Al final del día, el trabajo del periodista es profundamente humano, susceptible a fallas, y es necesario comprender desde el inicio que la mirada que tenemos del mundo parte de los prejuicios que cargamos
Esta semana, el fotógrafo estadounidense Stephen Ferry, reconocido por su profundo trabajo sobre el conflicto armado colombiano, escribió un artículo en la Red de ética de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Inicia así:
“Es para mí bastante incómodo escribir esta entrada de mi blog, ya que no quiero estar en la posición de ser el fiscal del trabajo de otro colega. Pero decidí investigar y escribir sobre este tema porque ganó varios premios sin que los jurados se dieran cuenta de que representa de forma parcial y estigmatizante a sus protagonistas, a tal punto que podría incluso poner en peligro sus vidas.”
Ferry hace referencia al fotógrafo español Javier Arcenillas y su ensayo fotográfico Assassins of the Maras 18 and Salvatrucha (Asesinos de las Maras 18 y Salvatrucha), una serie de retratos íntimos a expandilleros: planos cerrados, miradas directas a la cámara, los tatuajes que cubren cuerpos completos. El trabajo fue reconocido en varios premios, entre ellos el POY (Pictures of the Year) y POY Latam.
El Problema, explica Ferry, es que la mayoría de los retratados, internos del penal de San Francisco Gotera, ya nos son pandilleros y forman parte de un programa de conversión religiosa llamado Yo Cambio. Aun así, el brevísimo texto que acompaña las imágenes reitera el título del ensayo: “No eres miembro de la pandilla hasta que hayas asesinado a alguien”. Retratos de miembros jóvenes de las pandillas de El Salvador. Asesinos de las Maras 18 y Salvatrucha.
“Como Arcenillas ganó acceso a los penales a través de Yo Cambio, él tuvo que haber sido consciente de que sus sujetos retratados ya se dedicaban a la iglesia, no obstante decidió omitir ese contexto como si no fuera relevante”, escribe Ferry.
El título y la descripción del trabajo califica a las personas en las fotografías como miembros y asesinos activos de las pandillas, lo que contradice directamente sus testimonios. Al hacer esto, Arcenillas no solamente abusa de la confianza de sus fuentes, sino que pone en peligro sus vidas, ya que pueden sufrir represalias de las mismas pandillas, la policía e incluso de las personas de a pie.
Aunque hay muchas partes interesantes en lo que presenta Stephen Ferry en su artículo y que valen la pena diseccionar y discutir, hay una en especial que me ha perseguido estos últimos días. Hacia el final del texto, Ferry cuenta que en una larga discusión con Arcenillas, el español reconoce que la cantidad de violencia que ha presenciado no le permite creerle nada a los pandilleros, que a sus ojos siguen siendo asesinos.
A lo que Stephen Ferry responde: “ni él ni yo somos víctimas, sino que somos periodistas cuyo trabajo es de documentar realidades complejas aunque reten a nuestros preconceptos y afectos”.
Prejuicio. El caso de Arcenillas es el de un fotógrafo atascado en su propio prejuicio y el resultado fue la manipulación de la realidad al servicio de encajar esa idea preconcebida.
“Documentar realidades complejas aunque reten nuestros preconceptos y afectos”. ¿Pueden imaginar cómo serían las discusiones entorno al ejercicio periodístico si todos tuviéramos esta frase como guía durante la escuela o en lo primeros años de formación como reporteros?
El periodismo en general, pero para efectos de esta columna me enfocaré en la fotografías que reproducimos desde los medios, tiene un impacto tremendo en la forma en la que las audiencias asimilan información, en la forma en la que se crean y adaptan narrativas alrededor de hechos complejos.
Pero al final del día, el trabajo periodístico del fotógrafo, del reportero, es profundamente humano y por lo tanto susceptible a fallas. Por “fallas” no me refiero a prácticas corruptas como el chayote o la propaganda política disfrazada de noticia (dejemos de llamarle mal periodismo, porque no es periodismo). Me refiero a que es necesario comprender desde el inicio que la mirada que tenemos del mundo parte de los prejuicios que cargamos a cuestas y esos prejuicios en el peor de los casos terminan manipulando la información que pasamos a las audiencias.
Neeta Satam, fotógrafa documentalista y académica originaria de la India, radicada en Estados Unidos, escribe en un ensayo llamado “La ética del ver” que uno de los problemas principales de la industria mediática es que “las discusiones acerca de la ética en el fotoperiodismo tienden a centrarse más en cosas como la alteración de la imagen o el montaje de las situaciones y mucho menos en los asuntos más profundos y problemáticos como es la forma en que se representan a los sujetos en las imágenes”.
En efecto, el fotógrafo se vuelve vulnerable –¿podríamos llamarlo así?– a manipular la imagen no sólo en el momento que se abre photoshop, sino desde el instante en que toma la cámara y sale a campo. Cómo ver, a quién ver, el momento, la decisión sobre cuál información acompañará las imágenes, la secuencia… todos son momentos donde la fotografía puede tomar y mutar significado.
En su texto, por ejemplo, Ferry apunta que en los retratos de Arcenillas, más que la agresión y el peligro que alude el título –Asesinos de la Mara– los hombres emanan tristeza. Un ejemplo de cómo el prejuicio propio puede resignificar la lectura de las fotografías aun cuando las imágenes mismas insinúan otra realidad.
Hace más de un año, en Pie de Página iniciamos un proyecto que se llamó “El Color de la Pobreza”, una serie de 11 reportajes sobre la discriminación racial estructural en México y los efectos que ha tenido en las culturas originarias y el desarrollo de sus comunidades.
El trabajo fue realizado por una veintena de participantes: fotógrafos, reporteros, editores, diseñadores y programadores. Todos provenientes de diferentes regiones del país con contextos raciales y experiencias de discriminación diversas.
“Nos planteamos el ambicioso intento de narrar las distintas identidades en una época en que las definiciones identitarias sexuales, étnicas-raciales, nacionalistas, se confrontan, resquebrajan y diluyen. ¿Cómo contar las reivindicaciones, las re-existencias colectivas de pueblos olvidados por sus propios integrantes? ¿Cómo desactivar los filtros ideológicos preconfigurados desde nuestra educación nacionalista, clasista, que dicta que México es un solo pueblo y no un país con varios pueblos?”, dice la presentación del proyecto.
Previo a las investigaciones se creó un taller sobre desigualdad y discriminación para los participantes, no sólo para entender el contexto, sino para entender cuáles serían nuestras limitaciones como reporteros. La limitación más paralizante, concluimos, podía ser nuestra inhabilidad de identificar nuestros prejuicios –ideas preconcebida sobre un tema, que en su mayoría simplifican la realidad–.
Para mí una de las reflexiones más importantes de ese taller, confirmada después durante el trabajo de campo, fue que localizar los prejuicios no es fácil por eso hay que asumir que los tenemos. El siguiente paso es escuchar las voces de aquellos a quienes esos prejuicios afectan, porque la única forma de destruirlos es complejizar nuestro entendimiento sobre esas realidades.
Columnas anteriores:
Periodista visual especializada en temas de violaciones a derechos humanos, migración y procesos de memoria histórica en la región. Es parte del equipo de Pie de Página desde 2015 y fue editora del periódico gratuito En el Camino hasta 2016. Becaria de la International Women’s Media Foundation, Fundación Gabo y la Universidad Iberoamericana en su programa Prensa y Democracia.
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