Debemos luchar como consumidores, exigiendo transparencia a las empresas y premiando a quienes ofrecen productos justos, ambientalmente responsables y con una alta calidad. Esta no sólo es una tarea de las cooperativas y organizaciones campesinas
Twitter: @eugeniofv
La comunidad de Homún, en Yucatán, obtuvo la semana pasada una victoria clave contra la agricultura industrial, al conseguir que un tribunal colegiado de su estado mantuviera en pie la suspensión de una granja porcícola que, como casi todas en la península, contamina las aguas de las que depende toda la población, impulsa la deforestación de las selvas de la región y enrarece el aire a su alrededor. La victoria de Homún —y con ella de Greenpeace y del Equipo Indignación, que participaron en la denuncia— es importante porque pone legalmente en cuestión a todo el sistema de producción agroindustrial, pero no basta. Para que esa lucha triunfe, tenemos que sumarnos todos y debemos pelear en las calles, en las brechas y en los pasillos de las tiendas en favor de una agricultura campesina y de una alimentación sana.
Greenpeace documentó en un reporte publicado a principios de este año los terribles impactos ambientales de las granjas porcícolas de la península de Yucatán, y mostró que casi todas esas unidades productivas presentan algún grado de irregularidad. Como explica ese informe, uno de los principales problemas está en el manejo de las heces de los animales, que contaminan los suelos y las aguas de todas las regiones en la que se instalan. Esto pone en riesgo el suministro hídrico de las poblaciones cercanas y de las ciudades, además de que eventualmente se escurre hasta el mar. En un muestreo realizado por Greenpeace, todas las muestras rebasaron los límites saludables de amonio, nitritos y nitratos, y ése es solo uno de los daños detectados.
El problema, como han repetido una y otra vez estas organizaciones, no es la producción de cerdo, sino la producción agroindustrial. Se trata de una forma de producir alimentos —en este caso, carne de cerdo y otros derivados del animal— que por su escala multiplica exponencialmente los daños, que requiere una enorme cantidad de insumos, que usa insumos a veces insospechados e insospechadamente dañinos —como los antibióticos, con todo lo que eso implica para el abasto de medicinas y para la salud humana— y que concentra la riqueza a costa del medio ambiente y del bienestar de todos, de cabo a rabo de la cadena alimentaria.
En un extremo, y como ha logrado demostrar legalmente la comunidad de Homún y como se ha visto en el caso del glifosato, las operaciones agroindustriales destruyen el planeta para maximizar su producción y sus ganancias. La crisis de la mariposa monarca por los pesticidas que han destruido su hábitat en Estados Unidos no es en eso distinta de los agravios padecidos por comunidades yucatecas como las de Homún o Maxcanú.
En el otro extremo, para maximizar sus ventas y dar salida a toda esa producción, los agroindustriales reducen la calidad de los productos que ofrecen a los consumidores y los engañan, como se ha visto con los casos que ha documentado la Procuraduría Federal del Consumidor en los últimos dos años, desde el atún que no lo es hasta el queso que es almidón.
Eso es lo que hace que la lucha de Homún sea mucho más amplia y tenga implicaciones mucho más complejas que otras luchas en defensa del territorio y de los recursos naturales. Esta lucha nos beneficia a todos muy directamente, y todos tenemos que sumarnos a ella, si no queremos regalarle nuestro bienestar a las transnacionales de la alimentación, además de sacrificar lo que hay de belleza y de servicios ambientales en los campos que esas compañías destruyen.
Hay muchas formas de hacerlo, pero sólo conjugándolas todas lograremos triunfar. Quienes podemos hacerlo, debemos luchar como consumidores, exigiendo transparencia a las empresas y premiando a quienes ofrecen productos justos, ambientalmente responsables y con una alta calidad, como los que ofrecen tantas cooperativas y organizaciones campesinas y pequeños productores. Desde los cafetaleros orgánicos hasta ranchos como Aztlán y otros que practican una agricultura regenerativa. También debemos apoyar la lucha en los tribunales, y aplaudir y socorrer a quienes luchan en las cortes, como hacen Indignación o el Centro Mexicano de Derecho Ambiental.
En resumidas cuentas, debemos ver que ésta no es una lucha de los campesinos que “quizá nos beneficie a nosotros” indirectamente: ésta es una lucha en la que todos nos jugamos la salud y la vida. Ojalá sepamos defenderlas y, al hacerlo, defender a los campesinos que están en primera línea de batalla.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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