Sequía

18 agosto, 2022

Los grandes ríos de Europa languidecen ante una sequía sin precedentes, provocando penurias y la discusión sobre qué tan preparados están para enfrentar el cambio climático. Pero la sequía no es exclusiva de esa región y en México tenemos lo nuestro. ¿Llegó ahora sí el momento de una nueva Ley General de Aguas que termine con la mercantilización del agua y priorice las necesidades humanas y la vida?

Twitter: @etiennista

Me encantan los ríos. Es así desde que era chico, cuando nuestros padres nos llevaban a ‘pueblear’ y era obligado meternos a todo arroyo, río o cascada que estuviese en el camino. En ese entonces muchos de los ríos de México no estaban contaminados, al menos no de manera notable. Fluían con la vida que albergan los ríos razonablemente sanos. Eso, por supuesto, dejó de ser. Hoy día la mayoría de nuestros cuerpos de agua, superficiales y subterráneos, están contaminados. Algunos, tóxicos, llevan la muerte, primero a los animales, luego a quienes viven en sus márgenes y no tienen otra más que usar sus aguas o respirar sus vapores.

Con los ríos limpios en países ricos me sucede algo extraño. Puedo contemplarlos largas horas, nadar en ellos y disfrutarlos, pero se atraviesa siempre otro sentimiento, una suerte de enojo. Y es que no es demasiado simplista decir que el que nuestros ríos estén contaminados tiene mucho que ver con que los suyos (generalmente) ya no lo estén. Muchos dirán que aquello es resultado de cambios en comportamientos, normas y tecnologías en esas sociedades, pero lo cierto es que sus procesos de desindustrialización tuvieron como contraparte la búsqueda no solo de mano de obra barata sino de regulaciones laxas que permitiesen a las industrias contaminar lo que ya no podían en sus países de origen. Es decir que no resolvieron el problema ecológico del industrialismo, solo lo transfirieron a países más pobres.

Este verano cambió mi sentir al presenciar lo que hoy día ocurre de ‘este’ lado: los ríos de gran parte de Europa (donde radico desde hace algunos años) sufren por una prolongada sequía producto del cambio climático. Si bien sequías como ésta se acumulan a lo largo del año se hacen más patentes en verano, cuando llueve menos, y por casi dos meses no ha habido precipitaciones significativas en el centro, oeste y sur de Europa, un patrón que, parece, continuará. Así, la que se advierte como la peor sequía del continente en 500 años tiene ya consecuencias importantes en muchos ámbitos, mientras que emergen señales históricas escalofriantes: como ocurrió en 2018, las llamadas ‘piedras del hambre’ (hunger stones) -que develan grabados con advertencias de hambruna a lo largo de los siglos, han vuelto a aparecer debido a los bajos niveles de ríos como el Elba, entre la República Checa y Alemania. Una de estas piedras tiene grabadas las palabras (en alemán) Wenn du mich siehst, dann weine: “Si me ves, llora”.

La extrema sequía ha causado olas de calor que a su vez facilitan incendios forestales desastrosos (más de 700 mil hectáreas del continente han sido consumidas por el fuego). En Francia, la producción de cereales se ha visto afectada y la totalidad de los departamentos metropolitanos están bajo alguna restricción en el uso del agua. El país sufrió el mes de julio más seco de su historia y comunidades en más de 100 municipios tuvieron que ser suministradas por pipas de agua o agua embotellada. En algunos ríos mueren la mayoría de las especies de peces.

Ríos navegables como el Rin, el Danubio y el Po están llegando a niveles tan bajos que se dificulta el transporte fluvial, afectando a diversas industrias y, en el caso alemán, a un sector energético de por sí en crisis. En muchas partes del continente, los agricultores se la ven difícil para seguir dando de beber al ganado mientras que la vida silvestre sufre. Muchos animales, irremediablemente, mueren. La situación es desoladora en cada vez más rincones de Europa. 

También el sur de Inglaterra se ha visto afectado por la sequía, recibiendo en julio apenas 10 por ciento de la precipitación promedio para ese mes. Pastizales se queman constantemente y cada vez más poblaciones enfrentan restricciones en el uso del agua. Ahí también hay especies acuáticas en riesgo, incluyendo aves, así como la integridad de hábitats únicos como los chalk streams, arroyos en tierra caliza que se alimentan de acuíferos y sostienen especies endémicas.

La sequía revivió la discusión sobre la renacionalización del agua en Inglaterra y Gales, de manera que se ponga fin a la privatización iniciada en 1989 por Margaret Thatcher. Esto, no solo por el comportamiento abusivo de las compañías y sus multimillonarios directivos, sino por lo poco que han ayudado a estas naciones a prepararse para enfrentar los nuevos escenarios hídricos con el cambio climático.

Pero sequías extremas afectan a otras regiones del mundo, como la nuestra, y frente a estos escenarios es aún más apremiante modificar radicalmente la gestión del agua. En nuestro caso, vergonzosamente continúa vigente la Ley de Aguas Nacionales de 1992, impuesta por el salinismo. Urge una Ley General de Aguas que ponga fin a su visión mercantilista del agua y se priorice la salud humana, la vida comunitaria y la integridad de los ecosistemas. 

Personalmente, no entiendo cómo es que el gobierno de López Obrador y la mayoría de Morena en las cámaras legislativas no han logrado (o querido) respaldar la iniciativa de ley ciudadana de Agua para Todxs, Agua para la Vida. Y es que no es cualquier esfuerzo. Para el Relator Especial de la ONU para los Derechos Humanos al Agua y al Saneamiento, se trata de un proceso excepcional de participación ciudadana con participación masiva de los movimientos sociales y decenas de miles de personas en la elaboración de una propuesta de ley. “A mí me parece ejemplar y lo he señalado públicamente ante la Asamblea General de Naciones Unidas como un ejemplo de participación ciudadana en la elaboración de una ley de aguas basada en la lógica y la prioridad de los derechos humanos”, comentó recientemente Pedro Arrojo. Mi incomprensión me llevó a consultar a otro Pedro.

Por conocer el esfuerzo de ya tantos años de Agua para Todxs, Agua para la Vida, no me esperaba el optimismo de Pedro Moctezuma, miembro de la Coordinadora Nacional. Pedro considera que el Decreto de Nuevo León, recientemente promulgado por el presidente López Obrador para hacer frente a la escasez de agua en Monterrey, representa un primer paso hacia un futuro postneoliberal en la gobernanza del agua, al priorizar el agua como bien común por encima del esquema privatizador y excluyente de la Ley de Aguas Nacionales. En esencia, el decreto altera las concesiones a particulares para privilegiar el consumo humano, abriendo un camino que el Poder Legislativo se ha rehusado reiteradamente a transitar. 

Si bien celebra este decreto, Pedro tiene muy clara su insuficiencia, pues ni la crisis de agua en México se confinará a Nuevo León ni será de corto plazo. Pero sobre todo porque ninguna cantidad de decretos pueden sustituir la promulgación de un marco regulatorio integral que promueva y respete los derechos humanos asentados en la Constitución y esté acorde con los desafíos socio-ecológicos que vivimos.

Al preguntar a Pedro Moctezuma sobre las barreras que enfrenta la Ley General de Aguas, menciona en primera instancia a los presidentes de las comisiones de recursos hidráulicos en ambas cámaras legislativas, quienes han buscado aprobar una escueta ley que deja intacto el sistema de concesiones. ¿Y si los nombramos? En caso de que usted, lector, lectora, desee ayudar a hacer presión ciudadana, se trata del senador Raúl Paz Alonso del PAN y el diputado Rubén Muñoz de Morena.

La tarea es inmensa, pero este es el momento. Como lo pone Pedro Moctezuma, urge reemplazar la legislación “por una Ley General de Aguas que provea los instrumentos requeridos para garantizar el acceso a todas y todos los mexicanos al agua de la calidad que necesitamos, en equilibrio con nuestra fuente de vida, la naturaleza, y con participación de quienes estamos dispuestos de ser corresponsables desde la ciudadanía frente a las crecientes crisis del agua en todo el país.”

Y es que esto pudiera ser lo único rescatable de las distintas crisis hídricas hoy acentuadas por el colapso climático: terminar de una buena vez con el paradigma neoliberal de gobernanza del agua, que considera al agua como bien económico y pone al mercado como la entidad idónea para gestionarla. Ya no estamos en la década de 1990 y la gran mayoría de las sociedades no nos tragamos más ese cuento.

Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.