12 abril, 2021
La única solución ante los impactos y riesgos de la generación de energía es emprender un proceso de transición energética, económica y social hacia un mundo en el que se consuma cada vez menos, de forma más local y más descentralizada
Twitter: @eugeniofv
Los reportes periodísticos advirtiendo de los riesgos de la central nuclear de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) en Laguna Verde, Veracruz, han puesto de relieve las enormes dificultades y problemas de la humanidad para generar energía. Sobre todo, han dejado en claro que algunas alternativas a los combustibles fósiles, como la energía nuclear, difícilmente podrían considerarse limpias —por más que CFE lo haga en su plan de negocios, como por lo demás hacen muchos otros organismos internacionales—. En última instancia, la salida a este dilema es ver de frente la falta de opciones reales que tenemos y asumir que la única solución al problema energético es consumir cada vez menos.
Según CFE, la planta de Laguna Verde ha sido objeto de “una intensa campaña mediática de desprestigio”. Eso es muy dudoso. Más bien ocurre algo que es de celebrarse: la prensa por fin está ocupándose del medio ambiente, aunque sea poco y con el sello de este entorno político tan enrarecido, y en ese afán se presta cada vez más atención a los impactos de la generación de energía eléctrica.
En lo que toca a la energía atómica, esa mayor atención ha cristalizado en dos notas muy relevantes. Una, de Emilio Godoy, reportó que “una operación delicada pero rutinaria derivó en una situación de riesgo” durante el recambio de uranio enriquecido. La otra, firmada por Peniley Ramírez hace unos días, informó que en enero de este año se registró “una fuga de combustible en uno de los generadores de la planta nuclear”, entre otras situaciones peligrosas. CFE respondió a ambas notas diciendo más o menos lo mismo, que “la Central Nucleoeléctrica Laguna Verde no está, ni ha estado nunca, en riesgo de sufrir un accidente”.
En el trasfondo de todo esto está el hecho innegable de que la producción de energía nuclear supone un riesgo muy importante para la población. Apenas hace diez años ocurrió el accidente de Fukushima, en Japón, que llevó al desplazamiento de decenas de miles de personas y a la evacuación de un enorme territorio. Transcurrida una década desde el accidente, la organización Greenpeace sigue hallando índices de radiación demasiado altos para la salud humana y los costos en términos de medios de vida perdidos son incalculables. Un cuarto de siglo antes de Fukushima, en Ucrania el accidente de la central de Chernobyl llevó al desplazamiento de más de 100 mil personas y a costos en salud que aún hoy no tenemos claros.
Ante esta situación, sin embargo, la respuesta no puede ser simplemente desechar la energía nuclear. Eso se tiene que hacer, pero también se debe tomar en cuenta que las demás formas de producir electricidad también tienen impactos ambientales. El caso más notable es el de los combustibles fósiles, que han provocado la crisis climática actual y enrarecen el aire, la tierra y el agua al extraerse y al quemarse, pero inclusive la energía eólica tiene impactos sociales muy importantes, como el desplazamiento de comunidades enteras y el despojo de territorios para la instalación de los molinos, y la extracción de los materiales requeridos para la fabricación de dichos molinos presenta también costos ecológicos.
La única solución es emprender un proceso no solamente de transición energética, sino de transición económica y social hacia un mundo en el que se consuma cada vez menos, de forma más local y más descentralizada. Solo así dejarán de ser necesarias estas ingentes cantidades de energía y de minerales que hoy se usan para mover mercancías de un lado al otro del mundo y de regreso en barcos, aviones y tráileres y echar a andar las fábricas que nos dan productos de los que podríamos prescindir o producir en forma más sustentable.
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