“Uno no amanece ‘deconstruido’ de la noche a la mañana”

23 abril, 2019

¿Puede un hombre machista dejar de serlo? ¿Qué compromisos exige eso? En el contexto del #MeTooMX compartimos el testimonio de un hombre que violentó mujeres en el pasado e inició un proceso para dejar de hacerlo hace varios años.

Texto: Lydiette Carrión y Daniela Rea

Fotografía: Ximena Natera

CIUDAD DE MÉXICO.- A Mario, lo conocemos desde hace más de 20 años y de alguna manera hemos sido testigos de su transformación. Si bien es una persona a la que no vemos mucho, mantenemos un contacto constante con él desde redes sociales, y coincidimos en espacios de lucha. Sabemos que tiene una trayectoria política, que es dibujante desde que era adolescente, y que siempre mantuvo un interés profundo en la sociedad, un grado de compromiso.

De Mario sabíamos poco acerca de su relación con otras mujeres, hasta que a lo largo de los años fuimos testigos de un cambio en su discurso. Fuimos testigos también de cómo cortó de tajo con amigos abiertamente machistas.

Todo esto no lo decimos en aras de “ensalzar” a Mario. Sino de narrar lo difícil que es atestiguar y documentar que un hombre trate de superar sus propios atavismos. Proceso que, por supuesto, nunca termina.

Es difícil por varias razones: primero, porque, desde nuestra experiencia periodística empírica, ha sido difícil hallar hombres que reconozcan sus machismos y busquen de forma sistemática deshacerse de ellos.

Segundo: consideramos que, para recabar un testimonio así, necesitábamos tener certeza de que este proceso no era reciente ni breve, sobre la ola del movimiento feminista de los dos últimos años, sino producto de varios años de revisión interna.

Tercera: porque la mayoría de los hombres que cumplían esto último se sentían demasiado incómodos como para hablar.

¿Por qué iniciaste este proceso de revisión de machismos y cómo lo llevaste a cabo?

¿Cómo fue el proceso de «amigo, date cuenta»? No puedo hablar de un momento de “epifanía” en el que, de pronto, me di cuenta de qué tan idiota había sido y cuánta violencia había ejercido, porque en realidad ha sido complejo, y asumo que continúa. En este tipo de cosas, supongo, no se puede hablar de un proceso terminado, sino de un gerundio. Es decir; uno no amanece «deconstruido» de la noche a la mañana, sino que se está deconstruyendo constantemente.

Imagino que un punto de inflexión temprano fue cuando, en el bachillerato, una pareja me dijo algo como: «Siendo sinceros, ¿tú andarías con alguien como tú?».      

Me gustaría decir que, a raíz de eso, cambié muchas de mis actitudes… Pero lo cierto es que durante mucho tiempo después de eso seguí reproduciendo algunas de mis violencias; es sólo que éste es uno de los primeros cuestionamientos reales que puedo recordar a algunas de mis prácticas de masculinidad que, hasta entonces, daba por naturales.

Y el proceso siguió, incipiente y la mayor parte del tiempo inconsciente, durante mi largo e involuntario alejamiento del mundo académico, en particular por uno de los trabajos que ejercí en ese entonces: el de escritor–dibujante–entintador de historietas abiertamente porno.

En aquel entonces era común que algunas historias de las que presentaba fueran rechazadas porque daba demasiado protagonismo o poder de decisión a la protagonista femenina. De acuerdo con el criterio de mi editor, «los lectores no querían ver mujeres protagonistas, sólo ‘acción’* cada dos o tres páginas…». Esto me llevó a plantearme en qué tantas de mis lecturas habituales y escritos las mujeres dejaban de ser protagonistas para transformarse en meros reclamos sexuales para el lector.

De cualquier forma, esto también es sólo un paso más en un proceso que distaba mucho de estar completo, porque a mi regreso a la universidad y en las relaciones que en ese entonces construí, reproduje algunas de las violencias que ya he reconocido.

De hecho, fue justamente por uno de los «rompimientos» frecuentes en una de estas relaciones (una particularmente tóxica), que mi terapeuta me recomendó asistir a un taller sobre masculinidades… Supongo que es entonces cuando pude verbalizar adecuadamente el daño que yo causaba a mi intermitente pareja y cómo éste permitía que ella, a su vez, me dañara (como dije, no era una relación sana).

Y el proceso continuaba, porque a pesar de esta conciencia en lo que respecta a relaciones personales, ciertas racionalizaciones bastante machistas sobre movimientos sociales y el papel de las mujeres en general, y de algunas de ellas en particular en éstos, continuaban como parte de mí.

Y aquí, creo, entra mi paso por el periodismo. Fue el cubrir cosas como los feminicidios en Ciudad Juárez o el submundo de la prostitución y la pornografía infantil lo que externó la conciencia ya incipiente de que la bronca no era sólo de actitudes personales, sino de una violencia sistémica y sistemática.

Y el proceso siguió y sigue, acompañado de lecturas y de pláticas con las mujeres cercanas a mí o no tanto… Como dije, el proceso en sí no puede darse por concluido, sino que es constante; el darse cuenta de qué tan idiota fui en el pasado, para saber reconocer qué actitudes mías y de los demás son parte del problema.

¿Qué violencia reconoces que cometiste?

No me siento orgulloso de esto y, por supuesto, no pretendo generar ningún tipo de simpatía… La violencia que ejercí contra las mujeres que me rodeaban tomó múltiples formas, sin llegar a la agresión física como tal, pero no por eso menos invasiva.

Obviamente no es posible hacer un relato pormenorizado de todas las violencias pequeñas y grandes que, en tanto varón heterosexual, pude ejercer contra mis compañeras sexoafectivas, amistades, familiares y conocidas cercanas o no tanto… Ésta fue desde el acoso “romántico” hacia intereses relacionales, pasando por la invasión visual del espacio personal de desconocidas en la calle y transporte público (sin llegar al contacto físico), presionar anímicamente para mantener relaciones sexuales con parejas “formales” u ocasionales, menospreciar la participación de mujeres en actividades socio-políticas o académicas, por “malcogidas”, y hasta el haber aprovechado el estado de embriaguez de una mujer para obtener, si bien no una relación sexual con penetración, sí juegos eróticos.

Lo triste de todo esto es que este listado podría terminar con un “lo normal” dentro de un ambiente pretendidamente progresista, pero con fuertes atavismos patriarcales.

¿Tienes miedo de algo? ¿Culpa?

Miedo, propiamente, no… Al menos no en el sentido de que alguna de mis acciones del pasado pudiera “salir a la luz”, porque en distintos momentos afronté éstas y asumí la responsabilidad ante a quienes afecté y el entorno social en el que les afecté.

La culpa, por otra parte, permanece… No en el sentido de posibles consecuencias de mis acciones, sino en el sentido de la conciencia de haber lastimado a quien quería, pudiendo haberlo evitado.

¿Cómo dañaste a tu compañera o amiga, familia, y de qué forma este daño te lastimó a ti también?

Obviamente sólo puedo hablar desde mi perspectiva y, por ende, la visión que pueda tener del daño que causé a las mujeres en mi entorno es limitada. Sé, por pláticas posteriores con algunas de ellas, que les dañé emocionalmente al minimizar sus aportaciones y menospreciar sus capacidades.

Sé también que causé daños al violar la confianza en mí depositada y platicar cosas que se me habían confiado a quienes no debería haberlas platicado.

Soy consciente de que, en más de una ocasión, me [adjudiqué] el derecho de decidir sobre quienes podían o no relacionarse… ya ni siquiera con mis parejas afectivas, sino incluso con amistades femeninas cercanas. Esto último no en el sentido de “prohibir” expresamente a alguien que tuviera una u otra amistad, sino que tomaba acciones y chantajes emocionales para que ellas “por decisión propia” se alejaran de ciertas personas.

En tanto perpetrador de estas acciones, en realidad, no importa qué tanto éstas también me “lastimaron” o si llegaron a hacerlo. Llegado el caso se podría decir que ciertas actitudes de celotipia ocupaban tiempo y atención que podrían haberse destinado a mejores actividades, que empleé recursos que podrían haber tenido una mejor finalidad y que mis acciones, evidentemente, afectaron no tanto mi “imagen pública”, como sí aquella que personas cercanas y a quienes estimaba tenían de mí, llegando incluso a creerme capaz de realizar acciones que yo consideraría impensables (cosa que fue aclarada en su momento).

¿Qué acciones realizaste para reparar el daño?

En la medida de lo posible, y en cuanto fui haciéndome consciente del grado de violencia que mis actitudes habían implicado, pedí disculpas a quienes afecté y reconocí las culpas que pudiera haber tenido… En más de una ocasión, aceptando lo difícil o hasta imposible de reconstruir una relación afectada por mis acciones, debí despedirme de personas valiosas y queridas, a fin de que ellas fueran libres de construirse y construir sus entornos sin la presencia de quien, así fuera involuntariamente, les agredió.

¿Qué ha sido sanador para ti, para tu familia y las personas en tu vida?

Reconocer la violencia ejercida y reparar, en la medida de lo posible, el daño ocasionado.

¿Cómo te sentirías seguro en la comunidad para seguir transformándote y transformando tu entorno? [Nota: el sentido de esta pregunta era confrontar también las dificultades que los hombres tienen para transformar sus propias violencias, debido a que romper los pactos de complicidad entre hombres generalmente aísla al hombre que lo hace.]

No creo que, en tanto varón heterosexual, la cosa deba centrarse en cómo me sentiría yo “seguro”, sino en cómo cambiar las cosas para que la seguridad sea el común denominador para todes y todas en particular… Y esto pasa, necesariamente, por socializar nuevas formas de masculinidad y señalar en cualquier oportunidad, así cueste “amistades”, aquellas actitudes y acciones que implican violencia contra las mujeres.

Ésa es la única forma que veo de construir comunidades y transformar el entorno.

Contenido relacionado:

Sexta entrega: MeToo: ahora toca imaginar

Quinta entrega: ‘Se puede construir desde el daño que dejó el abuso sexual’

Cuarta entrega: ‘Debemos cuestionar la impunidad como única forma de convivencia’

Tercera entrega: ‘Le hemos dado nuestra vida al Estado y nos ha fallado’

Segunda entrega: ‘Cargo cicatrices que me hacen repetirme: soy porque he luchado’

Primera entrega: ‘No hay reparación del daño’

Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).

Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.

Periodista visual especializada en temas de violaciones a derechos humanos, migración y procesos de memoria histórica en la región. Es parte del equipo de Pie de Página desde 2015 y fue editora del periódico gratuito En el Camino hasta 2016. Becaria de la International Women’s Media Foundation, Fundación Gabo y la Universidad Iberoamericana en su programa Prensa y Democracia.