28 julio, 2024
Desde junio El Parián, un predio de más de 10 mil metros cuadrados en el centro de Coyoacán, abrió sus puertas como un Pilares a petición de los vecinos, que hoy retratan esta historia con cuentos y dibujos para preservar la memoria de una lucha colectiva
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Isabel Briseño
CIUDAD DE MÉXICO.- A tres meses de su apertura como uno más de los casi 300 Puntos de Innovación, Libertad, Arte, Educación y Saberes (Pilares), El Parián de Coyoacán parece ser un éxito. Para atraer a más gente y dar cuenta de su historia, vecinos de la zona se dieron cita en un taller para ilustrar las historias que ellos mismos han protagonizado
Para guardar la memoria de este éxito vecinal, algunas de las personas implicadas en la recuperación de este espacio, se dieron a la tarea de escribir cuentos y hacer dibujos, mismos que qudarán plasmados en un libro.
Originalmente, a inicios de los años 60 del siglo pasado, El Parián de Coyoacán fue pensado como una moderna plaza comercial, pero el proyecto fracasó y el extinto Banco del Atlántico instaló ahí sus oficinas centrales. A inicipo de los 2000 el edificio quedó abandonado y se convirtió en un espectro tenebroso y fantasmagórico del barrio de San Lucas, en torno al cuál se cuentan sin fin de mitos y leyendas.
“Hay que seguir dando seguimiento, vida y visibilidad”, dice sobre el espacio Laura Frey, una de las vecinas implicadas en la recuperación de este espacio. Esta lucha se ha gestado a través de años de organización vecinal. “Los talleristas nos dijeron que lo más difícil es que la gente se apropie del espacio y llegue, pero por la misma historia, aquí la gente llegó muy rápido”.
Actualmente, de los 10 mil metros cuadrados disponibles del edificio, solo se está ocupando un 10 por ciento, pues el resto del edificio sigue en remodelación para crear las instalaciones necesarias para muchas actividades más.
Hasta hoy hay tres áreas disponibles: el ciberespacio, una sala de usos múltiples y una salón con duela para actividades de danza y otras relacionadas con el cuerpo, como explica Frolyán Rascón, coordinador del Pilares.
Desde su abandono, el predio despertó diversos intereses, como el hambre inmobiliaria; o las intenciones de diferentes gobiernos de instalar ahí desde oficinas gubernamentales hasta un cuartel de la Guardia Nacional, pero los vecinos defendieron el espacio siempre con la idea de que fuera un centro comunitario con espacios para la cultura, el deporte y el cuidado del medio ambiente.
“Vamos muy bien. Hay bastante afluencia a los talleres. Son cerca de 32 qué están en todas las áreas del saber y del conocimiento del arte y de la cultura. Hay danza, yoga, dibujo, manualidades, joyería y hasta telar de cintura” comenta Froylán Rascón.
Meses antes, algunas de las personas que tomaron acciones para recuperar el espacio escribieron cuentos y poemas para hablar del espacio y de los deseos que tienen sobre su destino.
Este sábado 27 de julio, otro puñado de vecinos y artistas con interés, se dieron cita en sus salones para escuchar esas historias y plasmarlas en papel.
“Vamos a deslindarnos de la idea de ilustrar, que siempre trae un mandato de diseño. La ilustración es limitante para la imaginación. Entonces les invitamos a dibujar con las asociaciones libres que vengan a su mente”, dice antes de iniciar el taller Jazael Olguín Zapata, parte del colectivo Cráter Invertido, una cooperativa de artistas visuales que busca poner al servicio de los movimiento urbanos de lucha procesos editoriales
Para su cometido usan una máquina risográfica, que como el mismo Jazael explica, es como un mimeógrafo digitalizado que se usaba en las oficinas y las empresas a finales de siglo pasado y que a inicios de la década del 2000 fue hackeada por artistas visuales para crear publicaciones de distintos tipos.
Los dibujos obtenidos de este taller se digitalizarán y después será impresos por medio de risografía para crear un libro que resguarde las memorias que relatan. Al taller también convocó Casa Ojalá, un rincón donde se crean redes de solidaridad
Entre los cuentos se incluye la historia de Sara, una niña que vive en el barrio de San Lucas y que imaginaba que existiera un espacio cerca de su casa donde pudiera aprender distintas artes y disciplinas.
Un lugar donde niños y niñas como Sara pudieran aprender a hacer malabares, acrobacias y marionetas, u otras cosas, como las que le gustan a su abuelo, como canto, baile y cultivo de verduras, el abuelo.
También cuenta la historia de María Inés, una niña que veía el monstruoso edificio abandonado como un “hoyo de viento” que jala todo lo que se le pasa por delante, personas, basura, animales y sueños, y que para cambiarlo aprende a “intervenir” este tipo de espacios mediante la organización colectiva.
“En franca lucha con el planeta / cruzarán aves rasgando nubes / en sintonía con los ciclos temporales del universo”, dice la Oda al Parián, escrita por otro de los vecino sobre sus deseos para el espacio, aunque onírico y poético, delinean un espacio que podría ser verdad.
Como explica el coordinador del Pilares El Parián, Froylán Rascón, en el espacio aún se están adecuando espacios para otras disciplinas, como un comedor comunitario, una ludoteca con un muro para escalar en su interior y salas para impartir clases de música y varios instrumentos.
Este espacio es una muestra de que, con las herramientas adecuadas, al final se puede hacer un tejido comunitario que cuadre los intereses de quienes viven en la ciudad, de los políticos que la gobiernan y sus necesidades más humanas.
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