El gobierno de la Ciudad de México postergó el inicio de la construcción de la primera línea del Cablebús, un teleférico que será el sello de movilidad de la administración de Claudia Sheinbaum. En las colonias que serán beneficiadas, los pobladores no tienen mucha idea de lo que se trata, pero esperan que el megaproyecto resuelva alguno de sus múltiples problemas
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Ximena Natera
Son las once de la mañana. A esta hora el tráfico vehicular en la colonia Tlapexco es bajo. Aún así, los conductores de dos autobuses de pasajeros batallan para pasar por una calle. De un lado, un camión de basura estrecha la vía; del otro, un par de autos estacionados reducen la ‘avenida’ de dos carriles a uno. A unos metros, un barranco limita más el espacio, pareciera que en cualquier segundo una mala maniobra del conductor del camión lanzará a alguien por la ladera del cerro.
“Es bien difícil salir de aquí en transporte público, solamente hay dos salidas y muchas tienen solo un carril de subida y bajada, los camiones tardan mucho en pasar, ahora está el RTP, pero aún así”, asegura Néstor Pineda, maestro de ajedrez en el Pilares de la comunidad, el centro comunitario donde ofrecen talleres de artes y oficios a los vecinos.
Tlapexco es una colonia en la punta de la ciudad, en la alcaldía Gustavo A. Madero. Está en la frontera política de la capital y el Estado de México, enclavada en la parte posterior del Cerro del Chiquihuite, en la sierra de Guadalupe, coronado por antenas de radiodifusión en el que, algunos dicen, hasta ovnis aterrizan. Aquí la marginación se encarna en las casas grises a medio terminar; los asaltos, los secuestros y los asesinatos, dicen los pobladores, están a la orden del día.
En esta colonia, la próxima semana iniciaría la construcción de un nuevo transporte, novísimo para la ciudad: Cablebús, un proyecto de cuatro teleféricos que buscan conectar colonias marginales a estaciones de Metro en cada uno de los cuatro puntos cardinales de la ciudad. Sin embargo, el gobierno capitalino declaró desierta la licitación del proyecto, pues las empresas que ofrecieron una propuesta no cumplieron, o con los requerimientos técnicos o con los costos que demandaba el gobierno.
Como consecuencia, este lunes, el gobierno invitó de manera directa a cuatro empresas internacionales a concursar. La italiana Leitner, la austriaca Doppelmayr, la suiza Bartholet y la francesa Poma, que se deberán asociar con una empresa nacional para realizar las obras. El costo de esta línea no deberá sobrepasar los 3 mil millones de pesos.
Mientras el gobierno sortea los tejes y manejes de la construcción de este megaproyecto, la gente en las colonias no conoce mucho de qué se va a tratar el proyecto.
Frente al Pilares donde da clases Néstor hay un pequeño parque con una cancha de futbol rápido, una de basquetbol y juegos infantiles, desde donde se mira todo el valle de México. Éste será el terreno donde se construirá la última y más elevada estación del Cablebús, que llevar´el mismo nombre que el cerro.
Es el único punto de la colonia donde los niños pueden jugar al aire libre, asegura Griselda Tecla, una mujer joven, con dos hijos. Ella teme que ese espacio desaparezca, porque el proyecto le ofrece llegar a la estación del Metro Indios Verdes en 40 minutos o menos, pero la obligaría a gastar en un taxi de 35 pesos para llevar a sus hijos a jugar al parque más cercano. “Eso es sólo la ida, luego el regreso es más caro porque es todo de subida”.
“Sí estaría muy bien, pero la verdad es que ya no creemos nada”, dice un hombre sentado afuera de una tienda de abarrotes, en una calle que parece rampa de despegue por lo inclinada que está. Hace unos años había un proyecto de trazar una línea de Metrobús en esta zona, pero no se concretó.
El Cablebús tendrá 6 estaciones que recorrerán 9.4 kilómetros desde Indios Verdes a Cuautepec, con un entronque al Cerro del Chiquohuite. Se espera que transporte a 80 mil pasajeros por hora, en góndolas en las que cabrán 10 personas. Y se espera que esté listo en 2020, a pesar de los retrasos en la licitación.
La gente de estos barrios opina que el teleférico les ayudaría mucho a salir de la zona. “Así, así, en el camión te haces como una hora o una hora y media para llegar al Metro”, dice Verónica, que vende verduras en la avenida Juventino Rosas, una de las únicas vías de salida. Su local está justo a la altura de una parada de camión, por lo que en menos de quince minutos pasan unas 10 unidades.
“Aquí desde las cuatro de la mañana ya vienen hasta colgados de las puertas, de ahí llegan al Metro y se reparten a toda la ciudad”, explica. Sin embargo, dice, los problemas comienzan desde la colonia y sus estrechas calles, donde los conductores de autobuses no tienen espacio suficiente para maniobrar.
Por estas empinadas calles circulan vochos que suben y bajan como escarabajos ruidosos en un montículo escarpado; taxis que hace décadas dejaron de circular por la ciudad encontraron en estas colonias un refugio. Aquí operan sin reglamento ni taxímetro. Sólo transporte local.
Verónica asegura que es la mejor opción para moverse rápidamente entre las calles de la colonia, preferible incluso a caminar, pues la delincuencia se ha disparado en los últimos cinco años.
“Apenas la semana pasada aquí en la esquina hubo un tiroteo, hubo un muertito”, cuenta. Eso explica que en las calles centrales de la colonia esté apostado un destacamento de seis policías que apoyan en el control de la seguridad. Al hombro cargan fusiles largos, capaces de hacerle frente a una AK 47, según dicen.
Desde hace unas semanas, los grupos delincuenciales se están disputando el control de la plaza, explican los uniformados.
La delincuencia, dicen los policías y vecinos de la zona, también se ha hecho presente en las unidades de transporte público; sin embargo, los conductores de los autobuses lo rechazan. Si eso sucediera, dicen, ellos mismos se los “ajusticiarían”.
A unas cuadras de la recaudaría, hay una mueblería, La Giranda, y atrás de ella, un lote baldío con caballos y pollos. Parece la única isla verde en un cementerio gris de concreto y pobreza.
A los dueños del negocio no les ha llegado ninguna información del teleférico que se perfila como una de las obras insignias de la gestión de Claudia Sheinbaum. Entre rumores y unos volantes que reparten en las calles, se han enterado que ahí, donde llevan trabajando desde hace más de 50 años, van a construir otra estación de Cablebús: Cuautepec.
«No tenemos ni idea de nada, no nos han venido a decir ni una cosa», dice casi a punto de soltar un manotazo en la mesa Antonio de Santiago. «La verdad que… uff, a lo mejor para la gente es bueno, pero al que le afecta está pues muy mal», dicen con su acento de gallego, que conserva décadas después de arribar a México, cuando tenía 15 años de edad.
Como él, mucha de la gente de estos lugares apenas y se han enterado del proyecto. Puras oídas, dicen todos, pero sin información certera. Cuando se les pregunta del proyecto, ellos terminan haciendo más preguntas para enterarse de los pormenores del teleférico.
«La gente decía que venía y que venía, pero no hay derecho, estar aquí años y darnos una patada en el trasero sin avisar nada».
Aunque la mueblería ha sido muy exitosa, no tienen planes de seguir con el negocio, por su enorme tamaño. Es tan grande como para albergar una cancha de futbol, tiene dos pisos, pero el segundo está vacío, en las últimas semanas, ante el temor de que los corran , han rematado la mayoría de su inventario.
Paula Hernández trabaja en la mueblería desde hace 35 años, esta mañana barre la banqueta de la fachada. No sabe qué va hacer si pierde este trabajo, a su edad, es difícil encontrar un empleo nuevo.
«Yo estoy muy triste», dice sin dejar la escoba. «Está bien, yo no digo que no, es algo bueno, pero aquí está el espacio para poder estar los dos. Que nos dejaran un cachito de terreno, aunque apretados, aquí quedaríamos muy bien».
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