De la hamaca al éxodo fallido

7 septiembre, 2022

Muchos de los que vivimos el terremoto de 8.2 grados del 7 de septiembre, el de 7.1 del 19 y del 7.2 de febrero de 2018 somos unos sobrevivientes. No sabemos cuándo será el próximo terremoto en nuestro país

Texto y fotos: Hiram Moreno

OAXACA.- Faltaban once minutos para las doce de la noche de ese jueves 7 de septiembre de 2017 cuando la hamaca donde dormía empezó a moverse violentamente. Me costó trabajo ponerme de pie y también guardar el equilibrio porque el piso se movía con mucha fuerza.

El violento despertar hacía más confusa la situación y como si ella no lo supiera, solo podía gritarle a mi compañera Rosa que dormía en la cama de la habitación contigua que saliera porque estaba temblando.

El ruido que hacían puertas, muebles, trastes de vidrio cayendo al piso y rompiéndose en pedazos se mezclaba con el ruido aterrador de la tierra que se escuchaba moverse debajo de nuestros pies.

Ahora sabemos que fue un terremoto de magnitud 8.2, el de mayor intensidad en casi cien años en México que causó la muerte de 99 personas, 79 en Oaxaca, 16 en Chiapas y cuatro en Tabasco, pero en ese momento no sabíamos de la magnitud del sismo que vivíamos y solo tratábamos de salir del departamento ubicado en el cuarto piso, donde avanzábamos un par de pasos por el estrecho pasillo y regresábamos uno hasta alcanzar con un poco de esfuerzo la puerta principal.

Aún recuerdo que años antes, en un sismo de menor magnitud, pero nuevo para mí en un cuarto piso, bajé las 47 escaleras corriendo del edificio con el miedo reflejado en mi rostro para encontrarme totalmente solo en el último descanso en calzoncillos, playera sport y descalzo, para regresar igualmente corriendo al departamento 401 del edificio D8 de la ampliación de la colonia petrolera de Salina Cruz y lleno de vergüenza cerrar la puerta con llave.

Pero la noche del 7 de septiembre bajaron todos, al menos todos los que pudieron, porque Rosa y yo vivimos y sentimos todo el terremoto en el cuarto piso, la reja de acero se movió al ritmo de 8.2 Richter y no pudimos abrirla.

Fue tan fuerte el temblor que al regresar al departamento al día siguiente encontramos el refrigerador abierto, la estufa separada de su lugar unos 20 centímetros y por todo el piso los platos, vasos y tazas de vidrios que sobrevivieron a la caída.

Una tienda ubicada en el centro de la Ciudad de Juchitán quedó destruida por el fuerte sismo que dañó los pueblos del Istmo de Tehuantepec.

Me sorprendió encontrar los cuadros del piso en su lugar, la loseta me pareció que esa noche del temblor se movía hacia arriba y hacia abajo y curiosamente estaban todas en su lugar, días después de este evento, el arquitecto Sócrates que me hizo el favor de echar un vistazo al edificio me explicó que era seguro el edificio, que no presentaba inclinación, que lo que se había reventado de concreto entre un departamento y otro se llama “junta ciega” y que esa es su función, romperse en un sismo de esa magnitud para evitar fricción entre paredes de los departamentos y la escalera que era una estructura independiente.

Son dos edificios en uno, los departamentos en una parte y la escalera colada de manera monolítica en otro, por eso son seguros estos edificios, dijo y me convenció y junto con Rosa volvimos a dormir ahí una semana después. 

De esa noche Rosa contó después a sus amigas que pensó que ya se había muerto porque yo le decía “mi vida, mi reina, mi amor, ¿dónde están las llaves?”, mismas que no sirvieron de mucho en ese momento porque la reja se atoró y solo abrió momentos después de pasado el temblor con dos golpes de hombro y levantando la reja con el pie derecho, esto último es una práctica que se realiza cotidianamente al salir o entrar al departamento, como un recuerdo más de ese 7 de septiembre.

Todo esto ocurre además totalmente a oscuras, porque el sueño y la luz fueron lo que se perdió primero esa noche de miedo.

Contrario a lo ocurrido en julio de 2020 cuando tembló fuerte una tarde y todos bajaron de los edificios cercanos y se hicieron grupos familiares por el miedo a la covid 19, la noche del 7 de septiembre del 2017 al salir de los departamentos solo había solidaridad y ayuda entre todos. Quienes tenían crisis nerviosas eran abrazadas o abrazados por los vecinos o vecinas, otros recomendaban cerrar los cilindros de gas y no fumar, también que se cerraran las llaves de agua.

Había miedo en los rostros de vecinas y vecinos que en algunos casos bajaron en ropa interior como Rosa que solo jalo una toalla y se cubría como podía, yo me apure a ponerme un pantalón  que aún no sé cómo traía en mi mano cuando llegue a la zona baja.

Una mujer damnificada de San Mateo del Mar agradece la ayuda recibida que llegó al puerto de Salina Cruz y que se distribuyó los días posteriores al sismo de 8.2 grados.

Cuando la adrenalina está a tope no medimos consecuencias y otros no saben lo que piden, así que descalzo subí las 47 escaleras hasta el depa y cumplí la petición de mi pareja, tratando de no pisar algún vidrio que estaba seguro había por todo el piso camine hasta la recámara entre objetos tirados y las primeras réplicas del poderoso sismo que habíamos vivido minutos antes en ese cuarto piso.

Armado de  pantalones y blusa para Rosa y una camisa para mí regrese feliz hasta la parte baja y tuve que volver entre sismos más pequeños que se sentían a cada rato por huaraches para Rosa y tenis para mí, además de buscar la correa de Poni, el maltes desobediente de mi vecina Mari y cerrar su puerta con la llave que ella decía estaba en la mesa, pero que había dejado tirada en el suelo de la entrada al departamento cuando supongo que bajo corriendo, como todos esa noche.

Vecino de cuánto fue?, donde fue el epicentro?, pregunto el vecino Miguel  y ahí fue donde subí a mi página de noticias la información del Servicio Sismológico Nacional que primero publicó que el sismo, porque nunca ponen terremoto, había sido de 8.4 en la escala de Richter y después lo bajaron a 8.2.

Después de dos incursiones a oscuras entre réplicas al depa, estaba seguro que ahí no dormiría esa noche y un tanto repuestos  del susto del segundo terremoto de mi vida, el primero con 16 años en 1985 de magnitud 8.1 que aunque aquí no causó daños graves como en la ahora Ciudad de México, las réplicas sí se sentían e hizo a nuestras familias dormir juntos por varias noches en casa de la tía Soledad, esta vez, guiados por la luz de los faros del coche, nos fuimos a hacer un recorrido al centro de la ciudad.

En Salina Cruz los daños fueron mínimos, afectó un poco más al inmortal edificio centenario conocido como  Vazlop que debe ser demolido hace décadas pero aún no lo hacen, ni lo ha podido tirar ningún temblor. Contrario a esto, en municipios como Juchitán, Ixhuatán, Niltepec, Ixtepec e Ixtaltepec los daños fueron terribles, solo en el municipio conurbado de Tehuantepec, el gobierno municipal que presidió Yesenia Nolasco Ramírez reportó dos mil 90 viviendas con daños parciales habitables, mil 448 viviendas con daños parciales no habitables y 899 viviendas con pérdida total.

Esa noche, había un rumor igual de fuerte que el terremoto de 8.2 porque a este le precedía un tsunami, comentaba la gente doblemente espantada y abandonaban la ciudad. 

Para salir de dudas llamé al vicealmirante Pedro Franyutti Bustillos, comandante de la décimo segunda zona naval y con voz seria, como siempre, contestó que era eso, un rumor que estaban checando. Ya no esperé al aviso. Rosa y yo agarramos carretera rumbo a Oaxaca, porque subiendo las montañas ya no nos alcanzaría ni el miedo que teníamos.

Pero no éramos los primeros. En la carretera obscura me encontré lo que primero pensé que eran luciérnagas, y en la medida que me acercaba vimos que eran kilómetros de automóviles, camionetas, autobuses, cientos, quizás miles, una larga fila que no tenía fin pero que alumbraban con sus faros la obscura noche en un éxodo rumbo a la ciudad de Oaxaca. Aunque en Salina Cruz no había daños, buscábamos las montañas para evitar ser tragado por las olas del tsunami.

Edificio de Capitanía de Puerto en Salina Cruz, Oaxaca que colapsó la noche del 7 de septiembre, a cinco años de la tragedia, ya está rehabilitada.

El camino se hacía lento por las piedras que estaban sobre la carretera y donde por momentos el paso era en un solo carril, nuestra huida llego solo hasta Jalapa del Marqués, porque la falta de combustible nos obligó a parar en la gasolinera del lugar, donde por falta de energía eléctrica no había servicio.

Sin conocernos antes, hicimos amigos como de toda la vida: unos regalaban cigarros y otros permitían que nos amontonáramos alrededor de algún vehículo a escuchar en cadena nacional los noticieros de radio que se activaron esa madrugada. Empezaban a llegar cifras, datos de donde se requería ayuda y qué estaba haciendo el gobierno federal. Por momento nos imaginábamos esa escena que narraban los periodistas que trasmitían desde cabinas y nos parecía increíble que estuviera pasando todo eso, que hubieran caído edificios,  también la imaginación nos hacía ver olas gigantescas superando las altas colinas, los cerros y el miedo volvía con la misma fuerza de cuando salte de la hamaca.

12 días después, el terremoto de 7.1 del 19 de septiembre que sacudió la Ciudad de México, ampliaría nuestra capacidad de asombro al ver las imágenes del colegio Rébsamen y el multifamiliar Tlalpan por mencionar algunos edificios que colapsaron en esa fecha y que en el Istmo de Tehuantepec ampliaría su rango de desgracia, de tragedia y destrucción iniciada dos semanas atrás.

Cinco meses después, el viernes 16 de febrero de 2018  la naturaleza nos deparaba más desgracias, un sismo de magnitud 7.2 sacudiría a Santiago Jamiltepec en la costa de Oaxaca, en este movimiento telúrico no hubo víctimas fatales pero si un día después cuando la noche del sábado 17 de febrero se desplomo un helicóptero del ejército mexicano donde viajaban el secretario de gobernación Alfonso Navarrete y el gobernador Alejandro Murat que supervisarían los daños registrados.

El saldo fue de 13 víctimas mortales porque el helicóptero cayó sobre camionetas donde varias familias se resguardaban a la intemperie de las réplicas del sismo, en un campo de la colonia aviación de ese lugar.

Con dos compañeros nos tocó viajar de noche y  llegamos a la línea que habían colocado los agentes ministeriales minutos antes de amanecer. “Hasta aquí”, nos pidió un soldado que cuidaba no invadiéramos la zona del desastre.

Apenas cayó el primer rayo del sol  los flashazos y el sonido de los motores de cámaras fotográficas dibujaron una línea de al menos 20 reporteros que habíamos acudido a cubrir ese evento.

Uno de los, pasajeros del helicóptero era el colega Jorge Morales, corresponsal de Televisa, le llame para saber cómo estaba y me pidió ir por él al hospital porque ya lo darían de alta, salió sonriente como siempre, con su saco color café manchado de sangre, en el camino, de regreso al lugar del accidente contó que cuando la aeronave bajaba todo se llenó de tierra alrededor y se perdió la visibilidad.

Después solo se escuchó ruido y todo dio vueltas, pensó que moriría y cuando paró el helicóptero que dijo, “se fue de lado”, logro salir por una ventana y después fue llevado al hospital.

Jorge como muchos que vivimos el 8.2 del 7 de septiembre, el de 7.1 del 19 y del 7.2 de febrero de 2018, somos unos sobrevivientes, pero debemos seguir alertas y no confiarnos porque no sabemos cuándo será el próximo terremoto en nuestro país.

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