Plazas públicas y canchas de fútbol, que lo mismo son escenarios y teatros, se convirtieron en cines que recibieron a La Vocera, un documental de Luciana Kaplan que retrata la campaña hacia la presidencia que María de Jesús Patricio, Marichuy, abanderó en nombre del CNI y el CIG en 2018. Las historias, postales y sonrisas de los pueblos en resistencia fueron narrando las luchas que desde abajo construyen otros mundos.
Texto: Alejandro Ruiz
Fotos: Ecocinema
I.- Del cine como comunidad
Las risas
MESA DE NUEVO VALEY, NAYARIT.-
Un montón de infancias se congregan en una mesa, pareciera que planifican algo, pues voltean hacia los lados con un aire de confidencialidad.
A los lados solo hay más niñas y niños que, recostados en el piso, dejan escapar un par de carcajadas mientras intercambian crayones para clavar la vista en la hoja de papel que llevan de un lugar a otro.
“¿Quién más quiere colorear?” pregunta Ricardo, uno de los integrantes de Ecocinema, una empresa que por medio de energía solar se ha encargado de llevar el documental de “La Vocera” a varias comunidades y pueblos indígenas del país.
“La vocera” es un documental dirigido por Luciana Kaplan, en el que narra la campaña que el CNI y el CIG impulsaron en 2018 para promover una candidatura independiente hacia la presidencia de la República; la protagonista y delegada electa por cientos de pueblos y comunidades es María de Jesús Patricio, Marichuy. Este documental también es su historia.
Pasan un par de minutos, y un niño se levanta del piso mostrando su dibujo al resto de sus compañeras y compañeros, al centro está Marichuy rodeada de flores y raíces teñidas de azul, verde y café.
–Que bonito te quedó–, dice al niño. Entonces Ricardo pregunta a las decenas de niñas y niños que no dejan de sonreír:
–¿Saben quién es?
–¡Es Marichuy!– dicen unos.
–¡La vocera!–, responden otros.
Es la tercera gira que Ecocinema ha realizado para proyectar el documental de Kaplan en distintas regiones del país. Antes estuvieron en el centro y sur de México.
La dinámica es simple, dentro de una camioneta van los integrantes de Ecocinema trasladándose por los más diversos y riesgosos caminos y carreteras del país. Son cinco asientos que se pierden entre las bocinas, proyectores, cables y baterías que, sumado a la enorme pantalla inflable y el equipaje, no dejan espacio para una sola persona más, inclusive para el descanso, pues descargar la camioneta, montar el equipo y asegurar la proyección, al mismo tiempo en que se planifica la ruta no es una tarea fácil.
Fueron poco más de 700 kilómetros que el equipo de Ecocinema recorrió desde Nayarit a la costa Michoacana en esta tercera gira; y esto se reflejaba en las miradas cansadas y las siestas exprés que el equipo de comunicadores, fotógrafos y videógrafos hacían de tanto en tanto.
Así, Ecocinema se encarga de los traslados de pueblo a pueblo, entre comunidades y ciudades, llevando de nuevo la palabra del CNI y el CIG, como se hizo en 2018.
“Nada se compara cuando la gente ve la pantalla montada” dijo en uno de los traslados el coordinador de Ecocinema, Miguel Ángel, quien relataba la experiencia que le ha significado a él y su equipo de trabajo llevar la palabra de La Vocera por todo el país.
“Hemos visto de todo, por ejemplo en una comunidad del Estado de México la gente lucha para liberar a unos presos políticos, y se siente esa energía y conciencia sobre su lucha, pues hasta los niños te podían contar la historia de la comunidad y los presos, es increíble” aseguró.
La idea de un documental en movimiento, como pretexto de organización, de recuperar sentires y dolores fue planificada a detalle. No es algo espontáneo, sino una estrategia para visibilizar los conflictos y avivar la esperanza de los pueblos en resistencia.
“De esto se trata el cine, de hacer comunidad” dijo otro de los integrantes de Ecocinema mientras el resto del equipo inflaba la pantalla de más de 5 metros en la que proyectan el documental.
“La energía que se siente cuando la gente se ve en la pantalla es indescriptible, pues no estamos acostumbrados a ser protagonistas, y aquí las comunidades son quienes dan cuerpo al documental.” Agregó.
Presidio de los Reyes, Mesa de Nuevo Valey en Nayarit; Tuxpan de Bolaños, Azqueltan y Tuxpan, en Jalisco; así como Zacualpan, Colima; y Ostula, Michoacán, fueron las 7 comunidades que La Vocera visitó en esta gira, y que muestran el mosaico tan diverso de las resistencias de los pueblos indígenas del occidente mexicano.
PRESIDIO DE LOS REYES, NAYARIT.-Una lluvia torrencial no deja de caer mientras Pedro conduce la camioneta en la que nos transportamos.
Venimos de Mesa de Nuevo Valey, una comunidad wixárika ubicada en las periferias de la ciudad de Tepic, Nayarit.
Ahí, entre las nubes que se funden con la bruma, conocimos la historia de Mario Muñóz y de más de 40 familias que han luchado por el derecho a la vivienda y el reconocimiento de sus autoridades tradicionales.
“Esto es común, tenemos que pelear por nuestros derechos pero no podemos agotar la lucha ahí, hay que construir la autonomía, trabajar con los jóvenes, dignificar nuestras condiciones” dice Pedro mientras maneja precavidamente entre las curvas y caminos semi pavimentados que nos conducen a la carretera.
A Pedro lo conocí un día antes, en Presidio de los Reyes, pues en ese pueblo pequeño de no más de mil personas arrancó la gira de proyecciones de La Vocera.
No pudimos platicar mucho aquel día, pues minutos antes de que comenzara la película las nubes grises del cielo comenzaron a vaciar pesadas gotas de agua.
Las niñas y niños que se quedaron a la función se refugiaron debajo del arco techo de la cancha que el gobierno de Enrique Peña Nieto donó a la comunidad para convencerles de que firmaran a favor del proyecto hidroeléctrico “Las Cruces”.
“Trataron de comprarnos con esas cosas de modernizarnos un poco la comunidad, mejorando calles, pero aún así la comunidad dijo ‘qué bueno que nos lleguen los beneficios pero seguimos diciendo no a la presa’”. Así lo explicó Pedro en una entrevista que hicimos minutos antes de que la lluvia arreciara.
Aquella vez hablamos sobre la defensa del río San Pedro que el pueblo náyeri libró contra la hidroeléctrica de “Las Cruces”, y también hablamos sobre las luchas por la autonomía que libran los pueblos de la Sierra del Nayar.
Ahora estábamos empapados mientras los cantos de La abuela grillo sonaban a todo volumen.
A un lado nuestro estaba un hombre de no más de 50 años con una camisa de tirantes que iba y venía de una casa ubicada frente a la cancha.
“Ese es el gobernador tradicional; es que hoy hay velación para que la siembra del maíz salga bien, pedimos para que haya lluvia suficiente, pues ha habido temporadas donde batallamos mucho”.
explica Pedro.
La casa de la que salía aquél hombre era la casa del pueblo, y aunque el gobernador tradicional estaba cumpliendo con sus compromisos comunitarios, de repente se escapaba un par de segundos para ir a ver la película.
“Que mal que cayó la lluvia ora ¿no?” dijo en uno de esos momentos.
“Bueno, en parte es nuestra culpa, porque pa eso estamos rezando” agregó entre risas.
“Bueno, deben entender que primero está lo sagrado, y ora si que para la siguiente función va a haber palomitas, pues vamos a tener maíz.”
“Ah ese gober” dijo Pedro “pero tiene razón: primero lo sagrado.”
La función terminó y, paradójicamente, tal vez por los rezos de aquellos campesinos de la Sierra del Nayar, toda la semana estuvo lloviendo.
TUXPAN, JALISCO.- Dos volcanes que parecen tocar el cielo en la punta de sus cráteres se elevan en las fronteras de Jalisco y Colima. Y aunque poco importa del lado en que se vean, en realidad esta frontera de fuego marca el inicio del territorio nahua.
Al oriente de esta franja se encuentra Tuxpan, un pueblo habitado por nahuas del sur de Jalisco.
Un día antes de la conmemoración de la caída de Tenochtitlán “La Vocera” llegó a este pueblo, o quizás “retornó” sea el verbo adecuado, pues aquí nació Marichuy.
La vocera, sin embargo, no estaba en casa, pues al siguiente día iba a encabezar las protestas que decenas de pueblos indígenas realizarían en la capital del país para exigirle al Estado mexicano que reconozca su derecho a la autonomía y la dignidad.
La ausencia de Marichuy era solo física, pues de manera coordinada y como si hubiera un acuerdo que no dejaba nada al azar, sus compañeras y compañeros de la Casa de Salud Calli Tecolhuacateca Tochan iban poniendo las sillas, montando las carpas y preparando las bolsas de palomitas para la proyección.
La mirada de Balbina, su hermana, era apacible y me daba un aire familiar, como si la conociera de otro lugar, y tal vez no era una sensación tan errada, pues como ella son miles de mujeres quienes articulan y sostienen las luchas comunitarias en defensa de su territorio.
Poco tiempo había para charlar, pues las manos y los pies de estas mujeres y hombres no dejaban de moverse.
Pude hablar con Carlos, el responsable elegido por sus compañeras y compañeros de coordinar la proyección en Tuxpan, y aún entre el apuro me presentó a su esposa, su hija y a un grupo de jóvenes que acababan de llegar.
“Mira, con ellos puedes hablar, son las nuevas generaciones que luchan en Tuxpan” me dijo, y así conocí al grupo de jóvenes guerreros nahuas, o Yaoxocoyomenahuatl.
Fátima, Óscar y Antonio contaron cómo es que el orgullo de asumirse como nahuas es una parte fundamental para construir nuevos horizontes que retomen el caminar andado por las viejas generaciones de luchadoras y luchadores de Tuxpan.
Cuando caminábamos sobre la plaza principal Antonio volteó a ver la silueta del volcán que está frente a la iglesia del pueblo.
Alzó su mano y apuntó hacia una piedra enfrente del templo y me explicó las leyendas, historias y mitos que esto representa.
“En esa piedra se hacían sacrificios para el volcán, pero cuando llegaron los españoles le pusieron una cruz encima y construyeron el templo, aunque el volcán siempre nos vigila, y yo creo que nunca nos conquistaron del todo.”
La sinergía entre el pasado, la memoria y un presente convulso se expresaban en los ojos y las palabras de esos jóvenes tuxpeños que hablaban de feminismo, descolonización, dignidad, respeto y autonomía.
Balbina los miraba a lo lejos, y tal vez recordaba aquellas primeras charlas con su hermana, Marichuy, cuando decidieron fundar la Casa de Salud Calli Tecolhuacateca Tochan.
Los volcanes que se miran a lo lejos aguardan al estallido que vendrá de las próximas generaciones, el cual no tardará en llegar.
ZACUALPAN, COLIMA.- Juanita y Teresa nos reciben en un puesto de frituras frente a la explanada de la iglesia de Zacualpan, un pequeño poblado del municipio de Comala, en Colima.
A sus espaldas un mural con letras negras y rojas sintetiza la lucha que estas mujeres, en conjunto con el resto de comuneros y comuneras libran desde el 2013 para defender su territorio de las empresas mineras.
‘¡Agua sí, mina no!’ se lee, y mientras hablamos sobre los pueblos que hemos visitado durante la gira de “La vocera” ambas sonríen y narran su historia.
“Ahí por donde entraron fue donde llegaron los granaderos y las tanquetas para desalojar nuestro plantón hace unos años” dicen los presentes; y recuerdan cómo los policías salieron corriendo despavoridos aquella noche después de escuchar “caballos que bajaban del cerro”.
“Seguro fue el señor Santiago, nuestro patrono, pues él anda a caballo y está de nuestro lado en la defensa de Zacualpan” dijeron.
Un montón de niñas y niños corrían de un lado a otro sobre las bancas del jardín principal de Zacualpan, y Ricardo les perseguía con los crayones y dibujos para que se quedaran a la proyección del documental.
Apartadas del bullicio, Juanita y Teresa me platicaron durante horas sobre la lucha, las tradiciones, las fiestas y la comida de su pueblo.
“Dicen que aquí pasó una vez un escritor muy famoso, pero nadie se acuerda de él”, dice Juanita después de preguntarle si esta Comala es la misma de los cuentos de Juan Rulfo.
“Yo nomás sé que allá en la cabecera hay una estatua de ese escritor; pero quién sabe”, agregó.
Las nubes que nos habían perseguido durante toda la sierra madre occidental comenzaban a alcanzarnos, y apresurados los integrantes de Ecocinema mudaron la proyección hacia una cancha a las faldas del cerro.
Los relampagos podían sentirse muy cerca, y cómicamente un niño en su bicicleta se había puesto un par de periódicos sobre la cabeza.
“Es para espantar a los truenos”, dijo mientras caminábamos hacia la cancha.
Al llegar al lugar de la proyección el velador de la cancha comenzó a recordar cuando Marichuy visitó Zacualpan en 2018.
“Yo la vi a ella” me decía. “Estaba bien cerquita, y nos dio esperanza ¿sabe si va a venir? Ojalá y sí venga, quiero darle un regalo”.
Ese mismo día Marichuy había denunciado frente a la Suprema Corte de Justicia de la Nación la falta de voluntad que las autoridades tienen para atender las demandas de los pueblos y comunidades indígenas, y lo sintetizó en una frase que caló hondo por la verdad que se encierra en ella: “Por eso los pueblos se encabronan”
La historia de este hombre pudiera ser la de cualquier otra persona en cualquier pueblo de México.
Migró a los Estados Unidos, pero se quedó atorado en la frontera de Tijuana; ahí vivió muchos años para después probar suerte en Sonora, donde vivió otros muchos años más antes de regresar a su tierra natal.
“Yo conocí abusos de poder, vi cómo maltrataban a los yaquis, vi como la migra nos humilla, vi todo eso y dije ‘mejor me regreso para el pueblo, aquí no me falta nada’. Pero está la maña, y es feo como nos quieren quitar nuestras tierras y nuestra agua, por eso yo confío en Marichuy, ella no nos va a traicionar.”
Velador.
Nos despedimos con un abrazo, y encomendó darle un saludo a Marichuy de su parte, recordando que en Zacualpan la esperan.
“Se van con cuidado y que viva el CNI” dijo antes de que subieramos a la camioneta y tomamos rumbo a la costa.
OSTULA, MICHOACÁN.- Antes de partir hacia Ostula, donde se cerraría la gira de proyecciones de La Vocera, paramos a hacer un plan de viaje.
El motivo era identificar el camino más seguro, pues las noticias de Michoacán no eran tan alentadoras.
Tomamos rumbo hacia la costa, y después de algunas horas de viaje vimos que a lo lejos estaba una patrulla municipal estacionada frente a una caseta de vigilancia que tenía un mensaje muy claro: “¡En Ostula condenamos el asesinato de Samir Flores!”.
Sin darnos cuenta habíamos llegado al filtro de Xayacalan, el territorio en disputa que la comunidad de Santa María Ostula había recuperado de las manos del crimen organizado desde el 2009.
Un día antes a nuestra llegada, las y los comuneros de Ostula habían bloqueado la carretera costera exigiendo que la Suprema Corte de Justicia de la Nación para que se les restituya legalmente la propiedad comunal de Xayacalan.
Solo en ese momento nos sentimos seguros, y al llegar nos encontramos con Goyo, un comunero de Ostula encargado de la comisión de comunicación que nos recibió en La Ticla.
“Aquí pueden estar seguros, instalense que ya estamos preparando todo para la proyección en la tarde, hasta conseguimos una maquina de palomitas.” dijo, y no mintió, pues cuando subimos a Ostula el olor a mantequilla y maíz podía percibirse.
Pasaban los minutos, y después de ayudar a descargar y acomodar las sillas para la proyección la calma y el silencio se fue rompiendo con las risas de las niñas y niños.
“¿Yo creo que con esas sillas van a ser suficientes no?”, preguntó Goyo.
Eran más de 100 sillas y la expectativa era llenarlas todas.
“Se le avisó a la gente, y además se les dijo que iba a haber palomitas, sí van a venir” dijeron riéndose los familiares de Goyo que también están en la comisión de comunicación.
Llegó una, luego diez y luego montones de personas que ocuparon todas las sillas, el piso, y la cancha en donde se estaba proyectando el documental.
“‘¡Ay, nos van a hacer falta palomitas!”, dijo Obed, un niño que participa activamente en la defensa de su territorio.
Sonaba la máquina con la explosión del maíz, y las bolsas de papel estraza se abrían casi mecánicamente para dar cabida a las palomitas que iban y venían.
“¡Obed, ve y repártelas mejor, para que ya después la gente venga por más!”, le decían al niño. Éste, entusiasta, tomaba una palangana de plástico en la que amontonaba las bolsas rellenas de palomitas y pasaba fila por fila repartiéndolas a quien no tenía.
Obed, cansado, no dejaba de sonreír, y hablaba a montones con sus amigas, amigos, periodistas y comuneros que se cruzaban por ahí.
“¿No vas a ver la película, Obed?”, le preguntaron burlonamente. Él respondió con una negativa mientras seguía llenando bolsas de palomitas.
Sin exagerar cálculos, había más de 150 personas en aquella función, y el pobre Obed tuvo que repartir palomitas a todas esas personas. Sin embargo, la felicidad en su rostro podía notarse y en poco caímos en cuenta de que Obed, como el resto de las infancias en Ostula, están viviendo y construyendo otro mundo posible.
Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.
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