30 julio, 2019
Si el presidente no quiere que sus proyectos estelares se conviertan en elefantes blancos ni que terminen siendo motores de la desigualdad y del deterioro ambiental y social, entonces haría bien en replantear sus horizontes temporales y olvidarse de las prisas
El presidente tiene prisa, y en materia de megaproyectos la prisa es un lujo que nadie puede darse. Para lograr las metas que López Obrador ha impuesto a su gobierno — tener listos en tres años el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas; que el ferrocarril del Istmo y el proyecto logístico en esa región estén listos en dos, y que el aeropuerto de Santa Lucía arranque en dos años y medio — hace falta imponer desde arriba un modelo y una única vía de desarrollo, ahogando las que han surgido desde abajo. Ir corriendo en estas cuestiones implica también pasar por encima de la legislación ambiental, o hacer un mal trabajo cumpliéndola en la forma y violándola en el fondo. Las consecuencias pueden ser muy negativas para la población y para el proyecto de transformación que el presidente defiende.
De entrada, el proceso mismo de elaboración y aprobación de las manifestaciones de impacto ambiental (MIA) para proyectos de esa envergadura toma mucho tiempo, y solventar los condicionantes y adaptar los proyectos cuando hace falta es un proceso que no puede hacerse por decreto. Los lo ilustran con claridad: son tantos que pidieron a la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) que no dé su autorización a la refinería.
Varias de sus advertencias son tan graves que darían para reubicar el proyecto y replantearlo desde cero. El trabajo que queda pendiente tomará mucho más de tres años. Si López Obrador hablaba en serio cuando prometió que nadie estará por encima de la ley, entonces deberá armarse de paciencia, dejar de presionar a Semarnat e instruir a la Secretaría de Energía que haga bien las cosas y no pretenda ganar en tiempo lo que pierde en rigor y solvencia técnica.
De igual manera, , ir corriendo sin darse tiempo para emprender con seriedad las medidas de mitigación que exige la dependencia pone en riesgo a toda la región. Quizá el tema más sensible sea el del agua, y solamente elaborar el Programa de Uso Sustentable de Agua que pide la dependencia tomará más tiempo que el planteado por el presidente, sobre todo si se quiere que verdaderamente tome en cuenta las necesidades de la población local y de los nuevos grupos de población y los nuevos desarrollos económicos que llegarán a poblar los alrededores del aeropuerto. Si no se hace esto con seriedad, el aeropuerto de Santa Lucía pasará a la historia como la obra que colmó el vaso de la catástrofe hídrica del Valle de México.
El Tren Maya es igualmente preocupante en términos ambientales, pero sobre todo por lo que dice de los impulsos autoritarios de muchos en esta administración, que reproducen el despotismo que históricamente ha caracterizado a las dependencias involucradas en el proyecto, como Fonatur. Como ha repetido una y otra vez el titular de esta dependencia, Rogelio Jiménez Pons, el Tren Maya no es un proyecto de infraestructura de transportes: es un proyecto inmobiliario complementado con la construcción de un ferrocarril.
En esto, se trata de la imposición desde arriba y con todo el peso del Estado de un modelo de desarrollo centrado en la urbanización de la región y en hacer del turismo el eje clave de la economía regional, en una zona en la que organizaciones locales y un sinfín de comunidades han luchado en defensa de sus propios modelos de desarrollo y han demostrado -a pesar del abandono gubernamental y de la precariedad económica y la falta de infraestructuras- que son viables y sustentables. La postura asumida por Fonatur y respaldada por el presidente López Obrador está lejos de lo democrático e incluyente. Más bien, se trata de pasar por encima de la población asumiendo que hay una sola vía correcta al desarrollo y que ésa tiene que imponerse a como dé lugar.
Si el presidente no quiere que sus proyectos estelares se conviertan en elefantes blancos ni que terminen siendo motores de la desigualdad y del deterioro ambiental y social, entonces haría bien en replantear sus horizontes temporales y olvidarse de las prisas. Si de verdad quiere que su sexenio sea el que sentó las bases para una etapa más positiva para el país, le valdrá más pensar a largo plazo y poner más atención a los cimientos que a las ceremonias de inauguración.
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