. Estudió la licenciatura en comunicación social por la UAM-X y la maestría en antropología social por la ENAH. Actualmente trabaja como editor de la revista “Sociedad y Ambiente”, de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR) y colabora con el proyecto Kinoki Media. Formó parte del Colectivo Frecuencia Libre (radio comunitaria de San Cristóbal de Las Casas) y del colectivo fotográfico Tragameluz. Es colaborador de Chiapas Paralelo y docente en la Maestría en Educación y Comunicación Ambiental Participativas de la Universidad Moxviquil, además de participar en el Consejo del proyecto “Bat’si Lab, fotografía y comunidad”