‘Ningún hombre es inocente’

29 abril, 2019

Desde el 2003 opera en Ciudad de México un espacio para que hombres asuman su violencia y dejen de ejercerla. Al menos 4 mil han asistido a la terapia. Sin embargo, la mayoría llega por orden de un juez o un psicólogo, y menos de la mitad termina el taller.

Texto: Vania Pigeonutt

Fotografías: María Fernanda Ruiz

Hay siete hombres sentados en círculo en un salón blanco. Todos reconocen que han ejercido violencia contra sus parejas.

“Este lugar es antimachista”, dicen las letras doradas de una placa metálica de la sala. Rubén Guzmán, uno de los facilitadores de la terapia grupal “Hombres trabajando (se)”, escribe en el pizarrón que abarca una pared los principales conceptos a desarrollar: espacio físico, espiritual, cultural, intercultural, yo real; tipos de violencia; palabras como autoridad, poder, control y dominio, frustración.

A este programa de la asociación civil Género y Desarrollo (Gendes), llegan a tratarse hombres de entre 18 y 70 años enviados por psicólogos, abogados que llevan divorcios, instituciones públicas como la Secretaría de la Mujer, tribunales, Ministerios Públicos y asociaciones civiles que defienden los derechos de mujeres; pocos llegan por su cuenta.

Es martes. Han pasado tres semanas de la más reciente ola del movimiento #MeTooMx en Twitter y Facebook, que obligó a los gremios de periodistas, músicos, académicos y escritores a asumir la existencia del acoso y múltiples violencias machistas en casa. Acá todo transcurre sin novedad. Si hay periodistas, escritores y músicos cuestionando sus violencias, a Gendes no han venido. No aumentó el número de hombres empujados por la denuncia en redes sociales.

Son las 19:00 horas. Los cinco hombres que asisten al programa, llamados usuarios, llegan casi puntuales, uno de los requisitos. Se acomodan alrededor de sus facilitadores, Rubén y Guillermo, quienes llevan una bitácora.

Durante la sesión de terapia –que existe desde 2003–, los hombres inspeccionan su machismo, lo reconocen. Admiten que han sido violentos. En un año, el grupo debe reconocer diferentes formas violentas: física, psicológica, emocional o sexual. Y por supuesto, replantearse un cambio, si no las charlas servirán de nada.

En las próximas dos horas y media, entre todos identificarán, a partir de sus situaciones, las violencias en las que han incurrido. Otro requisito es no coludirse, un término que emplean para justificar sus actos. Escuchan de inicio los compromisos que mantendrán durante las 52 sesiones que deben estar juntos. Después desmenuzan los conceptos. Y se plantean nuevos compromisos.

Gendes cuenta con diversos cuadros, fotos e ilustraciones en su espacio que invitan a cuestionar el machismo.

Seis de cada 10 asistentes no terminan el programa, advierte Mauro Vargas, director general de Gendes y creador del modelo de Centros Especializados para la Erradicación de las Conductas Violentas. Más de la mitad de los usuarios. El programa es disruptivo para los asistentes. No todos aceptan que son violentos. Mauro explica que aunque no haya manera de medir cuando un hombre avanza, tienen la certeza de que los facilitadores notan esos cambios.

“Pueden decir que hay un avance cuando el hombre empieza a identificar señales. Cuando el hombre va empleando de manera adecuada sus conceptos, cuando ejemplifica de manera acorde de cuándo hace sus retiros… (La terapia) incluye una revisión de qué es ser violento. Es un proceso psicológico de reidentificación. Una reconstrucción alternativa a la violenta”, detalla.

Mauro cuenta que trabajan con hombres para que se den cuenta cómo construir su nueva identidad, y que sean conscientes que la existente fue aprendida en forma tradicional: “Esa identidad se construye de manera machista. Genera daños a partir de la violencia; daños autoinfligidos, hacia el entorno, hacia ellas”.

Un hombre de unos 40 años con un estampado de una banda de metal en la playera comienza a leer el manual, que sólo los usuarios de menos de tres sesiones pueden revisar. Los demás deben saber los 11 compromisos y los dicen al grupo. Las terapias cuestan 100 pesos cada sesión, y es uno de los compromisos: asumir este costo.

–Yo me comprometo a ser íntimo, igualitario y no violento.

–A satisfacer mis necesidades, sin esperar servicios (que una mujer las cubra por él).

– A mantenerme en mi ‘Yo Real’ y a proponer un tiempo fuera antes de ser violento.

–A no seguir a mi pareja.

–A no culpar ni responsabilizar a mi pareja por mis ejercicios de violencia…

Durante la sesión todos escuchan y participan. Para interrumpir a otro piden la palabra diciendo: ¿Puedo? Luego de los compromisos los hombres contestan casi al unísono, después de que sus compañeros callan: yo te apoyo. Misma frase empleada para exponer experiencias y avances durante las semanas y recibir retroalimentación.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU)-Mujeres considera que en México existe un grave contexto de violencia estructural contra las mujeres. Según los datos aportados por la organización, el 66 por ciento de las mujeres mayores a 15 años han sufrido violencia en la familia, en la escuela, en su comunidad o en su relación de pareja.

En México hay 18 alertas de género, que contemplan presupuesto público para acciones contra la violencia machista y feminicida. El país es de los más feminicidas en América latina. Las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública señalan que en los tres primeros meses de este año 9 mujeres fueron asesinadas cada día. La ONU calcula que a diario ocurren en promedio siete feminicidios en casi total impunidad; el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio señala que sólo el 1.6 por ciento concluye en sentencia judicial.

La desigualdad como violencia

Carlos Acuña es un escritor y periodista mexicano de 31 años de edad. Comparte a Pie de Página su experiencia después del #MeTooMx.

“Ningún hombre es inocente”, dice y aclara que se refiere tanto al mundo laboral, como al familiar y a la vida cotidiana. Lo afirma con cautela. No quiere ser considerado aliado, ni hombre feminista: “Sé de hombres que en lo público dicen luchar por un mundo más equitativo, mientras que en lo privado, en lo íntimo, se comportan de forma atroz”.

Acuña creció en una familia de izquierda conformada por él y otros dos hermanos, todos hombres; su padre, maestro de literatura; su madre, ama de casa. De ellos aprendió cierta rebeldía y la inclinación por la escritura. De su madre aprendió a ser frágil y a callar.

Considera que en México el machismo se suma a otro mal general: un completo analfabetismo emocional. No es que a los niños les enseñen a ser duros desde pequeños, es que jamás les dicen cómo manejar sus emociones, el fracaso, el rechazo, el cuidado mutuo.

Quizás por esa certeza, el #MeTooMx lo impactó sobre todo en el plano familiar. Acuña tiene una hija de cinco años pero no vive con la madre de ésta. Es consciente de que ahí, en las labores de cuidado, existe una desigualdad. “Y aunque vea a mi hija cada semana, aunque pague su escuela y una parte de los gastos, aunque la ame con brutalidad, sé que en la labor del cuidado y de crianza existe desigualdad”.

 En su opinión, esta desigualdad persiste en casi cualquier ámbito, incluido el laboral.

“Y es inevitable. Cuando aparece el #MeToo piensas: ‘yo soy el próximo’. Y haces un repaso por toda tu vida y sabes que sí: que ha habido momentos en que, por más buena persona que seas, has cruzado una línea. Tal vez no violaste a nadie, tal vez no acosaste a nadie en términos estrictos. Pero has participado en esa desigualdad. Si la denuncia es verdad o es mentira importa sólo en términos periodísticos; lo cierto es que el #MeToo nos provocó miedo a todos. Y esa sensación de miedo me pareció justa. Sí, es posible, sé de varias denuncias que fueron completamente falsas o bastante dudosas… Pero la sensación de vulnerabilidad hacia mí, mi trabajo y mi reputación, debe ser muy similar a la sensación de miedo que tienen las mujeres todos los días”, asume.

Carlos dice que no va a terapia, pero no significa que no esté capacitado para reconocer sus errores, asumirlos e intentar, simplemente, no ser una persona dañina. Su proceso de entender la desigualdad fue multifactorial: desde su familia hasta el trabajo.

Considera que: “No soy violento, pero tuve una relación violenta. En donde ambas partes caímos en violencia emocional e incluso física. Nada irremediable, pero eso me obligó a revisar cómo se gestan y desarrollan mis relaciones. Mi familia. Mi hija. Y la relación con su madre. Entiendo que en el trabajo de cuidado existe una desigualdad. Y que necesito resarcirlo no sólo con la mamá de mi hija y mi hija misma, sino con la mujer en general”.

Considera que sus cuestionamientos son más allá del machismo: también se pregunta sobre la educación sentimental de este país. Que le parece casi nula.

Él no se considera violento, pero sí logró detectar momentos de violencia que ha ejercido con ex-parejas, incluso con mujeres de su familia, a partir de ser padre.

De las redacciones ha entendido que las mujeres tienen todas las desventajas. No sólo ha visto de cerca cómo colegas han sido acosadas y violentadas, también ha percibido la desigualdad salarial entre ambos géneros, los editores suelen preferir los temas de los hombres, “la estructura entera suele beneficiarnos, pese a que siempre hay más mujeres en una redacción”.

Esto genera ambientes hostiles, resentimiento, luchas de poder y falta de confianza en los espacios de trabajo: todos los elementos para no poder trabajar en paz. Y del feminismo aprende. Por ejemplo, de la capacidad de cuidarnos. “No es solamente por el machismo lo que nos hace esto; es la dinámica de explotación laboral, la competitividad, la falta de educación emocional, la interacción digital. Y de lo que se trata de volver a los afectos reales”.

Aunque no lee compromisos diarios ni platica con tantos hombres al respecto, toda la ola expansiva de denuncias confidenciales le remite a la familia, que es donde se incuban los mayores demonios, dice, y a partir de ese punto: “Quiero hacer lo posible para que mi hija, mi pareja, mis subordinadas, mis vecinas, no enfrenten relaciones de incomodidad. Que no se sientan incómodas, ni por mí ni una situación donde yo participe. ¿Por qué voy a guardar silencio? ¿O por qué voy a invitar a un proyecto a un cabrón que tiene un historial de acoso?”.

El yo real

Terapia de círculo de hombres de Gendes, en la Ciudad de México.

Los cinco usuarios siguen en círculo. Durante toda la terapia están en esa posición. Se ven las caras y directo a los ojos, en varias ocasiones.

–Este soy yo–. Repiten con la mano derecha tocando el corazón y la izquierda en el abdomen. Inhalan y exhalan por la boca y repiten la misma respiración 10 veces.

La intención de decir “Éste” y luego al exhalar “soy” es para conectarse con el hombre que son sin ser violentos: su yo real.

Guillermo Mendoza Rivera es psicólogo de profesión. Antes de ser facilitador fue usuario y recuerda esas sesiones bien. Él pensaba que no era violento. Pero descubrió que el ser sarcástico, irónico, y desde su posición como psicólogo, sentía que contaba con la verdad absoluta.

Como Rubén, Guillermo llegó a Gendes también como usuario. Rubén empezó en las terapias de reencuentro, sesiones que consideran tanto a hombres como a mujeres. Guillermo dice que todos los que llegan lo hacen en crisis. Dice que no hay claridad de conceptos. En su experiencia los hombres desconocen que hacer silencios, contestar de manera agresiva o no contestar también son formas de violencia.

El proceso implica que el hombre se vaya dando cuenta de cómo es el proceso violento, se da cuenta qué es la violencia, cómo puede pararla, cómo puede resignificarse, qué puede hacer para activar el cambio ya.

Lo más difícil es “dejar los privilegios” enfatiza Guillermo, mientras admite que el llamado espacio cultural es lo que más normalizado tenemos. Rubén lo ejemplifica: “Son los códigos aprendidos. Yo como hombre aprendo que mi pareja tiene que estar en servicio, impongo las reglas, ella va a hacer lo que se le da la gana”.

Guillermo asegura que quienes llegan a Gendes llegan en crisis. En ocasiones porque la pareja los amenazó y están acá cuatro sesiones. “Eso es un problema, que la pareja los perdona y regresan. Somos analfabetas emocionales: acá se trabaja mucho con la emoción”.

Él siente que no pueden cambiar a todo un sistema. Pero sostiene que la cultura la generamos las personas. “Yo me conformo que haya un cambio realmente en 10; cambio de fondo, no de forma, son muchos años de estar criados en una estructura patriarcal, como para decir que 52 sesiones te cambiarán por completo”.

En Gendes han pasado al menos 4 mil hombres, y de éstos Guillermo recuerda a una mujer que dijo que su esposo sonrío por primera vez en unas vacaciones. Otro que fue un año y medio y dejó de ir porque “quería vivir el embarazo con su pareja”. Otros que no vuelven después de hacer esta revisión profunda.

Aprendió y enseña que hay violencias verbales, económicas; físicas alrededor. Un usuario llegó admitiendo que aventaba las puertas, o hacia ademanes muy marcados. Fueron cosas que desaparecieron.

Tanto Rubén como Guillermo explican a los otros hombres qué sí de sus situaciones es violencia, y qué tipo es.

–Le revisé el celular a mi mujer, dice el hombre playera estampada, sobre su situación a trabajar durante las dos horas y media

–¿Por qué lo revistaste?, le pregunta Rubén.

–Porque ella también lo hizo.

–¿Puedo?, le dice otro usuario al nuevo y le comparte su opinión: –Te estás coludiendo.

–Cierto. Invadí su intimidad. Este hombre observa en el pizarrón los conceptos y determina: Ejercí violencia emocional…

La terapia considera a las parejas. Alguien da seguimiento cada semana durante el tiempo que el hombre acude a sesiones, y son ellas las que reportan algún avance.

Un machismo aprendido, dice Guillermo, es quererse ver como el hombre proveedor. Muchos amenazan económicamente a la pareja. “Como son los que trabajan o tienen el mayor ingreso económico”, dice, son quienes piensan que sin ellos sus parejas no podrán seguir adelante.

Guillermo aprendió que existe un pacto de caballeros. “Yo le digo a un compañero que es violento y me deja de hablar, mi círculo se hace más pequeño. Eso, o me coludo”. Él opta por la posibilidad de decir “a ver, compa, te aprecio, pero esto que estás haciendo no está chido”.

El autocuidado de mujeres acabará con la violencia

Karina Vergara, pedagoga lesbofeminista, considera que éste es un momento histórico donde las mujeres nombran la violencia. “El monstruo se asusta ante la dimensión de su imagen en el espejo”, dice cuando la violencia se revela a los hombres. “Todos los hombres participan de esta cultura misógina, ya sea viviendo en el privilegio o tolerando estas prácticas”.

Para Karina una vez nombrada la violencia es imposible desnombrarla. Sólo queda la revisión profunda de quienes asumen ese compromiso. No cree que el antagonismo termine. O que las mujeres elijan seguir buscando justicia.

“Yo creo firmemente que hay un paralelo entre los procesos psíquicos interpersonales y los procesos psicosociales”, dice. Para ella las llamadas nuevas masculinidades son la respuesta al hartazgo y la denuncia por parte de las mujeres. Sin embargo, el círculo vicioso en el que viven  las mujeres (te abuso, te violento, la otra verbaliza, el hombre finge cambiar) permanece, es decir, no cambian las relaciones de poder.

La pedagoga considera que para que haya un cambio profundo pasarán años. El sistema de dominación no cambiará porque se admita un problema. Las violencias colectivas están palpables, pero eso no implica que hombres trabajando sus machismos cambiarán. Porque no es una revisión general.

Del #MeTooMx considera que, incluso con la potencia de la denuncia, quedó marginal porque no llegó a los sectores que no cuentan con redes sociales o que no las usan para la denuncia. Karina explica que el #MeTooMx forma parte de un proceso histórico que ya no se detiene, que se gestó en los 70, cuando el feminismo radical nombró el patriarcado como un sistema de dominación del que devienen todas las violencias.

En su opinión no son los hombres revisando sus violencias quienes lograrán la igualdad. Son otras mujeres a partir del autocuidado, del generar redes con otras, quienes transformarán este sistema de dominación. Es incrédula de este tipo de terapias grupales de hombres. Considera que reafirman sus violencias.

 ***

En Gendes se lee en las paredes qué sí es violencia: “violentamos a las mujeres cuando suponemos que todo lo femenino es inferior a lo masculino”. Y en sus paredes hay recordatorios que les dicen que hasta en la publicidad hay un machismo implícito desde la cultura.

Frases que violentan como: “vieja el último”, “seres de cabellos largos e ideas cortas”, “calladita te ves más bonita”, “Mujer que sabe latín no tiene marido ni buen fin”, “No hay más bello color para las mejillas de una mujer que el color con el que la vergüenza las tiñe”, “una mujer bonita no coquetea, sólo sonríe”, “Tanta curva y yo sin frenos”.

Hugo Barbosa, coordinador de Hombres Trabajando (se)

Hugo Barbosa, coordinador de “Hombres trabajando (se)”, considera que también hacen falta políticas públicas reales para combatir la violencia. Son insuficientes. Trabaja con masculinidades alternativas desde 2011, y en perspectiva de género, dice, “estamos en pañales”.

La Secretaría de Salud federal piloteó en 2008, un programa que incluía a hombres para trabajar violencia familiar. Diez años después terminó de instalarse en las 32 entidades federativas; Ciudad de México fue la última. No existía siquiera el personal idóneo en ninguna entidad, pero fue ésta la que instauró el mecanismo hasta el final. Ni hay a la fecha mecanismos de seguimiento, de los avances de otros hombres.

Además, aunque Gendes tiene presencia en otros estados Baja California Sur, Sinaloa, Puebla, Tlaxcala, Oaxaca, si la federación no invierte recursos desde sus dependencias, el problema seguirá escalando. Una ventaja es que ya se mide, tres décadas atrás ni siquiera se nombraba.

Mauro considera que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador tiene una política regresiva en materia de equidad de género: “No sólo se está limitando, sino que se está frenando el poco avance que teníamos. Cierran los refugios, las guarderías, todo lo que se tardó en que hubiera titular en la Semujer; las políticas están atrasadas”.

Un cartel predomina en una de las recámaras donde hay sesiones individuales: “Si para ser bien hombre necesitas ser macho, no eres suficiente hombre”.

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