12 enero, 2023
El homicidio en La Polar urge a reflexionar sobre el origen de la violencia exacerbada, que es también un reflejo de la crisis de derechos que vivimos en México. La psicologa Alejandra González Marín nos da pistas para entender, y sobre todo, atender nuestra salud mental en colectivo
Texto: Alejandro Ruiz
Foto: Cuartoscuro
CIUDAD DE MÉXICO.- El asesinato de un hombre en el restaurante La Polar, en la colonia San Rafael de la alcaldía Cuauhtémoc, un homicidio transmitido en vivo por Facebook, nos muestra lo fácil que es perder la vida por nimiedades, dar rienda suelta a la ira, las pasiones, y con ello dar un paso adelante del que difícilmente puede retornarse.
El móvil del homicidio, o al menos el que se delinea a partir de la declaración de la pareja de Antonio, fue el negarse a pagar una propina desproporcionada. Eso bastó para que lo encerraran en un cuarto y lo tundieran a golpes, y después arrojaran su cuerpo inconsciente a la acera de enfrente.
¿En qué momento llegamos a esto? Dialogamos con la psicóloga Alejandra González Marín, consultora en acompañamiento psicosocial a víctimas de violencias y graves violaciones de derechos humanos.
Ella retrocede tres lustros, al inicio de la guerra contra el narco y sus “víctimas colaterales”:
“Pienso que, efectivamente, veníamos viendo en los últimos 16 años la escalada de violencia que comenzó a cobrar factura en los ‘daños colaterales’ de (Felipe) Calderón; y que eran violencias diversas, graves violencias, y graves violaciones a los derechos humanos dirigidas ya no a personas en particular, sino a la sociedad en general, independientemente de sus lugares de residencia. Violencias específicas dirigidas en razón del género, la edad, las ocupaciones… y así se fue moviendo el mapa. Ya no eran esas violencias a líderes estudiantiles, o persecuciones políticas, sino parejo… de ahí venimos en estos últimos 16 años”.
Cuando Felipe Calderón se vistió de militar no solo les declaró la guerra a los grupos del crimen organizado, también lo hizo a la sociedad y la población civil. El resultado, un sexenio con un promedio de más de 17 mil muertes civiles anuales y más de 2 mil personas desaparecidas por año.
Las cifras siguieron aumentando durante los sexenios que lo precedieron, y aunque durante la actual administración hay una baja significativa, los estragos de la guerra siguen vigentes. No solo en el máximo histórico de más de 120 mil personas desaparecidas en el país, sino en la configuración de una nueva cultura, una narcocultura que exalta a los criminales en canciones, series de televisión y leyendas populares, convirtiéndoles en una figura a admirar.
Este fenómeno, explica la especialista, no es nuevo, sino que se ha configurado desde hace 16 años en el pensamiento común de la sociedad. Tampoco ha sido generalizado o uniforme, pues es claro que en las regiones que han sufrido de manera directa los estragos más alarmantes de la guerra, la narcocultura empezó antes.
“Ya sean narcos, o políticos, o narcopolíticos, es común sentir un ambiente espantoso originado por esto. Pero también lo que pasa es que toda esta forma de relación está llegando al centro del país, pero que ya lleva años creciendo, desarrollándose de a poco en muchas otras regiones. Hace falta que tuviéramos más conciencia de los daños que eso genera, de cómo nos estamos apropiando y normalizando la violencia a partir de esto”, dice.
Además de la normalización de la violencia generalizada, otro fenómeno que se disparó fue la impunidad. Por ejemplo, en el informe Hallazgos 2018, publicado por la organización México Evalúa, se da cuenta que, desde el inicio de la guerra contra el narco (2006) el índice de impunidad sobre los delitos de los que han tenido conocimiento las autoridades federales rebasa el 94 por ciento, y solo el 2 por ciento llegaron a una sentencia condenatoria.
Esto, para Alejandra, es clave para entender la violencia de nuestra época.
“Todos esos años de violencia enraizada que tenemos en el país, y que a la vez trae consigo una ausencia de respuestas o consecuencias es lo que ha generado esto. No hay acceso a la justicia por parte de las víctimas. Cualquiera puede hacer lo que se le dé la gana y no va a haber un proceso judicializado, el debido proceso, y por lo tanto sentencias claras que permita llegar a la gente a verdades. Pienso que de ahí se derivan gran parte estas reacciones entre la población de a pie, que día a día toma el metro, que acude a comer a un lugar, al mercado…”.
Para la psicóloga, la ausencia de respuestas ha generado un estado de “neurosis colectiva”. Es decir, un estado en donde la reacción ante las frustraciones o ciertas conductas se llevan al extremo.
“El problema de eso es que no explotas hacia una misma, sino hacia afuera. Lo que hemos visto son reacciones de exacerbaciones muy neurotizadas, de mucha molestia, mucho coraje, donde se ha llegado a matar”.
Pero también, añade, la profunda intolerancia de nuestra sociedad hacia lo otro, es también un factor que potencia estas reacciones neuróticas.
“No solo es la exageración de la conducta reactiva, sino la intolerancia, el no estar dispuesta, o dispuesto, a que la otra persona no cumpla con lo que yo quiera. Eso está brutal, porque no solo te habla de una incapacidad personal, sino de una incapacidad social que no está encontrando un respaldo a estas polaridades, o a la satisfacción de sus necesidades”.
Estas reacciones exacerbadas e intolerantes están motivadas por una frustración, una frustración colectiva que se individualiza. Son, en síntesis, la expresión de la ausencia de la cobertura de las necesidades y derechos de las personas.
“Yo creo que no hay que dejar de poner el punto en la insistencia a las autoridades. Como defensores de derechos humanos no podemos dejar pasar que la salud mental, la salud mental de todos, comunitaria, colectiva, como ciudad y país, pasa por el acceso a los derechos. Y el acceso a los derechos no pasa nada más por mis necesidades básicas, pasa por la dignificación y el reconocimiento. Hay un hartazgo, un enojo derivado de eso”.
xiste también un malestar arraigado en nuestra sociedad: la indiferencia y falta de empatía. Estos factores, añade Alejandra, sumados al hartazgo y la ausencia de respuestas, alimenta un enojo colectivo que atomiza nuestras relaciones.
En el caso de La Polar, la acompañante de Antonio grabó con su celular dos momentos clave: el primero, dentro del restaurante, pidiendo a uno de los trabajadores que dejaran de golpear a su pareja. Nadie la escuchó. El segundo, tal vez más grave, fue mientras estaba junto al cuerpo inconsciente de Antonio en la calle. Ahí, la mujer dijo una frase que caló hondo: “llevo media hora aquí y nadie me escucha ¡ayuda, por favor!”.
Alejandra lo dice claro:
“Tenemos que fortalecer la idea del cuidado. Estamos en una era que ha enaltecido mucho el autocuidado, que no está mal, pero también ha caído en el exceso o la autoimploración. Me parece que hay que poner en el centro al otro y la otra también, en términos de esto: compasión, observación, acompañamiento”.
Pero para fortalecer el cuidado colectivo hace falta, primero, reconocer desde dónde partimos: qué nos lastima, qué nos ha dejado así. Nombrarlo, expresarlo, decirlo.
“Lo que no se nombra, no existe. Lo que no se verbaliza, lo que no se pone sobre la mesa, ya se ha ilustrado, dicho, escrito, no existe. Esa es una de las herramientas más importantes, pero mirando lo que eso significa en términos de daño, de deshumanización, daño a la casa común, a espacios comunes, públicos y privados”, precisa Alejandra.
Para esto, la especialista precisa que es necesario abordar estos análisis y debates desde la educación formal. Y también, señala, en las casas y la crianza. Es decir, hablar de nuestras heridas colectivas desde y con las infancias.
Esto se va a lograr metiendo el debate y análisis de nuestras frustraciones desde las propias aulas, la educación formal podría ser una de las medidas. Entiendo que está justo en revisión una reforma educativa, ¿qué están tomando de lo que está pasando, más allá de cubrir las materias formales? ¿Qué estamos considerando de la situación que estamos viviendo en las regiones y centros de las regiones? ¿Cómo dotar de herramientas? Hay que nombrarlo, y no para normalizarlo y generalizarlo, sino para decir ‘esto no debe ser así’, y en esa medida generar herramientas de cuidado al otro, la otra. ¿Cómo vamos germinando la idea de la compasión por el otro y la otra? Empieza desde la casa, hacia arriba, abajo y a los lados en las relaciones. Hay que fomentar este valor máximo entre compañeras, compañeros, alumnas y alumnos”.
Solo reconociendo lo que han hecho con nosotros, destaca la especialista, es como podemos cambiar lo que ahora somos. Y para esto, hechos como el homicidio en La Polar deberían condenarse, pero también abrirse a la crítica y autocrítica colectiva. ¿Qué tanto somos espectadores, perpetradores o cómplices? ¿Qué estamos haciendo para salir de esta espiral de violencia? ¿Cómo reconocer el camino andado sirve para aprender por dónde no queremos transitar?
Alejandra concluye:
“Estos hechos también están relacionados con la pandemia, pero también tiene que ver profundamente con la grave crisis social, política y de seguridad que tenemos en el país desde hace 16 años. Estas muestras de enojo, de exacerbación reactiva tienen que ver con ese gran pendiente de país que somos”.
Periodista independiente radicado en la ciudad de Querétaro. Creo en las historias que permiten abrir espacios de reflexión, discusión y construcción colectiva, con la convicción de que otros mundos son posibles si los construimos desde abajo.
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