La industria del tabaco es una de las más poderosas del país. Nadie le pone trabas. Por el contrario: con la venia del órgano regulador, las empresas no informan a los consumidores sobre la gran mayoría de las sustancias contenidas en los cigarrillos que ofrecen; tampoco hay control sobre la venta ilegal de vapeadores y cigarros electrónicos, que se pueden conseguir fácilmente en tiendas de moda de la capital. Hacienda alega “secreto fiscal” para negar información relacionada con resultados de auditorías o posibles sanciones impuestas a filiales de British American Tobacco y Philip Morris. Y para colmo, la industria está enfocando sus energías en captar el mercado de los adolescentes, a través de cigarros electrónicos saborizados, publicidad en cine, series de Netflix y youtubers.