¿Y qué hacemos con los agresores?

28 agosto, 2020

Foto: Marina Kazmirova / Unsplash

Todas pensamos que la violencia de género es reprobable, que las víctimas deben alejarse de sus agresores y rehacer sus vidas, pero hay una pregunta latente que casi no nos hemos atrevido a explorar: qué hacer con los agresores. Esta organización en Nuevo León intenta una respuesta

Texto: Mariana Orozco*

Fotos: Marina Kazmirova y Hailey Kean/  Unsplash 

NUEVO LEÓN.- Desde hace al menos tres décadas, cuando hablamos de violencia familiar o violencia de género contra las mujeres, la atención se centra en las víctimas. Esto tiene sentido: que la prioridad sea atender a quienes sufren las consecuencias de la violencia. Las campañas de violencia de género están enfocadas en las víctimas y muchas veces se les deja la carga de “darse cuenta” de la violencia; preparar un plan de huida; y sacar a los agresores de sus vidas. 

No obstante, es poca la atención que hemos puesto a los hombres en la lucha contra la violencia de género. quizá porque, al preguntarnos si los hombres son capaces de cambiar y dejar de agredir, muchas no estamos tan seguras de que la respuesta sea sí.

Rafael Limones es criminólogo y psicólogo de formación, especialista en violencia. En 2019 conversamos con él; queríamos conocer la metodología que desarrollaron él y sus colegas de Supera ––Pro Superación Familiar Neolonesa, A.C. organización de la sociedad civil en Monterrey–. En Supera, se trabaja con los dos perfiles: hombres que cumplen una medida cautelar, y jóvenes provenientes de los que ellos llaman distritos olvidados, que son comunidades muy violentas. 

Su metodología pretende que los agresores entiendan qué los llevó a conductas violentas, para así modificarlas.

Trabajar con “los malos”

––¿Cómo fue que empezaste a trabajar con hombres?

––Empecé a trabajar violencia hacia las mujeres, pero directo en las colonias, y con ellas. Veíamos que entre más trabajamos con ellas, entre más decisiones tomaban; más empoderamiento, más autodeterminación, más susceptibles a la violencia se volvían. La fragilidad aumentaba porque su pareja no estaba siendo atendida o denunciada. Así fue como me interesó el tema de la atención de los hombres.

Los hombres con los que trabaja Rafael llegan a Supera por medio de Justicia Cívica; es decir, fueron detenidos por alguna riña o por un caso de violencia familiar y fueron remitidos por el juez cívico o de control a alguno de los tres municipios donde opera Supera. 

“Cuando el juez lo ordena, las opciones son ir a grupo o cárcel. No hay de otra. Los grupos están diseñados para que los agresores no tengan escape para no asistir. Si trabajas todo el día, te vamos a atender a las 8 de la noche. Si no vas, de inmediato se informa al juez. La unidad de control de casos está a cargo del equipo de Supera en conjunto con un área policial municipal y con el juez cívico, el juez de control o la  Unidad de Medidas Cautelares Umeca)”.

El proceso

Los grupos constan de 24 sesiones a lo largo de seis meses. Las sesiones se dividen en dos partes. En las primeras ocho, se trabaja la impulsividad o el control de la violencia y de los pensamientos e ideas irracionales sobre su pareja o sobre las mujeres; o sobre el consultante como hombre, desde el machismo y la masculinidad hegemónica. El resto de las sesiones constan de meditaciones guiadas o ejercicios de mindfulness. Esto último “con el objetivo de identificar qué sucede en el momento de mucho enojo y cuando están ya en la disposición a ejercer una violencia”.

Cuando alguien llega a Supera, los responsables miden, según su expediente, qué nivel de riesgo están de ejercer violencia.

“Tenemos instrumentos de medición para evaluar los antes y después. También tenemos escalas en las que medimos la disposición a la criminalidad, tanto al robo, a la delincuencia o a la violencia de género. Y lo evaluamos de acuerdo con el nivel de riesgo: desde bajo, medio, alto y crítico». 

El crítico regularmente está relacionado con el tipo de violencia que ejerció, explica.

«Hemos tenido casos como el de un trailero que llegó, no encontró a su pareja, la buscó, la llevó a la fuerza ejerciendo violencia física, la sujetó –es un caso real– la amarró, la bañó de diésel y la intentó incendiar. Ahí fue cuando intervino la red de apoyo de la señora, él sacó un arma y empezó a disparar hasta que llegó la fuerza civil y se lo llevó». 

“También hay niveles críticos con violencia psicológica. No necesariamente tuvo que hacer todo este ejercicio de la violencia o golpes hacia ella, puede tener ideas irracionales sobre ejercer o cometer un delito mayor, como puede ser un feminicidio, violencia física mayor o desaparición de alguna de sus hijas o hijastros.”

Foto: Hailey Kean / Unsplash

Los facilitadores de Supera le comunican a los jueces del progreso de los agresores. 

¿Cómo se sabe si un agresor ya se “rehabilitó”? Rafael dice que prefiere no hablar de una “rehabilitación” en sí, sino de un “proceso de control y autocontrol, de saber que la violencia la puedes ejercer en cualquier momento y que debe haber un autocontrol constante”.

“(La palabra rehabilitación) es pensar que ya no soy violento, que soy un hombre nuevo con una nueva masculinidad. En cambio, como hombre tengo que cuidar mis violencias, y aceptar que puedo ejercer violencia si no identifico lo que pasa en mi cuerpo, lo que les pasa a mis ideas y lo que siento. Estos son entrenamientos que les damos en las 24 sesiones porque esas emociones se relacionan con comportamientos criminales y violentos”.

Cuando ellos deciden cambiar, esto se va a ver en todos sus roles cotidianos, asegura. Perderán sus relaciones secundarias. Un indicador son los amigos con los que se reunían. Otro es el reconocimiento de sus hijos o su parejas, no porque ellas quieran regresar con él, a veces ya tienen una nueva pareja, pero pueden llevarse bien.

¿Reeducación masculina o nuevas masculinidades?

Para Rafael la diferencia entre el modelo de reeducación masculina que usan en Supera y los enfoques de nuevas masculinidades es que su modelo se centra mucho en la responsabilidad de sus acciones.

“Conozco algunos enfoques de nuevas masculinidades, pero me parece que llevan a una dinámica que termina sirviendo para la justificación. Nosotros partimos del modelo reeducativo, de un modelo terapéutico educativo muy centrado en el daño que ejerciste. A veces nos dicen ‘es que me abandonó’.

Nosotros decimos: ‘Sí, te abandonó por tu responsabilidad, por tu violencia, que ahora se llama delito’. Es un modelo reeducativo centrado en el proceso personal del hombre que ejerce violencia. Tratando de disminuir cualquier otro tipo de violencias en él”, explica.

La mayoría de los hombres que van al grupo ya están al final de su relación de pareja. Entonces pueden llegar como víctimas o pueden llegar enojados, y eso es crucial para los facilitadores. 

Rafael explica que si no hay un trabajo adecuado se puede terminar con la situación de la persona: pobrecito, viene sin sus hijos; pobrecito, viene sin su mamá; su pareja lo dejó y le quitó la casa. Ese discurso machista, misógino: ella me quitó la casa, me quitó los hijos, no me deja verlos, no hay justicia para mí, no hay un grupo para mí, no hay una atención para mí, nada más para ellas.

“Se olvidan de que si están en un grupo es porque la justicia también está viendo que ellos vayan a atenderse y a reeducarse. Que sus hijos o hijas no los quieren porque hay horror, miedo y enojo después de lo que vivieron en sus primeros años. Y que ellas decidieron alejarse por seguridad, porque identificaron que el asesino vivía en casa. Regularmente en el imaginario, la casa es un lugar fantástico, el lugar más seguro para la familia, pero no lo es para las mujeres. Posiblemente para el hombre, porque el hombre tiene el control de la familia y de la casa, pero no para ella ni para los hijos”.

Pero no hay «nuevas masculinidades», insiste. «Son masculinidades, son hombres. Las nuevas masculinidades vienen de una corriente medio positivista; de la que se parte de que nosotros somos nuevos y mejores hombres, y no. Somos los mismos hombres, pero con una cuestión de convicción nos lleva más allá, a repensar cuál es mi papel en la relación de pareja, como papá y como pareja. Y desde ahí cuestionarnos cuál es mi papel en la decisión dentro de los espacios de la casa, desde los muebles, desde el control de dónde va cada objeto”.

El control como el origen de la violencia

Para Rafa, el tema del control sobre la pareja es crucial, pero difícilmente se identifica como violencia.

“El control es lo que menos identifican como un tema de violencia, porque en el control está sustentado en roles de género. Los roles de género están basados en el machismo, en la cultura hegemónica ligada al control de los hombres sobre el cuerpo. A veces pasa que designan a sus esposas para que decidan dónde van los objetos, pero luego usan eso para violentarlas: ‘ ¿Por qué pusiste aquí la lámpara?’, ‘Pues porque me dijiste que yo decidiera’. Todo eso es una forma de control. El control es algo que los identifica y fíjate que es lo más difícil para poder generar una transformación, una reeducación en los hombres.”

“Este tema lo abordamos en los grupos; sobre todo cuando tratamos el cuadro del riesgo fatal, que son las sesiones técnicas. A través de un ejercicio guiado y una relajación corporal, llevamos a los hombres a que identifiquen el momento en el que el violentaron a su pareja. Tenemos desde hombres que la acuchillaron y fueron al grupo porque ella [sobre]vivió, hasta hombres que trataron de asfixiarla.”

Como la historia de un joven de 23 años que se encontró a su expareja en un baile. Le preguntó: “¿Por qué no estás cuidando a mi hija?”, y ella le dijo: “¿Por qué no la estás cuidando tú?”.  Él decía “pues yo esperaba que me dijera que la estaba cuidando su mamá o alguien más, pero no esperaba que me dijera eso. En ese momento, yo sentí mucho enojo, porque por qué la voy a cuidar si ella se separó de mí”.

Ahí empieza la recomposición de las ideas, dice Rafael. Cuando él se da cuenta que ya perdió el control de su tiempo y de su cuerpo. Ella ya toma sus decisiones, salió y dejó a su hija con su papá y su mamá para que la cuidaran. 

“Ahí hay un tema muy crucial, como él se va justificando. Nos dice que fue a buscar a su hija con los papás de la joven y no lo dejaron verla porque llegó tomado. Él regresó, se llevó al perro, le cortó la cabeza, regresó al baile y dejó la cabeza del perro en el carro de la chava. En términos de violencia física pues no le pasó nada a ella, ¿no?, pero el nivel de riesgo es muy crítico porque el perro es un ser vivo. Si no detenemos esa violencia no sabemos qué va a pasar después”.

Rafael relata que el joven estuvo en tratamiento, para entender cómo construye sus ideas, muy en desconexión con sus emociones. En dónde y en qué parte del cuerpo identifica sus emociones, y qué emociones constantemente viven los hombres, ligadas a qué ideas. 

“Y por ahí analizamos el tema del lenguaje corporal. Lo primero que identifica un hombre cuando hay mucho enojo, antes que el enojo, antes que una idea, es una sensación corporal. Hay una sensación y posteriormente vienen ideas. ‘¿Dónde estabas?, es que no me tomas en cuenta’. Lo primero que pasa y temen es perder el control. El control de sus parejas casi siempre. Entonces intentamos que lo hagan consciente”.

Lo que les molesta sobre perder el control de las decisiones de su pareja se construye a partir de relaciones de ellos mismos con otros hombres. 

“’Tú eres el hombre que debe tener el control de tu pareja, debes ser el que decide, debes de tener la última palabra ante todo’. Cuando no sucede eso tu hombría queda debilitada y sólo a partir de los golpes y a partir de los gritos puedes volver a tomar el control de ello, o sea, incluso de la vida de ella. Y se empiezan a justificar y a construir ideas irreales con respecto a la vida de sus parejas. ‘Si ella tiene una relación de pareja yo soy el dueño de su vida y puedo ir y quitarle la vida a ella, a sus hijos e hijas’”.

Rafael considera que se debe hacer trabajo con agresores, con organizaciones, con gobierno, algo que intentan desde Supera.

“Para erradicar la violencia de género contra las mujeres, no basta con atender a las víctimas, es necesario transformar ideas enraizadas en la masculinidad hegemónica, mismas que se materializan en el control de los hombres sobre la vida de las mujeres, cuya expresión más dramática es el feminicidio”, dice.

*Mariana Orozco es Coordinadora del Programa de Género y Violencia Feminicida en Nuevo León en Data Cívica A.C.  Este texto incluye fragmentos de una entrevista que le hicimos después de su participación en un ciclo de conferencias en el Tecnológico de Monterrey, campus Monterrey, en el marco del diagnóstico para el programa: “Hacía un nuevo entendimiento del feminicidio: prevenir y detectar la violencia feminicida en Nuevo León”, llevado a cabo por Data Cívica A.C. y Alternativas Pacíficas A.C., financiado por USAID.

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