En 1967, Mario Mutschlechner, un fotógrafo alemán al que llamaban gringo, llegó a la remota zona mixteca de la Costa Chica oaxaqueña. Ahí fotografió a una niña con los pechos desnudos, como las mujeres solían ir. A 50 años, esta es la historia de aquella niña y aquel gringo
Texto: Misael Habana de los Santos
Fotos: Mario Mutschlechener y Misael Habana
HUAZOLOTITLÁN, OAXACA.- Esta vez ella se plantó frente a la cámara con la natural seguridad de una top model. Hace 54 años lo hizo con la inocencia de una niña sin saber que estaba frente una máquina fotográfica, en manos del alemán Mario Mutschlechner que inmortalizaría su imagen en la portada del libro Nundeui (Al pie del Cielo, en Mixteco) editado cuatro décadas después por el Conaculta.
Igual que entonces, con los pechos al aire, como acostumbraban andar las mujeres mixtecas de la Costa Chica de Oaxaca, con total seguridad, natural elegancia, aceptó posar para la cámara mostrando los pechos con los que amantó a seis hijos.
Recuerda cuando aquel gringo, Mutschlechner, disparó su cámara a una niña de 13 años de pechos diminutos, rebeldes, que apuntaban al río. Una indígena mixteca originaria de la cabecera municipal de Chayuco, Mixteca Baja de Oaxaca, que testimoniaba in situ una cultura ancestral que desde ese tiempo iniciaba un camino sin retorno rumbo a la occidentalización.
Realmente me pareció increíble, le tomé unas cuantas fotos y me fui. No supe de ella nunca más, ni siquiera supe su nombre. Después la bauticé como Candelaria, que me parece un nombre típico de las mujeres de la región’’, asegura el fotógrafo, quien en 1967 llegó a este lugar y como Gauguin se encontró con la otra esquina del paraíso.
La niña no se llamaba Candelaria. Tenía 13 años de edad. Su nombre es Esperanza, como le puso su tía en el Registro Civil cuando quedó huérfana. Al nacer fue registrada como Margarita Martínez, con un solo apellido, la que hoy es una abuela de 66 años que radica en Huazolotitlán, y donde se juntó con el padre de sus seis hijos.
Desde hace mucho Mama Lancha, como conocen a Margarita, la Candelaria del fotógrafo teutón, vive separada de su marido; es una mujer alegre que le gusta la fiesta, la cerveza, que bebe con sus amigas en los fandangos cuando zapatean las chilenas.
Yo no tuve vergüenza, andaba con mi cántaro en la cintura, con mi jícara en la cabeza, y así dejé que me sacara las fotos”, me dice en castilla, como ella llama al español con un ligero acento a mixteco.
Mamá Lancha recuerda que cuando era niña pasaba el tiempo corriendo y jalando papalotes de colores de papel de china que elevaban hasta la punta del cielo. Dice que una vez le dijo un señor en Chayuco, el pueblo donde nació: “estabas chiquita, jugabas con tus chiches al aire”.
“Si nadaba en el arroyo, corría el agua fría que bajaba del cerro. Yo corría chirunda, sin pantaletas. Con mis tres amigas nos íbamos desnudas a nadar al río”, recuerda con nostalgia la infancia inocente.
Cómo si 50 años no fueran nada, Margarita, recuerda al fotógrafo alemán como el gringo que “anda mucho, en cada una de las casas de la gente del pueblo”. Recuerda que llegó a su casa y que les dio el saludo. Ella respondió “pero yo tenía miedo de ver a un señor que no conocía”.
Él me dijo, “hey, muchacha, te quiero sacar unas fotos”.
“‘¿Para qué?’, le pregunté. ‘¡Nomás quiero sacar unas fotos, ya anduve por todo el pueblo y no encuentro otra como tú!’. Le dije que sí y me toma la foto con mi cántaro”.
“Como quince días o un mes después, el mismo señor que le ayudaba un mixteco de Jamiltepec, Mushlechner le envió lo que llamó la foto, en blanco y negro, donde estaba yo, mi cara, mi cuerpo que solo había visto reflejada en el río. Me dice: ‘ten’. Yo le dije: ‘¿qué estoy loca?, ¿Para qué quiero yo eso?’. Enrollé el papel, la hice pedazos y lo eché a la lumbre”.
Mario Muschlechner dejó su patria en 1967, una Alemania que se levantaba de una guerra perdida, “donde sus habitantes se dedicaban a trabajar sin ver bienes materiales, un sistema estricto, disciplinado y gris. Era un panorama muy triste, muy limitado”.
Formado en la fotografía industrial en Stutgarth quería encontrar un contrapeso a esa sociedad mecanizada y deshumanizada fue así como dirigió sus pasos a México. Viajó sin hablar español. Meses después llegó a Oaxaca, pasó por la costa chica en un viaje de aventura. Y ahí vino el enamoramiento con esa cultura, “vi una muchacha que estaba tejiendo en su telar de cintura en Pinotepa de Don Luis. Cuando vi esta escena pensé inmediatamente en los cuadros de Paul Gauguin y también pensé en el México antiguo, y me dije a mi mismo: ‘quiero hacer un ensayo fotográfico, sobre esta comunidad’”.
De regreso a la Ciudad de México se encontró con el director del Instituto Nacional Indigenista (INI) de aquel tiempo, el doctor Alfonso Caso. “Le dije cuál era mi plan, y él felizmente me apoyó recomendándome con el INI de Jamiltepec y así empecé esto. No sabía nada de la Costa Chica oaxaqueña, sabía muy poco de México. Hice este trabajo realmente con pura intuición”.
Con quién, ahora sabe, se llama Margarita, dice que “fue un encuentro muy emotivo. Lo que buscaba eran muchachas guapas, bellas, buena luz y una atmósfera pacífica y esto encontré en esta muchacha. Alguien me dijo: ‘ahí vive una muchacha que es muy bonita’, me la presentaron y bueno no le pude hablar porque ella solamente hablaba mixteco y en aquel tiempo yo hablaba muy poco español”.
Margarita recuerda el primer encuentro con el gringo: “pasaba por el río el fotógrafo y se queda mirando como las tres (niñas) jugábamos chirundas con el agua del arroyo. Le dijo a una de ellas: ‘ven, quiero agarrar tus chiches’. Le dije: ‘ven, si quieres aquí hay muchas piedras’. Ya no se acercó… porque si hubiera ido, le doy con la piedra en la cabeza”. La fotografía de la portada del libro vino después.
Mario ha sido acusado de voyeur. Él se defiende y reconocidos intelectuales como Carlos Montemayor salieron a la defensa del fotógrafo valorando su trabajo de preservación, casi antropológico en esta región.
Este regreso a la Costa Chica, diciembre del 2017, cincuenta años después de las fotos del libro, fue para mí revelador, por qué la gente de la región estaba encantada con las fotografías por la forma que yo retraté o capté, esa es la palabra, la belleza y la inocencia, de sus madres y abuelas”.
Alguien subió las fotos del libro a las redes sociales y de esta manera la gente de Costa Chica las conoció y celebró su existencia. Pero en Facebook, dice Mario “taparon los senos, por qué estamos en nuestra cultura occidental, determinada por valores de Hollywood y de la religión judeocristiana”.
Y las personas en aquel tiempo, dice el fotógrafo “eran una total inocencia, y realmente, llamarme voyeur es totalmente inadecuado. Yo diría que es una ofensa, por qué mi visión de todas estas cosas, es una visión también de absoluta pureza y limpieza”.
Lo que yo vi en la mixteca baja en 1967, dice el autor de Ñundewui, “es una pureza que nuestra cultura ya perdió gracias a Hollywood y gracias también a estas religiones judeocristianas que consideran estar semidesnudos como algo malo, que no lo es y los antepasados de estas mujeres me lo confirmaron y eso para mí es muy importante”.
Margarita Martínez, hoy vestida de pozahuanco teñido con caracol púrpura panza de cola y con mandil que les impuso el INI cuando llegó por acá, para cubrirles los senos y homologarlas con las mujeres mestizas y negras de la región, nos cuenta:
Mis chiches estaban chiquititas, antes no sabía cuántos años tenía, creo que 13. Porque a los 15 años los chiches ya están grandes, los chiches nacen cuando ya está grande la mujer y yo era una niña; a los 15 años baja la regla, y a mí no, yo andaba chirunda, ni pantaleta, no usaba nada, hasta ahorita no uso porque no se acostumbraba”.
Su pobreza era tal que para cobijarse por las noches en su choza de namayutu y techo de palma, dice: “mi mama me tapaba con la misma nagua con que me vestía. Qué ropa ni que nada; hasta la fecha estoy pobre, enferma. A veces lloro por el dolor, me da fuerte, porque tengo una piedra, tengo una bola grande, dice el doctor que tengo una piedra”.
Antes de enfrentarse a la experiencia de la fotografía, Margarita recuerda lo que había ocurrido años atrás. Dice que su madre es indígena mixteca pero su padre vino de Veracruz. “Yo creo que mató a alguien allá por eso se salió y llegó huyendo hasta Chayuco. Se juntó con ella. Mi papá no estaba bueno de la cabeza; mi papá le metió un cuchillo a mi mamá… Nada más la lastimó, pero no la mató. Cuando yo tenía un mes de nacida se fue mi papá y mi mamá me decía: ‘tú no tienes papá, ya se murió’”.
Pasados algunos años “yo ya estaba más grande, se apareció quien decía ser mi papá y me dijo: ‘soy tu papá, hija’. ‘No es verdad’ le dije; ‘yo no tengo papá; hace años que se murió. Mi mamá dijo que mi papá estaba muerto’. Mi hermano, que ya era grande también y se llama Maurilio, me dijo: ‘es papá, pero papá ya no vive con mamá’”.
“Cuando mi papá llegó, yo estaba sola en la casa. Él llega frente a mí se desnuda, se baja el calzón y me enseña su pito; me dice señalando su pito: ‘éste agarró tu mamá por eso eres mi tu mi hija’. Por esas cosas de mi padre mi mamá le tenía miedo. Un día ella agarró un palo y lo chingó. Porque él hacía cosas que no estaban bien y se fue, nunca más volvió. Mi papá se murió años después, en Pinotepa”.
Por su parte Muschlenner continuaba su aprendizaje de México y revalora su trabajo con los mixtecos de Costa Chica.
“Los primeros libros que había leído fueron de Ángel María Garibay, poesía indígena de altiplano que me impresionó profundamente y entonces en los años siguientes, me di cuenta que algunas de mis fotos coincidían con algunos poemas de los antiguos mexicanos, y entonces los junté y así se creó el concepto de ese trabajo que finalmente, 40 años después haber sido realizadas las fotos se publicaron en el libro Ñundewuie, Al Pie del Cielo.
Margarita conoció en Huazolotitlán a quien sería su marido y que le dio una vida de maltratos hasta que decidió dejarlo.
“Mis dos hijas no me querían ver porque yo ya no quería vivir con su papá. ‘Cómo voy a vivir con tu papá’, les decía, ‘si yo sufro mucho. Aunque sea una pieza de manta, la agarro y la vendo, pero con tu papá ya no quiero nada’”, y se separó.
En el último mes de 2018, Muschlechner, presentó su libro en la tierra que lo inspiró, en Jamiltepec, ahí ratifica lo que vio aquí hace cincuenta años.
“Vi un paraíso tropical, aunque yo quise crear un paraíso sabiendo muy bien que no era un paraíso y a la vez sí lo era. La idea no es regresar a la naturaleza como lo hacen los pueblos originarios, mi idea, mi concepto de mi vida es encontrar una forma de cómo podemos coexistir y colaborar de una manera respetuosa e inteligente y económicamente viable con la naturaleza. Y eso fue el concepto que estaba detrás de ese trabajo. Quise crear un paraíso, quise crear fotos de una atmósfera de tranquilidad, de paz. Sentía que no lo había hecho suficientemente bien”.
Este diciembre pasado visité a Margarita. La encontré vital, vestida de fiesta, el cabello negro zanate natural, dice que su hijo vio la foto del libro y le dijo: “mamá, qué bonita eras”. Se ufana de que no se le noten los años, dice:
Me preguntan sí le di chiche a mis hijos, yo les digo sí. Donde voy a encontrar dinero para comprar leche. ‘Pero tus chiches’, dicen, ‘están bien bonitas, no están aguadas’, me dicen. Pero yo con mis pechos le di de comer a mis hijos cuando nacieron”.
Le digo al entrevistado que hay dos o tres fotos en el libro que parecen posadas. Mario responde: “en Santa María Nutiu conocí a un maestro de escuela que se llamaba Félix Cosío Mendoza y él fue de las pocas personas que tenía confianza en mí. Unos de mis sueños fue fotografiar a unas bellas indígenas en el río, bañándose o estando en el agua”.
El maestro bilingüe tenía una hermana que se llamaba Luisa que era muy guapa, recuerda Mario, “él la animó y así fuimos nos fuimos al río y este fue uno de los pocos casos donde yo no fotografié a las muchachas tal cual, y como estaban frente a sus chozas o en sus actividades diarias, sino las llevé al río y ahí hice estas fotos. En esas fotos parece que no había nadie ahí, que nada más ellas. Nosotros hicimos las fotos, atrás de nosotros y naturalmente estaba todo el pueblo de mirón, porque naturalmente era un evento increíble que vengan ahí unas gentes a tomar unas fotos, en aquella época que nunca, ni siquiera habían visto un coche, una gente rubia y todo eso, es decir, no estábamos solos, pero yo me tomé mucho tiempo hasta que las muchachas estaban totalmente relajadas y finalmente hasta se olvidaron de mi presencia y ahí tome las mejores fotos”.
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