La lucha por el planeta debe ser también una lucha feminista

9 marzo, 2020

En la conservación de los recursos naturales, en su uso sustentable, está una de las claves para mejorar la condición de las mujeres y llevar a buen puerto la lucha por la igualdad y contra la discriminación en el mundo. Ellas también están en primera línea de fuego en defensa del territorio

Twitter: @eugeniofv

Basta con mirar con atención al campo y a las ciudades para ver hasta qué punto la lucha por la conservación de la naturaleza debe ser una lucha feminista, y cómo el feminismo debe incorporar una perspectiva ambiental para conseguir la igualdad sustantiva y la libertad plena. Sin asumir de lleno una perspectiva de género en el análisis de los patrones de degradación y conservación de la naturaleza y en la lucha contra la depredación, no habrá victoria que dure y el planeta seguirá amenazado, y viceversa: en la conservación de los recursos naturales, en su uso sustentable, está una de las claves para mejorar la condición de las mujeres y llevar a buen puerto la lucha por la igualdad y contra la discriminación en el mundo.

Hace un par de años, en un seminario en línea -un webinar– organizado por la Fundación Heinrich Böll del Partido Verde alemán, una compañera describió un caso emblemático. Un ejido del Bajío sufría enormes presiones por parte de una compañía minera para vender sus tierras. El ejido no hubiera podido venderse legalmente, ni siquiera si se convocara a la asamblea para acordar la disolución de esa entidad de propiedad social: la inmensa mayoría de los titulares de derechos agrarios son hombres, y en la comunidad de la que se habló los hombres se habían ido casi todos a Estados Unidos. La alternativa que presentaba la empresa minera era incorporar cada vez más partes del ejido a un mecanismo como el que se propone para el Tren Maya, un Fideicomiso de Infraestructura y Bienes Raíces -FIBRA-, que le permitiría saltarse ese paso. Pero encontraron una resistencia inesperada: las mujeres.

Fueron ellas las que se quedaron detrás cuando sus maridos se fueron y eran ellas quienes velaban por las familias y lo que quedaba de la comunidad. Eran ellas las que caminaban los montes y resistían las incursiones del crimen organizado. Y ahora eran ellas las que se oponían a la pérdida del poco patrimonio que podrían legar a sus hijos. 

La razón de su resistencia no estaba solamente en su apego a la tierra que las había visto crecer -muchas de ellas, sobre todo las más jóvenes, también se habían planteado emigrar, aunque el cierre de la frontera y la ralentización de la economía las disuadían de intentarlo. La razón principal era que el uso de los recursos naturales se había convertido en una fuente primordial de ingresos y en la clave para su sustento. 

Sin más empleos que los mal pagados de la maquila, sin posibilidades de migrar a ningún lado, con un campo agotado por la crisis climática, el hurto del agua y años de paquetes tecnológicos agrarios que agotaron los suelos, habían encontrado una forma de vivir manejando, conservando y aprovechando los recursos naturales del entorno. Vender la tierra las dejaría sin casi nada, -apenas con las migajas que pagara la minera por destruir el patrimonio que tenían. 

El ejemplo que puso esa compañera recoge gran parte de los aspectos clave de la relación entre las mujeres y el medio ambiente. Por los roles de género, son ellas quienes se ocupan de recolectar la leña, hongos, hierbas y otros productos naturales que no se cultivan, sino que se manejan, y para las que hay que entrar al monte. Han sido también ellas quienes se han quedado y, por la distribución tan desigual de recursos y oportunidades económicas -en México los sueldos de las mujeres son 34 por ciento más bajos que los de los hombres, según el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación-, son también las más dependientes de los ingresos del campo y del manejo de la biodiversidad. Hoy por hoy, ellas también están en primera línea de fuego en defensa del territorio.

Quien no tome en cuenta estos elementos y entienda la relación de las mujeres con el entorno; quien no la incorpore de lleno en los objetivos de toda política pública, hará que muchas de las medidas propuestas o impuestas perjudiquen a quienes suelen ser las más vulnerables de una comunidad. No puede haber medida ambientalista que no sea también feminista, si quiere tener éxito. Por otra parte, quien no sepa ver la lucha de las mujeres en toda su dimensión, pasará por alto una de las fuerzas más importantes que se han opuesto a la degradación del medio ambiente y que se han puesto en primera línea para defender el patrimonio natural.

Columnas anteriores:

Coronavirus, tráfico de especies y pandemias por venir

De finanzas, terneras y desarrollo rural sustentable

Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.