Prejuicios, desinformación y rechazo a lo diferente hacen parte de la vida cotidiana de Acayucan, una comunidad del sur de Veracruz donde el 9 de agosto fue asesinado a pedradas Miguel Medina, un joven de 21 años que quería ser modelo. La Fiscalía estatal tiene un presunto culpable que ya está detenido, pero la homofobia no está sólo en la cabeza del asesino
Texto: María Ruiz
Fotos: María Ruiz y cortesía
ACAYUCAN, VERACRUZ.- Miguel Medina creció en este lugar comiendo mangos con sus hermanas y dibujando caricaturas en los apuntes de la escuela. Honesto, auténtico. Así lo define su familia.
Quizá por eso, después de que lo asesinaron, algunos medios de comunicación lo describieron como un activista de la comunidad LGBTIQ+, aunque no lo fue, porque nunca escondió su orientación sexual.
Su plan no era quedarse en esta ciudad del sur de Veracruz. Tanto él como sus dos hermanas querían irse. Su primo, Alex Lara, describe la ciudad como “un lugar tan pequeño que no ofrece una cuarta parte de lo que el mundo es en realidad”.
Acayucan es una ciudad cálida y húmeda al sureste de Veracruz. Aunque la mayoría de la población es católica, de esquina a esquina hay templos cristianos y paredes con pasajes bíblicos que invitan a hacer el bien.
Hace cuatro años abrieron el primer cine y hay una cafetería Italian Coffee donde puedes comer pizza. Para divertirse la gente va al “parque”, una explanada con kiosko y bancas para sentarse a alimentar palomas. Ahí Mike se reunía con su grupo de amigos a escuchar canciones de RuPaul y mirar a la gente pasar.
La primera en irse de Acayucan fue la mayor de las hermanas Medina. Luego la alcanzó el resto de la familia. Se fueron a la Ciudad de México. Sus hermanas cuentan que hicieron la mudanza en Metro: llevaron sus cosas de Pantitlán a Velódromo. Esa fue su primera aventura. Durante seis meses los tres hermanos durmieron en la misma cama hasta que su madre también se mudó a la capital y se movieron a una casa donde cada quien tuvo su cuarto.
Los cambios siguieron: la hermana mayor dio el primer paso y decidió independizarse; la segunda hermana se casó y Miguel y su madre regresaron a Acayucan.
Desde que volvieron, el 22 de diciembre pasado, Mike, como le gustaba que lo llamaran, lanzó una advertencia: era un regreso temporal, en un año regresaría a la capital a terminar el curso de inglés que dejó incompleto y a perseguir su sueño de ser modelo.
Estaba lleno de futuro. Tanto, que conforme pasan los días su familia y amigos recuerdan algún plan pendiente: su fiesta de cumpleaños, la boda a la que iba a asistir con la abuela, la reunión en la papelería, la ida familiar al cine… todo se truncó el 9 de agosto, un mes antes de cumplir 22 años, cuando lo asesinaron a golpes en el panteón local.
De niños no hablaban del futuro pero cuando crecieron vieron que ese lugar no era suficiente, cuenta Alex Lara, primo de Miguel. Aunque su principal conexión era su orientación sexual los últimos meses comenzaron a unirse a través del arte.
“¿Qué te puedo decir de ser gay en provincia? Al menos en una ciudad tan chiquita como Acayucan es bastante difícil crecer así. La sociedad es bastante homofóbica, todavía muchos creen que es una decisión y que ser gay es sinónimo de SIDA”, dice Alex Lara, actor y estudiante del Centro Nacional de las Artes (Cenart).
A él nunca lo agredieron en la calle, pero recuerda que su primo no corrió con la misma suerte. Mike, cuenta Alex, fue muy vulnerable a los ataques homofóbicos toda su vida. «Desafortunadamente la provincia se ha quedado atrasada, la gente sigue siendo muy conservadora y no puedes hacer cosas que salen de lo común”, reflexiona.
Algunas agresiones sucedieron en la escuela.
Con una de sus dos hermanas Miguel siempre fue muy unido. Tanto, que una vez se disfrazaron el uno del otro, cuenta la abuela. Si ella desfilaba, él también. “Toda la vida andaba pegado a mí, haciendo travesuras, contándonos secretos”, recuerda la joven, que pide que no identifiquemos su nombre.
Su primo dice que una de esas veces, Miguel quiso entrar a una tabla rítmica con ella, pero era de puras mujeres y cuando él intentó aprenderse la coreografías hubo gente que lo insultó. Es algo que Alex ve como una constante: “Te digo, durante todos los niveles educativos, he visto muy de cerca amigos a los que les ha tocado. Para mí la razón de las agresiones es el miedo a ser distinto, a vivir algo distinto».
Rubí, transexual y mejor amiga de Mike, cuenta que en la escuela les decían «cosas muy feas» y no querían incluirlas en trabajos de equipo.
Para ella tampoco ha sido fácil ser trans en Acayucan. Cuando buscó trabajo a veces ni le aceptaban su solicitud de empleo: «tengo la licenciatura en educación deportiva y lamentablemente no puedo dar clases porque dicen que soy un mal ejemplo para los estudiantes».
También anda con miedo. Procura, por ejemplo, no pasar por esquinas donde hay varios hombres para evitar insultos: «no falta quien te grite: ‘mire ese puto, esa vestida’, o quien te pida servicios sexuales».
Ella dice que a pesar de que la comunidad gay en Acayucan es grande les falta unión: «nadie pone un alto a la discriminación entre los propios gays […] Eso es lo malo, que entre nosotros nos ataquemos».
«Mike no merecía morir así, él nunca se metió con nadie. Su mundo eran sus audífonos, pasear a sus perritos y olvidarse de que la gente lo veía. Hay una canción de RuPaul, Main Event, que nos gustaba mucho porque recuerda algo que todo gay debe de saber y entender: que uno existe, que uno vale lo mismo que los demás, que todos valemos lo mismo porque estamos creados de carne y hueso», cuenta su amiga.
Para Alex Lara el asesinato de su primo fue muy visible por pertenecer a la comunidad LGBTIQ+. Aunque para ellos nunca fue algo malo, ahora ve que para muchos otros siempre lo fue y quizás siempre lo será si no se toman medidas en Acayucan contra la discriminación.
Ese día se fue enojado, cuenta su madre: «Salió enojado porque le dije que ahora por qué se había puesto ese short tan feo… me dijo que porque no tenía ropa», cuenta ella.
De su casa Miguel se fue a la papelería donde trabajaba. Su rutina era así: llegaba temprano, trapeaba, barría, atendía a la gente y luego se ponía a probar los audífonos, «se ponía a traducir las canciones que cantábamos» dice una compañera de trabajo que también pide que su nombre no sea publicado.
El día que lo asesinaron Mike salió a las cuatro de la tarde, tres horas antes del taller de teatro de su primo daba en La Casa de Cultura Acayucan. Los dos primos caminaron juntos rumbo al taller. En el camino Mike le contó a Alex sobre el objeto que mostraría en clase: sus libretas de dibujo de la primaria.
«Pienso que al final estuvimos juntos, compartí mi más grande pasión con mi primo. A lo mejor y en ese momento no era su sueño pero comenzaba a darle brillo a su vida, porque hubo momentos donde empezó a perder color: su mundo era ir a la papelería y regresar a sentarse en la hamaca»
A las 9:30 de la noche cenaron juntos y después se separaron. Alex Lara saldría con unos amigos e invitó a su primo pero éste le dijo que ya había quedado de regresar temprano a casa. Su madre sabía que estaban juntos y cuando pasaron las primeras horas no se preocupó pero luego algo comenzó a presentir.
«No sé cómo pero eran 10:30 y yo ya sabía que algo estaba mal. Esa noche no dormimos. Vi que se iba a venir el agua y dije ‘con ese pretexto le voy a hablar’, pero no me contestó».
Cuando lograron localizar a Alex y éste les dijo que no estaban juntos comenzaron a contactar a sus amigos. Nadie sabía dónde estaba.
La misma noche que desapareció fue asesinado a pedradas, presuntamente por un hombre de origen guatemalteco que pertenece a las maras, según la versión de la Fiscalía de Veracruz.
El día que lo enterraron, Rubí, su amiga, su compañera de karaoke, regresó a su casa a ordenar unos materiales de bisutería. Entre tanta cosa encontró un corazón de cartulina blanca que decía: «José Luis (era su nombre anterior), espero que nuestra amistad dure, gracias por nuestra amistad», también se encontró una foto que le regaló Miguel para que la conservara en su cartera.
«Me puso que me quería. Y yo lo vine a ver a las once de la noche. Me estaba dando las gracias, me estaba dando las gracias mi amigo… por toda esa amistad, por esa hermandad».
* * *
Una semana después de su asesinato, en casa de Miguel celebraron su cumpleaños. Sus hermanas, sus primos, su abuela. Se juntaron a comer el pastel que él mismo escogió, decoraron con fotos y banderas arcoíris las paredes, comieron la comida favorita y escucharon las canciones que le gustaban a Mike.
«Quería juntarnos a todos y al final lo hizo», comparte su abuela.
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