Un normalista que no quiere salvar al mundo

20 noviembre, 2015

Los normalistas rurales son jóvenes casi adolescentes. Marginados y más politizados que el resto, pero adolescentes al fin. Pero después de la noche de Iguala, la sociedad mexicana les impuso una misión: salvarnos a todos y ser la voz contra la impunidad

Texto: Uriel Salmerón

Fotos: Ximena Natera

Video: Ernesto Santillán y Priscila Vega

AYOTZONAPA, GUERRERO.- David apenas es un veinteañero vivaracho con un palmo de delgado vello facial escarchado a cuentagotas. De no ser por una credencial de elector con la que acredita su mayoría de edad, difícilmente podrían creérsele los años que se atribuye. Es un estudiante de Ayotzinapa, pero sus lamentos no se parecen a los de los demás. Mientras la combatividad y la sed de justicia se repiten como letanías en las voces de los otros, su discurso siempre es el chiste.

Sus ojos son inmensos e intensos cayucos. Canicas de barro negro bordeadas por una selva de pestañas. Es un tipo suertudísimo. Hace un año estuvo aquí mismo. Estaba en primero cuando pasó el 26 de septiembre. Los compañeros que están desaparecidos, son sus compañeros de generación.

Viene de la Zona Norte de Guerrero. A su papá lo mataron cuando él tenía catorce y desde entonces vivió solo en esa casa en Zitlala, el pueblo donde ganó en cinco ocasiones el primer lugar de fonomímica de Michael Jackson.

David tiene el sueño de ayudar a sus viejitos con los gastos. Como maestro de primaria bilingüe también quiere conservar el náhuatl, en el que es fluente.

No tiene a dónde más ir «Es que es la única escuela que me da chance de estudiar», dice.

Cuando la bocacalle debajo de su nariz se abre, balines blancuzcos se asoman y hacen una sonrisa tal vez infantil, como la formación inicial de una partida de rueda. Ríe a bocajarro, los que están en su entorno piensan en él siempre como un bromista y eso le gusta. El humor es su vocación. David es un showman. Por eso no sorprende su gusto por la música y su ingreso a la banda de guerra.

El 26 de septiembre a David lo salvó la corneta y después, una vez más, esa suerte presumida. Formar parte de la banda de guerra, igual que a los miembros del club de rondalla y danza, le guardó el pellejo al menos por un tiempo más. Quién sabe cuánto. Los primeros estudiantes a los que mandaron a secuestrar autobuses no estaban en ninguna actividad extraescolar.

— Sí, es peligroso, pero cuando salimos. Aquí en la escuela siento que estoy seguro. Cuando salimos…ahí sí. Se pone serio de a rato, casi deseando que nunca le toque salir.

El Relajo, El Dash, Taker, Huicho, El Cubo (por la geometría de su cráneo) u otra de la veintena de apodos vivientes es un chavo de retos, así se asume. Es un estudiante de Ayotzinapa más, pero mientras sus compañeros están en lucha, a él lo que más le preocupa es tener que soportar una vez más la semana de prueba.(Que más bien es mes y medio de correr de tres a seis de la mañana, ejercitarse exhaustivamente durante la madrugada, asistir más de diez horas al círculo de estudio y dormir una sola hora).

David está vuelto loco con La Isla El Reality, más que por cualquier otra cosa. Habla emocionadísimo de las dinámicas de resistencia física, del aguante aunado a la destreza mental que deben tener los participantes. Y de lo bien que él lo haría. Después de resistir un par de veces la semana –o lo que sea- de prueba, siente que ya lo aguantaría. Con lo que le hacen pasar aquí eso ya estaría papita.

Ha pensado seriamente en inscribirse al concurso, lo único que lo frena es que no sabe cómo hacerle. Piensa en lo bien que lo haría. Incluso ya lo ha discutido con sus amigos más cercanos. ¿Qué requisitos le pedirán? No sabe, pero vuelve a contar que ya tiene su credencial de mayor de edad.

Después del 26 se quiso salir, pero igual se quedó. Porque no tiene a dónde más ir. Le dio miedo entonces, y tal vez más ahora. Que vuelva a suceder lo mismo. Tal vez sin saberlo, David ya protagoniza su propio reality de sobrevivencia. Sin las cámaras de veinticuatro horas. Sin el glamour. Con riesgo real. El Relajo es un chavo de veinte años como cualquier otro.

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Dice Dylan Thomas que decía D.H. Lawrence que nosotros bailamos como nuestros abuelos imaginaron bailar.

Periodista visual especializada en temas de violaciones a derechos humanos, migración y procesos de memoria histórica en la región. Es parte del equipo de Pie de Página desde 2015 y fue editora del periódico gratuito En el Camino hasta 2016. Becaria de la International Women’s Media Foundation, Fundación Gabo y la Universidad Iberoamericana en su programa Prensa y Democracia.