Familiares de personas desaparecidas unieron pistas y lograron encontrar un campamento, en Mante, donde criminales tenían secuestradas a personas, que después, se sospecha, calcinaban. El espacio se encuentra en las faldas de la Sierra Madre Oriental
Texto: Daniela Rea
Fotos: Mónica González
TAMAULIPAS.- Antes de comenzar a recolectar la evidencia Graciela Pérez, madre de Milynali, una adolescente desaparecida en el verano del 2012 en las carreteras de Tamaulipas, toma una veladora y convoca a los acompañantes a que se le unan en oración. Peritos, policías estatales, judiciales, miembros de protección civil y otros familiares la rodean y con la cabeza inclinada repiten la oración con la que Graciela pide por las personas que estuvieron aquí y que sufrieron los peores horrores. Pide por sus almas para que descansen y a estas almas les pide ayuda para sacarlas de este lugar. El sonido del viento y los murmullos provocan escalofríos.
Este lugar, al que Graciela llama un campo de exterminio, está ubicado en el municipio de Mante, Tamaulipas. Es un cerro rodeado de sembradíos de sorgo y cañaveral, de canales de riego, dividido por el cauce de un arroyo (ahora seco) y un par de veredas que suben desde las faldas hasta la cima, a unos 800 metros de altura. Un cerro con una contradictoria belleza: su suelo está tapizado de hojas secas y los rayos del sol se cuelan entre las hojas verdes de los árboles. Los cantos de distintos pájaros y flores silvestres completan el paisaje.
A lo largo del cerro hay varios campamentos que presuntamente fueron usados por criminales y, al menos, 7 puntos donde integrantes del colectivo Milynali Red CFC, encabezado por Graciela Pérez, han encontrado restos óseos calcinados. Las familias estiman que, a lo largo del cerro, entre los campamentos, habría otros 8 puntos con restos enterrados.
Graciela Pérez, madre de Milynali -que fue desaparecida el 14 de agosto de 2012 al volver de vacaciones con su tío Ignacio Pérez Rodríguez, de 54 años, y sus primos Aldo de Jesús Pérez Salazar, de 22 años, y Alexis y Arturo Domínguez Pérez, de 18 y 22 años-, explica cómo lograron dar con el lugar:
“Supimos de ese sitio en enero de 2018. Por redes sociales supimos que este lugar se encontró por parte de las fuerzas estatales, pero a nosotros como familiares no nos dijeron nada. A nosotros como familiares lo que nos interesa es saber cuándo hay un hallazgo de cualquier tipo, o sea un campamento, unas personas detenidas o secuestradas o liberadas, a nosotros nos interesa acudir porque sabemos que podemos encontrar más cosas, reconocer ropa, por ejemplo.
“Entonces en el colectivo nos dimos a la tarea de encontrar este lugar. Tuvimos acceso a dos croquis que coincidían, pero no eran muy precisos y finalmente cuadran con una coordenada que a mí me hacen llegar. Así unimos las tres pistas y llegamos. Llegamos”.
Llegar no fue fácil. Aún con las tres pistas, Graciela y sus compañeros de búsqueda tuvieron que hacer cinco recorridos prospectivos antes de dar con el sitio preciso. Esto sucedió en junio de 2018.
Aún cuando la policía estatal había llegado aquí seis meses antes, en enero de 2018, las familias encontraron todavía gran cantidad de evidencia: ropa, basura de comida, garrafones de agua, cazuelas, limpiadores de armas, tambos de 200 litros donde se podrían haber calcinado a las personas. Y restos humanos calcinados. Cientos de restos óseos esparcidos a lo largo del cerro conocido como “La sierra de cucharas”.
“Tomamos fotografías de todo eso y es con lo que le decimos a la Fiscalía que tenemos que levantar la evidencia de este lugar”, explica Graciela.
En septiembre del 2018, por exigencia e iniciativa de las familias, la Fiscalía del estado comenzó a levantar la evidencia de este campamento.
A lo largo del cerro hay tres campamentos -se encontró una tienda de campaña y cobija, cazuelas y basura de comida; ropa, zapatos, mochilas y decenas de latas de químico para limpiar armas-. Además de tambos de 200 litros de capacidad perforados y oxidados, donde se supone habrían quemado los cuerpos de personas.
“Hasta ahorita lo que hemos logrado interpretar”, explica una de las personas que trabajan en el lugar, “es que tenían tanto su campamento de observación, que es el punto más alto de la sierra, donde tenían un campamento, prácticamente que vivían ahí: tenían sillones, ollas, prendas de vestir, área como de una cocina -cocina donde preparaban comida-, otra área de lavandería con piedras donde tal vez lavaban su ropa, cepillos dentales, artículos de uso personal, pasta de dientes, desodorantes. Nosotros hacemos la hipótesis de que ese campamento se usaba como para vigilar las entradas. Más abajo, como unos 500 metros de ese campamento, hay un depósito como de basura donde hay prendas de vestir, bolsas, latas de sardina, de atún y decenas de latas de químico para limpiar armas, enterradas. Ese aún no lo trabajamos, pero suponemos que es un punto donde depositaban su basura. Nos llama la atención que está semienterrada o enterrada, lo hacían con el fin de que si un helicóptero andaba arriba no se pudiera detectar ese punto de basura porque estamos en medio de la nada y ver basura desde un helicóptero pues sí llamaría la atención. Y más abajo es donde estaban las mentadas cocinas, donde calcinaban a las personas”.
Hasta el mes de mayo del 2019 se ha recuperado evidencia de restos óseos calcinados en 7 puntos. Sobre lo que sucedía aquí hay dos hipótesis de los peritos y las familias que han trabajado el lugar.
Para las familias, cada uno de esos 7 puntos hasta ahora revisados fue un lugar donde calcinaban los restos en tambos. “En estos puntos que llevamos, en todos, debió de haber habido un tambo incinerador, porque las cenizas no están superficiales”, explica Graciela.
Para los peritos, no en todos los 7 puntos se calcinaron restos, sino que algunos restos pudieron haber llegado a los puntos por escurrimiento del agua de lluvia.
Hasta mayo las familias con la Fiscalía del estado han trabajo 29 días levantando evidencia; 29 días distribuidos a lo largo de 8 meses. Así es como trabajan: los peritos y familias detectan puntos en el suelo, por hundimientos o por la presencia de carbón o cenizas, lo cercan y comienzan a barrer la tierra con escobetitas para recogerla en una cubeta y llevarla a las cribas.
Bajo un toldo, los familiares de desaparecidos con algunos funcionarios de la Fiscalía vacían las cubetas sobre la red de metal y, como si estuvieran separando frijoles, remueven la tierra para recuperar fragmentos de hueso calcinados, dientes o muelas y “objetos asociados” que pueden ser botones, hebillas, o cualquier cosa que se haya encontrado con los huesos. Mientras lo hacen, platican de cosas cotidianas, celebran el hallazgo de un diente o repiten lo sorprendente que es esa escena: nunca nadie -ni siquiera los peritos- imaginó que un día de su vida estaría removiendo la tierra buscando fragmentos óseos de personas que fueron calcinadas. Cuando hay familiares o acompañantes nuevos, se comparten algunos tips para identificar los restos calcinados: tienen poros, sus poros son circulares y los de la madera lineales, pesan menos que un trozo de carbón o de piedra. La experiencia que nace del dolor se comparte. Pero si hay alguna duda, el fragmento se recolecta y se deja a la expertis de los forenses determinar si es resto humano.
El material de criba, los guantes y los trajes forenses, la comida y bebida para las autoridades que participan es pagada por las familias.
Este día de mayo del 2019 los peritos sacaron más de siete cubetas de tierra que fue cribada durante unas tres horas. Al final del día se encontraron varios cientos de fragmentos óseos y 17 dientes, muelas o coronas. En total, en los 29 días de trabajo en este lugar, se ha encontrado cientos -o miles- de fragmentos óseos calcinados. No se sabe, pues la Fiscalía no cuenta los fragmentos, los pesa por kilos.
“Creo que el ojo se hace más ágil, ya no miramos igual, cuando miras el monte y la yerba y sabemos qué es lo que estamos buscando, nos hacemos más perfeccionistas a la hora de revisar. O yo no sé si los mismos restos sienten que nosotros queremos encontrarlos y nos hacen mirar, entonces, lo primero que vemos es eso, vemos el panorama, y cuando hay así uno, sabemos que debe haber más alrededor, entonces continúas caminando. Cuando ves los campamentos puedes imaginar cómo estaban las personas que tenían secuestradas y eso nos genera mucho dolor”, dice Graciela.
“De los 15 posibles puntos vamos en el número 7, o sea han sido 7 siete fosas en las que hemos encontrado restos. No podemos calcular cuánto tiempo pueda llevarnos, porque a veces la lluvia nos impide acceder al terreno. El tiempo se va bien rápido y pareciera que no avanzamos”, agrega.
Pero ellos avanzan, avanzan en las veredas desconocidas, empujando consigo a una decena de funcionarios públicos, algunos de ellos se han ido sensibilizando ante la tarea que realizan; otros la cumplen como si se tratara de un mero trámite, con desgano o fastidio.
“A los funcionarios que nos acompañan, les digo que piensen que aun cuando son pedacitos, tan insignificante que pudiera parecer nada por tan calcinado que está, que piensen que pudiera ser una parte de cualquiera de sus familiares -si tuvieran un familiar desaparecido-. Nosotros no queremos dejar ninguno, ningún pedacito, porque yo me imagino que si de verdad fuera mi hija alguno de ellos yo no quisiera dejar ni un puntito de ella, en esa tierra tan horrorosa. Nosotros no vemos esos huesos como huesos, o pedazos de huesos, o como huesos calcinados, los vemos como personas”, dice Graciela.
Red Milynali CFC es una agrupación de familiares de personas desaparecidas integrada por 300 personas de distintos estados, cuyos familiares fueron desaparecidos en distintas regiones de Tamaulipas. De ellos, varios tienen sospechas de que sus parientes pudieron ser llevados a la región rural que rodea Mante.
El señor Francisco Camargo, soldador de profesión, busca a su hijo Paco, un adolescente que tenía 15 años cuando fue desaparecido, el 2 de enero de 2017. De los familiares que integran la Red Milynali, éste es uno de los casos más recientes. Ese día del 2017 Paco estaba en un parque a dos cuadras de su casa, en Mante, Tamaulipas. Como a las siete y media su padre le llamó por teléfono y no contestó; esperó pensando que estaría ocupado en el juego. Llamó a las ocho y media y nada. Entonces fue al parque y lo encontró vacío. El señor Francisco se dirigió a la casa de un amigo de Paco y el amigo tampoco había llegado. El señor Francisco se fue a buscarlo a la policía, a las ambulancias, a los hospitales; fue con Protección Civil, con los Bomberos y nada.
Las autoridades estatales pasaron de decirle “No se preocupen, a lo mejor están vivos, de repente se han de haber puesto bien jarras, hicieron algo y se fueron por ahí”, a “Ya ni lo busques, si se lo llevaron los mañosos ya ni los anden buscando”.
Al tercer día de los hechos, cuando el señor Francisco fue a denunciar la desaparición ante la Fiscalía estatal, se dio cuenta que un tercer muchacho, Daniel, había sido desaparecido en las mismas horas y zona de 2 de enero del 2017.
A los 15 días los muchachos Carlos y Daniel aparecieron, llegaron a sus casas, pero Paco no. Lo que el señor Francisco pudo saber -por miedo las familias de los otros dos jóvenes no querían hablar con él- fue que los traían “trabajando para la organización, secuestrando, robando”. El señor Francisco sospecha que su hijo, si fue asesinado, podría estar en este lugar.
* * *
Paulina Rivera y Abiel Morales buscan a su hijo Ariel, desaparecido el 2 de abril del 2013. Ese día Ariel salió de su casa, “regreso a las 10 de la noche”, dijo a su familia, pero no regresó. “Cuando vemos que no aparece fuimos a la cárcel, al Semefo, luego mi esposo puso la denuncia”, relata Paulina, su madre.
El 5 de abril, tres días después de la desaparición, apareció una manta colgada en distintos puntos de Mante con un mensaje escrito en el que se acusaba a un capitán del Ejército de ser el responsable de la muerte de dos jóvenes, quienes supuestamente serían sus informantes. El mensaje escrito estaba acompañado de una fotografía de dos jóvenes vivos maniatados y detrás de ellos hombres apuntándoles a la cabeza con sus armas largas. Uno de los dos jóvenes era Ariel.
A partir de la aparición de esa manta, “empezamos mi hija, yo, mi esposo a investigar en internet eso y se habla que a mi hijo lo utilizó la militar para darles puntos de los delincuentes. Yo siento que mi hijo quiso hacer un bien, quería denunciar a los delincuentes. Ahí se habla de que según esto a ellos los ejecutaron y esté muerto o vivo quiero encontrarlo”, dice Paulina. Ella y su esposo Abiel han recorrido el campamento de la Sierra Madre Oriental en busca de su hijo.
* * *
Leticia Aguilar y su esposo Alejandro López buscan a su hijo Axel, que fue sacado de su casa el 10 de junio del 2013. Después de eso, la familia de Leticia recibió llamadas para pedir rescate. Leticia realizó una denuncia anónima a las autoridades desde un teléfono público por el secuestro, y después de eso comenzó a recibir llamadas de policías estatales a su celular y visitas en su domicilio. Leticia y su esposo Alejandro se dedicaron a buscar a su hijo en medio de los cañaverales, sembradíos, canales en los alrededores de Mante.
“En mi bicicleta me salí a buscarlo hasta El Huastequillo, hasta Nacimiento, hasta Labra, por allá, por todos esos caminos, esa fue mi búsqueda que realicé. Encontraba balaceras y trataba de averiguar qué pasaba para ver si por ahí traían a mi hijo. Dos tres balaceras que sucedieron en Mante a plena luz del día y en lugares concurridos que nunca salieron a la luz pública, ahí me inmiscuía, andaba tras la pista de mi hijo. Yo anduve en muchos lados caminos de terracería, todo eso en bicicleta casi dos años”, relata Alejandro.
Hasta la fecha Axel no ha sido encontrado.
* * *
Aurelia Martínez, ama de casa, busca a su hermano que fue desaparecido el 3 de julio de 2017, en Mante. Junto con el caso del señor Francisco, éste es de los más recientes de Red Milynali. Aurelia relata que su hermano estaba en casa de su pareja, una mujer con un hijo pequeño y uno adolescente, cuando a la hora de la cena entraron hombres armados y se llevaron al hermano y al adolescente. Por miedo y desconfianza en las autoridades, Aurelia puso la denuncia dos semanas después de la desaparición.
“La gente platica que esa gente tiene campamentos y nosotros pensamos que de ahí se lo llevaron… No hemos sabido nada, hemos ido a (Ciudad) Victoria, y nada”.
* * *
Celia Rodríguez y Jorge Luis Mora, ama de casa y campesino, buscan a su hijo Jorge Luis Mora, que fue desaparecido el 7 de marzo del 2010. “Se lo llevaron a la fuerza. Ahí por la calle Rotaria iba a mi casa y una camioneta lo topó en la moto, lo bajaron a la fuerza y lo echaron a una camioneta. Él va a cumplir el mes que entra 28 años, se lo llevaron de 18, acababa de salir del Conalep. Esperamos en dios que los encontremos a todos. Le estoy pidiendo a dios que los encuentre a todos porque todos somos madres y primeramente dios nos va a ayudar”.
Hay algo siniestro en el hallazgo de los campamentos de personas secuestradas. Los restos de cosas que quedan después de la huida de los criminales -desechos, cobijas, zapatos, ropa- obligan a imaginar cómo vivían mientras estaban ahí, qué pudieron haber hecho con sus víctimas.
En este lugar, por ejemplo, es inevitable imaginar a los criminales -a partir de las envolturas de basura que se encontraron- sentados en algún peñasco, bajo la sombra de los árboles, tomando café con coffemate, comer pingüinos, pan con crema de cacahuate, tostadas de atún o sardina; pasar la tarde comiendo chocolates -se encontraron muchas envolturas de chocolate, “necesitaban energía para lo que hacían”, dice un policía- es inevitable imaginarlos cocinar frijoles o arroz con catsup, incluso lavar sus cazuelas de peltre con jabón líquido para una nueva comida.
Es inevitable -y doloroso- imaginar qué hacían los criminales con un pedazo de cuerda aún atado a un árbol, a unos cuantos metros de donde se encontraron restos calcinados; es inevitable y doloroso imaginar los gritos de auxilio de quienes estuvieron aquí secuestrados y la imposibilidad de ser escuchados, salvo por los pajaritos y animalitos del lugar.
Por eso, Graciela enciende una veladora y reza. Porque quizá así “descansen en paz y tengan una luz para salir de este lugar”.
Contenido relacionado:
Aejandro Encinas recorre un campo de exterminio
Familias denuncian simulación en búsqueda de desaparecidos
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona