El Programa de Financiamiento Emergente a la Cafeticultura invierte en el futuro de los campesinos. Permitirá generar una cultura financiera entre los productores, supone una inversión en capital social y permitirá incorporar a miles de productores al sector formal
Twitter: @eugeniofv
El cultivo del café es clave para la conservación de la biodiversidad en México, y puede ser una herramienta fundamental para combatir la pobreza en el país. El 90 por ciento de la producción de café se hace bajo sombra diversificada, por lo que el café financia la conservación de los árboles que lo protegen de los elementos. Además, en México hay en torno a medio millón de cafetaleros, y prácticamente todos manejan parcelas menores a cinco hectáreas y apenas rozan la subsistencia. Por eso es tan importante que la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) impulse un nuevo Programa de Financiamiento Emergente a la Cafeticultura: se trata de una inversión en los campesinos que cuidan la naturaleza por todos nosotros, y de un cambio cualitativo fundamental, pues implica dejar de tratarlos como merecedores apenas de subsidios asistenciales, para empezar a verlos como actores económicos.
El nuevo programa emergente que Sader acaba de anunciar (y que se consiguió gracias a la presión y acompañamiento de la Asociación Mexicana de la Cadena Productiva del Café, la Amecafé) se diferencia enormemente de programas anteriores, en primer lugar, porque supone un reconocimiento (por mucho tiempo postergado) de que los productores cafetaleros son eso: actores productivos que deben ser tratados por las políticas públicas en los mismos términos que las grandes transnacionales del agro a las que tanto mimaron las administraciones anteriores.
Además, y tal como los instrumentos financieros, de apoyos y de políticas públicas destinados a los grandes productores agroindustriales, se trata de un programa adaptado a las necesidades y posibilidades de los productores a los que va dirigido. Aprovechando las garantías que pudieron presentar la Amecafé y el Fondo Nacional de Garantías de los Sectores Agropecuario, Forestal, Pesquero y Rural (Fonaga), los productores podrán asumir los créditos que ofrece el nuevo programa sin que eso los ponga en riesgo de perder todo su patrimonio. Tendrá costos, pero esos costos no los dejarán fuera de combate si no pueden pagarlos, también porque la tasa de interés es realmente baja en comparación con otros instrumentos presentes en el mercado financiero. Tiene también la ventaja de que quien cumpla podrá recontratar su crédito inmediatamente.
El programa que recién anunció Sader tiene otra virtud: se apoya en las cooperativas productivas. En esto, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador empezó al fin a corregir el rumbo, pues hasta hace poco se negaba a trabajar con las organizaciones sociales, partiendo que todas eran entidades diseñadas para la corrupción y el saqueo, cuando hay una porción enorme que fueron construidas para que los micro y pequeños productores ganaran en escala y capacidad de negociación ante el mercado. Fortalecer estas cooperativas es clave para dar un futuro a la agricultura campesina, y el nuevo programa abona en ese sentido.
Por último, en lo que supone un motivo de fiesta para todos los que amamos el buen café, la conservación de la biodiversidad y la justicia social, el programa va explícitamente dirigido a atender a quienes siembran café arábiga. Esto supone un duro golpe a Nestlé, que ha impulsado la siembra de variedades de café robusta, que tiene menor calidad pero también menor precio, por lo que le permite tener una materia prima barata para sus productos. Financiar arábiga y no robusta es financiar a los pequeños productores. Lo contrario habría sido subsidiar a Nestlé para que siga inundando los mercados con productos malos.
El Programa de Financiamiento Emergente a la Cafeticultura es, por todo esto, una inversión en el futuro. Va dirigido a productores que difícilmente pueden acceder al mercado financiero -y cuando lo hacen, es atendidos por usureros-. Permitirá generar una cultura financiera entre los productores y fortalecer su muy incipiente capitalización. Se apoya en cooperativas, lo que supone una inversión en capital social y permitirá incorporar a miles de productores al sector formal. Finalmente, al ir dirigido a los productores de café, con un tope tan ajustado al tamaño de sus propiedades (máximo tres hectáreas), supone una inversión del país en sus campesinos, esos que conservan las selvas que nos dan agua a los demás, y a los que el país ha olvidado desde hace demasiado tiempo.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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