Rebelión en la granja europea: ¿Por qué sufre el campo francés?

5 febrero, 2024

Agricultores aparcan sus tractores frente al edificio de la "Metropole de Rennes" (administración intercomunal) en Rennes, oeste de Francia. Foto: Sebastien Sallom-Gomis / AFP

¿Qué provocó las amplias movilizaciones de sindicatos agrícolas en todo Europa? Falta de pagos, una regulación medioambiental excesiva y el abandono sistemático, pero también un abismo de realidades y necesidades muy distintas entre la ciudad y el campo

Texto: Iván Cadin

Foto: Sebastien Salom Gomiz / AFP

FRANCIA. -Tras un enero agitado, el gobierno del presidente francés Emmanuel Macron logró desactivar -por el momento- la ola de protestas que agrupaciones sindicales agrícolas venían realizando en las últimas semanas, con bloqueos en autopistas importantes del país (sobre todo las cercanas a la capital, París), con el propósito -logrado- de presionar al gobierno a sentarse y negociar.

Los agricultores de Francia, el mayor productor agrícola de la Unión Europea (UE) y 3.4% del PIB del país, salieron a las rutas a reivindicar una vieja bandera: el campo está en el olvido, a los agricultores no se les paga lo suficiente y la producción está asfixiada por, consideran, una regulación medioambiental excesiva y por una competencia desleal ante productos de otros países.

Acuerdos que rechaza el ecologismo urbano

Gabriel Attal, el nuevo primer ministro (quien entró al relevo tras la renuncia de Élisabeth Borne a comienzo del año), en compañía de los titulares de Economía, Bruno Le Maire, y de Agricultura, Marc Fesneau, dio a conocer un paquete de medidas legislativas, administrativas, financieras y fiscales que finalmente llevaron a levantar los bloqueos.

Attal calificó las propuestas como un “progreso tangible”. Entre ellas, medidas de emergencia financiera al sector ganadero por un paquete de 150 millones de euros (162 millones de dólares), préstamos a agricultores con un presupuesto de 2 mil millones de euros (2 mil 160 millones de dólares), así como una reducción de medidas impositivas.

De igual manera, el funcionario señaló que Francia no prohibirá pesticidas que estén autorizados en otros países de la UE. Anunció también el fin del aumento del impuesto al diésel para uso agrícola (que debía aumentar progresivamente hacia 2030 como parte de los objetivos “verdes” que se ha planteado la UE). Estos dos puntos levantaron la molestia de sectores ecologistas urbanos.

Otro de los puntos anunciados por el gobierno francés es que Francia propondrá la creación de una “fuerza de control europea” para luchar por el respeto a las normas sanitarias del continente y contra las importaciones de productos alimenticios que vayan en contra de estas normas.

Cereza del pastel de promesas, Attal también indicó que Francia seguirá oponiéndose a que la UE firme un acuerdo de libre comercio con el grupo comercial Mercado Común del Sur (Mercosur), fundado en 1991 por Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay (Venezuela está actualmente suspendido).

Cautela

Días antes al anuncio oficial, Attal había adelantado parte del nuevo paquete desde una granja al sur del país, rodeado de campesinos y con una hilera de vacas al fondo. Con micrófono en mano, al centro del improvisado escenario y usando una paca de paja a manera de atril, adelantó algunos puntos a los medios. Para diversas personas, esta estrategia más que querer abrir una nueva discusión en torno al campo francés, lo que busca es calmar los ánimos y ganar tiempo.

Debido a lo anterior, si bien los grupos sindicales que venían organizando las movilizaciones (la Federación Nacional de Sindicatos de Explotadores Agrícolas, FNSEA, Jóvenes Agricultores, Confederación Campesina y Coordinación Rural, todas de muy diversa postura ideológica) decidieron suspender los bloqueos, anunciaron que dicha acción es momentánea, pues el paquete anunciado por el gobierno lo toman con cautela, por lo que le exigen una declaración por escrito de lo acordado.

“Los parisinos van a estar hambrientos”

Durante varios días de enero, tractores y pacas de heno bloquearon diversos puntos de toda Francia, en especial rutas estratégicas cercanas a París. Según cifras del gobierno, hubo momentos en que 10 mil agricultores bloquearon 100 puntos del país de manera simultánea. Paralelamente, grupos de agricultores se apostaron frente a edificios gubernamentales a los que lanzaron estiércol, legumbres podridas y leche de vaca.

En las cercanías de París, los campesinos indicaban que los bloqueos tenían como fin “hambrear” a los parisinos, figura retórica para referir que el cierre de circulación impedía el tránsito de ciudadanos, pero también de mercancías, ya sea entre el mercado de la propia Francia y en el que habitualmente se hace con los países cercanos. Es decir, su fin era presionar al gobierno.

La línea roja que tensó las cosas se dio la semana pasada, cuando los agricultores anunciaron que bloquearían los accesos a la central de abasto más grande de Francia y Europa, el mercado de Rungis, a las afueras de París. El gobierno francés desplegó a 15 mil policías y sacó vehículos antimotines blindados hacia el sitio, donde sólo hubo escarceos y algunos detenidos pero no se llegó a más.

Por desgracia, un hecho trágico marcó esta ola de protestas: una agricultora francesa y su hija murieron al ser golpeadas por un auto que se estrelló contra una barricada.

Viejas banderas las del campo

El problema en el campo francés y europeo no es nuevo ni reciente. Lleva años y regresa intermitentemente a tomar las primeras planas. Para los agricultores, el campo francés muere progresivamente pues quien lo trabaja envejece, dado que las nuevas generaciones le rehúyen. Hay gente, señalan, que quiere vivir del campo pero el campo no deja subsistir por los bajos salarios, por regulaciones que consideran muy estrictas, por la competencia desleal extranjera y por el alto precio de los fertilizantes así como de otros insumos del ramo. Acusan también a los tratados de libre comercio fuera del bloque europeo de ser causantes de parte de su desgracia, pues promueven el consumo de productos foráneos a precios más bajos mientras los locales se disparan. Estimaciones oficiales indican que un campesino francés se suicida cada dos días en promedio.

Más de un millar de criadores de ovejas encabezados por la Federación Nacional de Sindicatos de Operadores Agrícolas (FNSEA) y la Federación Nacional de Ovejas se manifiestan en el Champ-de-Mars con sus ovejas el 29 de mayo de 1990 en París. Los ganaderos protestan contra la caída de los precios de la carne de ovino. Foto: Michel Clement / AFP

Aunado a estos problemas de vieja data, el conflicto entre Rusia y Ucrania significó un fuerte agravamiento: disparó los precios de la energía que, a su vez y de manera consecuente, hizo subir la inflación. La UE, al apoyar a Ucrania con el aligeramiento de aranceles y otras medidas para la venta de sus productos, golpeó la cadena de distribución en el rango alimentario europeo, de la misma manera que las restricciones comerciales a Rusia metieron en aprietos el consumo del gas ruso, del que dependían algunos de los países del continente. De igual manera, las recientes sequías, fruto del calentamiento climático, empeoraron más las cosas.

Mismo problema, diferentes diagnósticos

El campo, sus productos, el mercado, el trabajador y la tierra tienen problemas. Eso es un hecho. Pero los diagnósticos y salidas que se presentan a este problema son diversos y encontrados. En las protestas francesas la cólera es transversal: va desde el productor local hasta la FNSEA, la poderosa patronal agrícola largamente asociada a los neoliberales en el poder.

“Si nos morimos, se mueren ustedes”, “déjennos producir”, “sin los agricultores no hay comida” eran algunas de las muchas frases que se leían en pancartas a lo largo del país.

Para algunas voces dentro de la protesta la bandera era la defensa de la soberanía alimentaria frente a la voraz agroindustria y los disparejos y abusivos tratados de libre mercado. Hablaban de fortalecer el sector público referente al campo, de destinarle más recursos y subsidios para mejorar los ingresos de los agricultores.

A su vez, para otros manifestantes el problema está en la PAC, la Política Agrícola Común de la UE que regula la agricultura en el continente. En estas visiones resalta demasiado la reivindicación de lo propio, de lo francés, ante productos foráneos, incluso provenientes de países de la misma zona, reduciendo o enfocando el problema sólo en una cuestión de procedencias. Algunos manifestantes, enarbolando esta bandera, metían casi con calzador teorías del tipo conspirativo: que Francia y la “agenda globalista” de la UE busca acabar con la identidad francesa vía la muerte de su campo. Ergo, hay que defenderse de los otros.

Algunos agricultores franceses destruyeron, dentro de las protestas, productos provenientes de España, por ejemplo, considerándolos de baja calidad.

Una protesta estratégica

En Francia ha llamado la atención que, a diferencia de otras tantas protestas recientes que se han dado en el país galo, el estado francés en esta ocasión no lanzó a la policía y a los antimotines a reprimir como habitualmente lo hace.

A diferencia de lo que pasó con los movimientos en contra de la reforma de pensiones, el de las enfermeras o los Chalecos Amarillos, la reciente ola de cólera agrícola fue manejada de manera más política y dialogada, independientemente de su franqueza y si tendrá o no buen término.

Esto se explica por dos razones básicas: en junio próximo son las elecciones para el Parlamento Europeo, una carrera eurolegislativa que tiene a la ultraderecha de Marine Le Pen encabezando prácticamente todas las encuestas. Las ideas proteccionistas y algunas francamente chauvinistas de este partido se veían reflejadas en ciertos sectores de la protesta agrícola. Si Macron hubiera roto a lacrimogenazos los bloqueos campesinos, los frutos de esa acción seguramente los cosecharía Le Pen.

El otro factor es que París será en julio próximo la sede de los Juegos Olímpicos. Macron seguramente tuvo en mente la experiencia vivida con los Chalecos Amarillos de 2018, un movimiento de protesta que duró varios meses, lo sobrepasó y lo tuvo al borde político en determinado momento.

No al Mercosur

El tratado entre la UE y el Mercosur lleva más de dos décadas siendo negociado por los dos grupos económicos sin llegar a un acuerdo, un estira y afloja donde el tema medioambiental se usa de pretexto para que el tratado se adhiera a las exigencias y condiciones que marca Europa.

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Actualmente, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva es uno de sus impulsores, poniendo énfasis en nivelar las condiciones de ambos bandos en el contrato. Las pláticas parecían estar llegando a un buen término a fines del año pasado, pero la protesta francesa enterró esa ruta.

La UE y Francia indican que temen que la firma del tratado implique la deforestación del Amazonas, y exigen en las negociaciones las llamadas ‘cláusulas espejo’, que obliga a los bloques económicos que buscan un acuerdo con Europa a asumir sus reglas sanitarias, medioambientales y sociales para poder exportar a los 27 países miembros sus productos.

Por el contrario, tras estas condiciones medioambientales, otros analistas indican que la UE teme que la llegada de productos agrícolas y ganaderos de América Latina, de buena calidad, tenga demasiado impacto en el mercado europeo y que eso motive, aún más, descontentos como el vivido recientemente en Francia.

La moneda del campo, como desde hace años pasa, sigue en el aire. La ola de protestas agrícolas sigue mostrando, también, el abismo de realidades y necesidades muy distintas que existen entre la Francia urbana y la Francia rural.

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