Guadalupe Contreras busca a su hijo Iván y buscándolo, ha ayudado a encontrar decenas de cuerpos en los cerros de Iguala
Texto: José Ignacio De Aba
Foto: Ximena Natera
Guadalupe Contreras tiene una corazonada: «Lo peor de todo es que mi hijo no va a estar en las fosas que yo encuentre».
Lo dice después de haber hallado 71 cuerpos en tumbas clandestinas en los cerros de Iguala. A Contreras se le vino el mundo encima el 13 de octubre de 2012, cuando su hijo Iván, carpintero, se fue con un compadre y ya no regresó.
«Mira, mi chamaco ya tiene 3 años desaparecido, si estuviera vivo hubiera ido al sepelio de su madre», dice Guadalupe, un hombre que no rebasa el metro y medio, que se escurre entre los matorrales y las pasturas altas de los cerros.
La esposa de Guadalupe murió en 2013, un año después de la desaparición de su hijo. Vivir con el peso de la duda sobre los hombros, la hundió en la depresión, el descuido personal y una complicación hepática la llevó a la muerte, Guadalupe se quedó solo, se armó con un machete, improvisó una varilla y se fue al monte a buscar a su hijo «hasta las últimas consecuencias» dice Contreras.
La amenazas de muerte iniciaron cuando empezó a encontrar cuerpos. «Ya deje de hacer pendejadas» le dijeron unos hombres que llegaron a su casa armados, Contreras les contestó que sólo está buscando a su hijo, que él solamente busca cuerpos, que no busca justicia sólo a Iván.
Cuando desaparecieron los 43 normalistas rurales de Ayotzinapa y se abrieron las puertas del cementerio clandestino de Iguala se «destapó una cloaca que tenía años» dice Guadalupe, quien empezó a recorrer los cerros mucho antes de que se formara el grupo de «Los Otros Desaparecidos». Quizá por eso ha encontrado dos terceras partes de las fosas en las que se han hallado cuerpos este año. Y también por eso desconfía del trabajo de la Procuraduría General de la República.
A ellos no les duele, ellos vienen por su sueldo. Ellos no tienen desaparecidos -dice Guadalupe- Ya los quiero ver en el cerro subiendo y bajando».
Guadalupe invierte de 300 a 400 pesos a la semana para buscar a su hijo. «Lunes y martes ya no tengo ni para tragar», el trabajo de albañilería que hace en la semana le ayuda a tener la fuerza física para hacer largas caminatas pero no le da el dinero suficiente para vivir con lo necesario.
Dice que su hijo va a estar muerto hasta que lo vean muerto. El espacio de esperanza que nace de eso son las veredas que recorre los domingos, su día de «descanso». Después de abrirse camino con su machete y seguir senderos para encontrar tumbas clandestinas regresa a su casa cuando se va la luz del monte, con la satisfacción de éxito por haber encontrado fosas o con la inquietud de que no buscó bien.
El 30 de septiembre, cuando los representantes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visitaron por 4 horas a los familiares de «Los Otros Desaparecidos», Guadalupe fue a la iglesia de San Gerardo para llevar a la gente de la comisión y a reporteros a la colonia Lomas de Zapatero donde han sido encontradas 18 fosas clandestinas. Después de la visita Guadalupe fue a la colonia Tres Iguanas a arreglar un baño. Buscar a su hijo es una tarea sólo para su tiempo libre.
Las lluvias atemporales de otoño preocupan a Guadalupe, las pistas en la tierra que ayudan a localizar cuerpos se diluyen con la borrasca. Una de las satisfacciones del buscador es encontrar al familiar de alguien «De algo ha servido el pinche esfuerzo de tanto andar buscando en el chingado cerro».
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