De hazañas épicas y sorpresas memorables

30 abril, 2019

Las resistencias son posibles mientras haya quien recuerde lo que existió. Advertencia: esto puede ser spoiler, aunque sería imperdonable, para un verdadero fan, no haber visto aún el Endgame

@danielapastrana

Me gustan las historias épicas. De Los Tres Mosqueteros a Martín Fierro, pasando por la Iliada y el Quijote, o las hazañas de Judith, Artemisia, Juana de Arco y Catalina Sforza, disfruto los relatos que narran gestas y actos heroicos.

Me gustan porque exaltan valores profundos: honor, lealtad, dignidad, libertad. Y quizá, también, porque son aspiraciones de algo que nunca seremos, pero que nos animan a tratar de serlo.

En uno de mis pasajes favoritos de El Señor de Los Anillos, Sam le habla a Frodo de esas grandes historias, las que “verdaderamente importan”:

— Algunas están llenas de oscuridad y peligro. A veces no quieres saber el final, porque ¿cómo podría ser un final feliz? ¿Cómo podría regresar el mundo a como era, con todo lo que ha pasado? Pero la oscuridad mas profunda igual va a pasar, porque vendrá el día en que el sol brillará mas claro que nunca. Esas son las historias que se quedan, que significan algo, aunque eres demasiado pequeño para entender por qué. Ahora entiendo: la gente en estas historias tuvo muchas oportunidades de regresarse, pero no lo hizo. Siguió andando porque se estaba aferrando a algo.

— Y nosotros, ¿a qué nos aferramos, Sam? — pregunta Frodo.

— A que aún hay bondad en este mundo, señor Frodo, y que vale la pena luchar por ella.

Crecí con la resistencia de Leia, la bella y malhumorada princesa de Star Wars que es capaz de mirar, sin derramar una lágrima, cómo explota el planeta en el que creció o cómo congelan al hombre que ama; que puede ahorcar con sus propias manos al mafioso sapo que la tiene encadenada. Y a la que Carrie Fisher, la actriz que le dio vida, le escribió en 2013 esta recomendación: “asegúrate de disfrutar a tope el viaje”.

También jugué a ser la Mujer Maravilla, una princesa amazona que manejaba un avión invisible y que tenía un lazo de la verdad para obligar a los malvados a decirle todo. La guerrera fue creada por el estudio DC Comics en plena Guerra Mundial y durante años fue la única superheroína, compartiendo popularidad con Superman y Batman.

DC Comics es la competencia de Marvel Studios que en estos días de vacaciones estrenó «Avengers: Endgame«, el cuarto filme de los Vengadores y la película 22 de una saga de 11 años que, según muchos, marcará el inicio de una nueva generación de superhéroes.

No es que las historias vayan a ser distintas. Pero serán otros los que sigan el libreto que ha funcionado más de 70 años: un discurso radical de purificación del mundo; un dilema por la libertad. Muertos que reviven. Poderes que rompen todas las leyes de la ciencia. Personajes que se adaptan a los tiempos (las mujeres ahora tienen su propio espacio de heroicidad, el Capitán América cede su lugar a un superhéroe negro y el dios Thor se vuelve humano). Además de la inevitabilidad de que Estados Unidos garantice la paz en el planeta. Porque en las películas como en la vida, las concesiones incluyentes no dejan de ser concesiones que rara vez cambian las estructuras del imperio.

Pero la magia del cine y de la literatura está en la interpretación que cada quien hace de las historias. Y, aunque tengo la fuerte sospecha de que la brutalidad mexicana era lo último que pensaba Stan Lee (el creador de los Vengadores, que murió el año pasado), no puedo sacudirme la impresión del boquete que me dejó.

La historia es esta: en la película anterior, Infinity War, el Titán Thanos, que es uno de los villanos más poderosos de Marvel, vence a los Vengadores y consigue las seis “Gemas del Infinito” (mente, poder, realidad, alma, espacio y tiempo) que le dan un poder ilimitado. Luego, con un chasquido, desaparece a la mitad del planeta.

No los mata. Los desaparece. Se esfuman de pronto, a la vista de todos.

Y no hay distinciones. En el mismo chasquido desaparecen familias y pueblos. Hijas, hermanas, madres, padres, amigos, esposos, políticos, cantantes, presidentes y hasta superhéroes, como el arácnido Peter Parker, quien antes de desintegrarse le dice a Iron Man: “me siento un poco mal”.  

Lo peor llega en esta película, con las ausencias. Pasan cinco años largos y demoledores para el planeta. La tristeza y la soledad se instalan en las casas. Las ciudades se llenan de memoriales con los nombres de los que ya no están. Los que quedan no pueden lidiar con la culpa de estar en un planeta habitado por la mitad.

Incapaces de soportar la derrota, los superhéroes no son inmunes: uno se vuelve un vengador solitario; otro, un borracho; una más, llena su corazón de pesimismo y amargura. Solo el Capitán América se esfuerza, sin éxito, en encontrar un sentido a lo que queda.

Ocurre entonces que una rata activa un mecanismo que hace volver a AntMan (Scott Lang) de otra dimensión. Para él, los cinco años han sido solo cinco horas (y en el cine apenas cinco minutos).

El hombre hormiga plantea una idea extraña: viajar en el tiempo. Los Vengadores recurren a la física cuántica, en el supuesto de que los desaparecidos estarían atrapados en otra dimensión, en un agujero negro, que no es otra cosa que un “colapso gravitacional», es decir, «un lugar en el que la gravedad es tan fuerte que obliga a los neutrones a ocupar un mismo espacio y lo deforma», me explica el científico de casa.

Lo bueno de las historias de superhéroes es que, los que no son dioses o alienígenas, son supercientíficos. Uno de ellos es Tony Stark (Iron Man), concebido por Stan Lee como el superhéroe «capitalista por excelencia», que está obligado a usar una placa sobre del corazón y constantemente tiene conflictos con el Capitán América, el “Super Soldado” hijo de inmigrantes irlandeses que representa la imagen idealizada del país.

Stark, que es un genio de la tecnología, encuentra la forma de hacer el viaje para recuperar las gemas y regresar a los desaparecidos. Thanos se entera del plan (realmente no importa ahora como), los intercepta y, palabras más o menos, les dice que se equivocó al desaparecer a la mitad del plantea y dejar a la otra mitad, porque mientras quede alguien que recuerde el mundo pasado no podrá construir el mundo nuevo que quiere.

Los autores del guión no pueden haber imaginado que, en el país de las 2 mil fosas y 30 mil desaparecidos, el diálogo de Thanos con los Vengadores resulta macabro.

Paradójicamente, también es esperanzador: ninguna atrocidad puede borrarse si alguien conserva el recuerdo de lo que hubo. Las resistencias son posibles mientas exista la memoria.

En la saga, la fantasía épica se cumple: los superhéroes desaparecidos regresan a apoyar a los Vengadores y juntos, todos, defienden la tierra. El mejor momento, obvio, es cuando se forma la brigada femenina que encabeza la Capitana Marvel.

El final es lo de menos. Desde que salimos de la sala, me ronda en la cabeza una frase del antropólogo colombiano Alejandro Castillejos: “la memoria es un campo de poderes muy jodido”.

Y sí, la memoria es un campo de poderes hasta en los relatos más inesperados.

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Carlota

Mujeres

Quería ser exploradora y conocer el mundo, pero conoció el periodismo y prefirió tratar de entender a las sociedades humanas. Dirigió seis años la Red de Periodistas de a Pie, y fundó Pie de Página, un medio digital que busca cambiar la narrativa del terror instalada en la prensa mexicana. Siempre tiene más dudas que respuestas.