Cientos de familias wirárika se han visto obligadas a migrar a las ciudades por la pobreza y los riesgos que enfrentan en sus comunidades. En Tepic, Nayarit, desde hace décadas, pelean contra la marginación, el racismo y la falta de vivienda digna
Texto: Alejandro Ruiz
Fotos: Alejandro Ruiz y Ecocinema
NAYARIT.- Rufino Hernández es originario del municipio de Bolaños, Jalisco, uno de los territorios que ancestralmente han habitado los wixárika de la región.
Hace 40 años, Rufino migró a la ciudad de Tepic, Nayarit, aspirando a mejorar las condiciones de vida de él y su familia.
Al inicio, relata, llegó a vivir en algunas vecindades del centro histórico junto con su esposa e hijos. Rentaban cuartos pequeños donde apenas cabían, mientras que día con día salían a recorrer las calles y avenidas de la ciudad para vender sus artesanías. Difícilmente podían completar sus gastos diarios pero poco a poco se establecieron.
“Aquí vimos que sí se vendía la artesanía, poquito, pero sí. Sobre de esto pues ya nos quedamos aquí, muchos iban y venían a la sierra, pero algunos nos quedamos aquí en la ciudad. Venían wixárika como yo, pero también coras y tepehuanes de allá del Nayar, ya después el gobierno nos dio un terreno y ahí construimos nuestra casa”, relata Rufino.
El caso de Rufino y su familia no es el único, pues como a ellos, cientos de familias indígenas, en su mayoría provenientes de diversas comunidades y pueblos cercanos deciden migrar hacia la capital del estado de Nayarit para aprovechar la derrama económica que deja el turismo y otras actividades.
Históricamente en esta región de la sierra madre occidental los pueblos y naciones wixárikas, coras, tepehuanes y mexicas han compartido territorio entre los estados de Jalisco, Nayarit, Durango y Zacatecas, sin embargo, muchos de ellos viven en condiciones de marginación y pobreza que, sumada a la ocupación de tierras por el crimen organizado para la siembra de amapola, ha propiciado un fenómeno migratorio hacia las ciudades.
Pese a esto, tras décadas de lucha y organización cientos de familias wixáricas y coras han adquirido espacios para vivienda en las periferias de la capital nayarita, fundando con esto diversas colonias/comunidades en donde preservan sus tradiciones y cultura.
Mario Muñóz Cayetano migró a temprana edad hacia la capital nayarita.
La enfermedad de uno de sus abuelos orilló a que desde muy joven su familia y él migraran de su pueblo natal en el municipio del Nayar hacia Tepic.
“Eso posibilitó que yo pudiera estudiar, y pues me hice abogado para defender mi cultura”, relata Mario.
Al igual que el señor Rufino, Mario y su familia se enfrentaron a la ausencia de una vivienda digna, así como al racismo y discriminación en la ciudad.
Pese a esto, a inicios de la década de los noventa Mario y un grupo de familias wixaritari comenzaron a establecerse en unos terrenos al norte del municipio de Tepic, y bautizaron a este nuevo territorio como Mesa de Nuevo Valey.
“Aquí somos migrantes, llegamos por necesidad de trabajar, otros porque ya no se pudieron regresar a su pueblo, poco a poquito, y ahorita somos 26 comunidades indígenas que vivimos aquí en Tepic, la mayoría hermanos wixárika, pero también náyeris, o lo que son coras”, explica Mario Cayetano.
En Mesa de Nuevo Valey viven alrededor de 40 familias de origen wixárika y náyeri, y se rigen bajo sus propias autoridades tradicionales y con usos y costumbres. Décadas atrás Mario ocupó un cargo dentro de su comunidad, y en aquel entonces se logró gestionar la introducción de energía eléctrica y una escuela indígena.
“Aquí seguimos teniendo problemas con el agua potable, de vivienda, de casas en mal estado que tienen techos de lámina, pero el gobierno nos ignora cuando exigimos lo básico, cosas dignas para nosotros”, denuncia Mario.
Aunado a la carencia de servicios e infraestructura dentro de Nueva Valley, para Mario, quien además es presidente de la Unión Wixárica, otro de los problemas que vive su comunidad es el riesgo de que su cultura y tradiciones desaparezcan.
“Tenemos problemas para seguir con la continuidad histórica de nuestras expresiones culturales,” afirma.
“De parte de gobiernos municipales, y estatal no destinan recursos públicos para que se conserve nuestra lengua, vestimenta, música, fiestas tradicionales y mucho menos la protección de nuestros lugares sagrados. Pero eso sí, miramos en las publicaciones, que ahí vemos nuestra fotografía y artesanía, utilizan nuestro arte como demagogia, es algo como burlesco”.
Este hecho motivó a que los gobernadores tradicionales wixáricas promovieran que los pueblos indígenas de Nayarit pudieran tener representación electa de sus comunidades ante los ayuntamientos y el congreso el estado.
Actualmente, y después del proceso electoral de 2021, se logró que al menos hubiera 8 representaciones indígenas ante las autoridades estatales, sin embargo acusan que algunos cargos fueron usurpados por dirigentes de partidos políticos que no pertenecían a la comunidad.
“Las necesidades aquí están, pero nunca vienen a verlas”, señala Mario, “y aún así dicen que nos representan, son farsantes.”
Para Mario este primer reconocimiento es un paso adelante para generar conciencia entre la población, pues afirma que los pueblos indígenas no deben ser ajenos a la toma de decisiones “pues son jóvenes, artesanos, profesionistas, niñez, somos todo. Tenemos que hacer conciencia de que solo podemos tener esperanza de un cambio verdadero, si planteamos un gobierno desde los pueblos originarios.”
Como Nueva Valey, existen otras comunidades en el municipio de Tepic que se rigen bajo usos y costumbres, y en donde han creado colonias en las que viven aproximadamente entre 50 y 60 familias wixáricas.
“Hay que caminar juntos y defender nuestros territorios, hay que luchar porque nos reconozcan y tomen en cuenta, que no haya más un gobierno sin nosotros, pues nosotros somos los guardianes de nuestras tradiciones, de nuestros árboles, de las hojas y los ríos que nos hablan y entendemos sus dolores. Vamos a seguir luchando en contra de la discriminación de nuestros pueblos y por la dignidad”, concluye Mario.
Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.
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