La palabra escrita y las imágenes fotográficas dialogan y tienen vida propia como piezas poéticas, en esta decimosexta entrega de El promontorio y el eco
Poemas: Eduardo Sierra Romero
Imágenes: Duilio Rodríguez y María Ruiz
La estela que convoca el triángulo alrededor de tu cuerpo
se fortalece y se integra a mi movimiento, surge así el
haz de luz hacia tu satélite de plata predilecto.
¡Qué tumultos atienden lo esporádico
y qué silencios ante lo atronador!
Siempre que electrificamos el ambiente con la cercanía
de nuestros índices, las musas deslizan sus vestidos al
tobillo, y las bestias se repliegan al pretexto de
la sombra. Conjuntamos los polos.
La música de los caminos se balancea por la cuerda que
sostenemos con el otro par de índices, trazando el
mapa de la belleza primigenia.
El encanto de lo extraño y el riesgo dorado de lo definitivo guían
nuestro equilibrio. Las figuras de la tradición danzan
y participamos simultáneamente del gozo del espacio.
¡Qué esporádicos atienden los silencios
y qué atronadores surgen los tumultos!
La luz de la palabra no especuló en su recorrido
por la grieta del acantilado hasta poder reposar
en la iluminación de tu faro.
Todas las señas fluyen en mis venas.
Náufragos con el corazón de nudo no van más
allá de las primeras rocas esculpidas en la batalla
con lo que se esconde de la conciencia.
El calor volcánico cimbra nuestro remanso
únicamente para solidificarlo, nunca llega tarde
la rima de la brisa.
Olas versos, versos olas.
Con su soplo, mi pequeña vela llega a puerto,
con su aliento, mis piernas llegan hasta ti. El
extremo del espacio entrelaza la mano del amor
y se cierra sobre nuestra isla.
Desde el fondo del océano se regocija la vida del
poema, y éste la vierte sobre ambos.
La boca metafísica amplía todas las noches
el vaho que decora la cinta violeta que une nuestros ombligos.
Livianos son los contratiempos en el rito onírico
de lo que tarda, de lo que es ya y viaja
hacia atrás en el tiempo.
Me fundo con el viento kamikaze comisionado
a entrar en ti, e hiberno por siempre en tu jardín.
Aves blancas se cristalizan y descienden por
la rendija entre tus dedos, con las manos hacia
el cielo, iluminamos las ciudades.
Las salvajes junturas se rigen por tu voluntad, en la
espesura de las variaciones nos referenciamos
como la constante, para habitar donde hay vida.
Perdonada está la melodía con la que Orfeo
confundió los caminos para configurar más tarde
la perfecta encrucijada. Dentro y fuera del sueñohay un brillo, cuando decidimos observarlo.
*El Promontorio y el eco reúne poemas inéditos de Eduardo Sierra Romero. Este libro digital se ha develado cada semana con nuevas piezas compiladas bajo ese título.
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El único y particular nacimiento de Venus
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