Instagram está cambiando nuestra forma de relacionarnos con el entorno. Con la comida, con los museos, con las ciudades.
Por: María Ruiz
En 2010 Kevin Systrom y Mike Krieger crearon Instagram, una aplicación que se puso de moda por recrear fotografías vintage. A nueve años de su invención, el uso de la aplicación ha mutado a una fuente inmensa de datos audiovisuales que nos dan información de personas y lugares. Está influenciando el mundo no virtual.
“Hazlo instagrameable” es una tendencia de la publicidad, de los restaurantes y del turismo. La gente visita los lugares, toma fotos con sus celulares y las sube a Instagram. Si consigue muchos “me gusta” y se viraliza, los lugares y las marcas consiguen visibilidad.
Un día, aparecieron en lugares públicos de las ciudades varios conjuntos de letras gigantes. En ellos se leen nombres o frases sobre los espacios, como “M-É-X-I-C-O” o “H-E-C-H-O E-N C. U.” Su único fin es existir para los fototuristas, para convertir un espacio público en un cartel publicitario dirigido al mundo virtual.
Ser fototurista es un rasgo popular de nuestra sociedad. La fotografía y el turismo siempre se han llevado bien, y juntos provocan cierto tipo de fotografías muy específicas. Pero ahora, el fototurismo se ha vuelto tema de influencers, publicidad y redes sociales.
He perdido la cuenta de las veces que escuché: “no tengo Instagram pero lo abriré porque me voy de viaje” o “yo no tenía Instagram hasta que me fui de intercambio a otro país”. Nos encanta volvernos fototuristas y compartir nuestros viajes en nuestros perfiles. Hay gente que solo toma fotos cuando viaja. Pero más allá de vernos felices, ¿qué estamos mostrando de estos espacios y cómo está cambiando Instagram nuestras vidas?
En el estudio “What makes photo cultures different? de Lev Manovich / ¿Qué hace que las culturas fotográficas sean diferentes?», se analizaron las fotos compartidas desde cinco países. Concluyeron que en Instagram coexisten distintas culturas fotográficas, que se perciben en lo que publican los usuarios y cómo lo hacen. Según los datos recabados, en Berlín, publican más fotos en blanco y negro. En Tokio, más fotos de comida.
Sí, ya estamos hablando de culturas fotográficas de Instagram.
Este estudio es un ejemplo de cómo, en nueve años, Instagram obtuvo el alcance suficiente para poder mirar los hábitos fotográficos y costumbres diarias de miles de personas. En conjunto, esos datos generan información y también, estos hábitos, inciden en el mundo no virtual.
En “How Instagram is changing travel?/¿Cómo está cambiando Instagram nuestra forma de viajar?”, Carrie Miller escribe sobre el “turismo alimentado por redes sociales”. Cuenta cómo en 2015 en Wanaka, Nueva Zelanda, invitaron a influencers como estrategia turística, Lograron aumentar el turismo del pueblo un 14 por ciento.
Miller comienza contando la historia de Trolltunga, una roca gigante en Noruega que se volvió un punto famoso para tomar fotografías. En Instagram, si buscas Trolltunga te toparás con 164 mil publicaciones de la gente que viaja, específicamente a ese lugar, para tomar fotos y ver el atardecer.
Los espacios al aire libre son un ejemplo, pero ¿qué pasa con las exposiciones? En México tenemos varias experiencias como con Yayoi Kusama o la reciente exposición de Jeff Koons. Exposiciones que aunque no estaban hechas para las selfies, la gente asistió específicamente a tomarse fotografías para subirlas a sus redes sociales.
“Al museo Jumex se va a tomar fotos porque el arte ahí es medio raro”, puede leerse en una de las publicaciones que encuentras si buscas “Museo Jumex” en Instagram. Nuestras relaciones con el arte también están cambiando.
La publicidad está aprovechando este boom, creando experiencias o “rooms” donde puedes tomar incontables fotografías. Así la reciente activación de Stranger Things, auspiciada por Coca Cola. O la Casa Hut Nuts, un espacio hecho por la marca de cacahuates enchilados, especialmente para hacer fotos. Hay una clara intención de aprovechar esta fiebre fotográfica y posicionar sus marcas.
La influencia de Instagram llega a la industria restaurantera también. Las fotografías en esta red social, posteadas con el hashtag correcto y desde cuentas con miles de seguidores, pueden provocar que la gente vaya más a ciertos restaurantes que a otros.
Esto provocó que algunos chefs cambiaran sus menús para tener comida “instagrameable”, como lo cuenta Sara Lee en “Picture perfect, how Instagram change the food we eat?/ La fotografía perfecta, ¿cómo Instagram está cambiando lo que comemos?”.
Como fotógrafa me encanta que nos empecemos a comunicar, cada vez, más por medio de fotografías. Pero creo que ya es momento de analizar más a profundidad cómo están utilizando nuestras imágenes. No se trata de dejar de hacerlo pero sí de hacerlo con conciencia y reflexionar: ¿A quién estoy beneficiando (o no) con la foto que voy a compartir?
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