Es temporada alta en el mercado de pescados y mariscos la Nueva Viga, el más grande de México. A pesar de que algunos trabajadores aseguran que este año la afluencia se desplomó, parece que el mar se vació con todas sus especies en los locales y almacenes
Texto: Arturo Contreras
Fotografías: Ximena Natera
“Fuera de esta temporada la cosa se pone difícil”, asegura Paula, una señora que vende café soluble con pan dulce y tortas de pescado preparado. “Ahorita por cada 50 personas, en temporada regular ves como a dos nada más”, calcula mientras prepara un café.
Es Jueves Santo, la cuaresma está llegando a su culmen y parece que en el mercado de la Nueva Viga se vació el mar con todas sus especies. Los suelos resbalosos de tanto hielo descongelado no hacen que los tumultos que se atoran por los pasillitos puedan deslizar más rápido. Menos cuando por todos lados pasan bultos y cajas con kilos y kilos de pescado.
“El agosto”, aunque sea en abril, le llega a todos en el mercado. También al que administra el estacionamiento, que en vez de costar 10 pesos por las primeras 3 horas, durante la Semana Santa cuesta 30 pesos por tiempo libre. Estos días, las filas de los autos se extienden desde las dos de la mañana, y en todo el rededor, el tráfico es un atascadero que puede tomar hasta una hora sortear.
Muchas personas de la Ciudad de México y entidades cercanas vienen a este mercado para evitar el alza de costos en otros lados. Sobre todo porque aquí los precios están dentro del rango de lo reportado por el Sistema Nacional de Información e Integración de Mercados, que incluye precios mes con mes de los principales mercados pesqueros en el país. En Semana Santa, la demanda crece hasta 60 por ciento.
“¡De aquí puede comer el público de México, ricos y pobres, camarones y pescado fresco!”, dice Benedicto Díaz, Don Bene, un señor de 74 años que se ha dedicado a vender pescado desde hace seis décadas. Él dice que llegó a este mercado antes que las moscas.
Su dominio ha sido tan bueno que ahora tiene tres locales y sus 10 hermanos también. Pero comenzó a hacer negocios “no tan grandes”, cuando la delincuencia le empezó a extorsionar.
Por fuera de su local pasan otros grandes comerciantes. Todos lo saludan y él les ofrece ceviche de curvina, porque está en temporada, con galletas y atole de maíz blanco que trajo de su casa. “¿Éste en cuánto?”, preguntan. La etiqueta dice 150. “¡A 125!”, responde Don Bene.“Es que ya lo conozco”, explica en voz baja.
“¡Aquí el rico compra pescado caro y el pobre compra el pescado barato! A los ricos les roba mucho la gente, los engaña, les venden más caro. En vez de robalo, les dan otro filete”, previene mientras saluda a otros conocidos. “Les dan el pescado barato, que es la mojarra, la tilapia, la lisa”, que por estos pasillos se venden sin parar.
Don Bene aplaude a los pequeños compradores que se vienen a surtir al mercado, que ven y tienen la certeza de lo que están llevando. De acuerdo con una campaña de la organización Oceana, que busca la conservación de los océanos y sus especies, en la Ciudad de México, Cancún y Mazatlán, en una de cada tres ventas de pescado, a los clientes les dan gato por liebre, o tilapia por robalo.
Tal vez por eso, en esta temporada viene tanta gente a la Viga. Para que no los engañen y se lleven el pescado a precio de mayorista. Clientes asiduos, normalmente revendedores locales, llegan desde muy temprano para evitar los tumultos. Como Mónica, quienvende en un tianguis en Tenayuca. Normalmente llega a eso de las cuatro de la mañana pero ahora vino desde la una.
Ella está acostumbrada a ver los tiburones decapitados en cada esquina de este mercado; las “jaivas baratas” todas amarradas, unas medio vivas y otras no tanto; y los cuchillos que pican sin parar tentáculos de pulpo que se venden en interminables bolsitas de a kilo.
Para todos los visitantes en cada rinconcito del mercado hay unos troncos de madera con letreritos que dicen: “Se arregla pescado de todos los tipos”, como si fuera una sastrería. Ahí, manos diestrísimas descaman, deshuesan y cortan los pescados de los paseantes por 10 pesos el kilo en un abrir y cerrar de ojos.
“Para nosotros la almeja y los tiburones son muy normales”, asegura otro de los trabajadores. “Pero lo más raro es la gente que le va al América –bromea– ¡nah! ps, yo creo que lo más raro y lo más caro es el caviar, que lo venden a 200 pesos el frasquito. ¿Para qué sirve?, ¡ni sé! Eso no lo consumo, esas cosas ahorita no se ven tanto”.
Es temporada alta, pero a pesar de que el mercado de pescados y mariscos más grande de México parece estar llenísimo, muchos de los trabajadores aseguran que no hay tanta gente como en otros años.
“¡Se nos cayó este año como en 40 por ciento!”, cuenta un bodeguero de camarón mientras ve cómo se descarga un camión de 20 toneladas de mercancía, traída la víspera desde Tamaulipas.
“Es que, pues sí, ya se pararon los gasolinazos, pero todo está costando más”, responde después de meditar sobre una posible causa. “Ha sido como el alza de los combustibles, que así de a mes con mes, de poco a poco va subiendo. Primero que 5 pesos, luego que a 10, y así con todos los productos”.
Las dos grandes naves que forman el mercado son galerones llenos de localitos puestos a la altura perfecta para que tráileres descarguen sus mercancías. Como el que llegó a las dos de la mañana con curvina de Sinaloa.
El contenedor es larguísimo y está lleno de capas de hielo y pescado, algo como una lasaña de pescado crudo con capas de hielo para raspados. Después de 5 horas, aún no se termina de vaciar y siguen llegando marchantes que le compran cajas de a 50 kilos como si fuera pan caliente.
En el estacionamiento el caos empezó desde las tres de la mañana. Por descargar entre los tráileres, camiones pelean el espacio a carros, carritos, carretas y diableros.
El conductor de un camión de 20 toneladas intenta pasar a dejar un cargamento. Grita desaforado a dos hombres altos y fornidos que intentan hacer que su pesca quepa en un auto compacto. Adentro ya hay dos cajas; afuera, unas ocho a las que hay que buscarles lugar.
Mientras cargan al auto un atún como de un metro de largo, uno de ellos dice que “estas semanas no se ven los grandes pescados, porque todo se acaba”. Su atún que cargó resulta pequeño con respecto a lo que suele comprar.
Ambos son locatarios del mercado de San Juan, en el centro de la ciudad. Hoy les ganaron los mejores especímenes. Igual se va satisfecho. Sube otra caja.
Sabe que la próxima semana va a haber menos pescado, como si de verdad estos días se hubieran vaciado los mares en La Nueva Viga. No es eso, asegura. Más bien es que después de Semana Santa todos los pescadores están descansando.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona