11 diciembre, 2019
El polémico cuadro de un zapata desnudo e hipersexualizado ha traído a la discusión cuáles son los alcances iconográficos del revolucionario. El historiador Samuel Brunk, quien ha seguido la trayectoria simbólica de Zapata tras su muerte, reflexiona al respecto.
Lydiette Carrión
Podría decirse que Samuel Brunk es un zapatólogo de la cultura popular. El historiador estadounidense publicó en 2008 “La trayectoria póstuma de Emiliano Zapata”, en el que recorrió y recopiló los mecanismos discursivos y ceremoniales del Estado mexicano. Y también repasó los corridos compuestos en honor al caudillo; lleva a mirar las interpretaciones de Marlon Brando y Alejandro Fernández en el cine. También a hojear la prensa y los libros de texto de primaria; observar los murales de Diego Rivera y la pintura de Alberto Gironella. También lee las biografías —tanto las denigratorias como las hagiográficas—, e incluso viaja a Chiapas y a Estados Unidos. Él busca, según la contraportada del libro, entender cómo, a lo largo del siglo XX mexicano, se gestó el culto a un héroe “que comparte rasgos con Jesucristo, Quetzalcóatl y otras deidades mesoamericanas”.
Pie de Página entrevistó por medio de correo electrónico al historiador, respecto a la polémica originada por la obra del pintor. Estas son sus palabras:
La controversia sobre esta pintura no es sorprendente, dada la complejidad de cómo ha sido recordado Zapata a casi un siglo de su muerte.
En esta historia de la memoria, Zapata ha sido miembro de familia para algunos. Y también, imagen de la lucha de los campesinos de Morelos y lugares circunvecinos, y de sus causas clave, como la reforma agraria. A lo largo del tiempo, también se ha convertido en representante, al interior de la Revolución, de la justicia social más amplia (esto es, más allá de simplemente la reforma agraria). Y también, conforme pasaron las décadas, ha sido representado como héroe, icono –no sólo regional, sino nacional–, y representante de la gente mexicana como unidad. Dada esta historia compleja, vinculada a una nación grande y compleja [como la mexicana], su figura también ha sido retomada de casi todas las maneras posibles.
Su imagen ha evolucionado y se ha reinterpretado durante 100 años. Y en ese tiempo…
Siempre han existido personas que han insistido en que se trate la figura con respeto. Aunque, naturalmente, no siempre ha existido [un consenso] en cuanto a cómo hacerlo. [O qué significa tratar “con respeto”].
También, y yo diría especialmente después la década de los años setenta y la exposición muy importante de Alberto Gironella, ha existido una tendencia –especialmente en las zonas urbanas entre gente de clase media–, de jugar con su figura de una manera o otra.
Y, aunque este sentido del juego puede ser, en el fondo, muy serio—como era la muestra de Gironella—, desde el punto de vista de un campesino en Morelos –para quien la lucha de Zapata es muy clara y muy seria–, manipular su figura de esta manera para comentar más ampliamente sobre, por ejemplo, la sociedad mexicana, puede interpretarse como una falta de respeto.
En los hechos recientes, tenemos un episodio más de este tipo.
Desafortunadamente, un enfoque de la crítica de la pintura de Cháirez es que representar Zapata como gay es denigrante. No es el caso, en sí mismo. (Como un aparte, existe al menos un caso documentado de un Zapatista transgénero: Amelio Robles, de quien escribió la historiadora Gabriela Cano, y yo también diría que podemos al menos imaginar un Zapata, con su sentido profundo de justicia social, en nuestro mundo, abrazando la comunidad LGBTQ.)
Pero, aunque rechazo esta posición homofóbica fuertemente, y también creo en la importancia de la libertad de expresión, podemos por un momento imaginar la imagen, no como homosexual o femininizada, sino simplemente [un zapata] desnudo y profundamente sexualizado. Si se tratara de mi abuelo, o el héroe de mi comunidad local que continúa sufriendo de muchos de los problemas por los que él murió tratando de corregir, sí sentiría que refleja la falta de un tipo de respeto.
No sé nada de la vida personal del artista ni, de todo lo que pretendió. Puede ser un comentario sobre el hecho de que se ha usado la figura de Zapata para casi todo. Supongo que es en parte un comentario sobre el machismo de la imagen clásica del caudillo, y además sobre la sexualidad heterosexual: [la representación visual] clásica de un hombre muy guapo y mujeriego, y al fin sobre una identidad nacional basada, al menos en parte, en tales imágenes machistas.
La imagen de Zapata ha ciertamente tenido, históricamente, más usos para los hombres que para las mujeres. Puede ser también, supongo, en parte un esfuerzo, con buenas intenciones, de apropiarlo, como una faceta clave de la identidad nacional, para la comunidad LGBTQ.
Pero si este es el caso, no es, de mi punto de vista, muy exitoso, porque no me parece muy respetuoso ni de la feminidad ni de la homosexualidad, con su sugerencia de la homosexualidad como feminidad hipersexual, así como la insinuación – supongo– de la bestialidad también, en el pene erecto y enorme del caballo. [La imagen] Parece un poco más como los memes de internet que critican, por ejemplo, a Trump y Putin. Ello con la inferencia de que son gays: la homosexualidad no aceptada, pero como herramienta para ridiculizar a la figura representada. Sin embargo, hay muchas maneras, obviamente, en que se puede leer esta pintura, y parece que algunos miembros de la comunidad LGBTQ no la leen así. Al fin no es para mí dictar a nadie la interpretación, ni de la pintura, ni de la figura de Zapata.
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Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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