Poco ha cambiado en la agenda de las víctimas desde que el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad conmocionó al país: algunos logros legislativos, roturas, alejamientos y reencuentros entre colectivos. Lo que no se ha movido es la violencia, ni las muertes, ni la impunidad.
Texto y fotos: Estrella Pedroza
CUERNAVACA, MORELOS.- “Año con año algo –un suceso- más fuerte nos horroriza”, resume el poeta Javier Sicilia Zardaín, líder moral del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) que hace casi 9 años puso al país en el espejo del horror.
Hablamos largo en la Catedral de Cuernavaca, situada a unos metros de la Ofrenda de Víctimas que fue colocada el 28 marzo del 2011, días después del asesinato de su hijo, Juan Francisco, y seis personas más.
Han pasado nueve años. Sicilia ha convocado para este 23 de enero a una nueva caminata que seguirá la misma ruta que en 2011: saldrá de Morelos hasta llegar a Palacio Nacional en la Ciudad de México.
Ahora, el objetivo es que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador “retome la agenda de víctimas y cumpla su compromiso”.
El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad fue una respuesta de la sociedad contra la violencia que se vivía en todo el país, como resultado de la estrategia de seguridad del expresidente Felipe Calderón, a la que él mismo llamó «guerra contra el narco».
El movimiento unificó el dolor, el reclamo y las voces de miles de familias de personas asesinadas o desaparecidas y que en ese entonces, estaban paralizadas de terror o buscaban respuestas de manera aislada.
Para ese momento se contabilizaban, según cifras oficiales, 40 mil personas asesinadas y más de 3 mil desaparecidas. Casi una década después, las autoridades reconocen más de 300 mil personas asesinadas y 61 mil desaparecidas.
Revisar casi nueve años, sin “una respuesta de voluntad política para asumir la dimensión de la tragedia humanitaria, de la emergencia nacional que ningunos de los gobiernos han asumido con plena responsabilidad y tampoco las consecuencias. Es triste…”, dice Sicilia.
—¿Ha valido la pena caminar? ¿Vale la pena caminar nuevamente?
—Sí. Sin duda. Hubo logros que no han sido suficientes y no podemos quedarnos en nuestra casa viendo cómo nos siguen matando a nuestros seres queridos.
Ese 28 de marzo de 2011, las autoridades de Morelos –encabezadas por el entonces gobernador Marco Antonio Adame Castillo– confirmaron el hallazgo en Temixco de siete personas asesinadas. Entre ellas se encontraba Juan Francisco Sicilia.
Decenas de ciudadanos, movidos por la indignación, colocaron una ofrenda con veladoras y flores, realizaron caminatas nocturnas y vigilias. Cuando el poeta regresó a México –desde Filipinas, donde se encontraba–, para despedir a su hijo, estos actos se convirtieron en el cimiento de algo más: por un lado, la expresión del hartazgo contra una realidad violenta; por otro, el aglutinamiento de la esperanza.
Entonces Morelos sufría una oleada de violencia, desatada en diciembre de 2009 como consecuencia del asesinato de Arturo Beltrán Leyva, líder del Cártel de Los Hermanos Beltrán Leyva. Eso llevó a la pulverización de los grupos criminales de la región. El gobierno no hizo nada por detener su pelea.
Por eso había cansancio, cientos de víctimas y familias vivían en soledad su duelo, como ocurría en prácticamente todo el país.
Madres, padres, hermanos, esposas, hijos, sobrinos, de forma aislada y silenciosa, lloraban a sus muertos y desaparecidos, buscaban respuestas y pedían ayuda pero nadie los veía, nadie los escuchaba.
Con la frase de “¡estamos hasta la madre!”, el poeta convocó a la primera Marcha por la Paz (la más grande que se haya realizado en Cuernavaca) y se convirtió en la voz de las víctimas.
“¡Vamos a las calles a exigir a estos hijos de la chingada que le paren al crimen organizado! (…) ¡estos cabrones del gobierno que respondan!”, dijo en la entrada principal del Palacio de Gobierno, en la capital morelense.
El siguiente paso fue una marcha nacional que salió de “La Paloma de la Paz”, en Cuernavaca, con apenas unos cientos de personas y en el camino sumó a miles, provenientes de distintas entidades del país hasta llegar al zócalo de la Ciudad de México.
Le siguieron las caravanas por la paz, con tres recorridos: Caravana del Consuelo, que llegó hasta Ciudad Juárez; la Caravana del Sur, que se encontró con los zapatistas en Chiapas, y la Caravana por Estados Unidos, que recorrió 27 ciudades de ese país.
También hubo dos diálogos de las víctimas con el entonces presidente Felipe Calderón.
El primero, al regreso de la Caravana del Norte, en el Museo de Antropología e Historia. Las víctimas entregaron el pacto firmado en Juárez con seis puntos: esclarecer asesinatos y desapariciones y nombrar a las víctimas; poner fin a la estrategia de guerra y asumir un enfoque de seguridad ciudadana; combatir la corrupción y la impunidad; combatir la raíz económica y las ganancias del crimen; dar atención de emergencia a la juventud y acciones efectivas de recuperación del tejido social, y democracia participativa.
El segundo diálogo, al regreso de la Caravana del Sur, fue en el Alcázar del Castillo de Chapultepec y se centró en la estrategia de combate al crimen organizado.
Con el MPJD se consiguió algo muy importante: dar voz, nombre, rostro e historia a las miles de víctimas que el gobierno panista había criminalizado.
Previo al movimiento, el discurso del gobierno calderonista que se replicaba en medios de comunicación planteaba que los muertos eran “daños colaterales” o que formaban parte de grupos criminales.
“Logramos visibilizar el problema, que no se reducía al narco, y a partir de eso volver la dignidad a las víctimas por la que el gobierno decidió no dar las cara por ellos y decidió revictimizarlas, el gobierno no está para eso, decir que ellos tienen que intervenir cuando hay un crimen sean culpables o inocentes”, dice Sicilia.
El movimiento fue semillero de varias personas defensoras de derechos humanos, organizaciones y colectivos de víctimas.
El impulso lo ponía Sicilia con sus amigos más cercanos. Pero la estrategia abarcó a otros activistas y luchadores sociales como Ignacio Suárez Huape, Pietro Ameglio, Emilio Álvarez Icaza Longoria, y Rocato Bablot.
“Fue un movimiento casi masculino, siempre dije ‘los hombres que hicimos este movimiento teníamos entrañas de madre’ y las mujeres se fueron insertando y tomaron el relevo y para seguir camino con sus causas”, dice Sicilia.
El poeta recuerda como María Elena Herrera, originaria de Michoacán, con cuatro hijos desaparecidos por el crimen organizado se articuló al MPJD durante la Caravana del Norte.
“Ahora es una defensora de derechos humanos, fundó organizaciones”, dice Sicilia mientras da un sorbo a su café expreso.
María Herrera y sus hijos Juan Carlos y Rafael impulsaron la creación de Familiares en Búsqueda María Herrera AC y Enlaces Nacionales, que forman parte del Movimiento por Nuestros Desaparecidos en México.
Y así cientos de mujeres, de madres, esposas, hermanas e hijas se encontraron, se unificaron y hoy son las que en su mayoría caminan o impulsan los colectivos de víctimas en distintas entidades.
“Los que iniciamos el movimiento regresamos a nuestras vidas. Yo, a seguir empujando desde la academia y desde la poesía, y ellas siguieron y mantuvieron la agenda vigente, buscando a sus desaparecidos y exigiendo verdad y justicia”.
Otras iniciativas que tomaron vida a partir del MPJD fueron EmergenciaMx, colectivo de videastas que documentó la Caravana del Consuelo, y la campaña “Ponte en los Zapatos del Otro”.
El movimiento impulsó normatividad para darle respaldo jurídico a sus demandas: la Ley General de Víctimas que se aprobó en abril de 2012 y entró en vigor en febrero de 2017. También derivado de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa se aprobó en octubre del 2017 la Ley General en materia de Desaparición Forzada de Personas, Desaparición Cometida por Particulares y del Sistema Nacional de Búsqueda de Personas, que entró en vigor en enero del 2018.
De ambas leyes surgió la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas y Comisión Nacional de Búsqueda de Personas. Ambas han sido muy cuestionadas por las propias víctimas.
“Se construyeron dos instituciones (las comisiones) y fue un avance pero si no está tejido de una política de Estado profunda se convierten en paliativos”, advierte el Sicilia.
“El Estado no hizo lo correcto, nada más hicieron Ley y no atendieron los seis puntos que llevamos en la agenda de los diálogos con Calderón”, lamenta Sicilia respecto al sexenio del panista.
Entonces la consecuencia de la simulación del gobierno panista fue “un aumento terrible en los homicidios, secuestros, feminicidios desapariciones (…) la tragedia aumentado y se ha multiplicado”.
El sexenio de Calderón cerró con 47 mil 500 decesos, de acuerdo con cifras oficiales.
Durante la administración de Enrique Peña Nieto, “nuevamente saltaron las puntas del iceberg que revelaban la profundidad del horror y las evidencia del narcogobierno”.
Con la desaparición de los 43 jóvenes normalistas de la Normal Rural de Ayotzinapa “Isidro Burgos” en septiembre de 2014, «nuevamente se trata de jóvenes como ocurrió con mi hijo. Prevalece la impunidad y revela con descaró la narcopolítica”.
Peña Nieto tampoco atendió la tragedia nacional. Por el contrario: “se convirtió en la administración del infierno”.
La Red Todos los Derechos para Todos documentó 106 asesinatos de defensores de derechos humanos.
Las desapariciones continuaron, creció el número de feminicidios en todo el país- diariamente mueren 10 mujeres, de acuerdo a ONU Mujeres.
En Morelos, se hallaron las fosas clandestinas del Estado, en Tetelcingo y Jojutla, manejadas por el gobierno de Graco Ramírez.
“Con Peña Nieto no hubo voluntad de nada, creo, sólo instituciones a las que no apoyó. No dieron recursos necesarios y tampoco político, cerramos con 36 mil desaparecidos, cifras oficiales reportadas hasta ese momento”, subraya Sicilia.
Con el actual gobierno de López Obrador: “No hay voluntad”, expresa seco.
“Andrés Manuel dice que asume la tragedia humanitaria y la emergencia nacional, pero construimos una agenda de verdad y de justicia y de repente le da la espalda y decide que medio administra la Comisión de Atención a Víctimas, saca la Guardia Nacional y sus programas sociales; mientras que la Comisión de Búsqueda se reduce a buscar fosas. Y la consecuencia son 40 mil muertos y 5 mil y pico desaparecidos (…) Estamos hablando del último parte de Gobernación de 61 mil desaparecidos y todavía falta la información de casi medio país, muchos estados no han entregado información”.
En el primer año de gobierno de López Obrador la violencia sigue. Pero fue la masacre de la familia LeBarón, el 9 de noviembre del 2019, lo que sacudió nuevamente la a Sicilia.
“La masacre de la familia LeBarón a mí me obliga a salir otra vez a movilizarnos. Éstas son puntas del del iceberg que permiten mirar que la política no le pone atención en los fenómenos de la violencia oculta. Estas puntas del iceberg vuelven a poner en evidencia en la conciencia nacional y en la política que hay una emergencia y hay una tragedia, cada vez peor y que se hace más grave y con menos posibilidad de retornar y a un estado de civilidad y de mínima paz”.
Hasta ahora, insiste, el presidente no ha dado muestras reales de que la emergencia nacional sea una prioridad en su periodo.
—¿Qué pasó con el MPJD en este tiempo?
—Los movimientos son coaliciones y el MPJD fue de origen un conjunto de coaliciones que coincidieron y se sumaron frente a seis demandas. La nación entera coincidió y conforme se van ganando cosas se va desarticulando o ya no se siente articulada. El movimiento nunca se institucionalizó y queda como un punto de referencia moral y de la historia de este país .
Desde la percepción de Sicilia, algo que propició esta desarticulación fue que nunca se entendió que el MPJD “era un movimiento de víctimas pero no de una ONG dedicada a defender víctimas”.
Otro razón, explica, fue que el gobierno buscó desarticularlo y fracturarlo: “para negociar en condiciones que no las afecten”.
“Así pasó con el movimiento zapatista. Tuvo un momento álgido, después se quedaron los zapatistas y algunas organizaciones que apoyaba, pero ya no tuvieron la capacidad de la movilización que tuvieron en su momento. Como tampoco nosotros la tenemos y estamos tratando de reorganizar la difusión de esta agenda y estamos esperando respuesta de las ONG y de la población”.
-¿Qué pasó con los actores destacados?
—Todos tenemos que vivir de algo, así que regresamos a lo nuestro. Pietro Ameglio sigue generado pedagogía de la no violencia, tiene un seminario en la UNAM y asesora a otras ONG. Emilio Álvarez Icaza se fue la Interamericana (Comisión Interamericana de Derechos Humanos) y después regresó para insertarse en la vida política institucional. Ahora es un senador sin partido pero en este proceso le pedimos que se quede ahí y coloque la agenda legislando. Rocato Bablo sigue en lo suyo. Él es escritor y editor, así que sigue trabajando. Ignacio Suárez Huape murió… pero fue una pieza clave para el MPJD. Era un gran articulador con su liderazgo pudimos concretar las caravanas. Julián LeBarón se separó del MPJD antes del primer diálogo con el gobierno, estuvo en otras organizaciones y siguió con sus actividades. Yo, como no soy defensor de derechos humanos, vivo de la tradición de la poesía y de literatura, y traté de regresar y apoyar desde la academia. Trato de recuperar mi vida.
—Hay personas u organizaciones que se fueron enojados contigo. ¿Lo alcanzaste a ver?
—Hay cosas que no vi, estaba demasiado focalizado por el gobierno y por los medios. No supe de muchas cosas que pasaban abajo, entre los líderes. Yo detecté dos pociones fuertes: aquellos que no querían el diálogo, como LeBarón y Pietro, y aquellos que querían el diálogo, como Emilio. Y yo les decía: “digamos que hay un cuerpo ese cuerpo es la víctimas y ese cuerpo tiene dos piernas, no podemos hacer de una otra cosa”.
—¿Sirvió el diálogo?
—Sí, para crear la Comisión de Atención a Víctimas y sentamos a un presidente ante la nación. Nunca hubo nada en los oscuro, es lo que no entendió Ayotzinapa cuando tuvieron la oportunidad de poner en el espacio público por todo el país y los desaparecieron y decidieron negociar en privado. Terminó por imponerse la verdad histórica.
—La queja constante fue tu carácter y te acusan de autoritario e impostor…
—Impositor lo iba a ser porque se nos iban a montar todos, yo tenía que estar bajando todo el tiempo. Mi carácter siempre lo tengo que estar cuidando, soy de mecha corta. En una reunión (en Ciudad Juárez) me reclamaron. Estoy aquí no por una agenda específica de una ONG, sino por una agenda del país que se me hizo clara, tras el asesinato de mi hijo. Y les dije: “Es muy simple, yo llevo el volante del camión, no quieren que yo lleve el volante, me bajo. Entonces, si yo llevo el camino yo lo llevo, al que no le gusta la ruta que lleva se puede bajar y yo también me puedo bajar”.
El problema es que siendo una figura que concentra la atención o un desproporcionado poder, la gente no te mira, ni te oye, la gente pone en ti sus esperanzas y sueños y cuando dices “esas no son mis esperanza ni mis sueños, esto es lo que yo soy”, se sienten decepcionadas, esos sucede cuando te desproporciona el poder o lo mediático.
—¿Cómo te sientes a tus 63 años?
—Me siento triste, el dolor de una víctima nunca se quita, el dolor de un hijo asesinado o desaparecido, la vida ya no vuelve a ser igual, pero adolorido porque a pesar de todo lo hemos hecho. Tenemos este horror que nos obliga salir de nuevo, cada vez matan de manera más espantosa, como sucedió con los LeBarón. Se nos está yendo el país de las manos.
—¿Que pasó en Juárez?
—Yo era un neófito en esas cosas, se me ocurrían cosas, pero el mundo de las ONG y las resistencias no estaba en mi cabeza. Cada estado llevaba sus luchas. Eso ocurría en Ciudad Juárez. A mí se me hizo muy fácil que como el epicentro del dolor ahí se firmara el pacto, y me dijeron en Juárez hay ONG y no podemos pasar sin hablar con ellas. Se mandaron brigadas y hubo reuniones vía skype y había organizaciones muy radicales, al final se sumaron las más moderadas.
Cuando llegamos a Juárez me doy cuenta que no están las ONG con las que habíamos pactado y las radicales habían cooptado todas las mesas. Querían subir al acuerdo de todo, y por más que les insistimos de que lo viable eran seis puntos para que fueran atendidos, insistían.
Me tuve que adelantar a la plaza de Los Lagartos. Estaba totalmente lleno, leí un poema y dije: no sé qué vaya a pasar, cité a Gandhi “no sé qué vaya a pasar, no importa que no lleguemos al fruto, lo importante es hacer el camino”.
Y llega el pacto que era un pliego petitorio, tipo asamblea de la UNAM. Y lo tuve que leer, estaba (Raúl) Vera y (Alejandro) Solalinde, entre otros, todos muy entusiasmados. Las ONG con las que habíamos pactado no llegaron, nos dijeron que hubo amenazas, una noche previa, y no los desplazaron. Por eso, decidimos desmarcarnos de ese pliego petitorio en una conferencia. Y me dijeron de todo. Pero de esos seis puntos por la Paz, sólo se atendieron dos: La Ley de Víctimas y la Comisión. Ésa fue la primera ruptura en el MPJD.
—¿Hay gente molesta contigo?
—Sí están molestos, han decidido dar un cheque en blanco a López Obrador. Haga lo que haga y diga lo que diga. Nosotros decimos que hay cosas que no están bien y hay que denunciarlas. La democracia no es un cheque en blanco y no termina en las urnas, ahí empieza. Éste (la caminata) es un acto democrático que no es contra el presidente. Es precisamente a favor de él, si toma la agenda.
Porque las dos grandes piedras de escándalo, con las que puede tropezar y fracasar la 4T, son el tema de la seguridad, víctimas y justicia, y el tema de los megaproyectos.
Y López Obrador va por el camino equivocado, está generando demasiada violencia y el haber dado carta abierta a los megaproyectos es generar mayor tensión con los pueblos y es algo que en algún momento va a estallar.
Nosotros, el MPJD, creemos que es un momento adecuado de ejercer un acto democráticos y decir: “Andrés, presidente, vas a fracasar y nosotros no queremos que fracases, pero si vas por ahí vas a fracasar y vamos a fracasar como país”.
—En esta ocasión el panorama es distinto, no se ve mucho apoyo y el presidente ha decidido desacreditar, ¿qué esperas de la caminata?
—Yo lo tengo muy claro, no vamos a tener el mismo impacto que en la primera marcha. Si llego solo, no importa, no es un asunto de un número, es un asunto de una palabra. Mis expectativas son bajas, yo comulgo con un deber moral ,ético, vamos a ver de qué están hechos.
He tratado de posicionar, constantemente, que no es contra el presidente. No tengo nada contra él. Mi crítica es contra las políticas que creo que están siendo malas.
—La marcha por La Paz fue un espacio para ver y escuchar a las víctimas. ¿Esta caminata qué característica tendrá?
—Serán cuatro días a paso lento, porque como todo se mueve muy rápido, buscamos focalización que permita hacer llegar el mensaje y el llamado tanto a la presidencia como al país y la única manera es ir retenido para poder pensarlo y comprenderlo. Es la necesidad de ir lento para llamar al silencio y a la reflexión. Escucharemos de nuevo a las víctimas, porque ahora hay más y hasta ahora no hay justicia. Trataremos que todo el tiempo haya poesía. También, llevaremos expertos para que puntualicen por qué se habla de verdad y justicia y qué implica la seguridad y otros temas. Trataremos de focalizar otras voces para que yo no le dé hueva al presidente. La finalidad es que el presidente abra y asuma la agenda y llame el país a la unidad y se construya esa agenda con todos con universidades, especialistas y víctimas.
—¿Por qué es importante que el presidente atienda ( a la Caminata) y no otro funcionario?
—Porque el mandato tiene que venir de allá, simplemente si no hay el mandato del jefe de Estado para que el Estado se ponga a trabajar en esa política qué puede custodiar la Secretaría de Gobernación, como lo hemos visto es impotente para articular. Es importante que el presidente entienda con toda la sutileza, la profundidad de esta política y los únicos que pueden explicársela son los expertos, ni Gobernación se la puede explicar.
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Reportera freelance e integrante de la organización Reporter@s Morelos por la profesionalización y dignificación del periodismo.
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