Energía en la guerra y en la paz

4 agosto, 2022

Mientras Europa enfrenta una crisis energética derivada de la guerra en Ucrania y se dispara la inflación alrededor del mundo, muchos ponen el ojo en la política energética de López Obrador hacia la soberanía energética y el control público de la energía

Twitter: @etiennista

No deja de sorprender que existan en México personas que anhelan que al país le vaya mal frente a nuestros vecinos del norte por la disputa en materia energética. O aquellas que insisten en presentar como anacrónica la búsqueda de la soberanía energética, incluyendo organizaciones ambientales que parecen atoradas en un discurso reiterativo y simplista frente a los desafíos que supone la (indudablemente urgente) transición energética. A esto volveré en unos momentos, pero antes vale mirar lo que está ocurriendo en la región más afectada –hasta ahora– por la guerra.

Como lo pone Sara Serrano del podcast La Base, la subalternidad de la Unión Europea a los intereses de Estados Unidos en la guerra en Ucrania está teniendo enormes costos para las sociedades europeas, como la pérdida del poder adquisitivo, el encarecimiento de la energía, la devaluación del euro, la pérdida de puestos de trabajo y recortes presupuestales. Este conjunto de impactos perfila un horizonte de inestabilidad política y devaluación democrática que supone además un caldo de cultivo perfecto para el ascenso de la extrema derecha. Poca cosa.

Más allá de la guerra misma que trae inadmisible sufrimiento a las poblaciones afectadas, es la crisis energética la que ahora afecta la estabilidad de todos los países europeos. La Unión Europea claudicó a la búsqueda de la paz y mete cada vez más combustible al fuego de una guerra sobre la que no se ve el fin. Mientras tanto los países miembros están en una suerte de sálvese quien pueda frente a sus respectivas crisis energéticas, incluyendo alianzas con regímenes autoritarios. Tal es el caso de Francia con los Emiratos Árabes Unidos, a quien además vende armamento. Esto entre otras hipocresías, como el cambio súbito de discurso frente a Venezuela, que Estados Unidos y Europa dejaron de demonizar pues buscan que entre al rescate con su petróleo.

Alemania, país altamente dependiente del gas proveniente de Rusia para su industria y sus hogares, dejó a un lado sus compromisos de descarbonización y busca suplir el gas ruso mediante la reactivación de centrales termoeléctricas a base de carbón y petróleo. Las contorsiones discursivas producto de la guerra llevaron a la Unión Europea a anunciar que considerará al gas y a la energía nuclear como ‘energías verdes’ y que relajará el control de emisiones, considerando también subsidios a la producción con carbón. Terribles noticias para la lucha contra la crisis climática.

Pero eso no es todo. Por un lado, están las consecuencias que traerá para el resto del mundo el acaparamiento de las reservas energéticas por parte de Europa pues, como lo advierte Alejandro López, coordinador de Descifrando la Guerra, el continente no se quedará desabastecido. El déficit lo tendrán otras regiones como el norte de África y el Medio Oriente, en donde países más débiles enfrentarán dificultades para mantener su producción industrial y alimentaria. Por otro lado, está el impacto en la población al interior de Europa, cuyos gobiernos, incapaces de frenar la guerra, advierten a sus ciudadanos que la pasarán mal y que habrán de sacrificarse (más). Los precios de la electricidad, por ejemplo, han alcanzado estos días máximos en todo el continente, siendo ya inasumibles para la mayoría de la población. Y falta el invierno.

Mientras tanto, las grandes compañías energéticas continúan acumulando poder y enriqueciendo a sus accionistas. Tanto que el secretario general de la ONU António Guterres consideró ‘inmoral’ que empresas petroleras y gaseras estén registrando ganancias récord en medio de la actual crisis energética e instó a todos los gobiernos a gravar sus beneficios excesivos. Se refirió como ‘codicia grotesca’ la actuación de estas empresas que castiga a las personas más pobres mientras se destruye el planeta. El llamado a los gobiernos es a que destinen dichos impuestos al apoyo de las personas más vulnerables. Estos mensajes enmarcaron la presentación de un informe de expertos de la ONU sobre el impacto global de la guerra en Ucrania enfocado en la cuestión energética.

Ahora bien, no es, por supuesto, que el presidente Andrés Manuel López Obrador haya anticipado la invasión a Ucrania. Pero lo que detonó la guerra en Europa es el tipo de cosas que suceden cuando países adolecen de una soberanía energética suficiente (nunca será total) y particularmente cuando sus gobiernos son incapaces de privilegiar el interés público al haber cedido, en mayor o menor medida, el sector energético a multinacionales y a los designios del ‘libre mercado’. La experiencia mexicana, tanto la que asentó la Reforma Energética de Peña Nieto en 2013, como el cambio de rumbo impulsado por López Obrador, son estudiadas alrededor del mundo; la primera como advertencia y la segunda como ruta con aprendizajes para otros países y movimientos políticos progresistas. 

En The Mexico option el investigador sudafricano Bruce Baigrie plantea que la izquierda en África haría bien en estudiar la opción elegida por López Obrador en la construcción de sus propios futuros energéticos. Además de hacer un valioso recuento de la evolución de la política energética mexicana, Bruce advierte que Sudáfrica está en riesgo de experimentar lo mismo que ocurrió en México con el desmantelamiento de la eléctrica estatal (Eskom en este caso) y con dejar que el mercado rija la transición a las energías renovables, una estrategia que una y otra vez se demuestra incapaz de producir una transición con justicia social y que sirve solo a las grandes transnacionales generadoras de energía y a las corporaciones con alto consumo energético.

Por todo lo que ya se conoce sobre la opción de mercado para las energías renovables sorprende el discurso más bien básico (¿quién no querrá frenar el cambio climático?) de muchas organizaciones ambientales en México que de manera apolítica se centran en señalar a PEMEX y a la CFE como ‘responsables del ecocidio’ y cuyo fortalecimiento es (a sus ojos) indeseable frente a compromisos internacionales. Resalta aquí el reciente comunicado de Greenpeace y organizaciones aliadas en el marco de la inauguración de la refinería Olmeca en Dos Bocas, sugiriendo que lejos de estar orgullosos habría de alguna forma que estar avergonzados. Me parece un ambientalismo que lejos de querer entrar a los desafíos que implica lo energético – incluyendo la transición a energías renovables con justicia social – es más bien para cuidar las apariencias hacia el exterior. Lo cual me parece que es, sobre todo conociendo la capacidad de algunos de sus miembros, un desperdicio. 

Los desafíos en materia energética y en torno a la crisis climática son inmensos y se requiere de las mejores mentes y principios guiando la función pública y las cámaras legislativas, así como mucha deliberación pública. Pero como lo está viendo Europa, la estabilidad económica, social y política tampoco son cosa de juego. En el caso de la política energética de México no tengo duda que está en el camino correcto, aunque falta mucho por hacer.

Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.