En esta pascua las procesiones y caravanas no se encaminaron al templo del Señor de la Cuevita, donde se realizó la 178 representación de la crucifixión. Más bien se fueron al campus de la Universidad Autónoma Metropolitana, al que asistieron miles de adultos mayores a recibir su vacuna contra covid
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Duilio Rodríguez
CIUDAD DE MÉXICO.- El atrio de la catedral del Señor de la Cuevita parece un set de cine en el que se rueda un filme de la crucifixión de Cristo, en realidad es la tradicional representación anual de Iztapalapa, que este año –como el anterior– se hará sin público, a puerta cerrada, más como una ópera por tele que el teatro de masas que acostumbraba.
Desde el vestidor de los actores Javier Ramírez Frías, de 74 años, que interpreta a Caifás, se alista para salir a escena. Con un regaño contesta su celular que suena de pronto. “El pegamento tú lo traes. Sí. ¡Estoy esperando la barba! Órale. ¡Pero ya estás acá, eh! que somos los primeros que entramos –cuelga el teléfono– Es que él sale de Anás y no ha llegado”. Alrededor, una veintena de actores terminan de caracterizarse para salir a escena.
Por suerte para Javier, su vacunación no está programada para hoy. Si le hubiera tocado, habría pedido permiso para ir muy temprano y que le diera tiempo para la representación. Él siente que tiene la atención de los ocho pueblos de Iztapalapa sobre él, pero se equivoca. El protagonista de este viernes santo dejó de ser la representación y se volcó a los centros de vacunación, donde decenas de miles de adultos mayores están siendo vacunados contra el virus que suspendió al mundo, incluida la crucifixión de Iztapalapa.
“Nosotros lo que buscamos es lo mismo que en aquel entonces”, asegura Francisco Ledezma, otro adulto de los adultos mayores que participa en la representación. “Esperamos que la imagen del Señor de la Cuevita nos haga el milagro de que ya pare esta pandemia”, repite como plegaria.
El señor Ledezma se refiere a 1833, cuando una pandemia de cólera azotó el país. En aquella ocasión los habitantes de esta demarcación acudieron a la imagen de este templo, erigido sobre la cueva donde la imagen de Cristo decidió morar, a pedir una intercesión divina que parara los contagios. Diez años después, ante lo que supusieron fue un milagro, el pueblo se organizó para realizar, como exvoto, una fastuosa representación del Viernes Santo, como la que se realiza hasta ahora.
“Aquí no se ha interrumpido por nada”, dice mientras carga un mazo de utilería con el que clavarán al Hijo del hombre, Miguel Ángel Guerra Neira, de 67 años quien ya no actúa, sino que es miembro de la mesa coordinadora de la representación. “No interrumpió la Guerra Cristera –dice orgulloso–. La Revolución, cuentan que tampoco interrumpió. Al contrario, Zapata vino aquí a Iztapalapa y no había medios para solventar los gastos de esto y llegó, proporcionó dinero y proporcionó su caballada para que se hiciera la representación”.
Junto a Miguel Ángel está parado Brígido Rogelio López, de 84 años, otro de los decanos de la representación, como le dicen. Al escuchar la plática, animoso se inmiscuye: “El domingo primeramente Dios, estaré ya con la vacuna. Porque esta (pandemia) está muy fea”.
Entre bromas dice que él podría ser uno más de quienes azotan al nazareno. “Yo pensaba que ya se iba a quitar este año, para poder participar con los compañeros de otra vuelta de la representación, pero Dios no quiere todavía”.
A unos kilómetros del Santuario del Señor de la Cuevita, en la unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana, miles de adultos mayores, con fervor y esperanza, realizan otra marcha en pos de su salud. A través de un camino marcado por vallas y cordones policiacos, caminan por la periferia del campus, más que con sus pecados a cuestas, con décadas de recuerdos que pesan a cada paso.
Entre ellos, apurado, marcha Julián Morales Guillén, de 77. Sus cejas blancas contrastan con su cabello negro, con canas solo en la base de las patillas. Por 17 años participó ininterrumpidamente de la representación, como uno de los actores, y nunca ha dejado de lado la tradición de este día, pero hoy, prefiere vacunarse.
“Este año no va a estar tan solo”, dice sobre Cristo, que hace un año fue clavado en el Cerro de la Estrella sin nadie que llorara su tragedia. “Yo creo que ahora va estar más acompañado, ahí van a estar los participantes y ya todos se saben muy bien su parlamento”.
A la salida del macrocentro de vacunación Jacqueline Morales, de 22 años, espera a sus abuelos, que recién acaban de entrar. “Hoy tocó que cruzara con la tradición, pero como es algo tan esencial, no hay de otra. Yo prefiero mil veces acompañarlos a esta vacunación que a lo de la procesión, que si bien es una tradición, puede que esto le quite el protagonismo un rato, pero no es todo el día y la representación sigue mañana y pasado”.
Lo que más espera Jacqueline, y su abuelo también, es la tradicional comida que viene después de la representación, una parte de la semana santa infranqueable en su familia y en otras del lugar. “La gente que es religiosa y fiel a esto, no importa qué siempre hacen sus tradiciones. Normalmente la familia se reúne en la Casa-Grande (la casa de los abuelos principalmente) y ahí compartimos romeritos, bacalao y peneques capeados con tortilla y queso.”
En otros años la tradición hacía que la gente abriera sus puertas y compartiera comida con los cientos de personas que se acercan a Iztapalapa para la celebración, pero por la pandemia, la tradición se contrajo al seno del hogar.
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