El promontorio y el eco. Tres poemas inéditos de Eduardo Sierra Romero
Por: Eduardo Sierra Romero
Imágenes: María Ruiz y Daniel Lobato
Llave del karma irredento
de todos los besos pendientes:
abre por última vez la fortaleza de los
vencidos que ganaron la llama violeta.
Que no reduzca la muralla
mi voraz asedio de lo prematuramente sagrado.
Noche tras noche colorea nuestra mano el borde
del Jardín de las Delicias
en la protuberancia de los rosas valles.
Lo cristal de lo transparente
recorre las vías que procuran mi voz
en todos tus rincones de sonido.
Se forma, grano de luz a grano de luz,
la triangulación de lo infinito en
nuestro estanque.
Todas las aves ruegan la dicha en tu ventana
con la ilusión de apreciar fugazmente,
el rastro del Gran Arte.
Nutro lo sublime debajo de la rosa
y su florecimiento escala el sentido.
Todas las montañas sendero rodean tu cintura.
Quiere el prisma ostentar el filtro de tus ojos
que se ocultan del extraño en todas las
espirales de lo que se proclama con color.
Las noches bailan alrededor de tus sienes
en eterna gravitación de lo oculto cristal,
mientras el rebaño sigue buscando su alimento
hacia el bajo centro.
Filamentos se erizan sobre filamentos y la vista
fugaz de las aves reanima el pulso de mármol
del poeta, que llena uno a uno tus poros en la grieta
hasta que no cabe sino Luz.
Es el cántico alrededor del fuego
la única vibración
que sostiene esta perpetua atención.
El parásito decide mi tacto cuando te enfrento,
que el rayo anule lo equivalente.
Pauta, pauta, ritmo
de todo lo que grito y pinta las paredes,
el alma hace su grieta donde la humedad no permea.
El conjunto de sombras hace bailar
a mi figura al compás de lo que
posicionas como realidad.
Tic, tac, todo lo nada danza con la rima,
pobre que intenta alzar una pierna cuando me corto el brazo.
La cabeza imita.
Entro al portal, al centro de la fogata,
y tus piernas en trance son última
visión de los ángeles.
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